El escenario actual y el combate contra el revisionismo

 

Restablecer el análisis marxista de clase

 

Hace tiempo que el análisis de clase ha caído en desuso. El dominio absoluto del pensamiento burgués objetiviza el afianzamiento de este comportamiento. Tal es su fuerza y tal la debilidad del marxismo predominante, que pasa por análisis de clase las meras descripciones sociopolíticas que difunden repetidamente en sus órganos de expresión las distintas agrupaciones y corrientes que aún se reclaman del marxismo.

La ideología burguesa marca el paso, indica las claves a utilizar después de haberlas popularizado y haber conseguido retirar del campo de batalla las claves denostadas y, por ello, políticamente incorrectas, esto es, las marxistas. La mayoría de las organizaciones revolucionarias se afanan en difundir supuestos discursos alternativos y originales sin ausentarse, ni por un instante, del libro de estilo del pensamiento dominante, sin realizar el esfuerzo de detenerse y pensar sobre el verdadero discurso que difunden. Algunos, apercibiéndose despistadamente de ello, como si de una apreciación extrasensorial se tratara, introducen a veces, con calzador, conceptos, frases, modos marxistas de manera suelta, aislada, creyendo con ello que mantienen su conexión con el origen del que probablemente provienen, pero del que su lento y continuado divorcio durante décadas les ha incapacitado para reconocer en qué momento saltaron del tren de la revolución para volver marcha atrás, hasta ser engullidos por la abigarrada charca enfangada del revisionismo, avanzadilla burguesa dentro de las filas proletarias.

La realización de un análisis de clase permanente, permite una comprensión radical de los movimientos políticos que sirven a los intereses de clase subyacentes. Y sólo esta visión de raíz de la situación objetiva de los posicionamientos de clase faculta para poder intervenir, con un discurso revolucionario, en el superficial juego de los lineamientos de los distintos intereses de clase y sus fracciones.

El desaprendizaje del análisis marxista de la lucha de clases consigue que los discursos revolucionarios no superen el comentario descriptivo general sobre una realidad política en la que la clase obrera está completamente ausente, en la que se mantiene como mero espectador a la espera de que las otras clases decidan sobre su suerte. En esta situación, el proletariado, carente de liderazgo propio, sólo responde resistencialmente de manera puntual y aislada y en forma de escaramuzas o, masivamente, cuando, en la arena de la decisión política, alguno de los contendientes de las clases dominantes consigue sentimentalmente movilizarlo. Prueba de lo primero, del residuo de vitalidad que le queda, son las protestas, empresa por empresa, frente a las deslocalizaciones, y prueba de lo segundo, son las movilizaciones contra la guerra, contra el proceso de paz en Euskal Herria o por el derecho de autodeterminación de las naciones sin Estado.

 

La contradicción principal en la actualidad 

La situación de la clase obrera es, actualmente, pésima y se corresponde con el general estado de postración y anquilosamiento de la mayor parte del movimiento comunista internacional. El movimiento de resistencia económico sólo retrasa el proceso degenerativo y acentúa el desánimo y el descrédito comunista en la clase. Éste es el balance de las últimas décadas, y no puede suplirse con el fantástico autoengaño, en el que incurren gran parte de los destacamentos comunistas, de extender el movimiento revolucionario mundial desde los populismos antimarxistas bolivarianos y sus asociados latinoamericanos, hasta los ultrarreaccionarios integristas islámicos, y menos, incluir en él al movimiento obrero esporádico y resistencial que no se resigna a perder su cuota de poder y prosperidad social alcanzado en las sociedades imperialistas que moldea el Estado del bienestar, esto es, a la a veces muy radical y combativa aristocracia obrera. Cuando se ha firmado recientemente un nuevo acuerdo de reforma laboral entre los agentes sociales de la burguesía, la CEOE y los sindicatos, bajo el amparo del Estado burgués, por el que los derechos, antaño limados, son nueva y sustancialmente arrancados, no se ha producido contestación alguna de relevancia por parte de ese movimiento obrero dependiente y domesticado, ni espontánea ni organizadamente. Hace tiempo que la aristocracia obrera, representada directamente por los sindicatos, forma parte indispensablemente del bloque hegemónico. Las masas proletarias, por el contrario, no faltan a la cita que se les tiene dispuesta y para la que son preparadas ideológicamente a diario: el consumo a plazos, la Fórmula 1, los golden boys machotes hispánicos del baloncesto, el fútbol y sus entrañas de telenovela... Hace tiempo que no es consistente el principio de esperar un resurgir espontáneo de las masas. No existe un movimiento de masas neutro, como explicábamos en la Declaración Política del 1º de Mayo de 2004 (publicada en LA FORJA, nº 29, con el título, Guerra y elecciones). En el momento actual, la lucha de clases en el Estado español, entre la burguesía y el proletariado, está aletargada. Por ello, entre otras razones, la contradicción principal reside actualmente en el interior del bloque hegemónico, y a su lucha interna son arrastrados el resto de sectores sociales que acaban sirviendo los dictados de alguna de las dos principales fracciones de clase enfrentadas. Una prueba de ello fue, en pleno mandato del PP, el pacto alcanzado con la aristocracia obrera con el acuerdo sobre las pensiones para cerrar momentáneamente un frente abierto con los sindicatos y poder combatir el gobierno, con todas sus fuerzas, la propuesta nacionalista vasca del Plan Ibarretxe.

