SOBRE LA I CONFERENCIA DE LA OCPV
En la hoja de ruta de la
Revolución: el problema de la Conciencia, el Partido y el Estado
“Al mismo tiempo, y aún prescindiendo por
completo del esclavizamiento general que entraña el sistema del asalariado, la
clase obrera no debe exagerar a sus propios ojos el resultado final de estas
luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra
las causas de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento
descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura
la enfermedad (…). En vez del lema conservador de ¡Un salario justo por una jornada de
trabajo justa!, deberá inscribir en su
bandera: ¡Abolición del sistema de trabajo asalariado!”
Karl Marx
“El que sea correcta o no la
línea ideológica y política lo decide todo. Cuando la línea del Partido es
correcta, lo tenemos todo: si no tenemos hombres, los tendremos; si no tenemos
fusiles, los conseguiremos, y si no tenemos
el Poder, lo conquistaremos. Si la línea es incorrecta, perderemos lo que hemos
obtenido”.
Mao Tse-tung
“Precisamente porque el
marxismo no es un dogma muerto, no es una doctrina acabada, terminada,
inmutable, sino una guía viva para la acción, no podía por menos de reflejar en
sí el cambio asombrosamente brusco de la vida social. El reflejo de ese cambio
ha sido una profunda disgregación, la dispersión, vacilaciones de todo género,
en una palabra, una crisis interna sumamente grave del marxismo. La resistencia
decidida a esa disgregación, la lucha resuelta y tenaz en pro de los
fundamentos del marxismo se ha puesto de nuevo a la orden del día”.
Lenin
“Hurga
en el pasado y perderás un ojo; olvídate de ese pasado y perderás los dos”.
Proverbio ruso
Necesitamos la revolución. El imperialismo ahoga al mundo
en sangre. Las masas, por cientos, se inmolan en nombre de la liberación de los
pueblos. Estos hombres-bomba llegan a atacar el mismo corazón del capitalismo,
dando lecciones de determinación en su lucha, de su capacidad de entrega; pero
en ese camino abrazan ideologías reaccionarias que sólo pueden ofrecer más de
lo mismo. Son la máxima expresión de la incertidumbre en la que viven, fruto de
las reglas del juego que nos impone la burguesía, una clase decadente que hoy
sólo puede ofrecer sufrimiento, pero que se niega a su enterramiento en la
sepultura de la historia.
Y ante este caos, ¿qué respuestas prepara el movimiento
comunista (le llamaremos así para distinguirlo de otras corrientes de pensamiento,
pero es cierto que hoy no se hace acreedor a este nombre)? Aparte de las
archiconocidas y repetitivas denuncias de las condiciones objetivas, —durante
largo tiempo una quimera insuficiente por sí misma para la caída del sistema—,
hay una parte del movimiento que destaca la inaplazable necesidad del factor
subjetivo, el partido del proletariado, hoy condicionado por el estado en el
que se encuentra la conciencia revolucionaria de la clase obrera. Del acierto
en la resolución de este problema depende que la vanguardia devuelva en este
principio del siglo XXI a la Humanidad al verdadero camino de su liberación.
Una propuesta insuficiente
En el Estado español, el PCR ha conocido la publicación
del documento de la Organització Comunista del País Valencià (OCPV) sobre los
acuerdos de su I Conferencia, denominado La
OCPV reafirma su compromiso de avanzar hacia la construcción del Partido
Comunista [que publicamos como Anexo
a continuación del presente artículo], y quiere contribuir con su valoración en
la necesaria lucha de dos líneas, motor de la Reconstitución del Partido
Comunista (PC) en el Estado español.
El aspecto más interesante de todo el documento es la
insistencia en la necesidad del factor subjetivo de la clase: “La tarea
principal de los comunistas es la construcción del Partido”. En ese sentido,
nosotros ya hemos señalado que, al igual que la revolución tiene etapas y
tareas diferenciadas, la construcción del Partido también las tiene. ¿Cuál es
el primer paso o la primera etapa de la construcción del PC?: su constitución.
En el Plan de Reconstitución, planteamos el PC como instrumento y objetivo
estratégico inmediato imprescindible de la revolución. Pero si coincidimos en
el objetivo, el problema es cómo abordar la Reconstitución partidaria.
Valoremos el conjunto del texto para tener una idea más precisa de lo que nos
propone la OCPV, pues creemos que las diferencias van mas allá de una simple cuestión semántica.
En primer término, la convocatoria de una Conferencia que
se ha centrado, sobre todo, en los problemas de “política obrera y sindical” ya
denota la concepción partidaria de los camaradas. Es toda una declaración de
principios, pues circunscriben el movimiento obrero, la lucha del proletariado,
a un movimiento puramente económico. Así lo plantean en el documento: “En lo
que respecta al movimiento obrero, la I Conferencia trabajará en su seno,
siguiendo una misma línea e integrándose en las
organizaciones sindicales que requiera cada momento y lugar, con el
objetivo de aglutinar a la clase obrera”; cuando sabemos que ésta es algo mucho
mas rico: como concepto político, es el movimiento sindical más otras
expresiones de luchas parciales del proletariado, al que se suma, en el proceso
de Reconstitución, su movimiento de vanguardia. Es cierto que, en este momento,
la clase se muestra principalmente como movimiento económico, pero al fin y al
cabo es una visión estrecha, profundamente reformista. Por tanto, plantear el
trabajo sindical como principal es limitar el movimiento a su carácter resistencialista,
encorsetarlo en lo económico.
Con esa premisa, establecen cuál va a ser su relación con
las masas proletarias. Los de la OCPV recluyen al proletariado en las fábricas
y se preparan para asumir funciones de sindicalistas “un poco más rojos”, para
practicar “el sindicalismo de clase”, expresión que encaja en el sindicalismo
reformista que practican. Quizá se refieran a defender con algo más de
entusiasmo las migajas que nos deja el capital, lo que se traduce en un punto
más en el convenio de turno o en pequeñas mejoras sociales en la negociación
con el patrón. De ahí saldrán los futuros revolucionarios, defienden ellos, y
así lo recoge el documento en los acuerdos de la Conferencia: “La intervención
de los comunistas en las reivindicaciones concretas debe tener como perspectiva
la acumulación de fuerzas para la Revolución”.
El sindicato no es una organización revolucionaria, es en
todo caso el frente de resistencia general del proletariado, su modo más puro
de organización para la lucha económica contra el capital. Por tanto, una
primera recomendación para los camaradas sería que acabaran con su purismo obrerista. Así criticaba Lenin, en su
¿Qué hacer?, a aquellos que
mistificaban la lucha económica en el Partido:
“(…) el error fundamental de todos los
‘economistas’, a saber, la convicción de que se puede desarrollar la conciencia
política de clase de los obreros desde dentro, por decirlo así, de su lucha
económica, o sea, tomando sólo (o, cuando menos, principalmente ) esta lucha
como punto de partida, basándose sólo (o, cuando menos, principalmente) en esta
lucha. Esta opinión es falsa de punta a cabo”.
Es evidente que los camaradas no tienen en cuenta que la
lucha sindical no se propone acabar con las relaciones sociales capitalistas,
sino que se limita a “defender” dentro de esa relación a los que venden su
fuerza de trabajo. Recordemos de nuevo a Lenin cuando dice:
“El interés económico fundamental del
proletariado puede ser satisfecho únicamente por medio de una revolución
política que sustituya la dictadura de la burguesía por la dictadura del
proletariado”.
Los camaradas defenderán que es la lucha más “netamente
obrerista”, y esto es así, efectivamente. La lucha de la clase por un mejor
salario forma parte, sin duda, de la historia de nuestro movimiento. El
proletariado se conforma como clase a lo largo del siglo XIX, y tras un periodo
de luchas en defensa de sus intereses económicos frente a la burguesía, se
organiza políticamente en partido. Pero eso es ya la prehistoria. El obrerismo,
o mejor dicho, el fetichismo obrerista, forma parte de los males que nos
aquejan desde hace décadas, en concreto, desde la época de la II Internacional.
Por tanto, ensalzar esas luchas perjudica la realización de las tareas actuales
de los revolucionarios, les desorienta de sus verdaderos compromisos, supone
dar marcha atrás en los objetivos históricos, es un reflejo de los parámetros
burgueses por los que se guía el movimiento comunista en el Estado español.
Detengámonos por un momento en el texto de Stalin Brevemente, sobre las discrepancias en el Partido, escrito en 1905, que
aunque proclive al espontaneísmo e
influenciado por la “teoría del derrumbe” (en más de una ocasión se habla de la
“inevitabilidad” del socialismo), sitúa acertadamente algunos elementos de la
relación entre la conciencia y el movimiento obrero, es decir, entre la
vanguardia y las masas, a la vez que aclara cuál es la verdadera conciencia de
la clase, en los distintos periodos históricos:
“Existe el capitalista. Hay obreros y
patronos. Entre ellos se entabla la lucha. No se ve en parte alguna el
socialismo científico. No existía en parte alguna el socialismo científico
cuando los obreros luchaban ya”.
Tras una alusión a las distintas luchas que desarrollaban
ya los obreros, entre ellas la económica, nos dice:
“Pero esto por sí sólo no quiere decir
que los obreros tengan conciencia socialdemócrata, esto por sí sólo no quiere
decir que el objetivo de su movimiento sea la demolición del régimen
capitalista”.
Como vemos, la lucha sindical no provoca una fractura
social, pues no cuestiona en ningún caso el marco de relaciones sociales
burguesas. Al contrario, se adapta a él: la clase se reafirma como clase
productora asalariada y explotada. El movimiento obrero, tal como nace del sistema
capitalista, no es revolucionario. Los valencianos parten de un principio
erróneo, que la conciencia “de clase” es conciencia revolucionaria. Al
respecto, lo que proponen es trabajar sobre el mismo movimiento, no alejarse de
él para darle, como mucho, un tono un poco más “rojo”. Este es el error
fundamental que subsiste en el planteamiento de trabajo con el movimiento
sindical: los camaradas piensan que la cuestión es la dirección de ese
movimiento, no su naturaleza política —revolucionaria o reaccionaria— como tal
movimiento, y lo demuestran cuando dicen: “Los comunistas lucharán por un
sindicalismo de clase” y “deben tener la misma línea política, marcada por la
Organización, independientemente del sindicato en el que militen”; o en esta
otra cita, donde afirman con rotundidad: “Ni la existencia de direcciones
sindicales reaccionarias (…) deben determinar la acción de los comunistas en el
seno del movimiento obrero”.
Limitan la resolución del problema a que, una vez
organizados, simplemente el cambio de dirección supondrá dotar de fuerza
revolucionaria al movimiento sindical. Prueba la OCPV con ello desconocer que,
en realidad, la conciencia que proporciona a los obreros su lucha en el
estricto terreno sindical, esto es, el de las relaciones capitalistas, no puede
rebasar el marco de la ideología burguesa. Para revolucionar sus conciencias,
para adquirir conciencia revolucionaria los obreros tienen que salir fuera de
este tipo de luchas, adquirir experiencia en las luchas políticas. Se trata de
la necesaria escisión de la conciencia revolucionaria, la conciencia “para sí”,
de su conciencia burguesa, la conciencia “en sí”. La experiencia histórica
demuestra que el movimiento comunista nace como escisión del movimiento obrero.
Sin embargo, al no percibir que la clase ha alcanzado su
madurez histórica, que ha pasado su etapa de formación como clase económica, y
que ahora sus luchas deben anunciar o encaminarse hacia un proyecto social
nuevo, la condenan a no tomar las riendas de la historia, a no buscar su autoemancipación.
Sin ese reconocimiento histórico, la OCPV condena a la clase a no construir su
movimiento revolucionario independiente, a jugar un papel secundario, a
"que los obreros se encarguen de la lucha económica y que la
intelectualidad se fusione con los liberales para la lucha política”, como
advertía Lenin. Parece que éste es el mensaje que intentan trasladarnos. Es
decir, la primera tarea en la que se aplica la OCPV es la de sindicalizar las
tareas del partido. Esto se observa en la división del documento en dos grandes
bloques: cuando hablan del proletariado, lo hacen para organizar su lucha
económica; cuando hablan de la pequeña o mediana burguesía, es cuando empiezan
a hablar de alta política.
La OCPV no entiende que su planteamiento obstaculiza de
partida el desarrollo de la línea proletaria, el desarrollo de un verdadero
programa revolucionario. Como dice la Tesis
de Reconstitución, de lo que se trata no es de consolidar cuantitativamente
al proletariado, sino de sobrepasar las condiciones que lo determinan como
clase social, en realidad, trascender su realidad material. Nuestro
destacamento no propone directamente abandonar los sindicatos, sino buscar en su seno a los elementos de
vanguardia que lideran de la manera más honesta y coherente los intereses
generales de la clase. Pero la relación que defendemos con estos dirigentes no
es con el fin de organizar sindicatos más combativos, “de clase”; al contrario,
es la ruptura con esas luchas para elevarlos a las posiciones ideológicas y
políticas del comunismo y, en particular, para atraerlos hacia las labores
necesarias para la Reconstitución del Partido.
