La nueva orientación en el camino de la Reconstitución del Partido Comunista

El presente documento es el resultado de un periodo de reflexión y valoración global de la experiencia en la aplicación, el desarrollo y la difusión de nuestro proyecto de Reconstitución del Partido Comunista a lo largo de una década (1994-2003).

I BALANCE Y RECTIFICACIÓN

Una autocrítica

En el balance de nuestra trayectoria, nos hemos dirigido a la revisión de algunos de los ejes en torno a los que giraba el Plan de Reconstitución, principalmente el relacionado con el carácter y definición de las premisas ideológicas desde las que partimos, y el que se refiere a la naturaleza de nuestra organización como destacamento de vanguardia, en sí mismo y en el contexto general del movimiento de vanguardia actual. De esta revisión y sus consecuencias ha resultado la necesidad de iniciar un movimiento de rectificación en nuestro estilo de trabajo y en nuestra línea táctica, en el sentido de adecuar mucho más el objetivo de la Reconstitución del Partido Comunista a las reales circunstancias hoy predominantes en el movimiento comunista, en el movimiento obrero y dado el presente estado de la lucha de clases proletaria.

En cuanto al basamento ideológico, hemos llegado a la conclusión de que fundamentarlo exclusivamente en el estudio de las fuentes clásicas del marxismo-leninismo, agregándole un balance de la experiencia histórica de construcción del socialismo (entendiendo balance casi exclusivamente como depuración de errores tácticos e, incluso, estratégicos, pero sobre todo de errores de orden político ), resultará del todo insuficiente desde la perspectiva de la asunción de la ideología del proletariado como punto de partida de todo proyecto revolucionario. En primer lugar, porque nuestro análisis de la Revolución de Octubre –hasta el punto en que lo hemos realizado - nos ha conducido a adoptar una posición crítica respecto de lo que denominamos Ciclo de Octubre , en lo que se refiere a muchas de sus construcciones teóricas factuales (y también a bastantes de sus construcciones políticas), desde el punto de vista de su validez universal y actual. La obra de Octubre nos ha legado un tesoro de experiencias revolucionarias. Pero también nos aporta un sinnúmero de elementos ideológicos y políticos, insertos en el discurso revolucionario, que más bien son hijos de la necesidad práctica del momento o del acuerdo coyuntural del marxismo y el proletariado revolucionario con otras fuerzas políticas o sociales ante determinadas circunstancias que, si bien fueron pasajeras, dejaron una huella permanente en el discurso marxista sin recibir la pertinente crítica depuradora una vez superadas esas coyunturas. El marxismo que nos lega Octubre, pues, está cargado de resonancias del pasado, de expedientes agregados por las dificultades de cada momento político, arrastra los sedimentos aluviales que han ido depositando alianzas políticas, compromisos ideológicos y, no las menos veces, su deficitaria comprensión e inadecuada aplicación. No todo lo que ha pasado tradicionalmente por marxismo o por leninismo era realmente marxismo o marxismo-leninismo.