 

La fisura en el interior del bloque hegemónico 

         Durante el gobierno del Partido Popular, el pacto constitucional, alcanzado durante la Transición por las distintas fracciones de la clase dominante, fue roto por una de las facciones que este partido dirige. El análisis de clase permite comprender el porqué de esta ruptura. A partir de los años ochenta se va reconvirtiendo todo un sector de la burguesía a raíz del cambio que se produce en la estructura productiva. Se recorta el sector estatal y se procede a la privatización masiva de amplios sectores económicos que antes estaban incluidos en él. La reconversión económica e industrial, que es fruto de la derrota aplastante del movimiento obrero después de la liquidación de las organizaciones políticas revolucionarias -empezando por el PCE, que hacía mucho tiempo ya que se había convertido en garante, usurpando el nombre del proletariado, de la conciliación nacional, y continuando con la desaparición de prácticamente todas las organizaciones a su izquierda-, deja libre el campo a la derogación, recorte y mutilación de leyes y derechos conquistados, con lo que aumenta considerablemente la explotación del proletariado, que ya no está en condiciones de oponerse con éxito, produciéndose una acumulación de capital en nuevas manos que va propiciando la aparición de una nueva fracción emergente dentro de la clase capitalista, que se sostiene sobre la acumulación rápida y fácil, sobre todo a partir del sector de la construcción, del que se cuelgan otras ramas de la economía, como el turismo, permitiendo una dinámica muy activa regida por la especulación y, todo ello, sin interferencias por conflictos de clase ni social ni políticamente importantes. Las modificaciones legislativas, liberalización de alquileres, contratos basura, cambios en la ley del suelo, y las sucesivas reformas laborales pactadas con los sindicatos, ahora correas de transmisión de los intereses de la burguesía en lugar de serlo de las organizaciones comunistas revolucionarias, alimenta la pujanza de este nuevo sector de la clase burguesa que buscará la expresión política de sus intereses fundamentalmente entre las corrientes del PP, cuya dirección tratará de integrar la incorporación del modelo económico americano con el resurgir de una doctrina nacionalista españolista como bandera ideológica y aglutinante de masas. Para este resurgir ideológico y para otorgar un espacio político a estos nuevos sectores económicos emergentes de la burguesía, el PP terminará poniendo en cuestión el pacto constitucional. El Estado de monarquía parlamentaria que surge de la Constitución de 1978 se sostiene sobre la alianza de tres clases principalmente, que son las que conforman desde entonces el bloque hegemónico: la oligarquía financiera (fusión de bancos y monopolios), la aristocracia obrera y las burguesías nacionales periféricas. Los nuevos sectores emergentes de la burguesía, formados y enriquecidos rápidamente en pocos lustros, consiguen ejercer su influencia en el partido del gobierno y, desde aquí, iniciar una ofensiva para reclamar un lugar dentro del bloque dominante, lo cual implica la reorganización de la relaciones de clase en su seno. Los giros del Gobierno Aznar en casi todos los ámbitos de la política persiguen ese objetivo, destacando los criterios en política económica, que descaradamente primaban los intereses de los nuevos ricos en detrimento de otros sectores económicos (destaca el asunto del Plan Hidrológico Nacional, auténtico expolio de los agricultores de las riberas del río Ebro para favorecer el boom turístico-inmobiliario del sureste levantino). Pero será la presión ejercida sobre las burguesías de las naciones periféricas del Estado, con el fin de desplazarlas de su posición de codominio dentro del bloque hegemónico, cuando el liderazgo del PP empieza a ser contestado por elementos importantes de la poderosa oligarquía financiera, cuyos intereses estratégicos, que habían configurado la política del Estado durante décadas, también empezaban a ser lesionados por la ruptura del consenso, los giros de 180 grados en política y la actitud de apisonadora practicados por la mayoría absoluta del gobierno. Cuando la tradicional vocación europeísta en política exterior del Estado imperialista español es también subvertida por el gobierno, involucrándose directamente en la Guerra de Irak como aliado de EE. UU., se da la señal para el contraataque de la poderosa clase dominante tradicional, que acepta el reto de la confrontación política que habían estado provocando los sectores que ahora representaba el gobierno y que moviliza a las masas y pone en cabeza de esta maniobra al otro gran partido del sistema. El 11-M y la pésima gestión de la crisis por parte del Ministerio del Interior terminaron de resquebrajar las posiciones sociales y políticas representadas por el aznarismo. Sin embargo, no ha sido derrotado del todo. La estrategia de desgaste y confrontación que aplica el PP desde la oposición dan cuenta de que la fisura entre las fracciones de la clase dominante sigue abierta y puede dirigirse hacia la fractura. La vanguardia del proletariado debería reflexionar sobre esto y optar por planes políticos que favoreciesen esta tendencia a la profundización de las contradicciones entre los enemigos del proletariado, en lugar de levantar banderas, como la de la III República, que o bien las amortiguan, o bien ponen al proletariado del lado y al servicio de uno de los contrincantes. 

