Por una conciencia de clase revolucionaria
El Primero de Mayo es el día internacional de la clase
obrera. Esto significa que celebramos nuestra toma de conciencia como clase
social separada y con intereses propios diferentes del resto de las otras
clases. Pero, ¿qué es esa conciencia de clase?, ¿cuál es su naturaleza?, ¿de
dónde procede?
La clase obrera, como cuerpo social, es obra del
capitalismo. Es el capital quien crea al trabajador asalariado, históricamente,
a través de la expropiación del productor y de su separación de los medios de
producción, y de manera actual y permanente, reproduciendo y ampliando las
condiciones del trabajo asalariado en los cinco continentes, disolviendo los
restos de los modos de producción precapitalistas aún supervivientes, o
convirtiendo en trabajo productivo —productor de plusvalía— cada vez más
esferas de actividad social. Pero, ¿qué hay de la conciencia de esta clase?,
¿también es producto del capital?
Durante los siglos XIX y XX, se pensaba que la
autoconciencia como colectivo diferenciado de los obreros era suficiente para
considerar una conciencia social independiente y propia. Sin embargo, la
experiencia de dos siglos de luchas de clases ha demostrado que el reflejo
inmediato de las contradicciones de la sociedad capitalista en la mente del
obrero, en el sentido de la comprensión del antagonismo entre sus intereses y
los del capital, no alcanza más que a configurar una conciencia sólo
relativamente autónoma que todavía permanece dentro de los límites y de los
parámetros de ese marco de relaciones capitalistas. Se trata de la conciencia
burguesa del obrero. Así pues, en su configuración y desarrollo natural,
espontáneo, la conciencia de clase del obrero es también un producto del
capital. Y por esta misma razón, este modo de conciencia no es, en realidad, la
verdadera conciencia de clase independiente del proletariado. Ésta sólo puede
ser la conciencia revolucionaria de la clase obrera. Se requiere, por
tanto, algo que trastoque la evolución natural de la conformación ideológica
del proletariado bajo las condiciones de dominio del capitalismo, algo que
desvíe esa evolución en otra dirección diferente de la apreciación positivista
de la realidad social y de su aceptación resignada o inconsciente.
Siempre se dice que la conciencia revolucionaria sólo
puede provenir de la práctica de la lucha de clases. Como respuesta,
esto es tan irrefutable como obvio e insatisfactorio. Ni la práctica social en
general, ni la específica práctica inmediata accesible a los obreros por la
propia naturaleza de sus condiciones de existencia, permiten alcanzar la
conciencia revolucionaria; ni la participación directa en la producción, ni la
lucha del obrero contra el patrón por un mejor salario, ni la lucha del partido
obrero contra el Estado por reformas, inspiran una nueva concepción del mundo
revolucionaria. Se necesita la introducción en toda esa experiencia de la crítica
revolucionaria. Sólo la aportación exterior de la crítica
revolucionaria crea las condiciones para que la práctica de la lucha de clases
genere un nuevo tipo de conciencia de clase superior; sólo desde la teoría
revolucionaria se puede romper el círculo cerrado de reproducción del reflejo
ideológico que genera el conjunto de relaciones sociales capitalistas y que
legitima permanentemente el dominio de clase de la burguesía.
Por consiguiente, de cara a la construcción de todo
movimiento revolucionario, al menos en sus primeras etapas, en la fase que se
decide su naturaleza como movimiento político, la cuestión de la teoría
revolucionaria es crucial. Si seguimos guiándonos de la práctica histórica,
convendremos que la única teoría que ha podido poner en cuestión el poder del
capital y ha sido capaz de iniciar procesos de transformación social
revolucionarios es el marxismo. Como doctrina, el marxismo es, por una parte,
el resumen de la práctica social del proletariado, de su lucha de clase; por
otra parte, el marxismo es el resumen de la práctica histórica de toda la
humanidad, es la síntesis y expresión superior de los logros universales de la
civilización. Cumplir con ambos requisitos imprescindibles sirvió al marxismo
para imponerse a otras corrientes de pensamiento candidatas a erigirse en
vanguardia revolucionaria, como el anarquismo y tantas otras escuelas reformistas
y revisionistas.