Para los camaradas, en su talante
espontaneísta-obrerista, el movimiento obrero ya es socialista, o al menos
tiende a ello, sólo falta organizarlo y dirigirlo. Es la constatación de que en
realidad creen en la inevitabilidad del socialismo (determinismo
evolucionista). Esto es un síntoma del materialismo vulgar en el que milita la
OCPV. No es casual, por tanto, que las palabras “organización” y “movimiento”
predominen en su documento: “línea de organización en el seno del movimiento
obrero”; “dirigir importantes luchas de masas y de articular, junto a otras
fuerzas, un movimiento republicano”. Y en los acuerdos de la I Conferencia,
dicen: “Los comunistas trabajarán por dar una estructura organizada a
eventuales movimientos de protesta de trabajadores”.
De nuevo, los camaradas ignoran la experiencia del
marxismo sobre el movimiento espontáneo. Stalin, en Sobre Iskra, hablando del ¿Qué
hacer?, nos dice:
“Está claro que todo el que exalte el
movimiento espontáneo y se prosterne ante él, independientemente de su
voluntad, abre un abismo entre el socialismo y el movimiento obrero, rebaja la
importancia de la ideología socialista, la proscribe de la vida e
independientemente de su voluntad somete a los obreros a la ideología burguesa,
pues no comprende que ‘la Socialdemocracia es la fusión del movimiento obrero
con el socialismo’, que ‘todo lo que sea prosternarse ante la espontaneidad del
movimiento obrero, todo lo que sea rebajar el papel del elemento consciente, el
papel de la Socialdemocracia, equivale en absoluto independientemente de la
voluntad de quien lo hace a fortalecer la influencia de la ideología burguesa
sobre los obreros’.”
En resumen, el PC no surge directamente de las masas,
sino que es resultado de la fusión de la vanguardia, portadora del socialismo
científico, con el movimiento de masas. Por otra parte, al no comprender que el
revisionismo ha liquidado el marxismo no sólo en lo organizativo sino también
en lo teórico, la teoría recibe un trato marginal, o bien se la trata como
dogma. En el apartado dedicado a los ejes ideológicos, la teoría aparece como
una mera excusa y la organización del movimiento práctico como el destino de
todo el trabajo. Dedican de esta forma todo su esfuerzo a organizar el
movimiento de resistencia al capital, cuando sabemos que el Partido de Nuevo
Tipo Leninista nace no desde las luchas de resistencia al capital, sino desde
la teoría de vanguardia, desde su conciencia como clase revolucionaria. Hay en
todo el documento una relación demasiado relajada con el proletariado desde el
punto de vista de los requerimientos de un destacamento de vanguardia. Son
habituales locuciones como “partido de la clase obrera”, “aglutinar a la clase
obrera”, “unidad obrera”, “luchas obreras”, y se habla de las masas siempre que
se piensa en una estructura organizativa fuerte.
Finalmente, señalan que “el partido comunista ha de tener
un programa estatal”, pero lo único que en realidad concretan no es un programa
para el proletariado, no es un programa para la revolución, sino el programa de
la pequeña y media burguesía y de la aristocracia obrera, pues eso y no otra
cosa es lo que ellos llaman “política de recuperación democrática”, que se
concreta en ocho puntos. En el fondo, y también en la forma, lo que hacen los
camaradas es reconocer que nuestra clase es la que tiene que apoyar cualquier
programa pretendidamente progresista para que éste tenga perspectivas de éxito.
Pero no basta cualquier organización para poder plantear la revolución, como
cree la OCPV. Es imprescindible, antes, dotar al proletariado de una teoría de
vanguardia. Y no es ahí donde dirige sus esfuerzos la OCPV, sino a “la unidad
de acción” con la “perspectiva de la Unidad Popular” y hacia las tareas
derivadas de esta táctica.
El marxismo y la III República
Hemos explicado que la pretensión constante que recorre
todo el documento es la de acumular masas, el destino fundamental de su trabajo
sindical. Si acaso quedara alguna duda, en los acuerdos de la Conferencia
dicen: “Los comunistas estarán allí dónde estén las masas”, y con la
justificación del obrerismo como prioridad, abren su campo de acción
espontaneísta a cualquiera que esté dispuesto a engrosar su Frente de masas, al
que llaman Unidad Popular; es decir, cuando hablan de la “construcción del
Partido” se aplican en organizar el Frente. Siempre pensamos que el Frente debe
ser creación del Partido y no al contrario.
De esta forma, la OCPV se dedicará a la agitación en las
puertas de las fábricas, y no estará preparando políticos sino sindicalistas.
Intentado ampliar la base social de la aristocracia obrera o aprovechando el
acoso que sufre la pequeña burguesía, intentará, además, ganarse un prestigio
entre esas masas y liderar sus luchas espontáneas, en estos tiempos en los que
la facistización del Estado burgués cercena los derechos de muy amplios
sectores sociales no proletarios. Se trata de maniobras propias de la política
de Frente que acabarán como tantas otras experiencias de este tipo (en el
Estado o fuera de él), engrosando las filas de la Internacional Socialista o
desapareciendo (recordemos el Frente Sandinista, el Frente Farabundo Martí, o
el Frente Marxista-Leninista en el Estado español).
Desde ese afán espontaneísta, la OCPV inventa un
movimiento por la República, al que desean dirigir junto a otros destacamentos,
y así resucitar el romántico espíritu de la Guerra Civil, que encaja en su
ambición frentista. Este nuevo Frente Popular incluiría una serie de
reivindicaciones pequeñoburguesas, medida táctica obligada por su afán
inmediato por ganarse y dirigir algunas masas sin tener muy claro hacia dónde.
Ante esto, no podemos mirar hacia otro lado, y decimos con Lenin que el partido
del proletariado “debe reunir en sus decisiones tácticas la fidelidad a los
principios del marxismo y la exacta apreciación de los objetivos avanzados de
la clase revolucionaria”.
En los Fundamentos
del leninismo, texto que sin duda ha marcado la línea partidaria de los
camaradas, pero que tal vez no han leído con suficiente atención en sus mejores
aportaciones, dice Stalin acerca de la estrecha relación entre táctica y
estrategia:
“La táctica consiste en determinar la
línea de conducta del proletariado durante un periodo corto de flujo o reflujo
del movimiento, de ascenso o de descenso de la revolución; la táctica es la
lucha por la aplicación de ésta línea de conducta mediante la sustitución de
las viejas formas de lucha y de organización por formas nuevas, de las viejas consignas
por consignas nuevas, mediante la combinación de estas formas, etc., etc. (….)
la táctica persigue objetivos menos esenciales (que los de la estrategia). La
táctica es una parte de la estrategia, a la que está supeditada, a la que
sirve.”
Estamos seguros que los camaradas se han leído todas las
obras de los clásicos del marxismo-leninismo, pero no han reparado en su
contenido más sustancial.
Por este camino se defiende, de hecho, la tesis que
algunos ven fundamentada en el VII Congreso de la Internacional Comunista del
año 1935, según la cual sólo existe un tipo de Estado para nuestra época, la
época imperialista del desarrollo del capitalismo: el fascismo. Así lo
explicaba Dimitrov, teórico de los Frentes Populares:
“Ahora las masas trabajadoras de una
serie de países capitalistas se ven obligadas a escoger concretamente hoy, no
entre la dictadura del proletariado y la democracia burguesa, sino entre la
democracia burguesa y el fascismo.”
En ese Informe, que tituló La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en la lucha
por la unidad de la clase obrera contra el fascismo, Jorge Dimitrov afirmó
que el fascismo constituía una grave amenaza para la URSS y la paz y autorizó
la búsqueda de contactos con la izquierda y la burguesía progresista para
construir alianzas antifascistas, de las que los Frentes Populares en Francia y
España serán los mejores ejemplos. La lectura atenta del Informe nos da algunas
claves para comprender el tacticismo de la OCPV. Nos referimos, en este caso, a
la alusión que se hace a los jefes oportunistas. Esto dice Dimitrov:
“‘La socialdemocracia es partidaria de
la democracia, y los comunistas de la dictadura, por esto no podemos establecer
el frente único con los comunistas’, dicen una serie de jefes socialdemócratas.
Pero, ¿es que nosotros os proponemos ahora un frente único para proclamar la
dictadura del proletariado? Por el momento no os proponemos semejante cosa.”
Y en otra perla de su Informe, de la que también
pretenden copiar los camaradas, Dimitrov se pronuncia sobre el Frente Único en
los siguientes términos:
“La defensa de los intereses económicos
y políticos inmediatos de la clase obrera, su defensa contra el fascismo ha de
ser el punto de partida y el contenido del frente único en todos los países”.
Es decir, un programa de propaganda y acción políticas
sindicalista, en el que la educación de las masas en el comunismo y el carácter
revolucionario de la lucha proletaria han cedido, por las circunstancias
apremiantes del momento, ante la conciencia tradeunionista para los obreros y
el reformismo como único camino posible para la política proletaria. Al margen
de lo que esa táctica significara para el desarrollo de la revolución mundial
—cuestión que hay que dilucidar en el balance histórico—, una primera
aproximación al marco histórico en el que nace nos aclara algunas dudas: el
ascenso de los fascismos en Europa acompaña a la degeneración de la “teoría del
socialismo en un solo país”, que iba convirtiendo a la Unión Soviética de “base
de apoyo” de la Revolución Proletaria Mundial a ser considerada “la base” de la
revolución internacional. Es en este contexto, respondiendo ya a una política
internacional ligada no a los intereses de la revolución sino a los intereses
del Estado soviético, en el que Dimitrov desarrolla su famoso Informe.
Este texto en general es vacilante y refinadamente
oportunista, pues pasa de decir que “la experiencia de la Revolución de Octubre
ha demostrado, con toda evidencia, que el contenido básico de la revolución
proletaria es el problema de la dictadura del proletariado”, para a
continuación hablar de los derechos nacionales y, en concreto, de lo que el
llama “nihilismo nacional”, refiriéndose a los partidos comunistas que, dice,
“es tan perverso como el nacionalismo burgués”. No es casualidad que tras el
VII Congreso de la Internacional Comunista los partidos comunistas colocaran
como eje de toda su actividad la lucha por el Frente Único proletario y por el
Frente Popular Antifascista, y la lucha por la “democracia” y por los intereses
nacionales de sus países. De aquí a repartirse el mundo en Teherán, Yalta y
Postdam, en vida de Stalin, y a la defensa de la “coexistencia pacifica”, con
Kruschev, había pocos pasos. Por tanto, es escandalosa la miopía que sufre la
OCPV, producto de la falta de un mínimo análisis histórico, cuando rechazan en
el documento “la coexistencia pacífica” entre el capitalismo y el socialismo” y
“la transición pacífica al socialismo”, pues estas consignas, aunque enunciadas
por su sucesor, son una consecuencia más de la política defensista de Stalin,
cuestión que, estamos seguros, a los valencianos les pasa inadvertida*.
Parece claro que la OCPV toma como referencia ese
Informe, o al menos sus planteamientos generales, cuando sitúa su
política-programa de “recuperación democrática”, que retoma las posiciones que
adoptó el PCE de la II República sobre la base de las recomendaciones del
Informe, de modo que se ponen en el centro las supuestas tareas inconclusas de
la revolución burguesa, que era a lo que aspiraba parte del movimiento
pequeñoburgués, hasta llegar, después de la muerte de Franco, a la
reivindicación de “independencia nacional”. Esto último convergerá finalmente
en el socialimperialismo europeísta que apoya el proyecto de Unión Europea. El
Estado español no es un estado dependiente, sino imperialista y de lo que se
trata es de destruirlo a través de la revolución socialista, no de reformarlo
ni de conducirlo por el sendero de la liberación nacional.
Para el PCR, hoy la tarea se sitúa en la correlación
Conciencia-Partido y no en la que insiste la mayoría del movimiento —si
excluimos a los maoístas— que da el salto a la correlación Partido-Estado,
reflejo de la peor herencia del anterior ciclo. Para el PCR, este debate es
posterior a la Reconstitución partidaria, cuando verdaderamente estemos en
condiciones de plantear con seriedad la toma del poder. Pero no podemos obviar
que el movimiento en el Estado español, y también la OCPV, dedica buena parte
de su trabajo político —y la publicación de su documento conferencial es buena
prueba de ello— a la reivindicación de una entelequia llamada III República. Es
por ello que nos vemos obligados a hacer una
serie de consideraciones sobre el punto de vista del marxismo respecto
al Estado, a propósito del documento que sometemos a crítica.
