El siguiente documento trata sobre el problema sindical desde la óptica de la Nueva Orientación. Su interés no reside en ningún novedoso aporte a nuestra línea política, sino en que su autor es el jefe de la facción de renegados que ahora hace un año abandonó nuestro partido. No por ello carece de provecho, de modo que lo publicamos como si fuera nuestro porque lo suscribimos en sus términos, a pesar de cierta rigidez argumental, propia del característico pensar lógico-formal del autor, y de algún que otro planteamiento metafísico subyacente, como la oposición abstracta emancipación humana-lucha obrera de resistencia, la ausencia de toda propuesta práctica para la fase actual de nuestro movimiento (este hombre ha pasado de propugnar la teoría pura a la práctica pura sin solución de continuidad) y el empeño en plantear el problema de las bases de la existencia de la aristocracia obrera en términos moralistas (“soborno”) o como reflejo en el sindicato de la división del trabajo (burocracia), olvidándose del conjunto de relaciones internacionales económicas y políticas y de la posición objetiva que en él ocupa el proletariado de los países imperialistas, que es su verdadera base material. Tampoco queremos disimular el otro motivo: que el documento tiene un indudable interés etológico para los estudiosos o interesados en la conducta humana, y quienes quieran comprender los mecanismos del comportamiento típico del perjuro traidor o mentiroso compulsivo tienen aquí una fuente digna de atención. Tal vez nos ayuden a entender a los demás cómo se puede escribir lo que sigue para, acto seguido, defender absolutamente lo contrario. ¿“Dinero”?, ¿“poder”?, ¿“prestigio”?, ¿“comodidad”?, ¿“tranquilidad”?, ¿deseo de “aceptación por ‘los de arriba’”?...

El texto fue elaborado como balance –en la clave de la política de la dirección partido– de una determinada experiencia personal del autor como delegado sindical de CC.OO. en un conflicto colectivo, experiencia que le conminó a abandonar el sindicato, aunque no sin la ayuda de la presión y la insistencia de nuestro Comité Central, por cierto. Quizá aquel remoloneo ya demostraba por entonces que este sujeto no pensaba como escribía, ni escribía lo que pensaba; quizá comenzó pronto a añorar el status de funcionario sindical…

Finalmente, hemos suprimido cualquier referencia que permitiera identificar ese conflicto colectivo, aunque sólo sea por ahorrarle al autor el bochorno de que se sepa con qué clase obrera se codea y qué tipo de trabajadores pretende elevar hacia la conciencia revolucionaria.

 Acerca del sindicalismo, sus limitaciones y cómo superarlas 

            Las críticas fundamentales y fundamentadas que, con motivo del Preacuerdo […] y de la desconvocatoria de la huelga del 27 de Noviembre, se han dirigido a la Dirección del sindicato no han sido aceptadas ni siquiera contestadas por ésta. Tal actitud merece una reflexión. ¿Se puede reputar por democrática una organización en la que sólo cuenta la opinión de unos pocos, que además son los que todo lo deciden? ¿Puede servir a los trabajadores una organización cuyos dirigentes desprecian determinados puntos de vista por el mero hecho de ser demasiado “radicales”, “duros”, “anticuados”, etc., en lugar de molestarse en demostrar –si pueden– que no se ajustan a la realidad? La acción sindical se refiere principalmente a intereses y no a gustos, inclinaciones o sensibilidades; su definición se asemeja más a la ciencia que al arte, por lo que debe tratar los problemas racionalmente, buscando la verdad objetiva, válida para los más diversos sujetos (la ley de la gravedad es cierta para todos, nos guste o no). Descartar a priori determinadas opiniones porque rebasan “lo políticamente correcto” sólo puede servir a intereses espurios que tratan de imponerse contra la razón y su aprendizaje por las masas; intereses oscurantistas y reaccionarios de quienes se afanan en obstaculizar el progreso y la liberación social, perpetuando la división en clases (dominadores y dominados).

Composición

            En el movimiento sindical coexistimos individuos que, según su conciencia, podríamos clasificar, a resultas, en dos grupos:

1.–       Quienes priorizan solucionar los problemas inmediatos a través de la unidad organizada de aquellos que los comparten (resistencia).

