El escenario actual y el combate contra el
revisionismo
Restablecer el análisis
marxista de clase
Hace tiempo que el análisis de clase ha caído en desuso. El dominio absoluto del pensamiento burgués objetiviza el afianzamiento de este comportamiento. Tal es su fuerza y tal la debilidad del marxismo predominante, que pasa por análisis de clase las meras descripciones sociopolíticas que difunden repetidamente en sus órganos de expresión las distintas agrupaciones y corrientes que aún se reclaman del marxismo.
La ideología burguesa marca el paso, indica las claves
a utilizar después de haberlas popularizado y haber conseguido retirar del
campo de batalla las claves denostadas y, por ello, políticamente incorrectas,
esto es, las marxistas. La mayoría de las organizaciones revolucionarias
se afanan en difundir supuestos discursos alternativos y originales sin
ausentarse, ni por un instante, del libro de estilo del pensamiento
dominante, sin realizar el esfuerzo de detenerse y pensar sobre el verdadero
discurso que difunden. Algunos, apercibiéndose despistadamente de ello, como si
de una apreciación extrasensorial se tratara, introducen a veces, con calzador,
conceptos, frases, modos marxistas de manera suelta, aislada, creyendo con ello
que mantienen su conexión con el origen del que probablemente provienen, pero
del que su lento y continuado divorcio durante décadas les ha incapacitado para
reconocer en qué momento saltaron del tren de la revolución para volver marcha
atrás, hasta ser engullidos por la abigarrada charca enfangada del
revisionismo, avanzadilla burguesa dentro de las filas proletarias.
La realización de un análisis de clase permanente,
permite una comprensión radical de los movimientos políticos que sirven a los
intereses de clase subyacentes. Y sólo esta visión de raíz de la situación
objetiva de los posicionamientos de clase faculta para poder intervenir, con un
discurso revolucionario, en el superficial juego de los lineamientos de los
distintos intereses de clase y sus fracciones.
El desaprendizaje del análisis marxista de la lucha de
clases consigue que los discursos revolucionarios no superen el
comentario descriptivo general sobre una realidad política en la que la clase
obrera está completamente ausente, en la que se mantiene como mero espectador a
la espera de que las otras clases decidan sobre su suerte. En esta situación,
el proletariado, carente de liderazgo propio, sólo responde resistencialmente
de manera puntual y aislada y en forma de escaramuzas o, masivamente, cuando,
en la arena de la decisión política, alguno de los contendientes de las clases
dominantes consigue sentimentalmente movilizarlo. Prueba de lo primero, del
residuo de vitalidad que le queda, son las protestas, empresa por empresa,
frente a las deslocalizaciones, y prueba de lo segundo, son las movilizaciones
contra la guerra, contra el proceso de paz en Euskal Herria o por el derecho de
autodeterminación de las naciones sin Estado.
La situación de la clase obrera es, actualmente,
pésima y se corresponde con el general estado de postración y anquilosamiento
de la mayor parte del movimiento comunista internacional. El movimiento de
resistencia económico sólo retrasa el proceso degenerativo y acentúa el desánimo
y el descrédito comunista en la clase. Éste es el balance de las últimas
décadas, y no puede suplirse con el fantástico autoengaño, en el que incurren
gran parte de los destacamentos comunistas, de extender el movimiento
revolucionario mundial desde los populismos antimarxistas bolivarianos y sus
asociados latinoamericanos, hasta los ultrarreaccionarios integristas islámicos,
y menos, incluir en él al movimiento obrero esporádico y resistencial que no se
resigna a perder su cuota de poder y prosperidad social alcanzado en las
sociedades imperialistas que moldea el Estado del bienestar, esto es, a
la a veces muy radical y combativa aristocracia obrera. Cuando se ha firmado
recientemente un nuevo acuerdo de reforma laboral entre los agentes sociales de
la burguesía, la CEOE y los sindicatos, bajo el amparo del Estado burgués, por
el que los derechos, antaño limados, son nueva y sustancialmente arrancados, no
se ha producido contestación alguna de relevancia por parte de ese movimiento
obrero dependiente y domesticado, ni espontánea ni organizadamente. Hace tiempo
que la aristocracia obrera, representada directamente por los sindicatos, forma
parte indispensablemente del bloque hegemónico. Las masas proletarias, por el
contrario, no faltan a la cita que se les tiene dispuesta y para la que son
preparadas ideológicamente a diario: el consumo a plazos, la Fórmula 1, los golden
boys machotes hispánicos del baloncesto, el fútbol y sus entrañas de
telenovela... Hace tiempo que no es consistente el principio de esperar un
resurgir espontáneo de las masas. No existe un movimiento de masas neutro, como
explicábamos en la Declaración Política del 1º de Mayo de 2004 (publicada en LA FORJA, nº 29,
con el título, Guerra y elecciones). En el momento actual, la lucha de
clases en el Estado español, entre la burguesía y el proletariado, está
aletargada. Por ello, entre otras razones, la contradicción principal reside
actualmente en el interior del bloque hegemónico, y a su lucha interna son
arrastrados el resto de sectores sociales que acaban sirviendo los dictados de alguna
de las dos principales fracciones de clase enfrentadas. Una prueba de ello fue,
en pleno mandato del PP, el pacto alcanzado con la aristocracia obrera con el
acuerdo sobre las pensiones para cerrar momentáneamente un frente abierto con
los sindicatos y poder combatir el gobierno, con todas sus fuerzas, la
propuesta nacionalista vasca del Plan Ibarretxe.