 

Las tendencias hacia la III República 

            Durante este periodo de tiempo, los últimos 6 años transcurridos entre la mayoría absoluta del PP y el actual gobierno de Zapatero, se van produciendo acontecimientos que muestran las tendencias convergentes a favorecer una recomposición de la izquierda radical bajo la bandera estratégica de la III República.

1ª tendencia. El estado descrito de las contradicciones de clase en el Estado español refleja una situación peculiar dentro del contexto europeo. Así, mientras en Alemania toda la burguesía puede ponerse de acuerdo en una gran coalición, formando un gobierno de concentración para explotar al proletariado, ir desmontando el Estado del bienestar y recuperar el papel de liderazgo en la reactivación europea, demostrando que la contradicción principal es la que define la confrontación entre burguesía y proletariado, en el Estado español, a más de dos años de las últimas elecciones, la contradicción principal sigue situándose en el seno de la burguesía: la fisura en el seno de la clase dominante se va abriendo en todos los temas de importancia, llegando incluso a involucrar al Parlamento europeo en el caso del proceso de paz vasco. Es previsible que el enconamiento prosiga y se acreciente ante el próximo proceso electoral. También es previsible y probable una fomentada polarización de las masas en la calle por los temas más sensibles y sensibleros: terrorismo, nacionalismo, memoria histórica, corrupción… Pero quien levantará la bandera del pueblo, de la izquierda, del antitotalitarismo, del talante y el diálogo, será el PSOE, que volverá a atizar el peligro fascista representado por el PP. El análisis superficial de esta tendencia provoca un lógico pero primario anhelo de regeneración democrática, cuya representación edulcorada vendría dada por el reclamo de una III República. Se trataría de una bandera lo suficientemente flexible bajo la que se puedan cobijar todo tipo de descontentos, desde los parciales y sectoriales a los de miras más generales. Esta tendencia, aparentemente espontánea, está consiguiendo enganchar a todo un sector que, aunque pequeño numéricamente, es siempre activo y está representado por una legión de pequeñas organizaciones que se convertirían en las fuerzas de choque contra una derecha que mantiene su radicalización, al igual que ya ocurrió en las movilizaciones contra la guerra.