Es conveniente volver a la reflexión de Lenin sobre el
tacticismo y abundar en “la fidelidad a los principios del marxismo” a la hora
de hablar de una cuestión de tanta trascendencia como es la toma del poder y el
tipo de Estado de democracia proletaria. Sin ánimo de ser demasiado prolijos,
pero buscando esclarecer cuáles han sido las posiciones que reiteradamente
aparecen en nuestra literatura, recordamos las palabras de Marx en una carta a
Weydemeyer, fechada el 5 de Marzo de 1852:
“Por lo que a mí se refiere, no me cabe
el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad
moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores
burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases, y
los economistas burgueses la anatomía económica de las clases. Lo que yo he
aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va
unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la
lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3)
que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición
de todas las clases y hacia una sociedad sin clases”.
Y añade Lenin en unos
comentarios acerca de esta cita de Marx en El Estado y la revolución:
“Marxista sólo es el que hace extensivo
el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del
proletariado. En ello estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un
pequeño (o un gran) burgués adocenado.”
No cabe duda que esta última afirmación de Lenin barre
del escenario a gran parte de los que hoy pretenden llamarse comunistas, y que,
como la OCPV, reclaman más democracia a la burguesía. Por si no fuera bastante
un texto como el mencionado para conocer en profundidad la materia de la que
tratamos, queremos traer a colación la Conferencia que pronunció Lenin en Julio
del 1919 en la universidad Sverdlov, que tituló Acerca del Estado. En la misma, recomendó la lectura del libro de
Engels El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado, y recordó a los asistentes alguna cita del
mismo:
“En él se dice que todo Estado en el que
existe propiedad privada de la tierra y los medios de producción, en el que
domina el capital, por democrático que sea, es un Estado capitalista, máquina
en manos de los capitalistas para el sojuzgamiento de la clase obrera y los
campesinos pobres. Y el sufragio universal, la Asamblea Constituyente o el
Parlamento son meramente una forma, una especie de pagaré, que no cambia la
esencia del asunto”.
¡Qué actuales suenan algunas palabras dichas hace más de
un siglo, qué energía dialéctica para fundamentar la crítica al cacareo
democrático-burgués de algunos compañeros de viaje!
Para terminar este pequeño repaso, conviene recordar
nuevamente a Stalin en un texto ya citado, Fundamentos
del leninismo, en su epígrafe dedicado a la dictadura del proletariado. Nos
dice:
“La cuestión de la dictadura del
proletariado es, ante todo, la cuestión del contenido fundamental de la
revolución proletaria. La revolución proletaria, su movimiento, su amplitud,
sus conquistas sólo toman cuerpo a través de la dictadura del proletariado. La
dictadura del proletariado es el instrumento de la revolución proletaria, un
organismo suyo, su punto de apoyo mas importante”.
Y a modo de síntesis de su pensamiento, nos señala dos
conclusiones:
“Primera conclusión, la dictadura del
proletariado no puede ser ‘plena’ democracia para todos, para los ricos y para
los pobres, la dictadura del proletariado debe ser un Estado democrático de
manera nueva (para los proletarios y desposeídos en general) y dictatorial de
manera nueva (contra la burguesía). Las frases de Kautsky y Cía sobre la
igualdad universal, sobre la democracia ‘pura’, la democracia ‘perfecta’, etc.,
no son más que la tapadera burguesa del hecho indudable de que la igualdad
entre explotados y explotadores es imposible. La teoría de la democracia ‘pura’
es la teoría de la aristocracia obrera, domesticada y cebada por los saqueadores
imperialistas”.
¿No sienten los camaradas de la OCPV inquietud después de
leer estas palabras de Stalin y volver a su documento, donde dicen que el
contenido fundamental de la política comunista debe ser la “recuperación
democrática” y el “restablecimiento de la soberanía popular”? Es cierto que
esta canción ya la hemos oído, pues nos suena el estribillo: son los viejos
señuelos dirigidos a la pequeña burguesía y a la aristocracia obrera. Prosigue
Stalin con una segunda conclusión:
“La dictadura del proletariado no puede
surgir como resultado pacífico de la sociedad burguesa y de la democracia
burguesa; sólo puede surgir como resultado de la demolición de la máquina del
Estado burgués, del ejército burgués, del aparato burocrático burgués, de la policía
burguesa”.
No encontramos en el documento de la OCPV algo que
desmienta que esa relación de puntos programáticos permitirá que la democracia
burguesa pueda evolucionar hacia otra cosa. Esto sólo se insinúa; pero lo único
cierto es que no preparan la revolución (cuando la nombran lo hacen a
hurtadillas, sin verdadera convicción; será para no asustar a sus aliados, o
bien porque en realidad no creen en ella). No vemos por ningún lado un plan de
actuación revolucionaria.
Lo único que explicitan, relacionado con todo esto, es la
mención de “la combinación de trabajo legal e ilegal”, “el rechazo a la
coexistencia pacífica” y a la “transición pacífica al socialismo”. Aunque son
correctos estos planteamientos, más bien parecen guiños izquierdistas que no encajan
en la visión general del documento, pues en ningún momento hablan de acabar con
el Estado burgués (al margen de las insuficiencias generales que estamos
estudiando, no definen una línea militar imprescindible), sino más bien de
reformarlo, lo que en el fondo significa apuntalarlo, hacerlo mas digerible
para las masas, en vez de denunciar su raíz de clase. Sobre la clandestinidad
del Partido, nos parece fundamental recordar que éste es uno los principios
universales de la construcción partidaria, cuando estamos hablando del
enfrentamiento de dos clases antagónicas. Es casi norma del documento restar
importancia a temas de esta gravedad; pero, en concreto en este asunto, lo que
deducimos de sus relaciones con el movimiento es que trabajan abiertamente, sin
“trabajo ilegal” reconocido. Pero dejemos que sea Lenin quien advierta a la
OCPV:
“La negación de la clandestinidad va
unida, como es lógico, a la negación de la táctica revolucionaria y a la
defensa del reformismo”.
Como vemos, los camaradas no aprenden de la teoría
marxista del Estado, según la cual éste es una “máquina para mantener la
dominación de una clase sobre otra”, y no observan como una regla fundamental
en la historia de nuestro movimiento que “perseverar en la dictadura del
proletariado u oponerse a ella siempre constituye el foco de la lucha entre el
marxismo-leninismo, por una parte, y el oportunismo y el revisionismo, por
otra”. Con su propuesta estratégica de una etapa anti-imperialista y
anti-monopolista, a la que llaman República Democrática Popular y Federativa,
lo que no es más que el desarrollo bajo otra forma de la dictadura del capital,
rechazan de facto la dictadura del
proletariado, que ya Marx definía como etapa intermedia entre el capitalismo y
el comunismo. Nosotros defendemos que en el Estado español no caben concesiones
estratégicas a la pequeña burguesía o a la burguesía media (sólo basta escuchar
al PNV o al PSC hablando del derecho de autodeterminación) para cumplir ningún
programa de desarrollo de la democracia burguesa. El Estado español es una
potencia imperialista que explota a los pueblos del mundo. No hay más salida
que la dictadura del proletariado y el socialismo. Lo demás son componendas.
Recurramos de nuevo a Stalin:
“La ley de la revolución violenta del
proletariado, la ley de la destrucción de la máquina del Estado burgués, como
condición previa de esta revolución, es una ley inexcusable del movimiento
revolucionario en los países imperialistas del mundo”.
Además, el alarde tacticista —pues se someten los objetivos
estratégicos al posible interés por un acuerdo coyuntural con otras clases— se
prolonga hasta el delirio cuando se presume de que se “está poniendo en tela de
juicio, por primera vez, la continuidad del régimen monárquico”. No deberían
confundir deseos con realidad (insinuar la desaparición de la monarquía es, de
momento, un sueño pequeñoburgués, y de ocurrir, tampoco se traduciría en
alcanzar los fines planteados en el documento, esos objetivos sólo los puede
conseguir la revolución proletaria), ni añorar con tanta ligereza algo que es
una página tan dolorosa de nuestra historia. Hay que tener más respeto por
todos los comunistas muertos, quienes a sangre y fuego se enfrentaron al
fascismo para defender una República burguesa, cuando creían que estaban
defendiendo una revolución. Esperemos que lo más sano de esa organización pueda
dedicarse en el futuro a otras tareas de más enjundia para su clase, en vez de
perder el tiempo en batallitas de pequeñoburgueses. Si aceptan alguna idea, les
sugerimos que se dediquen a denunciar el vergonzoso papel del PCE como ariete
contrarrevolucionario con su política de ganar primero la guerra para salvar la
República durante la Guerra Civil.
De cualquier modo, creemos que todavía no entra en los
planes de la burguesía española —salvo entre algún sector radicalizado de la
pequeña burguesía— el cambio de cara de su régimen monárquico. La monarquía no
es más que eso, la dictadura de la burguesía con otro aspecto. Así lo señala
Lenin:
“Los Estados burgueses tienen las formas
más variadas, pero su esencia es la misma (…). La razón por la cual la
omnipotencia de la riqueza es más segura en una república democrática es que no
depende de la defectuosa envoltura política del capitalismo. La república
democrática es la mejor envoltura política del capitalismo; y, por tanto, una
vez que el capital logra dominar (…) esta envoltura óptima, instaura su poder
con tanta seguridad, con tanta firmeza, que ningún cambio de personas,
instituciones o partidos en la república democrática burguesa puede
conmoverlo”.
Una de las derivaciones que tiene su posición sobre el
asunto del Estado es la tesis de que hoy sigue existiendo la contradicción
“entre socialismo y capitalismo”. Parece claro que su definición de socialismo,
como economicistas que son, va poco más allá de que el socialismo “es una
sucesión de conquistas y objetivos inmediatos” (lo que casa muy bien con esa
visión que tienen de la instauración de la III República como culminación de
sus aspiraciones). Para ellos, como consecuencia de su asunción limitada del
marxismo, entran dentro del “campo socialista” la Cuba castrista, el
“socialismo del siglo XXI” del venezolano Chávez y, como no, el ínclito Evo
Morales. Es el colofón de su renuncia a incorporar teóricamente la experiencia
histórica del proletariado internacional y de su visión pequeñoburguesa de la
política, y expresa de manera clara dónde se encuentran sus referentes
ideológicos. Sin embargo, éstas no son revoluciones dirigidas por el
proletariado. La cubana nació en el contexto de las luchas de liberación
nacional, pero cuando abrazó el marxismo soviético éste era ya un cadáver
revisionista sin potencial revolucionario. En cuanto a la revolución chavista y
al MAS boliviano, parten de un apoyo electoral dentro del marco de la dictadura
burguesa (¿es ésa la aspiración de la OCPV?), que aprovechando la irritación de
las masas por la expoliación de los recursos, recompone a favor de una fracción
de la burguesía nacional las relaciones con el rapaz imperialista yanqui. En el
Estado español, la vanguardia práctica simpatiza fácilmente con este tipo de
personajes, que a poco que se estudien, sin profundizar demasiado, enseñan su
verdadero rostro. Sirva como muestra la ilustrativa respuesta del líder
cocalero, que en su visita al Estado español, y en una entrevista-panegírico de
la televisión imperialista, destacaba que su papel era desactivar la
posibilidad de una revolución proletaria, evitando un “Sendero Luminoso” en
Bolivia. Por suerte, esa luz que parece apagarse en los países del “eje del
bien” gracias al trabajo de estos personajillos, alumbra de nuevo para el
pueblo peruano, y esperemos que este rescoldo del Ciclo de Octubre, el Partido
Comunista del Perú, sirva para abrir la vía revolucionaria en aquellas tierras,
tan lejanas, pero a la vez tan cerca de nuestros corazones proletarios.
Para nuestra organización, que no vive en el pasado, ni
le confunde la lucha antiimperialista de la pequeña burguesía, la Revolución
Proletaria Mundial es la única antítesis posible al capitalismo, pero no tiene
el poder estatal en ningún país del mundo, ni tiene la fortaleza teórica
suficiente, como después explicaremos, para afirmar que hoy existe esa
contradicción socialismo-capitalismo. Hasta ahora, lo único que podemos
constatar es que tal contradicción sólo fue efectiva durante el Ciclo de
Octubre, y no a lo largo de todo su periplo, pues el golpe de Estado de Octubre
de 1976 en China pone fin a la experiencia de la dictadura del proletariado en
el primer gran ciclo revolucionario protagonizado por el proletariado.
Prosigamos. Estamos ante un documento de mínimos que se
refugia en el tacticismo para justificar su reformismo. Podemos afirmar sin
miedo a equivocarnos que este tacticismo es producto de la poca confianza que
se tiene en la fuerza del proletariado para resolver sus compromisos
históricos, a pesar de que intenten esconderlo. En el documento apenas hablan
de desacuerdos, de la quiebra por la que atraviesa el movimiento al que ellos
dicen pertenecer. En realidad, parece que los camaradas con lo que disfrutan es
con encabezar manifestaciones que no conducen a nada (de lo que es reflejo ese
vacuo optimismo en su trabajo, pues no deben pensar como Engels, que “la
revolución no es un baile de salón”; ¿o, en realidad, no pretenden hacer la
revolución?), o lamentablemente sí, a bloquear el movimiento práctico,
generando una vez tras otra frustración en sus filas por la inutilidad de su
acción espontánea.