Durante el gobierno del Partido Popular, el pacto constitucional, alcanzado durante la Transición por las distintas fracciones de la clase dominante, fue roto por una de las facciones que este partido dirige. El análisis de clase permite comprender el porqué de esta ruptura. A partir de los años ochenta se va reconvirtiendo todo un sector de la burguesía a raíz del cambio que se produce en la estructura productiva. Se recorta el sector estatal y se procede a la privatización masiva de amplios sectores económicos que antes estaban incluidos en él. La reconversión económica e industrial, que es fruto de la derrota aplastante del movimiento obrero después de la liquidación de las organizaciones políticas revolucionarias -empezando por el PCE, que hacía mucho tiempo ya que se había convertido en garante, usurpando el nombre del proletariado, de la conciliación nacional, y continuando con la desaparición de prácticamente todas las organizaciones a su izquierda-, deja libre el campo a la derogación, recorte y mutilación de leyes y derechos conquistados, con lo que aumenta considerablemente la explotación del proletariado, que ya no está en condiciones de oponerse con éxito, produciéndose una acumulación de capital en nuevas manos que va propiciando la aparición de una nueva fracción emergente dentro de la clase capitalista, que se sostiene sobre la acumulación rápida y fácil, sobre todo a partir del sector de la construcción, del que se cuelgan otras ramas de la economía, como el turismo, permitiendo una dinámica muy activa regida por la especulación y, todo ello, sin interferencias por conflictos de clase ni social ni políticamente importantes. Las modificaciones legislativas, liberalización de alquileres, contratos basura, cambios en la ley del suelo, y las sucesivas reformas laborales pactadas con los sindicatos, ahora correas de transmisión de los intereses de la burguesía en lugar de serlo de las organizaciones comunistas revolucionarias, alimenta la pujanza de este nuevo sector de la clase burguesa que buscará la expresión política de sus intereses fundamentalmente entre las corrientes del PP, cuya dirección tratará de integrar la incorporación del modelo económico americano con el resurgir de una doctrina nacionalista españolista como bandera ideológica y aglutinante de masas. Para este resurgir ideológico y para otorgar un espacio político a estos nuevos sectores económicos emergentes de la burguesía, el PP terminará poniendo en cuestión el pacto constitucional. El Estado de monarquía parlamentaria que surge de la Constitución de 1978 se sostiene sobre la alianza de tres clases principalmente, que son las que conforman desde entonces el bloque hegemónico: la oligarquía financiera (fusión de bancos y monopolios), la aristocracia obrera y las burguesías nacionales periféricas. Los nuevos sectores emergentes de la burguesía, formados y enriquecidos rápidamente en pocos lustros, consiguen ejercer su influencia en el partido del gobierno y, desde aquí, iniciar una ofensiva para reclamar un lugar dentro del bloque dominante, lo cual implica la reorganización de la relaciones de clase en su seno. Los giros del Gobierno Aznar en casi todos los ámbitos de la política persiguen ese objetivo, destacando los criterios en política económica, que descaradamente primaban los intereses de los nuevos ricos en detrimento de otros sectores económicos (destaca el asunto del Plan Hidrológico Nacional, auténtico expolio de los agricultores de las riberas del río Ebro para favorecer el boom turístico-inmobiliario del sureste levantino). Pero será la presión ejercida sobre las burguesías de las naciones periféricas del Estado, con el fin de desplazarlas de su posición de codominio dentro del bloque hegemónico, cuando el liderazgo del PP empieza a ser contestado por elementos importantes de la poderosa oligarquía financiera, cuyos intereses