2.–       Quienes priorizamos solucionar los problemas más generales y fundamentales de la humanidad (emancipación) mediante un proceso sistemático de transformaciones que involucran, entre otros, la acción sindical, es decir, la defensa de los intereses económicos inmediatos de los trabajadores asalariados frente al capital y su Estado.

El sindicalismo: ventaja y límites (corporativismo y colaboracionismo)

Entre ambos enfoques media una diferencia cualitativa e incluso una oposición en cuanto que la lucha de resistencia no se propone necesariamente la destrucción de las relaciones sociales capitalistas, sino defender, dentro de ellas, a los que venden su fuerza de trabajo; mientras, la lucha emancipatoria se propone superar el régimen social actual y, en general, la división de la humanidad en clases.

La concepción clásica acerca de la relación entre estas formas de pensar o, mejor dicho, entre estos dos niveles de conciencia se viene repitiendo acríticamente en nuestros días. Marx consiguió sintetizarla del modo siguiente:

“[…] el propio desarrollo de la moderna industria contribuye por fuerza a inclinar la balanza cada vez más a favor del capitalista y en contra del obrero, y que, como consecuencia de esto, la tendencia general de la producción capitalista no es a elevar el nivel medio de  los salarios, sino, por el contrario, a hacerlo bajar, o sea, a empujar más o menos el valor del trabajo a su nivel mínimo. Pero si la tendencia, dentro de este sistema, es tal, ¿quiere esto decir que la clase obrera deba renunciar a defenderse contra las usurpaciones del capital y cejar en sus esfuerzos para aprovechar todas las posibilidades que se le ofrezcan para mejorar temporalmente su situación? Si lo hiciese, veríase degradada en una masa uniforme de hombres desgraciados y quebrantados, sin salvación posible. Creo haber demostrado que las luchas de la clase obrera por el nivel de los salarios son episodios inseparables de todo el sistema del salariado, que en el 99 por 100 de los casos sus esfuerzos por elevar los salarios no son más que esfuerzos dirigidos a mantener en pie el valor dado del trabajo, y que la necesidad de forcejear con el capitalista acerca de su precio va unida a la situación del obrero, que le obliga a venderse a sí mismo como una mercancía. Si en sus conflictos diarios con el capital cediesen cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura.

Al mismo tiempo, y aun prescindiendo por completo del esclavizamiento general que entraña el sistema del salariado, la clase obrera no debe exagerar a sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador de ‘¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!’, deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: ‘¡Abolición del sistema del trabajo asalariado!’.[1]

En esta concepción clásica, se trataba, pues, de ir aportando conciencia al movimiento de resistencia en desarrollo, movimiento que, por sus intereses, tendía a ella espontáneamente. Sin embargo, todo esto entró en crisis desde finales del siglo XIX como se observó en Inglaterra, luego en toda Europa y América del Norte, y hoy en día casi en todo el planeta. El capitalismo modificó su desarrollo predominantemente cuantitativo y experimentó un salto cualitativo: el imperialismo o monopolismo, con sus superganancias que posibilitan el soborno de la capa superior de la clase obrera (incluyendo en ella a la burocracia de sus organizaciones) y que proceden de la brutal explotación de las grandes masas trabajadoras del mundo. Desde entonces, el sindicalismo tiende continuamente a renunciar a la defensa de los que “nada tienen que perder salvo sus cadenas”, para coludirse con el negocio global imperialista, contribuyendo a la corrupción intelectual y moral de los trabajadores.

Por otra parte, el concepto de “sindicalismo de clase”, en principio, no nos pone en absoluto a salvo de un enfoque estrechamente resistencial, puesto que una defensa de los intereses inmediatos de los obreros en general (como clase) no incluye forzosamente la necesidad de emanciparse de su condición de clase.

Por último, ni mucho menos son idénticos los intereses inmediatos de quienes sólo pueden vivir a condición de vender su fuerza de trabajo (proletariado). De ahí la propensión de éstos a agruparse inicialmente por profesiones, empresas o sectores, antes que como clase. En el desarrollo de su lucha gremial, tal heterogeneidad puede llegar a ser entendida como antagonismo y degenerar en corporativismo. Pero eso no es necesario. También puede ocurrir que el desarrollo de esa lucha gremial –si es consecuente– sirva de ejemplo y estímulo para otros, y revele la identidad de los intereses más fundamentales de los distintos destacamentos de trabajadores frente a su enemigo común (la burguesía).