En general, el documento adolece de una visión
economicista-sindicalista de la política proletaria con la que no es posible
desarrollar política comunista en el escenario general de la lucha de clases —o
sea, el escenario de la política, como defendía Lenin. La OCPV realiza un
llamamiento a la vanguardia para que participe “en las organizaciones sindicales
que requiera cada momento y lugar”, con lo que sindicaliza las tareas de la
vanguardia, dedicando gran parte de las energías de la organización a esa tarea
y rebajando a los sectores proletarios más conscientes a la escuela del
dirigente de tradeunion, del líder
sindical, en lugar de educarles en la escuela del tribuno comunista —modelo
leninista, también, del militante revolucionario.
En este momento, los sindicatos están dirigidos por la
aristocracia obrera. Aunque la OCPV parece enfrentarse a esta situación desde
la estrategia del acoso a las “direcciones sindicales reaccionarias” y desde la
denuncia de “la relación de ciertos sindicatos con el aparato del Estado para
llevar a cabo la conciliación de clases”, al final su línea política sindicalista
obliga a la vanguardia a moverse en el angosto ámbito de la lucha económica de
los obreros y a guiarse por este horizonte de estrechas miras, es decir, a
trabajar en la atmósfera asfixiante apropiada para los intereses y el punto de
vista de la aristocracia obrera. Como ha expresado en el desarrollo de su
trabajo sindical, la OCPV denuncia el soborno de la aristocracia obrera para, a
continuación, seducirla con consignas que son un reflejo de la alianza de esta
ralea con el capital (promoción de la sindicalización de los comunistas, de la
“unidad obrera”, etc.). Esta es la ceremonia de la confusión, o “con dios y con
el diablo”. No son estos los mejores mimbres para reconstituir el Partido.
En este sentido, cuando destacan la contradicción
principal de la “fase actual del desarrollo capitalista” entre “el imperialismo
y los pueblos”, sorprende que no hagan alusión a las recientes movilizaciones
contra la guerra de Irak, o del movimiento antiglobalización como un nuevo
destino de su trabajo espontaneísta-obrerista, ni hablen del 11-M o el Prestige, como una señal de que las
masas se interesan por la “alta” política y desbordan a su vanguardia, aplicada
en el economicismo. La supresión del adjetivo “oprimidos” para la designación
de los “pueblos” —lo que de facto
supone la suplantación de un concepto clasista, “el proletariado”, por otro
interclasista, “el pueblo”— indica que sólo les interesa interpretar esa
contradicción en la línea de justificar el carácter no proletario de las tareas
del orden del día. Respecto a esas movilizaciones, la impotencia a la que el
sindicalismo tiene sometida a la vanguardia ha sido puesta de manifiesto en
esas ocasiones, propiciando, ante la ausencia de toda otra verdadera
alternativa, una “revivificación” del parlamentarismo burgués, que aupó al
poder a otra fracción de clase de la burguesía, la “nueva esperanza”
representada por el oportunismo zapaterista. Algo más que poner en el “debe” de
esta vanguardia que hoy es la retaguardia del movimiento práctico.
Los valencianos participan en el movimiento al modo que
lo hacían los marxistas “economistas” rusos, para quienes primaba la economía
sobre la política, como demuestran las preocupaciones que han dominado la
celebración de esta su I Conferencia. Guiados por ese principio, relegan a los
obreros a un papel de dirigentes sindicales. No expresan la necesidad de un
plan de formación teórica, ni hacen siquiera un llamamiento general a la
educación de los proletarios.
El revisionismo, Stalin y el Partido
Es cierto —aunque no disculpamos con ello a los
camaradas, después de un siglo— que la teoría del impulso de la lucha de
resistencia para que “despegue” y se transforme en lucha revolucionaria
encuentra sus raíces ya en la II Internacional y en gran parte en la Komintern;
si a este trasfondo teórico le sobreponemos la realidad de la situación que
vive la vanguardia, fruto de la complejidad del momento histórico que nos ha
tocado vivir, quizá podamos entender la rebaja que el discurso de la OCPV hace
con respecto a décadas atrás, donde su antecesor, el PCE(m-l), volaba más alto
en sus planteamientos programáticos. El declive en la capacidad de concebir una
línea revolucionaria por parte de la vanguardia se ha hecho notorio desde hace
décadas. Tomemos el ejemplo de la Reconstitución partidaria: durante los 60 y
70, el Partido era el destacamento de vanguardia con la línea correcta; en las
últimas décadas del siglo, el Partido se contemplaba ya sólo como el fruto de
la unidad de los distintos destacamentos, ya bastante mermados; finalmente,
hoy, domina cada vez más el modelo de Partido como cristalización política del
movimiento práctico de las masas. Es la última fase en la degeneración de la
visión que del Partido tiene la vanguardia.
Como tantas otras organizaciones en el Estado español, la
OCPV repite el viejo modelo de Partido que se aplicó en el Ciclo de Octubre. No
comprenden que la Reconstitución se desarrolla en un contexto histórico
diferente al que se dio para la creación de partidos durante ese ciclo, por lo
que el proceso que proponen parte de unas premisas erróneas (ya que, en el
momento en que nacen los viejos partidos, el proletariado estaba a la ofensiva
después de la Revolución de Octubre, en el nacimiento del ciclo revolucionario,
mientras que hoy, por el contrario, nos encontramos en sus estertores, con un
movimiento en fase de repliegue).
La OCPV manifiesta con esa visión una severa
incomprensión de las etapas históricas de la revolución. Si lo que expresan es
la necesidad de la Reconstitución del Partido, ¿cuál es el motivo para no
definir un plan al respecto, no precisar tareas a priori o, como mucho, hacerlo de manera poco concreta? Otra vez
nos recuerdan a los “economistas” rusos, que en su polémica con Lenin defendían
la “táctica-proceso”, que explicaban del siguiente modo: “la táctica es un
proceso de crecimiento de las tareas del partido, que crecen junto con éste”; o
así: “es deseable la lucha que es posible y es posible la lucha que se libra en
un momento dado”. El documento es un
reflejo de este posibilismo, y se hace eco de las más variopintas
reivindicaciones. Lenin calificaba esta tendencia de oportunista, y frente a
ella defendía la “táctica-plan”, que parte de la resolución de “los problemas
en teoría”. No observamos que se contemple ese principio, pues la teoría tiene
en todo el texto un papel marginal. Si a ello unimos una segunda exigencia —que
Lenin enunciaba así: “guiarse en un momento político determinado por un plan
inflexiblemente aplicado”—, no nos queda la menor duda de que éste no es el
criterio que se sigue, y vemos que en el origen de sus planteamientos la OCPV
se aleja del leninismo en la cuestión del Partido.
Con este talante, no sorprende que quieran resolver esta
cuestión con fórmulas retóricas como “la constitución de una forma organizativa
superior”, “asegurando los medios
organizativos adecuados para llevarla a cabo”, abordando la tarea inmediata del
movimiento del proletariado simplemente como una cuestión de orden burocrático. Y es que
reducen el Partido a un aparato, a un problema meramente administrativo, cuando
sus bases deben ser de carácter teórico, ideológicas. La fuerza del Partido no
nace de construir una gran organización, sino de tener unos firmes presupuestos
teóricos, lo que redundará en conseguir el resto de los objetivos.
Estos camaradas no acaban de entender cuál es en estos
momentos el papel de la vanguardia, cómo debe ésta resolver su relación con las
masas. Y como supeditan la ideología y la política a la estructura
organizativa, caen en el “vanguardismo” (organicismo), es decir, en la
comprensión del Partido limitado al destacamento de vanguardia, cuando los
leninistas sabemos que ésa es sólo una parte de la “relación social” existente
entre la vanguardia marxista-leninista y las masas, que constituye la verdadera
naturaleza del PC. En el primer planteamiento se produce una identificación del
Partido con la vanguardia; ésta sólo tiene un papel de dirección organizativa y
está separada de las masas por una “gran muralla china”. Al mismo tiempo, la
OCPV insiste en que no hay construcción política comunista fuera del trabajo
inmediato entre las grandes masas, es decir, si no se realiza desde las bases
obreras. Oscilan, de esta manera, entre un Partido sólo formado por la
vanguardia y un Partido donde tiene cabida “cualquier huelguista”. Mayor
ambigüedad imposible.
El PC no es algo que se organiza y luego aborda tareas,
sino la vanguardia que se organiza en función de las tareas. Las labores en las
que se aplica la OCPV son de trabajo entre grandes masas, cuando ésta es una
etapa política diferente de la etapa de despegue cuantitativo del movimiento
revolucionario. Se expresa una vocación cuantitativa, como si hoy el problema
del comunismo fuera ése. Lo será en el futuro. Hoy, la vanguardia requiere,
primeramente, dar carta de naturaleza a ese movimiento. Se trata de un problema
de calidad, que incumbe sobre todo al sector consciente de la clase.
Por estas razones afirmamos que se pasa a la segunda
etapa (ganar a las masas) sin haber resuelto la primera (ganar a la
vanguardia). No diferencian entre vanguardia y masas, y si lo hacen dan por
recuperada a la primera. Con la unidad comunista se gana a la vanguardia, e
inmediatamente se trata de ganar a las grandes masas. Éste es su plan. En
cierto modo, ellos cometen el mismo error que nuestro destacamento cometió en
el pasado: en la contradicción vanguardia teórica-vanguardia práctica,
considerábamos que bastaba ganarse a los líderes del movimiento práctico para
el comunismo, que ya considerábamos asimilado por nuestra política. Craso error,
pues la experiencia nos demostró que el comunismo debía también ser
reconstituido como ideología. La OCPV se presenta como la vanguardia (los
socialistas científicos), los depositarios del corpus ideológico del
marxismo-leninismo y parten de esta tarea como resuelta; entonces, ya sólo
basta liderar el movimiento espontáneo, liderar a las masas para “reconstruir”
el Partido. Esa primera dificultad en la comprensión del papel que debe asumir
la vanguardia demuestra su educación en el organizativismo y en el
sindicalismo, no en el estudio de la teoría, ni en el análisis de la realidad.
Y esta actitud está ligada a su desprecio por la teoría, que acompaña a la
total falta de inspiración para comprender las tareas de carácter ideológico
que están en el orden del día.
Por el contrario, nuestra organización considera que,
fruto de los condicionantes históricos que marcan la Reconstitución partidaria,
en la contradicción ideología-organización hoy el aspecto principal es el
primero. La visión del Partido que tiene la OCPV es un producto genuino del
modelo de “reconstrucción” dominante, pues identifican ideología y organización
de manera mecánica. Para la OCPV, el Partido es la unidad metafísica de la
vanguardia y las masas, como unión de dos elementos externos entre sí, cuando
lo que nos dice el materialismo dialéctico es que vanguardia y masas son dos
aspectos de una misma cosa (“uno se divide en dos” y no “dos hacen uno”), la
clase obrera. En la medida que no analizan correctamente esta contradicción,
encontrarán una y otra vez el rechazo del conjunto de las masas, problema que
resolverán rebajando cada vez más su discurso, en detrimento de los intereses
de la revolución en el Estado español.
No perciben, por tanto, los diferentes motivos que mueven
a las masas, preocupadas por sus condiciones de existencia, y los que deberían
mover a la vanguardia, ligados a los problemas teóricos de la línea proletaria,
a los problemas estratégicos y tácticos de la revolución, a crear, en
definitiva, un movimiento obrero de nuevo tipo. De hecho, la OCPV renuncia a
los objetivos revolucionarios, renuncia a la Reconstitución del PC, se
prosterna ante los intereses de las masas, y se pone a la cabeza de un proyecto
organizativo reformista, pues no tiene ningún plan revolucionario original que
ofrecer, como mucho, repetir experiencias del pasado.
Como vemos, el “vanguardismo”, su concepción del Partido
como “destacamento de vanguardia”, y el organizativismo son las dos
características que definen la visión del partido de la OCPV. En esto, se ciñen
al modelo de Partido definido por Stalin (más que por Lenin). Recordemos que
Lenin no expuso de manera sistematizada su idea del Partido, y que fue Stalin
quien la trató de sintetizar y sistematizar en los Fundamentos del leninismo, escrito pocos meses después de la muerte
del jefe bolchevique. En este libro, Stalin define al Partido como
“destacamento de vanguardia” —planteamiento similar al que hace la OCPV—, y
“destacamento organizado de la clase obrera”; como “la forma superior de
organización del proletariado” y como “instrumento de la dictadura del
proletariado”. Como vemos, es notoria la relevancia que Stalin da al aspecto
organizativo entre las características esenciales de su visión del Partido.