2ª tendencia. La aceptación de la quiebra del pacto de silencio acordado en la Transición ha abierto el baúl de las contradicciones desde el seno de la clase dominante a la sociedad civil. Unas contradicciones que no superan el marco establecido dentro de los esquemas de pensamiento que recorren el bloque hegemónico. Esta ruptura, provocada por el PP con la recuperación ideológica del españolismo más rancio, basado en la popularización de los principios vigentes durante la dictadura franquista, libera al PSOE para generar un nuevo discurso ideológico que contrarreste al anterior. Se provoca, así, la apertura del régimen de silencio a la voz de los vencidos, que ya pueden volver a expresarse, al amparo institucional, sobre la República, la Guerra Civil y la Dictadura. De ahí el resurgir de la llamada memoria histórica, del recuerdo democrático y socialmente positivo de la II República y el rescate del olvido de las victimas de la guerra y la represión, amparado por primera vez en treinta años por el discurso institucional del partido en el gobierno y concretado en hechos determinados, incluso de carácter legislativo. En esta tarea, el gobierno ha obtenido el apoyo de los representantes políticos de las burguesías de las naciones periféricas que conforman la parte del bloque hegemónico que ha sido agredida por el PP. A destacar es el caso de ERC y del BNG, por paradigmático e ilustrativo de la fuerza y dominio del bloque hegemónico a pesar del enfrentamiento interno que sufre. Tratándose de partidos que se declaran independentistas y republicanos, han empleado su éxito electoral entregándose al gobierno autonómico, institución del Estado español, junto a partidos que apuntalan al régimen desde la Transición, contribuyendo a la estabilidad del panorama político en el resto del Estado, y su reiterada predilección por el pragmatismo frente a los principios les ha llevado a sustentar la intervención imperialista internacional en el Líbano, donde se dirime un conflicto de autodeterminación histórico y de los más candentes del momento en el mundo, con lo que han quedado al descubierto sus intereses de clase hegemónica, europeísta e imperialista, prevaleciendo sobre su programa nacional supuestamente liberador, y sentando un precedente que los invalida como partidos capaces de liderar cualquier deseo rupturista del Estado desde el punto de vista independentista. ERC y BNG quieren entrar a formar parte, así, de la coalición de clase del imperialismo español y, en la práctica, están justificando el dominio del Estado español sobre las propias Catalunya y Galiza.

La domesticación de ERC y BNG es precisamente uno de los componentes que suponen hasta el momento el mayor éxito del gobierno de Zapatero: la reincorporación de las burguesías nacionales al bloque político y económico dominante en el Estado. El gobierno ha conseguido arrastrar a CiU al pacto de descafeinamiento del Estatut rompiendo el consenso entre las fuerzas parlamentarias catalanas y relegando a futuros lejanos la cuestión nacional, incorpora al Bloque al gobierno de Galiza y logra abrir un proceso de paz en Euskal Herria empujando a los nacionalistas vascos, radicales o no, a un escenario en el que les ha arrebatado la iniciativa democrática.

3ª tendencia. El continuo e imparable deterioro del PCE y su coalición IU deja todo un sector a su izquierda que, ante la peligrosa posibilidad de radicalización, debe ser encauzado por la vía institucional y parlamentaria. La escisión de Corriente Roja en el año 2005, se hace precisamente bajo la consigna de la recomposición de la izquierda ante la cada vez más evidente liquidación del PCE como mero apéndice del PSOE y enarbolando el objetivo estratégico de la III República. El PCE, que no quiere perder este posible tirón, está atrapado entre proseguir con su posibilismo de asistente del PSOE o entregarse al oportunismo republicanista. Se ha apuntado decidida y oportunistamente al carro sentimental del republicanismo, manteniendo la histórica contradicción de no cuestionar en absoluto el régimen burgués.

4ª Tendencia. En esta supuesta atmósfera de recuperación republicanista, se produce una euforia, en muchos grupos que abanderan el proyecto republicano, que está basada en la propia voluntad de confundir la situación política objetiva con los deseos tantos años reivindicados y reprimidos. Para otros grupos, por el contrario, lo que los mueve hacia la III es el más puro oportunismo político, después de su renuncia decidida y continuada del marxismo-leninismo. Renuncia debida a su incapacidad para comprender las tareas necesarias para reconstituir ideológica y políticamente el comunismo y abrir la vía revolucionaria en el Estado español. El tirón mediático y la generación de una corriente sentimental sociopolítica, despierta sueños de posibilidades de éxito electoral. Se constituye así una tendencia objetiva en la que van desembocando todos los colectivos revisionistas del movimiento comunista en el Estado español.