Es cierto que, como todo fenómeno social, el marxismo como formación ideológica es un producto histórico, está determinado por su tiempo y por las circunstancias que rodean a la época en que surge y se desenvuelve (sobre todo por el grado de desarrollo del proletariado y de su lucha de clase). En este sentido, no puede hablarse de compendio de verdades absolutas, ni de ideas eternas habitantes ex tempore de supralunares mundos platónicos siempre dispuestas a encarnarse terrenalmente en cualquier momento. Pero si el marxismo no es un idealismo –aunque a esto lo hayan reducido los dogmáticos de todo tipo–, tampoco puede asociársele con el relativismo social. Ciertamente, el marxismo es hijo de una época, la del capitalismo, y en este sentido es contingente e, incluso, convencional; pero que deba o pueda adaptarse a las exigencias del cambio social no significa que sea en esta cualidad donde reside su potencia como ideología, sino en algo permanente como son unos graníticos cimientos incólumes e inamovibles en forma de principios revolucionarios y de clase claramente definidos. Y es en estos principios donde anida el valor universal del marxismo, el ámbito a través del cual conecta, desde la práctica revolucionaria del proletariado, con la secular tradición que ha mantenido vivo el ideal emancipatorio de la humanidad. Forzar el fino hilo que señala la línea de equilibrio en la coherencia interna del discurso marxista (por ejemplo, entre sus monolíticos principios y la flexibilidad de sus tesis políticas) significa desvirtuarlo. Y no pocas veces ocurrió esto durante el Ciclo de Octubre, pasando a formar parte de su actual herencia todo un conglomerado de desviaciones teóricas e interpretaciones unilaterales ajenas al criterio del verdadero espíritu marxista. Por ejemplo, nadie puede negar la importancia que tiene para el marxismo la relación entre la clase obrera, entendida como movimiento de masas, y la conciencia de clase. No podemos negar la importancia del movimiento espontáneo de la clase, de su lucha de resistencia contra el capital porque, entonces, negaríamos la base materialista del marxismo como teoría; pero, si exageramos este aspecto hasta caer en el obrerismo (practicismo, sindicalismo y, en un plano más filosófico, empirismo), negamos el papel de la conciencia y, en consecuencia, dinamitaremos la base dialéctica del marxismo. Ambas desviaciones se dieron durante el pasado ciclo revolucionario –e, incluso, lo dominaron–, sobre todo la segunda. Lo que, en definitiva, demuestra la experiencia de Octubre es que, desde el punto de vista de su desarrollo como ideología guía de la lucha de clases proletaria, el marxismo ha terminado conformando un cuerpo doctrinal en cuyo seno cohabitan elementos extraños cuyo peso específico terminó por desfigurar el perfil de su primigenia formulación como teoría filosófica y, tras ello, por debilitar las posiciones políticas del proletariado. En consecuencia, la tarea de recurrir al marxismo como referente ideológico del proyecto revolucionario ofrece una dificultad en forma de contradicción: por un lado, contamos con la definición clara de las premisas y categorías conceptuales de la doctrina desde su primera formulación; pero esto resulta del todo insuficiente para encarar las tareas presentes de la Revolución; de modo que, por otro lado, tenemos un rico, complejo y multifacético desarrollo teórico del marxismo que es preciso abordar críticamente para separar el grano de la paja, lo que es verdadero aporte a la teoría proletaria, en consonancia con sus postulados gnoseológicos, de lo que no lo es. En último término, es preciso concluir que no es posible recuperar el marxismo o el marxismo-leninismo como referencia ideológica sin una labor de reelaboración , en el sentido de depuración de los contaminantes y elementos extraños que aún le acompañan -como demuestran las distintas versiones que todavía compiten de la mano de un sinfín de organizaciones más o menos revolucionarias- y de aprehensión crítica de todo su desarrollo que nos permita situar aquel punto de partida ideológico a la altura de las exigencias de la preparación de un nuevo ciclo revolucionario.

En segundo lugar, no sólo se precisa como basamento ideológico la reelaboración del marxismo desde sí mismo , por decirlo así, sino también es preciso que esa reelaboración se adecue al estado alcanzado por el saber de la humanidad. La doctrina elaborada por Marx y Engels cumplió en su día con esta condición, y lo mismo cabe decir del aporte de Lenin. En ambos casos, hubo una reelaboración de un legado teórico recibido y en ambos casos esa reelaboración se realizó en relación con los progresos del conocimiento científico. Naturalmente, el aporte cualitativo de Lenin al pensamiento no tiene el mismo significado que el de Marx y Engels: éstos crearon una nueva concepción del mundo distinta de la que recibieron, mientras que aquél desarrolló una cosmovisión ya existente. Sin embargo, también es importante señalar que lo que recibió Lenin como doctrina teórica no era una reproducción totalmente fiel del conjunto de ideas elaboradas por Marx y Engels, debido a que el marxismo que recibió era más bien la particular lectura y adaptación de la doctrina de Marx y Engels realizada por la socialdemocracia europea. Los méritos y limitaciones del aporte teórico leniniano deben apreciarse teniendo en cuenta esta circunstancia.