Respecto a su enfoque de las relaciones con las masas, estarían “el
destacamento de vanguardia” —que sería el partido oficial con sus distintos
órganos— y luego “las correas de transmisión”, que lo unirían a la clase. No es
difícil relacionar esta exposición con el modelo que nos describe el documento
de la OCPV. Al igual que para ésta, para Stalin, hablar del Partido es hablar
sólo de su organización, dando por resueltos los aspectos ideológicos. Es
cierto que las condiciones históricas en que se desenvolvía eran muy diferentes y
conminaban a ello más justificadamente: el bolchevismo en pleno vigor,
aunque lastrado por algunas insuficiencias heredadas de la II Internacional, y
ebrio de los logros de la primera revolución de la era proletaria, con gran
crédito entre las masas, etc. Todo ello probablemente influyera en sus tesis
finales.
Un elemento característico que observamos en el libro de
Stalin, y que repite miméticamente la OCPV, es la definición del Partido como
“forma superior de organización” (“forma organizativa superior”, dicen los de
la OCPV). Pero el mismo Stalin está citando a Lenin, quien dice que el Partido
es “la forma superior de unión de clase de los proletarios”. Observemos que no
introduce en ningún momento la palabra “organización”. Siguiendo la cita, nos
dice Lenin: “cuya dirección política debe extenderse a todas las demás formas
de organización del proletariado”. Al final, Lenin no nos habla de organización
concreta, sino de formas de organización. Al introducir el principio
organizativo (en el sentido de “aparato”), Stalin desvirtúa el contenido de la
cita: el movimiento pasa a ser organización.
Este texto clásico de Stalin sentó las bases de la
concepción tradicional del Partido y de su desviación organicista (con toda
seguridad, compartida ya por entonces por la mayor parte de la Internacional),
en la que se mueve actualmente el movimiento comunista. Y, en general, éste es
el modelo que reproduce el documento a estudio; aunque también es justo señalar
que, en ningún caso, los Fundamentos
tratan de una manera tan despreciativa a la teoría como lo hace la organización
valenciana. Y es que, a pesar de todo, Stalin no olvida reseñar la crítica al
movimiento espontáneo, la necesidad de la independencia ideológica de la
vanguardia en su relación con las masas.
Para Lenin, el Partido es la fusión del socialismo
científico (teoría de vanguardia) con el movimiento práctico (masas), o si se
quiere, la fusión de la vanguardia con las masas. Para Lenin, el Partido es un
movimiento. Así lo describe:
“El partido es una suma de organizaciones
vinculadas en un todo único. El partido es la
organización de la clase obrera, ramificada en toda una red de
organizaciones de todo género, locales y especiales, centrales y generales”.
Sin embargo, para los camaradas lo importante es la
organización, a la que llaman partido, no el movimiento revolucionario. Para
ellos, tal como Stalin lo plantea en los Fundamentos,
está el Partido y luego las masas sin-partido, cuando es algo mucho más
complejo. El Partido es el conjunto de relaciones del movimiento obrero con su
vanguardia, de vínculos ideológicos, políticos y organizativos multilaterales
que forman un todo único. En su dogmatismo, sometidos al modelo de la “unidad
comunista”, separan políticamente la tarea de crear el Partido de la de
vincularse a las masas. No perciben que la Reconstitución del Partido conlleva
la Reconstitución del movimiento revolucionario, y que lo menos importante es
su forma organizativa, que de lo que se trata es de crear (organizar) vínculos
ideológicos y políticos de la vanguardia con las masas.
El modelo de “unidad comunista” no es más que la unidad
orgánica formal, dando por asumidos los fundamentos ideológicos. Es más, rompe
con nuestra ideología, pues la deja abierta a múltiples interpretaciones
individuales. En su documento, la OCPV expresa su rechazo a la conciliación
entre clases en los sindicatos (“ni la relación de ciertos sindicatos con el
aparato del Estado para llevar a cabo la conciliación de clases deben
determinar la acción de los comunistas en el seno del movimiento obrero”) y,
por el contrario, en las relaciones dentro del Partido, con el lema de “la
unidad comunista”, llaman a la conciliación, al acuerdo, al consenso, reniegan
del reflejo de la lucha de clases en la vida partidaria, abominan de la lucha
de dos líneas. No reconocen que en el seno del Partido sigue habiendo lucha de
clases, que también es una caja de resonancia de las contradicciones en la
sociedad. La confrontación entre clases es algo externo al “partido monolítico”
que Stalin teorizó en sus últimos años de jefatura en la Unión Soviética.
Aunque se incluye entre los ejes ideológicos “la ruptura completa y definitiva
con los reformistas”, no parece aceptarse la lucha de líneas en la vida del
Partido, sino como algo ajeno a él. Estas posiciones, que son una carga de
profundidad para el estilo de trabajo leninista, conducen al cierre de filas de
grupo como mecanismo de defensa ante la debilidad ideológica y política que se
padece: cerramos filas y eludimos el debate, la unidad antes que la lucha ideológica.
La “unidad” parte de la voluntariedad de las relaciones
entre comunistas tomados de manera individual. Separando la tarea de crear
Partido de la de vincularse a las masas, se niega a Lenin cuando dice que “el
socialismo debe fundirse con las masas”. La Tesis
de Reconstitución, que es fruto de la crítica de la experiencia de la
unidad de los comunistas, sí tiene en cuenta esa máxima leninista, que se
traduce en la fusión entre vanguardia y masas, o en su expresión concreta,
entre vanguardia ideológica y revolucionaria, por un lado, y vanguardia
práctica, que dirige las luchas de resistencia del proletariado, por otro.
Cuando la vanguardia revolucionaria consiga transformar la conciencia “en sí”
en conciencia “para sí” de los dirigentes del movimiento espontáneo (esa
“vanguardia práctica”), que es el momento en el que se puede influir realmente
en el movimiento obrero de masas, entonces
culminará el proceso de Reconstitución.
El Partido, por tanto, es el movimiento obrero
revolucionario organizado, un sistema de conexiones ideológicas, políticas y
organizativas que unirían en un movimiento político al “destacamento de
vanguardia” con las masas. El Partido es algo más dinámico que lo que plantea
la OCPV, es un organismo vivo, dialéctico, es la “praxis” de la lucha del
proletariado por el comunismo. Lo trascendental es cumplir rigurosamente las
etapas que demanda el proceso revolucionario con la ideología proletaria como
referente, y no esa mezcla de tareas a las que tan acostumbrados nos tiene un
sector de la vanguardia. En conclusión, la OCPV rompe con el leninismo en la
cuestión del Partido y acaba por defender una visión oportunista del movimiento
revolucionario que se traduce en su línea táctica. Esas constantes son un
reflejo de su falta de perspectiva teórica, que suplen con el viejo modelo de
Partido ya superado por el Partido de Nuevo Tipo leninista.
La OCPV se aplica en proponer reformas porque las masas
piden reformas, pues intuye la escisión que sufre respecto de las masas en
tanto que destacamento de vanguardia, problema que quiere solucionar de un
plumazo rebajando su discurso, única manera de que las masas se muestren
receptivas hacia él; pero, con ello, no puede presentarse ante ellas más que
como organización reformista. No se tiene en cuenta que es la ideología la que
ha de dirigir, y es la vanguardia quien la porta. Lo más avanzado dirige y lo
inferior es lo que se eleva para alcanzar las posiciones de la vanguardia
revolucionaria.
Ante tanta precipitación, que sólo puede llevar a un
nuevo descalabro político, con Lenin, queremos hacer un llamamiento a la
reflexión y a la serenidad. En El trabajo
del partido entre las masas, tras
criticar al economicismo, el jefe bolchevique dice:
“En todos los países hubo un periodo en
que el movimiento obrero y el socialismo existieron por separado, siguiendo
caminos distintos, y en todos los países esta desvinculación fue causa de la
debilidad del socialismo y del movimiento obrero (…).
(…) en cada país, esta unión del
socialismo con el movimiento fue lograda a lo largo de un proceso histórico,
siguiendo una vía particular, de acuerdo con las condiciones de lugar y
tiempo”.
La OCPV se afana en acuerdos programáticos cuando de lo
que se trata es de buscar acuerdos ideológicos, de responder a la pregunta, “¿qué
es el marxismo-leninismo del siglo XXI?”. El acuerdo que hay que buscar es
sobre cuáles son los desarrollos experimentados por la lucha de clases
proletaria como base sobre la que delinear de nuevo el camino de la
emancipación.
En conclusión, diríamos que hay en el planteamiento
general del documento de la OCPV un enfoque subjetivista, según el cual la
revolución puede adelantarse rebajando el objetivo. Este mal no sólo aqueja a
este grupo (lo que no disculpa pero sí atenúa su responsabilidad), sino que se
extiende como un cáncer ideológico por el resto del movimiento. En este punto,
nos parece oportuno recordar la advertencia de Lenin, cuando decía en ¿Por qué objetivos luchar?:
“Para lograr mejoras parciales,
precisamente para eso, las consignas que proponemos a las masas proletarias no
deben ser restringidas, no deben ser atenuadas. Las mejoras parciales sólo
pueden constituir (y siempre lo fueron en la historia) resultados de la lucha
revolucionaria de la clase”.
Reconocer la derrota
Fundamentalmente, el documento de la OCPV refleja el
eclecticismo en el que hoy vive la vanguardia, que no establece prioridades
cuando aborda las tareas. En general, es una metáfora del estado calamitoso, de
zozobra, en el que se encuentra el movimiento en la Europa Occidental. Es un
documento de mínimos que rebaja la experiencia alcanzada por la lucha de clases
del proletariado internacional (no toman la dictadura del proletariado ni la
construcción del socialismo como referencia), y que cuando sus autores se
remiten a ella —como en el caso del episodio de la II República española— es
para insistir en los errores de esa experiencia.
La OCPV no considera la actividad teórica, no manifiesta
el mínimo interés por el estudio y la investigación, abomina del trabajo
intelectual revolucionario. Según esta perspectiva, nuestra ideología mantiene
aún el vigor del Primer Ciclo. No ha ocurrido nada, no ha sido sometida a
ninguna derrota, al contrario, solamente con señalar unos cuantos principios
resolvemos la problemática de las premisas teóricas del movimiento
revolucionario. Invitamos al lector a que observe el tratamiento que reciben
los que, según ellos, son los ejes ideológicos mínimos del Partido, empezando
por el gran dogma, “el marxismo- leninismo”, y terminando con el “rechazo a la
Teoría de los Tres Mundos”. En ese decálogo han sintetizado décadas de trabajo
teórico en unas pocas líneas. En realidad, esto no es más que un síntoma del
miedo patológico del movimiento comunista actual a enfrentarse a la situación
por la que atraviesa el marxismo.
Los que se reivindican como comunistas valencianos no
tienen presente algo que ya señalaron Marx y Engels en el Manifiesto, y que recuerda Stalin en Brevemente, acerca de la vanguardia teórica:
“(…) que el teórico de una u otra clase no
puede crear el ideal cuyos elementos no existen en la realidad, que no puede
más que captar los elementos del porvenir y sobre esta base crear teóricamente
el ideal al que una u otra clase llega en la práctica. La diferencia está en
que el teórico se adelanta a la clase y capta antes que ella los gérmenes del
futuro. Esto es lo que se llama ‘llegar a algo teóricamente’.”
Al continuar rememorando el Manifiesto, escribe Stalin:
“Prácticamente, los comunistas son,
pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el
sector que siempre impulsa adelante; teóricamente, tienen sobre el resto del
proletariado la clara visión de las condiciones, de la marcha y de los
resultados generales del movimiento proletario”.
Y añade un comentario a esta cita del libro de Marx y
Engels:
“Sí, los ideólogos ‘impulsan adelante’,
ven mucho más allá que ‘el resto del proletariado’, y en ello está todo el
quid. Los ideólogos impulsan adelante, y precisamente por ello la idea, la
conciencia socialista, tiene gran importancia para el movimiento”.
Éste sigue siendo un principio básico en estos principios
de siglo.
Los de la OCPV no son conscientes de la dimensión
histórica del problema; lo reducen a una cuestión parcial y limitada, que no es
propia de alguien que pretende dirigir, no someterse, no postrarse ante el
movimiento de masas; la vanguardia, aunque parezca una perogrullada, debe
ejercer de vanguardia: “No basta titularse ‘vanguardia’, destacamento avanzado,
es preciso obrar de suerte que todos los demás destacamentos vean y estén
obligados a reconocer que marchamos a la cabeza”, nos recuerda Lenin; pero lo
más importante no es dirigir masas, sino saber hacia dónde dirigirlas. Eso son
los mínimos para quien pretende encabezar el movimiento revolucionario en las
próximas décadas.
Aquí también surge un problema ideológico de calado.
Hacen un uso del marxismo como algo acabado, intocable. Eso es fundamentalismo
de la peor especie. Quien así actúa hace un flaco favor a nuestra ideología,
que es por esencia una teoría viva, antidogmática, es una guía para la acción,
como la definiera Engels. Es correcto hacer hoy una defensa del marxismo ante
tanto renegado, pero para situarlo a la altura de los tiempos, para descubrir
las insuficiencias que lo han abocado a la derrota.