 

La verdad de la apuesta republicana 

Mientras la mayoría de estos colectivos, desde los trotskistas a los marxistas de todo tipo, abrazan la solución republicana como supervivencia colectiva, vendiéndola como solución de los problemas sociales y políticos en el Estado español, otro grupo de organizaciones se encuadra bajo la estela de sus respectivas pequeñas burguesías nacionales y optan por anteponer la nación a la clase, rechazan la República del Estado español pero abrazan una república para su nación, convirtiéndose en revolucionarios chovinistas. Están cayendo, unos y otros, de lleno en la trampa que les está tendiendo uno de los sectores en pugna del bloque hegemónico. El programa abertzale para la solución del conflicto vasco, por ejemplo, no pone en cuestión en ningún momento la correlación de clases y se basa en el reconocimiento de los derechos democráticos básicos del pueblo vasco en un mundo donde los derechos de autodeterminación son pisoteados más que nunca desde la última gran guerra.

Con diferentes argumentaciones, basadas en distintos análisis de la realidad objetiva, los propagadores de la III, pretenden difundir la idea de la República como la panacea capaz de resolver todos los problemas de orden democrático que aquejan a la sociedad. Identifican democracia con justicia social. La adjetiven como República popular, federativa, confederal o de trabajadores, no son más que diferentes apelativos con un denominador común: establecer, en aras de un aglutinamiento masivo, un proyecto de programa democrático mínimo para la unidad de acción y la participación electoral. Para que este programa sea asumible por un amplio espectro de organizaciones de la izquierda es necesario rebajarlo al máximo para convertirlo en un programa de mínimos, y esto es lo que en primer lugar acordaron unos cuantos de estos grupos en un encuentro estatal, allá por octubre de 2003, los llamados Ocho puntos, donde no sólo no se cuestiona el carácter de clase del Estado, que sólo se democratiza, sino que se deja a la decisión de una contienda electoral la elección entre monarquía y república.

El llamado déficit democrático, característica de las sociedades capitalistas avanzadas, es fruto directo de la derrota del proletariado en la aguda lucha de clases que sostuvo contra la burguesía durante el primer Ciclo revolucionario. La incorporación de un sector de ese proletariado al bloque hegemónico a cambio de parte de los beneficios de la explotación imperialista, permite socavar los derechos democráticos más básicos en nombre de consensos que permiten mantener la estabilidad del propio régimen democrático burgués y de cada uno de los distintos sectores que de él se benefician. Se está demostrando que en las actuales sociedades de democracia burguesa, el capital no necesita recurrir al fascismo para reprimir con igual dureza y efectividad al proletariado.

Con el inicio de la época del imperialismo, la etapa progresista de las sociedades democrático burguesas toca a su fin. La burguesía, otrora revolucionaria, ahora es reaccionaria. El proletariado medio ha sido absorbido por el sistema y, a cambio de una parte del pastel, ha asumido el papel de gendarme entre los sectores más conscientes y apartados del festín. Esto indica que el Estado español es ya una sociedad capitalista madura, en la que la democracia burguesa ya tuvo su gran época de máxima expresión durante la II República. En ese periodo, la democracia republicana mostró sus enormes contradicciones y desembocó, debido a la presión popular y al grado de libertad alcanzado, en el fascismo como recurso de salvación de la burguesía más reaccionaria, cuando ya el proletariado reclamaba extender la democracia a todos los ámbitos de la sociedad y no sólo a las formas de expresión institucionalizadas y se aprestaba a realizar la revolución. Después de la II Guerra Mundial, el proletariado europeo es mayoritariamente incorporado al bloque dirigente por lo que, después de la dictadura franquista, la transición nació en un momento en que los principios democrático burgueses más puros estaban en franco retroceso en todo el entorno europeo, con Estados represores, una clase obrera débil y mayoritariamente sumisa y la mayoría de sus organizaciones domesticadas. También en el Estado español la correlación de fuerzas era desfavorable a las revolucionarias. La mayoría de la población no movió un dedo para hacer caer la Dictadura y, aunque muy activa, la minoría revolucionaria no supo romper el clima dominante del que la sociedad estaba impregnada. Franco dejó todo atado y bien atado. Es por todo ello que fue imposible la ruptura. La Transición representa ese acuerdo deleznable por traer una democracia cercenada a lo burgués y basada, no en principios elevados -libertad, igualdad, fraternidad- sino en las inviolables leyes de mercado y del capital, a cambio de participar en la gestión de parte de los beneficios como miembro del club de los países imperialistas. La lógica de la democracia bajo el dominio del capital es la lógica capitalista.