estratégicos, que habían configurado la política del Estado durante décadas, también empezaban a ser lesionados por la ruptura del consenso, los giros de 180 grados en política y la actitud de apisonadora practicados por la mayoría absoluta del gobierno. Cuando la tradicional vocación europeísta en política exterior del Estado imperialista español es también subvertida por el gobierno, involucrándose directamente en la Guerra de Irak como aliado de EE. UU., se da la señal para el contraataque de la poderosa clase dominante tradicional, que acepta el reto de la confrontación política que habían estado provocando los sectores que ahora representaba el gobierno y que moviliza a las masas y pone en cabeza de esta maniobra al otro gran partido del sistema. El 11-M y la pésima gestión de la crisis por parte del Ministerio del Interior terminaron de resquebrajar las posiciones sociales y políticas representadas por el aznarismo. Sin embargo, no ha sido derrotado del todo. La estrategia de desgaste y confrontación que aplica el PP desde la oposición dan cuenta de que la fisura entre las fracciones de la clase dominante sigue abierta y puede dirigirse hacia la fractura. La vanguardia del proletariado debería reflexionar sobre esto y optar por planes políticos que favoreciesen esta tendencia a la profundización de las contradicciones entre los enemigos del proletariado, en lugar de levantar banderas, como la de la III República, que o bien las amortiguan, o bien ponen al proletariado del lado y al servicio de uno de los contrincantes.
Durante este periodo de tiempo, los últimos 6 años transcurridos entre la mayoría absoluta del PP y el actual gobierno de Zapatero, se van produciendo acontecimientos que muestran las tendencias convergentes a favorecer una recomposición de la izquierda radical bajo la bandera estratégica de la III República.
1ª tendencia. El estado descrito de las
contradicciones de clase en el Estado español refleja una situación peculiar
dentro del contexto europeo. Así, mientras en Alemania toda la burguesía puede
ponerse de acuerdo en una gran coalición, formando un gobierno de concentración
para explotar al proletariado, ir desmontando el Estado del bienestar y
recuperar el papel de liderazgo en la reactivación europea, demostrando que la
contradicción principal es la que define la confrontación entre burguesía y
proletariado, en el Estado español, a más de dos años de las últimas
elecciones, la contradicción principal sigue situándose en el seno de la
burguesía: la fisura en el seno de la clase dominante se va abriendo en todos
los temas de importancia, llegando incluso a involucrar al Parlamento europeo
en el caso del proceso de paz vasco. Es previsible que el enconamiento prosiga
y se acreciente ante el próximo proceso electoral. También es previsible y
probable una fomentada polarización de las masas en la calle por los temas más
sensibles y sensibleros: terrorismo, nacionalismo, memoria histórica,
corrupción… Pero quien levantará la bandera del pueblo, de la izquierda, del
antitotalitarismo, del talante y el diálogo, será el PSOE, que volverá a atizar
el peligro fascista representado por el PP. El análisis superficial de
esta tendencia provoca un lógico pero primario anhelo de regeneración
democrática, cuya representación edulcorada vendría dada por el reclamo de una
III República. Se trataría de una bandera lo suficientemente flexible bajo la
que se puedan cobijar todo tipo de descontentos, desde los parciales y
sectoriales a los de miras más generales. Esta tendencia, aparentemente
espontánea, está consiguiendo enganchar a todo un sector que, aunque pequeño
numéricamente, es siempre activo y está representado por una legión de pequeñas
organizaciones que se convertirían en las fuerzas de choque contra una derecha que
mantiene su radicalización, al igual que ya ocurrió en las movilizaciones
contra la guerra.