Para los comunistas, resulta doloroso pero imprescindible
reconocer que el marxismo de Octubre ha sido incapaz de acabar con el
capitalismo. Ante esta perspectiva, nuestra primera tarea es abordar un balance
del pasado de la lucha proletaria, para poder evaluar con justeza las
condiciones ideológicas y políticas de las que partimos; es decir, hay una
relación de causa-efecto: el balance histórico es en realidad un balance
ideológico. Hay que superar la fase del simple acoplamiento a cualquiera de las
corrientes políticas en que se divide el marxismo. El estalinismo y el maoísmo
tuvieron su papel, que hoy ha sido barrido por el devenir histórico, pero que
hay que analizar, sin anatemizar ni ensalzar a los grandes personajes,
estudiando con rigor sus aportaciones y sometiéndolas a crítica. No reconocer
la derrota del marxismo en el anterior ciclo histórico es no querer superar
dialécticamente las insuficiencias que lo limitan para romper las cadenas del
proletariado. Este hecho es una evidencia por mucho que intentemos ocultarlo a
los ojos de las masas. No es caer en el “pesimismo histórico”, más bien al
contrario, es preparar nuestras armas para la victoria definitiva sobre el
capital.
“A lo largo de estos tres años de trabajo conjunto en el
seno del CEOC, se ha verificado un avance notable”; “somos optimistas respecto
al desarrollo de este proceso y conscientes, a la vista de la experiencia, de
que avanzamos por el camino correcto”. Así resumen los camaradas más de siglo y
medio de lucha proletaria. ¿Dónde quedan para ellos todos los acontecimientos
que han marcado el momento histórico que nos ha tocado vivir? Con comentarios
así, certifican una política de cortas miras, solucionan un problema de décadas
y de envergadura universal con unos cuantos chascarrillos. No obstante, para el
resto de la clase pasan inadvertidos los resultados de ese trabajo, que parece
los ha instalado en la euforia. Lo único que observamos, una vez más, es el
decepcionante espectáculo del megapracticismo de unos cuantos destacamentos
comunistas que consiguen sumar unos cuantos adeptos, pero que no saben muy bien
qué hacer con ellos.
La vanguardia no debe ser ni pesimista, ni optimista,
sino rigurosa en su trabajo, pues nos mueve algo mucho más importante que un
momentáneo estado de ánimo, acabar con el capitalismo. Si acaso, como
revolucionarios, podremos ser optimistas cuando encontremos los requisitos
necesarios para sacar al movimiento de esta apatía, de esta desorientación
histórica. Pero veamos si hay motivos para la euforia en un rápido balance de
la situación de la vanguardia marxista-leninista en el Estado, en la que el
Comité Estatal de Organizaciones Comunistas (CEOC) ocupa el papel de vanguardia
de la vanguardia del practicismo.
El documento habla de la “recuperación de la memoria
histórica”, pero en vez de hacerlo sobre la historia del proletariado, más bien
parece que se dedican, consciente o inconscientemente, a apoyar el revisionismo histórico de la burguesía
liberal, el “guerracivilismo”, que en este aniversario de la II República
quiere ganar influencia en el movimiento comunista, como demuestra la
participación entusiasta de miembros del PSOE en las plataformas por la
Republica o en asociaciones como las de familiares de víctimas del franquismo o
por la recuperación de la memoria histórica; igualmente, se traduce en algunos
de los compromisos del actual gobierno, como el de aprobar una ley para reparar
a las víctimas del franquismo y de la Guerra Civil, o el reconocimiento por el
Parlamento, a propuesta de IU, del año 2006 como “Año de la memoria histórica”.
A este fenómeno multidimensional que han llamado “proceso
de recuperación de la memoria histórica” (no es, por supuesto, casual la
coincidencia del nombre con la tabla reivindicativa de la OCPV), se ha sumado
la intelectualidad burguesa “progre”, apoyando todo este despliegue en libros,
conferencias, seminarios y todo tipo de debates. Valga como ejemplo la línea
editorial de su periódico de referencia, El
País, y la constante publicación de artículos y noticias relacionados con
el tema, entre ellos alguno especialmente significativo, como el publicado el
jueves 16 de Febrero de 2006 y titulado Diez
tesis sobre el Frente Popular. Este artículo es una muestra de descaro a la
hora de lanzar un llamamiento al “frentepopulismo” dirigido por el partido
socialista. Dice: “Para los panfletarios militantes, el blanco político del
relato, pensando en la actualidad, no es el PCE, sino el PSOE, y en concreto el
Gobierno de Rodríguez Zapatero, cuya política estaría llevando España a un
nuevo 36. El anticomunismo ya no vende; es la hora del antisocialismo”.
¿Y cómo reacciona el movimiento mal llamado “comunista”
del Estado español ante estos cantos de sirena? Pues encantado del fervor
republicano que parece embargar a un sector de la burguesía. Este posibilismo
histórico, que afecta por igual a derecha y a izquierda, al economicismo
político en sus distintas variantes y al terrorismo, ha marcado durante décadas
al movimiento en el Estado español; pero, en este 75 aniversario de la II
República, actúa con especial virulencia debido a la debilidad ideológica de la
vanguardia. Siempre se ha dicho que quien no conoce a su enemigo no se conoce a
sí mismo. Quizá sea lo que le ocurre al movimiento. En su desesperación,
huérfano de su ideología, busca refugio en su contrario. Pronto olvidamos las
grandes lecciones históricas: que “los ideólogos burgueses no se duermen, se
presentan a su manera bajo la cobertura socialista y, sin cesar, tratan de
subordinar a la clase obrera a la ideología burguesa”.
La vanguardia, en su deriva, parte de un sofisma: todo
republicano o es comunista o es susceptible de serlo. ¿Cuántos burgueses
recalcitrantes conocemos que se declaran republicanos, o cuando menos
anti-monárquicos? Sería una ingenuidad pensar que el Estado español es
diferente a otros, pongamos por caso, el republicanísimo Estado francés —¿qué
quedó de su revolución burguesa? Atentos como están estos “frentepopulistas” a
la sociología burguesa, sólo faltaba que las encuestas nos transmitan que entre
los jóvenes la mayoría se reconocen republicanos; pero también esas encuestas
nos dicen que los jóvenes rechazan la política (podríamos decir que se refieren
a la burguesa, pues hoy no existe la proletaria —si acaso, entre pequeños
círculos de la vanguardia).
Todo lo dicho es predicar en el desierto para estos
practicistas que sin contemplación alguna se afanan en apoyar cualquier
iniciativa que retroalimente nuestra parálisis ideológica. A falta de mejor
causa, la República es el gran señuelo para convertirnos de nuevo en un
apéndice de la burguesía. La carnicería histórica se repite, ahora en forma de
fagocitación ideológica (por cierto, que a esta gran fiesta republicana se han
sumado, sin ningún escrúpulo, los derechistas renegados de nuestro partido). Sin embargo, nosotros no nos cansaremos de repetir algo patente, aunque
ignorado por la vanguardia: que la sociedad española se encuentra plenamente en
el estadio capitalista de su desarrollo, en la última etapa de éste, en la
etapa imperialista de capitalismo monopolista de Estado; por lo tanto, la
revolución que está madurando en su interior tiene carácter socialista
proletario. Así lo explicaba Lenin en La
catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla:
“El capitalismo monopolista de estado es
la completa preparación material para el socialismo, la antesala del
socialismo, un peldaño de la escalera de la historia entre el cual y el peldaño
llamado socialismo no hay un peldaño intermedio”.
Entre los “guerracivilistas” o “frentepopulistas” que se
reclaman marxistas-leninistas son mayoría los seguidores de Stalin, pero no
acabamos de entender a qué ideología se refieren estos “ortodoxos” cuando no
recuerdan algo que ya explicó Stalin y que cuestiona de manera profunda las
posiciones que dicen defender. Tomemos dos citas de los Fundamentos:
“El leninismo es el marxismo en la época
del imperialismo y de la revolución proletaria. O más exactamente: el leninismo
es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y
la táctica de la dictadura del proletariado en particular”.
“La cuestión fundamental del leninismo,
su punto de partida, no es la cuestión campesina, sino la cuestión de la
dictadura del proletariado, de las condiciones en que ésta se conquista y de
las condiciones en que se consolida”.
Asimismo, en otro de sus textos, Cuestiones del leninismo, avisa a los socialpacifistas que, en
momentos de dificultad como éste, aprovechan para insinuar evoluciones contra natura de la dictadura burguesa:
“¿Se puede llevar a cabo una reestructuración
tan radical del viejo régimen, del régimen burgués, sin una revolución
violenta, sin la dictadura del proletariado?
Evidentemente, no. Quien crea que
semejante revolución puede llevarse a cabo pacíficamente, sin salirse de la
marca de la democracia burguesa, adaptada a la dominación de la burguesía, ha
perdido la cabeza y toda noción del sentido común, o reniega cínica y
abiertamente de la revolución proletaria”.
En realidad, lo que se pretende es que la desconcertada
vanguardia apoye una “segunda transición”, que no es ni más ni menos que un
ajuste de algunas cuentas pendientes entre los dos grandes bloques de la clase
dirigente. Como en otras ocasiones, el ala liberal burguesa actúa de la misma
manera en que lo hacían el príncipe Fabricio y su sobrino Tancredi en El Gatopardo. En esa gran novela de
Lampedusa, ambientada en la Sicilia de 1860, estaba claro que la aristocracia
debía ceder sus posiciones ante la inminente unificación de Italia; el triunfo
de Garibaldi significaba también el triunfo de las clases populares. El
príncipe lo miraba todo con escepticismo, aunque sabía que su clase había
fracasado estrepitosamente. Su sobrino, admirador de Garibaldi, trataba de
sacar partido a la nueva situación bajo la égida de la frase “algunas cosas
deben cambiar para que todo permanezca igual”. Ésa parece ser la consigna de
nuestra burguesía liberal patria, y los supuestos revolucionarios encantados de
servir a su causa.
Acabamos estas notas sobre la situación del movimiento
mostrando uno de los ejemplos paradigmáticos de la espiral practicista que
gangrena a la vanguardia en el Estado español, la reciente publicación de un
artículo que, con el titulo de Teoría y
práctica, firmaba en la revista La
Chispa uno de los republicanistas de solera, autoridad de uno de los
importantes destacamentos del CEOC. Aunque no sea el motivo del artículo, y
tiempo habrá para responder con más sosiego, quisiéramos hacer alguna precisión
sobre las críticas que puedan surgir —y han surgido— de “desviación
intelectualista” hacia nuestro destacamento. Sin precisar a quién se dirige,
dice el autor al principio del artículo: “No queremos empollones, harto
escarmentados estamos de estos petimetres, pedantes”, y añade otros insultos de
parecido corte. Ya sabemos que quien insulta es que probablemente no tiene nada
mejor que decir; pero no importa, pues si cuando habla de “empollones” se
refiere al estudio en profundidad de la ideología, con nosotros acierta; sólo
su conocimiento nos permitirá una práctica revolucionaria correcta. No hay
práctica revolucionaria sin la guía de la teoría proletaria, o al menos eso
hemos aprendido de Marx, Engels, Lenin y Stalin. Éste último nos advierte que:
“La tendencia de los militantes ocupados
en el trabajo práctico a desentenderse de la teoría contradice a todo el
espíritu del leninismo y está preñada de grandes peligros para la causa”.
Podría sorprender al camarada la formación que hemos
recibido y la capacidad que podemos desarrollar como vanguardia práctica, pues
ésta y no otra ha sido nuestra experiencia durante todos los años que hemos
militado en organizaciones revisionistas; “repartir octavillas en un tajo o
taller”, es una función que creemos reservada ahora mismo a aquéllos que no
quieren romper con su mentalidad sindicalista. Para los comunistas, combatir
esa “práctica por la práctica” es una prioridad básica en este momento. Sólo la
historia y nuestra clase serán quienes de verdad juzguen el acierto o error de
la línea que defiende nuestro destacamento y la de los otros camaradas que se
encuentran en el mismo empeño. Como
reflexión final, queremos decirle al viejo luchador sindicalista lo siguiente:
¡qué mayor aspiración puede tener un obrero comunista que la de convertirse en
teórico o en propagandista del socialismo!
En resumen, la disyuntiva que se plantea a la vanguardia
es, por un lado, hacer seguimiento de la política burguesa —que hoy es la
hegemónica y a la única que prestan atención las masas—; en este caso, el
seguidismo se concreta en centrar la lucha de los comunistas en la falsa
contradicción democracia-fascismo, cuya lógica obliga a apoyar las
reivindicaciones democráticas o reformistas de la burguesía; o bien, por otro
lado, romper amarras con el servilismo hacia el movimiento práctico,
escindirnos de las masas y llevar adelante un verdadero cambio de rumbo para
empezar a elaborar la nueva línea proletaria, lo que, en primer término,
conlleva asimilar la situación de colapso ideológico a la que nos enfrentamos y
dedicar todas nuestras energías a la Reconstitución ideológica del comunismo,
primer paso de la tarea que nos demanda el proletariado, la Reconstitución del
PC.