El corporativismo conduce al conciliacionismo entre clases, a la colaboración del sindicato con la dominación capitalista, siendo el fascismo su expresión extrema. Pero no es el único camino para ello, como evidencia la historia de CC.OO. y UGT desde los pactos sociales de la llamada Transición Democrática. Un sindicato a base de toda la clase pero que no se inscribe en una perspectiva consciente y real de supresión de la división de la sociedad en clases (al igual que la lucha de clases concebida en abstracto) no rebasa el marco de la ideología burguesa y, por lo tanto, no puede por menos que reproducir las relaciones sociales dominantes dentro de su movimiento. Así es como la inevitable y mínima división del trabajo que exige la organización sindical se desarrolló como burocracia cada vez más separada de las masas trabajadoras, opuestas a ellas y dispuesta a sacrificarlas en provecho de sus intereses corporativos (no siempre dinero, también poder, prestigio, comodidad, tranquilidad, aceptación por “los de arriba”, etc.).

Y esta tendencia objetiva se impone lenta e imperceptiblemente por encima de cualquier intencionalidad subjetiva, como hemos comprobado empíricamente con la reciente actuación de los dirigentes de CC.OO. […] que, sin embargo, se habían significado anteriormente con la exigencia a su confederación de un “giro a la izquierda”.

¿Por dónde empezar?

            La contradicción entre el movimiento de resistencia y la lucha emancipatoria, en nuestra época, presenta dos etapas en su desenvolvimiento.

            Cuando la segunda ha adquirido un carácter hegemónico sobre la base de una elevada conciencia, el sindicato se subordina a ella, como la parte al todo, y, a la vez que impulsa una resistencia efectiva, contribuye al desarrollo político de las capas más atrasadas del proletariado. Pero, en un momento como el actual, cuando el nivel de la conciencia está tan bajo, esta última función aparece muy mermada y, además, cualquier manifestación del movimiento obrero desemboca pronto en el oportunismo colaboracionista (corporativo o “de clase”) o, en el mejor de los casos, en la impotencia del anarcosindicalismo. Y es que la prosternación del movimiento ante la espontaneidad lo somete necesariamente a la ideología burguesa dominante, que ya es esencialmente reaccionaria.

            ¿Cómo romper el círculo vicioso en que se ve hoy encerrado el movimiento obrero?

            Sin perjuicio de la legitimidad de la auténtica resistencia sindical (mientras dure), la clave reside fuera de ahí, fuera de su problemática y de su organización. Se trata, al contrario, de centrar en la resolución de los problemas fundamentales de la emancipación humana, en la reconstrucción de la ideología antagonista de la dominante: la concepción del mundo marxista. Quienes así lo comprendan deben organizarse con ese fin (muy particularmente, para recuperarse de la derrota de la experiencia socialista del siglo XX mediante su análisis crítico) y no rebajarlo hacia el sindicalismo por afán de agrupar inmediatamente masas mayores. Esto aparenta ser un objetivo y una práctica muy alejados de las necesidades candentes de los trabajadores, pero, a fin de cuentas, éstas únicamente podrán encontrar cabal satisfacción mediante la redefinición de las prioridades aquí propugnada.

            El sindicalismo está moribundo: indiferente a la emancipación y creciente freno de la resistencia, se ve reducido a holding de servicios en pago por su traición y para seguir cumpliendo efectivamente esta función.

            La tentación sindical y resistencialista debe ser enterrada para todos aquellos que, consecuentemente, deseen luchar por la emancipación humana. Hoy toca separarnos, escindirnos del sindicato, para volver a encontrarnos con él en un futuro para el que hayamos forjado unas condiciones cualitativamente diferentes y superiores de conciencia. 

Nicolás García. Diciembre de 2002.


[1] Marx: Salario, precio y ganancia; en Marx, K. y Engels, F.: Obras escogidas. Ed. Akal. Madrid, 1975; tomo 1, págs. 463 y 464.