2ª tendencia. La aceptación de la quiebra del pacto de
silencio acordado en la Transición ha abierto el baúl de las contradicciones desde
el seno de la clase dominante a la sociedad civil. Unas contradicciones que no
superan el marco establecido dentro de los esquemas de pensamiento que recorren
el bloque hegemónico. Esta ruptura, provocada por el PP con la recuperación
ideológica del españolismo más rancio, basado en la popularización de los
principios vigentes durante la dictadura franquista, libera al PSOE para
generar un nuevo discurso ideológico que contrarreste al anterior. Se provoca,
así, la apertura del régimen de silencio a la voz de los vencidos, que ya
pueden volver a expresarse, al amparo institucional, sobre la República, la
Guerra Civil y la Dictadura. De ahí el resurgir de la llamada memoria
histórica, del recuerdo democrático y socialmente positivo de la II República y
el rescate del olvido de las victimas de la guerra y la represión, amparado por
primera vez en treinta años por el discurso institucional del partido en el
gobierno y concretado en hechos determinados, incluso de carácter legislativo.
En esta tarea, el gobierno ha obtenido el apoyo de los representantes políticos
de las burguesías de las naciones periféricas que conforman la parte del bloque
hegemónico que ha sido agredida por el PP. A destacar es el caso de ERC y del
BNG, por paradigmático e ilustrativo de la fuerza y dominio del bloque
hegemónico a pesar del enfrentamiento interno que sufre. Tratándose de partidos
que se declaran independentistas y republicanos, han empleado su éxito
electoral entregándose al gobierno autonómico, institución del Estado español,
junto a partidos que apuntalan al régimen desde la Transición, contribuyendo a
la estabilidad del panorama político en el resto del Estado, y su reiterada
predilección por el pragmatismo frente a los principios les ha llevado a
sustentar la intervención imperialista internacional en el Líbano, donde se
dirime un conflicto de autodeterminación histórico y de los más candentes del
momento en el mundo, con lo que han quedado al descubierto sus intereses de
clase hegemónica, europeísta e imperialista, prevaleciendo sobre su programa
nacional supuestamente liberador, y sentando un precedente que los invalida
como partidos capaces de liderar cualquier deseo rupturista del Estado desde el
punto de vista independentista. ERC y BNG quieren entrar a formar parte, así,
de la coalición de clase del imperialismo español y, en la práctica, están
justificando el dominio del Estado español sobre las propias Catalunya y
Galiza.
La domesticación de ERC y BNG es precisamente uno de
los componentes que suponen hasta el momento el mayor éxito del gobierno de
Zapatero: la reincorporación de las burguesías nacionales al bloque político y
económico dominante en el Estado. El gobierno ha conseguido arrastrar a CiU al
pacto de descafeinamiento del Estatut rompiendo el consenso entre las fuerzas
parlamentarias catalanas y relegando a futuros lejanos la cuestión nacional,
incorpora al Bloque al gobierno de Galiza y logra abrir un proceso de paz en
Euskal Herria empujando a los nacionalistas vascos, radicales o no, a un escenario
en el que les ha arrebatado la iniciativa democrática.
3ª tendencia. El continuo e imparable deterioro del
PCE y su coalición IU deja todo un sector a su izquierda que, ante la peligrosa
posibilidad de radicalización, debe ser encauzado por la vía institucional y
parlamentaria. La escisión de Corriente Roja en el año 2005, se hace
precisamente bajo la consigna de la recomposición de la izquierda ante
la cada vez más evidente liquidación del PCE como mero apéndice del PSOE y
enarbolando el objetivo estratégico de la III República. El PCE, que no quiere
perder este posible tirón, está atrapado entre proseguir con su posibilismo de
asistente del PSOE o entregarse al oportunismo republicanista. Se ha apuntado
decidida y oportunistamente al carro sentimental del republicanismo,
manteniendo la histórica contradicción de no cuestionar en absoluto el régimen
burgués.
4ª Tendencia. En esta supuesta atmósfera de
recuperación republicanista, se produce una euforia, en muchos grupos que
abanderan el proyecto republicano, que está basada en la propia voluntad de
confundir la situación política objetiva con los deseos tantos años
reivindicados y reprimidos. Para otros grupos, por el contrario, lo que los
mueve hacia la III es el más puro oportunismo político, después de su renuncia
decidida y continuada del marxismo-leninismo. Renuncia debida a su incapacidad
para comprender las tareas necesarias para reconstituir ideológica y
políticamente el comunismo y abrir la vía revolucionaria en el Estado español.
El tirón mediático y la generación de una corriente sentimental sociopolítica,
despierta sueños de posibilidades de éxito electoral. Se constituye así una
tendencia objetiva en la que van desembocando todos los colectivos
revisionistas del movimiento comunista en el Estado español.