Sin embargo, después de haber estado a la cabeza de
toda una era de revoluciones, la derrota final le ha sumido en la disgregación
y en la dispersión. Hoy, lo que distingue a los verdaderos marxistas de los
usurpadores de este nombre es que reconocen la necesidad de reconstituir
esa teoría revolucionaria cumpliendo con los dos requisitos que le son propios:
que sea resumen de la práctica histórica de la lucha de clases del proletariado
y que sea elevada hasta constituir una concepción del mundo a la altura que
exige el grado de civilización alcanzado por la humanidad —como ya hizo cuando
fue fundada a mediados del siglo XIX—. Pero, por el contrario, el sector revolucionario
del actual movimiento obrero está dominado por quienes consideran que no es
precisa la teoría, que el carácter revolucionario del movimiento obrero es
innato o producto espontáneo e inmediato de su lucha (anarquistas,
sindicalistas, consejistas…), por un lado, y, por otro, por quienes creen que
la teoría revolucionaria no ha sufrido ningún tipo de liquidación y está en
disposición de elevar el movimiento de resistencia del proletariado a
movimiento revolucionario (trotskistas, comunistas de izquierda,
marxistas leninistas, maoístas…). Ambos coinciden en que el movimiento práctico
es lo principal en todo momento y que las masas crearán y adquirirán conciencia
revolucionaria desde su propia experiencia práctica. La tarea de la vanguardia
consiste, pues, en ir a las masas, incluso en la actual etapa de
fragmentación de la vanguardia (para cuya superación se pretende aplicar la
receta de la unidad de acción, ya en su versión estrecha de unidad comunista,
ya en su versión laxa de unión proletaria).
Naturalmente, el fracaso será rotundo, porque este
punto de vista parte de la suposición de que cada lucha parcial o que cada
generación de obreros puede recorrer desde su sola experiencia todo el camino
de la experiencia histórica de la clase en su conjunto. El desprecio de la
teoría y el culto por la práctica predominantes hoy implican la creencia de que
toda práctica particular puede ponerse a la altura del conjunto de la práctica
del proletariado internacional realizada durante décadas. Si la teoría es el
resumen de la práctica, entonces la táctica de construcción teórica desde la
participación en el movimiento espontáneo de masas no puede dar más que una
ideología raquítica y estrecha de miras, siempre en inferioridad respecto de la
ideología de la clase dominante e incapaz de disputarle su hegemonía ni de
hacerse acreedora, para su clase, del derecho a construir una sociedad
superior. Y eso que estamos hablando sólo de la expresión teórica de la
práctica particular de la lucha de clases del proletariado, que
no consideramos aquí siquiera la teoría como expresión general de las luchas de
todas las clases a lo largo de la historia. Sin embargo, la clase
proletaria debe asumir también esta última dimensión de la teoría si, como
soporte de una nueva sociedad, quiere estar a la altura de su cometido.
En los actuales momentos de desorientación y
fragilidad, la vanguardia del proletariado debe tomar conciencia de cuál es su
deber. La caída del Muro de Berlín cerró un ciclo histórico, el Ciclo de
la Revolución de Octubre, toda una época de experiencias revolucionarias del
proletariado. Pues bien, toda esta experiencia está por sintetizar
teóricamente. Hoy por hoy, no es posible hablar de teoría revolucionaria o de
conciencia revolucionaria si no están incluidos los resultados de esa
experiencia histórica —de esa práctica— en el discurso político de los
comunistas. Hoy por hoy, no existe ningún destacamento comunista que haya
realizado esta tarea satisfactoriamente. Tampoco es empresa para grupos o
individuos aislados, sino para el conjunto de la vanguardia. De hecho, es la
única —o la primera— empresa que puede dar contenido propio al movimiento
comunista como movimiento político. Lo que en la actualidad mueve a los
comunistas son iniciativas que favorecen los intereses de otras clases o de la
aristocracia obrera (sindicalismo, republicanismo…). El Balance del Ciclo de
Octubre es la principal tarea de los comunistas, tarea que está en la base
de la Reconstitución de la ideología revolucionaria, que es la premisa
de todo movimiento político proletario con conciencia de clase independiente.
Lo que está en el orden del día del comunismo, pues, es la teoría, el debate
para la solución de los problemas de la construcción de una concepción
revolucionaria del mundo que pueda, sobre la base de su experiencia práctica,
transformar la conciencia del proletariado, para que éste pueda transformar el
mundo.
1º mayo de 2006
¡Reconstituyamos el Comunismo como teoría revolucionaria
desde la lucha de dos líneas de la vanguardia proletaria!
¡Estudiemos e incorporemos la experiencia del
proletariado internacional para la recuperación del Comunismo como teoría de
vanguardia!