 

Por la democracia, luchar por la Dictadura del Proletariado

Primero deberíamos saber, como marxistas revolucionarios, que el sistema democrático, tome éste el aspecto de monarquía parlamentaria o el de república, no es más que el modo en como la burguesía establece su sistema de explotación. Deberíamos también aceptar la teoría marxista del Estado y saber que en una sociedad dividida en clases, la democracia la disfrutan las clases dominantes en contra de las oprimidas. No explicar esto a las masas y, en cambio, identificar la forma supersetructural del régimen con su base estructural clasista, es engañarlas.

Así pues, desde el punto de vista de los principios marxistas sobre el Estado, llamar a la democratización es llamar actualmente a la derrota del movimiento de masas, es llamar a la continuación del modelo escogido por la burguesía de subyugación del proletariado, es renegar en los hechos, en la práctica, de la lucha por la transformación social, por el salto cualitativo que supone la revolución comunista. No es posible luchar por la democracia sin luchar por acabar con el capitalismo. Lucha por la Dictadura del Proletariado es el único camino de las masas hacia la democracia. Democracia para el pueblo trabajador y dictadura contra las clases reaccionarias. En una sociedad de capitalismo imperialista no existe etapa de transición al socialismo, el único camino es la revolución comunista.

La república es una cuestión secundaria que manipula a su antojo la clase dominante al servicio de la lucha entablada en su seno. La alternativa republicana es la única que el régimen burgués va a permitir al proletariado radicalizado. Ésta será su alternativa para recomponer su dominio en caso necesario y conseguir derrotar y defraudar de nuevo las esperanzas populares. Sólo existe democracia para la clase obrera imponiendo la Dictadura del Proletariado.

Los seguidores de la causa republicana son seguidores de una causa ajena al proletariado, ya fracasada, y que hoy, como en su día, es generada por intereses de la burguesía. Los seguidores de la causa republicana caen en esta trampa porque hace mucho que ya no son independientes del dominio ideológico de la burguesía, hace mucho que llevan renegando del marxismo y, por ello, convertidos en revisionistas y oportunistas, están acostumbrados a depender de los giros políticos que les marca la burguesía, a acudir allí donde la burguesía les genera un conflicto que indefectiblemente perderán una y otra vez, están acostumbrados a no llevar la iniciativa revolucionaria a las masas, están acostumbrados a resistir donde las masas quieren resistir y a huir donde las masas huyen, están acostumbrados a su estilo de vida dependiente y a las migajas que reciben de su compromisos con el poder. Están acostumbrados a ir, en definitiva, a remolque de los acontecimientos. Viven de gestas del pasado que ni tan siquiera han protagonizado o confunden sus mediocres currículos con grandes luchas heroicas que otros libraron por ellos. Se reclaman de ideologías y políticas que más desconocen cuanto más las citan. Se emboscan para autojustificar sus fracasos en una visión idealizada del obrero medio. Ensalzan al proletario como individuo de una clase económica que defiende sus intereses burgueses para mantenerse en un puesto de trabajo del cual no es dueño, sin darse cuenta de que al elogiarle, muestran su amor por su condición de esclavo asalariado. Son los que idolatran esta esclavitud asalariada del obrero medio pero temen al obrero comunista revolucionario, que odia su condición de clase, que lucha por romper la cadena de producción y con ella las cadenas que le atan a su dependencia, para liberarse en su integración consciente en la lucha revolucionaria.

Mientras el revisionismo de toda laya se encamina hacia la nueva charca republicana, el proletariado consciente, revolucionario, sólo puede seguir el camino de la revolución comunista.

Para seguir esta senda es imprescindible cumplir los requisitos previos de reconstitución ideológica y política del comunismo. De ello, en LA FORJA venimos hablando sin descanso.

 

¡Por la independencia del proletariado!

¡Por la Dictadura del Proletariado!

¡Combatir la consigna de III República!