Preparar el nuevo ciclo revolucionario
Para el PCR, un ciclo ha acabado. Las condiciones
políticas e históricas son nuevas, pero no partimos de la nada, sino que esa
experiencia es ya un patrimonio histórico que nos demanda no volver a repetir
sus errores. Más allá de señalar las deficiencias en las que se desarrolló el
Ciclo de Octubre, muchas de ellas presentes en el documento a estudio, lo
importante es que hoy no es suficiente la crítica de las posiciones
oportunistas actuales desde marxismo de Octubre, sino que es preciso criticar
también a éste e incorporar la respuesta a las causas necesarias de este
oportunismo.
Esta tarea tan novedosa para los comunistas, evaluar todo
un ciclo revolucionario, pasa inadvertida para los de la OCPV, que no observan
ninguna quiebra ideológica, ensimismados como están en su propia nostalgia de
los años treinta, leyendo el Informe Dimitrov, y tal vez organizando manifestaciones
para defenestrar a Alfonso XIII —¡perdón, a Juan Carlos I! A la OCPV se le ha
parado el reloj histórico, y como a parte importante del movimiento nos vemos
obligados a sacarlos de su letargo.
Pero hay un problema mayor en los camaradas que la mera
nostalgia. Como deja patente su documento, son fieles al pensamiento de Stalin
quien, desde su peligrosa “ortodoxia”, de la que es buen ejemplo Fundamentos del leninismo, nos
presentaba el pensamiento de Lenin como un bloque homogéneo y acabado de tesis
teóricas y tácticas. Ni caída del Muro, ni envalentonamiento del imperialismo
por doquier, aquí no ha pasado nada; es más, si en algún momento se atreven a
hablar de “debate ideológico”, lo hacen con la coletilla de “y organizativo”, y
con las prisas propias de quien no quiere perder mucho tiempo en esas “cosas de
intelectuales”, pues ellos son fundamentalmente sindicalistas: “Los debates
ideológicos y organizativos deberán ir cerrándose de forma paulatina”. A buen
entendedor…
La ideología es algo más que repetir hasta la saciedad la
palabra “marxismo- leninismo” o los cuatro conceptos ya memorizados:
“reformismo”, “crítica y autocrítica”, “vigilancia revolucionaria”…, pero
vaciados de contenido. Si en vez de rendir culto a nuestros clásicos
aprendieran de ellos, pondrían a la ideología al mando y, como vanguardia que
se pretenden, la aportarían al movimiento. A poco que aplicaran el materialismo
dialéctico, y tuviesen en cuenta que las cosas tienen un desarrollo no
unilateral, sino contradictorio y a través de retrocesos, y se situaran en su
perspectiva más elevada, en el plano histórico, convendrían con nuestro
destacamento que el Ciclo de Octubre debe ser considerado como un conjunto de
experiencias ideológicas y políticas y un conjunto de resultados en estrecha
relación con unas determinadas circunstancias de índole histórica en cuyo seno
se engendraron y desarrollaron las contradicciones que determinaron su fin.
Conviene recordar a sus devotos unas palabras del
georgiano sobre la relación entre la teoría y el Partido escritas en sus Fundamentos que, confiemos, les hagan
recapacitar:
“Ahora bien, para ser un verdadero
destacamento de vanguardia, el partido tiene que estar pertrechado con una
teoría revolucionaria, con el conocimiento de las leyes del movimiento, con el
conocimiento de las leyes de la revolución. De otra manera, no puede dirigir la
lucha del proletariado, no puede llevar al proletariado tras de sí. El partido
no puede ser un verdadero partido si se limita simplemente a registrar lo que
siente y piensa la masa de la clase obrera, si se arrastra a la zaga del
movimiento espontáneo, si no sabe vencer la inercia y la indiferencia política
del movimiento espontáneo, si no sabe situarse por encima de los intereses
momentáneos del proletariado, si no sabe elevar a las masas hasta la
comprensión de los intereses de clase del proletariado. (…) sólo un partido así
es capaz de apartar a la clase obrera de la senda del tradeunionismo y hacer de
ella una fuerza política independiente”.
Es evidente que el primitivismo, los viejos métodos, los
“métodos artesanales” que denominaba Lenin, se imponen en la OCPV, y esa falta
de visión de campo, ese negar a la ideología el mando del proceso o pretender
dirigirlo con un soporte ideológico muy debilitado por la “ortodoxia”
(dogmatismo escolástico), le impiden apreciar cuáles son los compromisos
históricos que reclama el proletariado a su vanguardia, y que ahora mismo
tienen un carácter más teórico que práctico, más ideológico que político. Se
trata de abrir un nuevo ciclo y situar al marxismo-leninismo como teoría de
vanguardia, papel que hoy no le reconoce el movimiento, pues lo que ofrecemos
es una seudoideología agonizante, residuo de la derrota de Octubre.
Para nuestro movimiento, es imprescindible reconstituir
la ideología comunista (el marxismo-leninismo) para preparar las premisas del
próximo ciclo revolucionario y conquistar un punto de partida nuevo y
cualitativamente superior que reanude la Revolución Proletaria Mundial.
Precisamente, la primera tarea que ha de desarrollar el movimiento comunista es
devolver al marxismo-leninismo el papel de teoría guía, y para ello debe
restaurar su universalidad como concepción del mundo, o sea, debe reconstituir
la ideología proletaria. Esto significa que ésta debe construirse como
totalidad que pueda vincularse al movimiento social como conciencia
revolucionaria y con el que hallar una unidad material como movimiento
revolucionario que transforme todas las esferas de la sociedad.
Hoy, se trata de recuperar la independencia intelectual
respecto de la burguesía. Partimos de que “la ideología dominante es la
ideología de la clase dominante”, como expusieron Marx y Engels en La ideología alemana y en el Manifiesto, mientras que Lenin, aunque a
la vez defendía que los obreros tienden al socialismo de manera natural (tesis
que ha sido contrastada como falsa después de un siglo), dejaba claro que por
el camino del espontaneísmo, la ideología burguesa acababa por imponerse. Así
lo explica Stalin en Sobre Iskra:
“Huelga señalar que si se trata de la
difusión de las ideas, la ideología burguesa, es decir, la conciencia
tradeunionista, se difunde con mucha más facilidad y abarca mucho más
ampliamente el movimiento obrero espontáneo que la ideología socialista, que
está dando tan sólo sus primeros pasos. Esto es tanto más cierto cuanto que el
movimiento espontáneo —el movimiento sin socialismo— de todos modos marcha
precisamente hacia su subordinación a la ideología burguesa, significa el
desplazamiento de la ideología socialista, por cuanto ambas se niegan
recíprocamente”.
Los presupuestos de los que partió Octubre, lastrados por
el economicismo derivado probablemente de la inmadurez histórica del
proletariado frente a la ideología dominante, condicionaron que la vanguardia
no tomase en consideración la necesidad de apropiarse del saber y de la cultura
como parte imprescindible de ese proceso de apropiación de sus condiciones
generales de existencia que es la revolución comunista. Guiada por una visión
materialista vulgar, la vanguardia depositó todas sus esperanzas de
transformación en la apropiación (expropiación) de las fuerzas materiales de la
sociedad —principalmente, los medios de producción— como si esto fuera
suficiente para cambiar la conciencia de los hombres, sin comprender que el primer
paso de la emancipación es la independencia ideológica de la clase, su
actividad política revolucionaria permanente (lucha de clases) fundada y guiada
por una concepción del mundo propia y antagónica de la de la clase dominante.
Marx y Engels iniciaron esta tarea de situar a la teoría proletaria como la
continuación, la síntesis y la superación del pensamiento producido por la
humanidad hasta ese momento, y, por lo mismo, el punto de partida insustituible
para el progreso de la transformación revolucionaria del mundo. Este campo de
batalla en las barricadas del saber es una de las cuestiones prioritarias que
propone nuestro destacamento en esta encrucijada histórica.
Todo esto sonará extraño para aquellos que, como nuestros
camaradas de la OCPV, piensan que no existe problema ideológico alguno, que
todo lo que ha ocurrido no era una enfermedad del marxismo de Octubre que,
parece ser, ha permanecido encerrado en una cripta, a salvo de los ataques de
la ideología burguesa. Conviene recordar a los camaradas que el materialismo
dialéctico nos enseña que las causas externas sólo pueden actuar a través de
los factores internos. A poco que observemos su documento, “lo ideológico” no
es para los camaradas ninguna preocupación, al contrario, es una disculpa, un mero
nexo de unión para el “buen rollito” y
la “camaradería” que existe dentro del CEOC.
Por el contrario, parece que los camaradas están
resolviendo con éxito lo que realmente les interesa, la unidad orgánica. Para
ellos, el Partido es la unión de unas cuantas voluntades individuales (cuantas
más mejor y sin demasiadas preguntas), es un problema fundamentalmente
subjetivo. Cuando, en realidad, es todo lo contrario, es objetivo, de lucha de
líneas, que es el único método que puede procurar toda unidad posible en torno
a un proyecto revolucionario. Si resuelven de esa manera la Reconstrucción
partidaria, sin los más elementales criterios ideológicos, sería un
atrevimiento por nuestra parte pedirles otra actitud, invitarles a debates
teóricos imprescindibles para la causa del proletariado. “La mayoría de los
‘economistas’ —decía Lenin—, con absoluta sinceridad desaprueban toda clase de
controversias teóricas, disensiones fraccionalistas, amplias cuestiones
políticas, proyectos de organizar a los revolucionarios”; pero nosotros lo
vamos a hacer en nombre de la revolución.
Aunque ahora ya sepamos, fruto de los resultados
provisionales del balance histórico, que el bolchevismo arrastró un marxismo
incompleto e insuficientemente dialéctico, heredado de la II Internacional, hoy
se trata de recuperar esa base teórica de granito sobre la que se levantó el
partido bolchevique (no se trata de “actualizar” el bolchevismo, sino de
aprender de su ejemplo, para revitalizar
el movimiento revolucionario) y que pasa por parecidas vicisitudes a las de
aquel momento histórico. Así lo refleja Lenin en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo:
“Rusia hizo suya la única teoría
revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios
inauditos, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de
búsquedas abnegadas, de estudio, de pruebas en la práctica, de desengaños, de
comprobación, de comparación con la experiencia de Europa”.
Este recuerdo debería hacer reflexionar a los marxistas-leninistas,
teniendo en cuenta que hoy partimos con una ventaja: a diferencia de los
bolcheviques, la vanguardia cuenta con todo un patrimonio histórico, la
experiencia de siglo y medio de lucha proletaria; ¿qué mejor homenaje a todos
los marxistas que cayeron en nombre del comunismo que restituir esa teoría a la
posición de vanguardia que ocupó durante gran parte del siglo pasado? Además,
el gran precepto marxista de que “la emancipación de la clase obrera debe ser
obra de la clase obrera misma”, es hoy una posibilidad más cercana, pues en
particular en los países imperialistas, las masas obreras de las últimas
generaciones han tenido un acceso al conocimiento que, aunque filtrado por la
concepción del mundo burguesa, nos sitúa en mejor posición para no necesitar
del auxilio de grandes intelectuales burgueses, como ocurrió en el pasado.
En nuestro movimiento, el revisionismo se ha encargado de
perpetuar la división social del trabajo —base de la sociedad de clases y
rémora de la sociedad de transición, cuyas consecuencias Mao intentó corregir
con la Revolución Cultural— al oponerse a las recomendaciones de Lenin en ¿Qué hacer? Refiriéndose a la
participación de los obreros en el movimiento revolucionario, dice que éstos no
lo harán
“(…) en calidad de obreros, sino en
calidad de teóricos del socialismo. (….) en otros términos, sólo participan en
el momento y en la medida en que logran, en mayor o menor grado, dominar la
ciencia de su siglo y hacerla avanzar.”
Y advierte, a los que se oponen a la consigna de “hacer
de cada obrero un intelectual” y reclaman “literatura para obreros”, que:
“(…) los obreros leen y quieren leer
todo cuanto se escribe también para los intelectuales, y únicamente ciertos
intelectuales (de ínfima categoría) creen que ‘para los obreros’ basta con
relatar el orden de cosas que rige en las fábricas y rumiar lo que se conoce
desde hace mucho tiempo.”
Esta consigna es la bandera que debe agitar entre los
obreros la vanguardia: prepararlos como propagandistas de la revolución, hacer
un llamamiento para que se formen en todos los campos del saber, que se
apliquen en el estudio del marxismo y en la transformación de su concepción del
mundo, que se organicen para realizar estas tareas y para comprender y
contribuir en los cometidos que hoy pone en el orden del día la revolución.