En cuanto a la parte del proceso de rectificación que se refiere a nuestra organización como destacamento de vanguardia, la elevación de los requisitos ideológicos nos ha obligado a repensar nuestro trabajo político centrado en la propaganda y a comprender la necesidad de incorporar otro objetivo más a las labores del destacamento de vanguardia: la construcción de cuadros comunistas . El hondo calado de la tarea de recuperar las bases ideológicas del proyecto revolucionario, unido al resultado del balance de la situación actual de la vanguardia proletaria en su conjunto y de nuestra situación en ella, nos ha permitido comprender la insuficiencia del mecanismo político orquestado en torno al eje estudiar-propagar (estudiar los principios del comunismo y hacer propaganda de ellos; investigar la experiencia histórica del socialismo y propagar las conclusiones; analizar las condiciones de la Revolución Proletaria y difundirlas, etc.), mecanismo que ha articulado el trabajo fundamental de todas las organizaciones de vanguardia hasta hoy, incluyendo a la nuestra, que se diferencia de las demás sólo por el rigor en la aplicación de esas tareas y por el contenido de la línea política, pero no en la incapacidad manifiesta –debido a inercias de la cultura revisionista que sobrevivían en nuestro estilo de trabajo– para preparar el despliegue en toda su amplitud de esa línea y disponer los cauces que lo hagan posible cuando ella vaya encarnándose en movimiento revolucionario. Se requiere, entonces, una nueva vertiente en la proyección del trabajo político comunista, que ya no puede limitarse a adoptar como referencia única a las masas, los problemas de su dirección revolucionaria y de su elevación consciente (referencia hacia abajo ), sino que es preciso que sea recuperada la referencia del Comunismo como objetivo final en nuestra política, que el objetivo más alto juegue también un papel fundamental en nuestro trabajo, desde el punto de vista de la planificación de los objetivos políticos y como acicate para la constante autoelevación de la vanguardia como garantía de continuidad a largo plazo del proceso revolucionario (referencia hacia arriba ). Por decirlo de una manera sintética y para resumir, ya no es suficiente la consigna de K. Liebknecht, vigente durante todo el periodo preparatorio del Ciclo de Octubre: ¡Estudiar, organizar, hacer propaganda! . En la preparación del próximo ciclo, el problema de la relación de la vanguardia con el movimiento de masas o del Partido con la clase, el problema de los medios de la Revolución, en definitiva, no colmará completamente de contenido la política proletaria; también resultará imprescindible abordar la cuestión del factor consciente, la cuestión de la relación del sujeto revolucionario con el objetivo revolucionario, la cuestión de la construcción de lo nuevo desde la conciencia (algo resuelto con demasiada espontaneidad e improvisación durante el Ciclo de Octubre). Durante el Primer Ciclo se pensó, sobre todo, en cómo ganar la dirección de las masas. Tal vez, la dura competencia que imponía la lucha de clases absorbió toda la atención en este cometido; el caso es que se olvidó con demasiada frecuencia pensar en el adónde dirigir a esas masas. La política proletaria, así, terminó perdiendo el rumbo y alimentándose cada vez menos del elevado objetivo de la emancipación y más de sí misma y del puro y simple movimiento de masas (recayendo continuamente en el seguidismo y el posibilismo).

Pero ya desarrollaremos en lo concreto todos estos aspectos en las páginas siguientes. Ahora, lo que importa resaltar es que la reflexión sobre las tareas políticas que impone la Reconstitución del Partido nos ha permitido adquirir mayor conciencia de la naturaleza del proceso mismo y de la creciente complejidad de sus requisitos, aún más exigentes ideológica y políticamente que lo que en un principio, hace más de una década, pudo parecernos.