Mientras la mayoría de estos colectivos, desde los
trotskistas a los marxistas de todo tipo, abrazan la solución republicana
como supervivencia colectiva, vendiéndola como solución de los problemas
sociales y políticos en el Estado español, otro grupo de organizaciones se
encuadra bajo la estela de sus respectivas pequeñas burguesías nacionales y
optan por anteponer la nación a la clase, rechazan la República del Estado
español pero abrazan una república para su nación, convirtiéndose en revolucionarios
chovinistas. Están cayendo, unos y otros, de lleno en la trampa que les está
tendiendo uno de los sectores en pugna del bloque hegemónico. El programa abertzale
para la solución del conflicto vasco, por ejemplo, no pone en cuestión en
ningún momento la correlación de clases y se basa en el reconocimiento de los
derechos democráticos básicos del pueblo vasco en un mundo donde los derechos
de autodeterminación son pisoteados más que nunca desde la última gran guerra.
Con diferentes argumentaciones, basadas en distintos
análisis de la realidad objetiva, los propagadores de la III, pretenden
difundir la idea de la República como la panacea capaz de resolver todos los
problemas de orden democrático que aquejan a la sociedad. Identifican
democracia con justicia social. La adjetiven como República popular,
federativa, confederal o de trabajadores, no son más que diferentes apelativos
con un denominador común: establecer, en aras de un aglutinamiento masivo, un
proyecto de programa democrático mínimo para la unidad de acción y la participación
electoral. Para que este programa sea asumible por un amplio espectro de
organizaciones de la izquierda es necesario rebajarlo al máximo para
convertirlo en un programa de mínimos, y esto es lo que en primer lugar acordaron
unos cuantos de estos grupos en un encuentro estatal, allá por octubre de 2003,
los llamados Ocho puntos, donde no sólo no se cuestiona el carácter de
clase del Estado, que sólo se democratiza, sino que se deja a la
decisión de una contienda electoral la elección entre monarquía y república.
El llamado déficit democrático, característica
de las sociedades capitalistas avanzadas, es fruto directo de la derrota del
proletariado en la aguda lucha de clases que sostuvo contra la burguesía
durante el primer Ciclo revolucionario. La incorporación de un sector de ese
proletariado al bloque hegemónico a cambio de parte de los beneficios de la
explotación imperialista, permite socavar los derechos democráticos más básicos
en nombre de consensos que permiten mantener la estabilidad del propio régimen
democrático burgués y de cada uno de los distintos sectores que de él se
benefician. Se está demostrando que en las actuales sociedades de democracia
burguesa, el capital no necesita recurrir al fascismo para reprimir con igual
dureza y efectividad al proletariado.
Con el inicio de la época del imperialismo, la etapa
progresista de las sociedades democrático burguesas toca a su fin. La
burguesía, otrora revolucionaria, ahora es reaccionaria. El proletariado medio
ha sido absorbido por el sistema y, a cambio de una parte del pastel, ha
asumido el papel de gendarme entre los sectores más conscientes y apartados del
festín. Esto indica que el Estado español es ya una sociedad capitalista madura,
en la que la democracia burguesa ya tuvo su gran época de máxima expresión durante
la II República. En ese periodo, la democracia republicana mostró sus enormes contradicciones
y desembocó, debido a la presión popular y al grado de libertad alcanzado, en
el fascismo como recurso de salvación de la burguesía más reaccionaria, cuando ya
el proletariado reclamaba extender la democracia a todos los ámbitos de la
sociedad y no sólo a las formas de expresión institucionalizadas y se aprestaba
a realizar la revolución. Después de la II Guerra Mundial, el proletariado
europeo es mayoritariamente incorporado al bloque dirigente por lo que, después
de la dictadura franquista, la transición nació en un momento en que los
principios democrático burgueses más puros estaban en franco retroceso en todo
el entorno europeo, con Estados represores, una clase obrera débil y
mayoritariamente sumisa y la mayoría de sus organizaciones domesticadas. También
en el Estado español la correlación de fuerzas era desfavorable a las
revolucionarias. La mayoría de la población no movió un dedo para hacer caer la
Dictadura y, aunque muy activa, la minoría revolucionaria no supo romper el
clima dominante del que la sociedad estaba impregnada. Franco dejó todo atado y
bien atado. Es por todo ello que fue imposible la ruptura. La Transición
representa ese acuerdo deleznable por traer una democracia cercenada a lo
burgués y basada, no en principios elevados -libertad, igualdad, fraternidad- sino en las inviolables leyes de mercado y del
capital, a cambio de participar en la gestión de parte de los beneficios como
miembro del club de los países imperialistas. La lógica de la democracia bajo
el dominio del capital es la lógica capitalista.