De algún modo, aunque no sea su voluntad, los de la OCPV
actúan igual que lo ha hecho la burguesía con las masas, negándoles el
conocimiento de las materias más elevadas. Así explica George Novack, en su
libro Los orígenes del materialismo,
cuál ha sido la posición de las clases dominantes respecto a la Filosofía a lo
largo de la historia: “La filosofía no posee o no debe poseer vínculo alguno
con la política y no es incumbencia o de utilidad para las masas trabajadoras”.
Esta posición fue combatida por Marx, quien pone su Filosofía al servicio de
los desheredados de la tierra: “Hasta ahora los filósofos se han encargado de
interpretar el mundo, ahora se trata de transformarlo”. Ésta debe ser otra gran
lección histórica, el saber como herramienta revolucionaria.
Es conveniente señalar que nuestro destacamento ya
sufrió, en cierto modo, esa desviación de apego al movimiento obrero, y tras el
fracaso de esa experiencia nos sometimos a la autocrítica y emprendimos una línea
de rectificación que se consolidó en nuestra VI Conferencia, donde aprobamos un
proceso de escisión-fusión respecto del movimiento obrero práctico, pues de lo
que se trata es de reconstituir la ideología proletaria, labor que realiza la
vanguardia en sus bases fundamentales fuera de ese movimiento. Como indicara
Lenin en ¿Qué hacer?, después de
reconstituida la ideología, ésta se funde con el movimiento, transformándolo en
movimiento revolucionario (Partido Comunista).
En el Plan del PCR, que traduce el sistema de
contradicciones de la Reconstitución partidaria, hoy la contradicción principal
es la que se libra en el campo de la vanguardia teórica, es decir, entre
aquéllos que se afanan por resolver los problemas teóricos de la revolución, y
no entre aquéllos que se dedican a encabezar las luchas de resistencia contra
el capital. Así se explica en el documento de nuestro Comité Central titulado Tesis sobre la desviación de derecha en
nuestro partido:
“En la cuestión del Partido, el
leninismo pone el acento en la conciencia, en la necesidad de construir
movimiento político desde la teoría de vanguardia, no desde el movimiento
espontáneo de masas”.
En esto consiste hoy la lucha de clases en el campo de la
teoría: convertir al marxismo-leninismo en la teoría hegemónica frente a las
otras que concurren en nuestro movimiento para situarlo en la posición de
vanguardia. Es una contienda en la que los comunistas estudiamos y combatimos
otras propuestas —y no sólo las que se reclaman marxistas-leninistas— con espíritu
dialéctico.
Frente a la vieja práctica —contaminada de subjetivismo y
de empirismo— que continúa la OCPV y que defiende una parte importante del
movimiento comunista internacional, nuestra organización propone la Nueva
Orientación, que pone el acento en la formación de cuadros como base de la
construcción de la vanguardia. Es decir, lo que plantea nuestro destacamento,
desde el punto de vista práctico, es que la vanguardia debe alejarse ahora del
reformista “calor de las masas” para aplicarse en el revolucionario “frío
trabajo ideológico”, en la lucha de dos líneas para la Reconstitución de la
teoría proletaria. Es ahí donde debemos desarrollar la práctica. No se trata de
“acabar con la práctica”, sino de llevarla al campo teórico. No sirve la vieja
práctica, es necesario socializar la lucha teórica. La Nueva Orientación
propone una línea de masas para las nuevas tareas. Hay que traducir el
desarrollo teórico en movimiento práctico: se trata de llevar la lucha de
clases al campo de la vanguardia teórica. No negamos la necesidad de una línea
de masas, simplemente la ponemos al servicio de la Reconstitución del PC. A ese
respecto, es importante la definición del concepto de “masas” que elabora Lenin
en relación a los distintos momentos de la lucha revolucionaria. Ante el III
Congreso de la Komintern, dice:
“Llevo hablando demasiado tiempo; por
eso, sólo quisiera decir unas palabras sobre el concepto de ‘masas’. El
concepto de ‘masas’ varía según cambie el carácter de la lucha. Al comienzo de
la lucha bastaban varios miles de obreros revolucionarios para que se pudiese
hablar de masas (….). Durante nuestras revoluciones hubo casos en que unos
cuantos miles de obreros representaban la masa (…). Cuando la revolución está
ya suficientemente preparada, el concepto de “masas” es otro; unos cuantos
miles de obreros no constituyen la masa (…). En determinados momentos, no hay
necesidad de grandes organizaciones”.
Aplicando estas palabras de Lenin, habría que decir que
los que se plantean hoy la revolución como problema teórico-práctico, las
“masas de la vanguardia”, se cuentan, como mucho, por decenas o centenas. Es a
esos camaradas a los que nos dirigimos, a la minoría que hoy sigue creyendo, no
sólo con palabras, que el comunismo es el futuro.
La vanguardia debe mirarse en el espejo de su propia
historia, emprender el análisis científico de su pasado. Esto le facilitará el
camino. Los camaradas de la OCPV dan la espalda a la situación de esclerosis y
anquilosamiento ideológico que vive el movimiento comunista. No explican qué ha
ocurrido con las revoluciones que marcaron una gran parte del siglo pasado,
ocultan que el marxismo y el proletariado han sido de momento incapaces de
derrotar a la burguesía. En suma, no plantean el más elemental balance de la
historia. Es imprescindible rechazar la ortodoxia tal como la contempla la
OCPV, soltar amarras del Ciclo de Octubre, “negarlo” dialécticamente,
pertrecharnos de las armas teóricas para caminar firmes hacia el nuevo ciclo
revolucionario. Esta nueva época debe abrir una etapa de maduración
revolucionaria de nuestra clase; es por eso que los retos históricos son de más
calado, es por eso que el esfuerzo ha de ser titánico para desembarazarse de
cualquier contaminación ideológica de la burguesía.
Sabemos de lo peculiar o novedoso de nuestro discurso
que, en general, produce perplejidad en el resto del movimiento, pero esperamos que los camaradas
valencianos lo reciban con el mismo “entusiasmo y camaradería” con los que
tratan al movimiento espontáneo en las distintas convocatorias a las que
acuden. Si en algún momento el despliegue de la lucha de líneas, al que nos
abocan los compromisos revolucionarios, puede resultar ofensivo, no ha sido en
ningún caso ésa la intención. Tendrán en cuenta los camaradas que la
experiencia de nuestro movimiento nos dice que las problemáticas doctrinales
del marxismo se resuelven a través de la lucha de líneas y que es un principio
de la dialéctica que la ideología y su representación material en la vanguardia
están en constante movimiento. La unidad, el equilibrio es relativo, la lucha
es lo absoluto.
La OCPV plantea el problema del comunismo como una
cuestión de cantidad, es decir, organizar una estructura que ellos llaman
partido, que sea lo mas numerosa posible y partir hacia la revolución. Ese gran
esqueleto organizativo, que parece que se va a concretar desde el CEOC, se va a
convertir en el nuevo tótem de los partidarios de la “unidad” y la
“reconstrucción” en el Estado español, y con el tiempo se añadirá a la lista de
fracasos que desde los setenta vienen cosechando los partidarios de esa visión
del Partido. Aunque tal vez hoy encuentre una tabla de salvación, pues resulta
sospechoso el relativismo ideológico y político en que se mueve el documento de
la OCPV —que nos recuerda al del PCE de los tiempos de la transición—, ahora,
cuando se encuentra en disputa el terreno que ha abandonado el revisionismo
institucional. La OCPV y su partenaire,
el CEOC, defienden parecidas reivindicaciones a las de aquel momento histórico.
Aunque son muchos los llamados y pocos los elegidos, de momento su línea
ideológica hace méritos.
En este orden de cosas, nos llama la atención el “rechazo
a los partidos-guía” de los camaradas de la OCPV. Y ya que hemos aludido al
Informe Dimitrov, viene al caso recordar que, en él, el dirigente búlgaro
recomienda seguir el “ejemplo de nuestros gloriosos bolcheviques rusos”, seguir
“el ejemplo del partido-guía de la Internacional Comunista, del Partido
Comunista de la Unión Soviética”. ¿Es que, acaso, los camaradas de la OCPV, en
contra de lo que defiende el “estalinista” Dimitrov, rechazan al partido
bolchevique como “partido-guía”? No suponemos tal atrevimiento. Aunque es
cierto que los camaradas no pierden mucho el tiempo en explicaciones, tenemos
que suponer que se refieren a la actualidad penosa que atraviesa el movimiento.
Si el marxismo estuviera en su máximo apogeo, no entenderíamos lo que dicen
(aún cuando es un tanto críptico su planteamiento), pero es evidente que en el
cierre de un ciclo, ante una ideología derrotada, no existe un referente
internacional que influya en el resto del movimiento, como pasó en su día con
el partido bolchevique. Sólo cuando resolvamos el problema teórico, que
curiosamente para ellos no existe, podemos empezar a hablar al menos de teoría-guía,
pues sólo entonces será posible la Reconstitución de los partidos comunistas en
el mundo. Pero son sus propias palabras las que nos confunden una vez más, pues
al hablar de “la construcción del partido” nos advierten que “hoy por hoy” esa
tarea la “debe encabezar” el CEOC, “por su mayor nivel de convergencia
ideológica y política”. Confiemos que a los camaradas la memoria no les juegue una mala pasada y dentro de poco estén
hablando del CEOC, o de lo que resulte de él, como partido-guía. Ya veremos.
En realidad, lo que se busca, aunque cínicamente se
niegue la necesidad del partido-guía, o, como planteamos nosotros, de la
teoría-guía, es la búsqueda de autoridad ideológica. Durante el declive del
Ciclo de Octubre, eran los grandes “popes” que, según qué corrientes están en
la mente de todos, los que guiaban los pasos del movimiento. Ante el nuevo
ciclo, la resolución de esta tarea histórica, la nueva autoridad ideológica
está por llegar, o, tal vez, ya esté entre nosotros, en el intelectual
colectivo que debe resolver el bloqueo, el impasse ideológico en el que se
encuentra la vanguardia.
El movimiento comunista actual está encasquillado, es
incapaz de salir del atolladero ideológico en el que se encuentra. En general,
se dedica a repetir las viejas recetas con evidente inseguridad y rebajando
cada vez más su discurso, como evidencia la aplicación del modelo de “unidad
comunista” o de “reconstrucción”. Nuestro destacamento reconoce la originalidad
del momento histórico, que confunde a gran parte de la vanguardia, e insiste en
que sólo perseverando en el estudio y aplicación del marxismo-leninismo —es
decir, el comunismo revolucionario, no el reformismo disfrazado de comunismo—
podremos hallar las claves de la salida revolucionaria. Debemos creer en la
capacidad del proletariado para asumir su tarea histórica; hay que romper con
esa visión determinista que defiende el documento y que condena a la vanguardia
a la reclusión en el sindicato; y hay que creer en nosotros también, en los que
pretendemos ser la vanguardia, sus
legítimos representantes, punto
de partida necesario que hoy está en entredicho.
Con esta perspectiva, decimos que las tareas que hoy no
sirvan a la revolución, al comunismo, no sirven; que la vanguardia ha de
transformar su conciencia, reconstituirla como conciencia revolucionaria, pues
el primer aspecto estratégico al que nos enfrentamos es la recuperación de los
principios de la independencia ideológica del comunismo. Este es el primer paso
necesario en la Reconstitución del Partido. No debemos repetir el pasado “sino
construir el futuro”, como dijera Marx de la Comuna.
El comunismo es, en este momento, un problema
fundamentalmente ideológico. Sin olvidar la necesidad de que cada vez más masas
se sumen al trabajo de Reconstitución ideológica y política, en el Plan de
Reconstitución, el problema cuantitativo de ganar a las grandes masas para el
comunismo vendrá en otra fase de la revolución.
Para terminar, indicar a los camaradas que el espíritu
que anima todo nuestro trabajo es aquel que acertadamente señalaba su admirado
Stalin en Brevemente:
“Nuestro deber es ir siempre a la
vanguardia del movimiento y luchar infatigablemente contra todos los que
estorben la realización de estas tareas, sean enemigos o ‘amigos’.”
Confiamos que esta crítica sirva para que al menos llenen de sentido comunista esas consignas
que aparecen en su documento —“crítica, autocrítica y vigilancia
revolucionaria”— que tanta veces han sido traicionadas, pues tal vez así
obtengamos el beneficio de la duda de que nuestra única pretensión, en estos
tiempos de profunda crisis para la causa, es aportar algo de luz a los caminos
de la revolución. Sería corresponder con el mismo juicio a lo que ha hecho el
PCR con los camaradas.
Mientras tanto, los oprimidos del mundo esperan noticias
de su vanguardia… noticias del comunismo.
Mario
*
Para seguir profundizando sobre el tema, vid. el artículo Stalin. Del marxismo al revisionismo del Colectivo Fénix, publicado
en LA FORJA, nº 28.