Primero deberíamos saber, como marxistas
revolucionarios, que el sistema democrático, tome éste el aspecto de monarquía
parlamentaria o el de república, no es más que el modo en como la burguesía establece
su sistema de explotación. Deberíamos también aceptar la teoría marxista del
Estado y saber que en una sociedad dividida en clases, la democracia la
disfrutan las clases dominantes en contra de las oprimidas. No explicar esto a
las masas y, en cambio, identificar la forma supersetructural del régimen con
su base estructural clasista, es engañarlas.
Así pues, desde el punto de vista de los principios
marxistas sobre el Estado, llamar a la democratización es llamar actualmente a
la derrota del movimiento de masas, es llamar a la continuación del modelo
escogido por la burguesía de subyugación del proletariado, es renegar en los
hechos, en la práctica, de la lucha por la transformación social, por el salto
cualitativo que supone la revolución comunista. No es posible luchar por la
democracia sin luchar por acabar con el capitalismo. Lucha por la Dictadura del
Proletariado es el único camino de las masas hacia la democracia. Democracia
para el pueblo trabajador y dictadura contra las clases reaccionarias. En una
sociedad de capitalismo imperialista no existe etapa de transición al
socialismo, el único camino es la revolución comunista.
La república es una cuestión secundaria que manipula a
su antojo la clase dominante al servicio de la lucha entablada en su seno. La
alternativa republicana es la única que el régimen burgués va a permitir al
proletariado radicalizado. Ésta será su alternativa para recomponer su dominio
en caso necesario y conseguir derrotar y defraudar de nuevo las esperanzas
populares. Sólo existe democracia para la clase obrera imponiendo la Dictadura
del Proletariado.
Los seguidores de la causa republicana son seguidores
de una causa ajena al proletariado, ya fracasada, y que hoy, como en su día, es
generada por intereses de la burguesía. Los seguidores de la causa republicana
caen en esta trampa porque hace mucho que ya no son independientes del dominio
ideológico de la burguesía, hace mucho que llevan renegando del marxismo y, por
ello, convertidos en revisionistas y oportunistas, están acostumbrados a
depender de los giros políticos que les marca la burguesía, a acudir allí donde
la burguesía les genera un conflicto que indefectiblemente perderán una y otra
vez, están acostumbrados a no llevar la iniciativa revolucionaria a las masas,
están acostumbrados a resistir donde las masas quieren resistir y a huir donde
las masas huyen, están acostumbrados a su estilo de vida dependiente y a las
migajas que reciben de su compromisos con el poder. Están acostumbrados a ir,
en definitiva, a remolque de los acontecimientos. Viven de gestas del pasado
que ni tan siquiera han protagonizado o confunden sus mediocres currículos con
grandes luchas heroicas que otros libraron por ellos. Se reclaman de ideologías
y políticas que más desconocen cuanto más las citan. Se emboscan para
autojustificar sus fracasos en una visión idealizada del obrero medio. Ensalzan
al proletario como individuo de una clase económica que defiende sus intereses
burgueses para mantenerse en un puesto de trabajo del cual no es dueño, sin
darse cuenta de que al elogiarle, muestran su amor por su condición de esclavo
asalariado. Son los que idolatran esta esclavitud asalariada del obrero medio
pero temen al obrero comunista revolucionario, que odia su condición de clase,
que lucha por romper la cadena de producción y con ella las cadenas que le atan
a su dependencia, para liberarse en su integración consciente en la lucha
revolucionaria.
Mientras el revisionismo de toda laya se encamina
hacia la nueva charca republicana, el proletariado consciente, revolucionario,
sólo puede seguir el camino de la revolución comunista.
Para seguir esta senda es imprescindible cumplir los
requisitos previos de reconstitución ideológica y política del comunismo. De
ello, en LA FORJA venimos hablando sin descanso.
¡Por la independencia del proletariado!
¡Por la Dictadura del Proletariado!
¡Combatir la consigna de III República!