Más de lo mismo
El jefe de la
fracción derechista, se plantó ante el Comité Central del PCR con una
intervención basada en un documento-guión que, en aras de la clarificación
ideológica, vemos imprescindible someter a nuestra crítica de manera pública
para conocimiento de nuestro movimiento. Este texto resume el fondo ideológico
y político sobre el que se asienta la línea oportunista de derecha (LOD) que
inspira a los líderes de la fracción. Su redactor escamoteó su conocimiento a
toda la militancia de nuestro partido y comprobamos que después de la
publicación de la hoja parroquial que autodenominan La Forja nº 30 sigue sin atreverse a presentarlo abiertamente.
Advertimos que, probablemente, este texto se convertirá en la base sobre la que
se montará un nuevo grupo revisionista. Desmenuzamos el trasfondo del documento
destacando los párrafos más significativos y reveladores, sometiéndolos a la
crítica esclarecedora para mostrar la forma de pensar y de actuar de la LOD y
para denunciar con ello nuevamente el ataque continuo al que se ve sometida la
línea proletaria para frenar sus progresos, y poder así ayudar a los camaradas
que por seguidismo personal y supuesta consideración victimista se han dejado
influir por los chismes y habladurías para sustraer su participación en un
verdadero debate político. Resaltaremos en
negrilla pero con letra más pequeña y sangría justificada los párrafos que
hemos seleccionado e iremos comentando. Podemos decir que transcribimos en un
80% el documento del cabecilla de la LOD y en su totalidad los párrafos que
expresan su fondo ideológico y político. En nuestros
comentarios haremos algunas referencias a la línea del partido encarnada en la
llamada Nueva Orientación. Este documento, aunque ya fue editado hace poco en
la serie Textos del PCR, ha tenido
sin embargo aún escasa difusión, por lo que será publicado en el siguiente
número de LA FORJA, para someterlo al conocimiento, el estudio y la crítica
vivificadora del movimiento comunista. |
El documento del representante derechista empieza aludiendo a un incidente
provocado por él mismo como excusa para propiciar el definitivo enfrentamiento
y fractura de la organización. De esta primera parte del texto entresacamos un
párrafo que recoge una supuesta autocrítica al reconocer ser el causante del
incidente, pero que es utilizada en realidad para iniciar el ataque teórico
contra la línea del PCR.
PERO, autocrítica = hipócrita servilismo si se
desvincula del contexto, de los orígenes del error posibles
responsabilidades de otros la autocrítica se completa con la crítica:
principio unitario de la crítica y de la autocrítica, caso concreto del
principio dialéctico de la concatenación universal.
Aquí vemos cómo ya, desde el principio de su escrito, el jefe derechista
nos muestra su incomprensión general de la dialéctica, componente fundamental
del marxismo, y cómo le vence la defensa de su ego personal, de su estatus
individual, al pretender sustraerse a la autocrítica, generando una falsa
dialéctica a través de la dualidad crítica-autocrítica. Así, asumiendo de
palabra la conveniencia de realizar su propia autocrítica, contraataca con la necesidad de la crítica hacia “otros”,
los que le han dirigido la crítica por sus errores.
Y decimos que su planteamiento se basa en una dialéctica falsa porque siendo el error en el que él incurre el vínculo entre crítica y autocrítica, el jefe derechista se descuelga con un y tú más, sacando dicho error fuera del vínculo para pasar a criticar los errores de los “otros” y desviar así la atención de la grave trascendencia que entraña el suyo. Sin embargo, la dialéctica enseña que ante un error, que se reconoce como tal efectuando la correspondiente autocrítica, esto es, la demostración argumental de que no sólo se reconoce sino que se comprende el fondo y la naturaleza del error, debe de efectuarse de nuevo la crítica sobre la realidad material en la que cometimos el error en un principio. Se trata de tener una posición crítica, transformadora, hacia la realidad sobre la que actuamos, y no de encubrir los errores propios buscando errores en los demás.
De este primer párrafo podemos extraer los siguientes elementos característicos: incomprensión de la dialéctica marxiana, individualismo burgués y personalismo antipartido.
Finalmente, llamamos la atención del lector sobre la última afirmación de este parágrafo: la apelación del jefe de la línea oportunista al “principio dialéctico de la concatenación universal”. No habrá que esperar mucho para comprobar cómo él mismo se deshace de este principio cuando le resulta incómodo.
Manifestación externa del problema:
Exigencia [por parte de la Nueva Orientación] de autotransformación individual, es decir, de las conciencias de los camaradas, al tiempo que el resto es tratado como material muerto, perjudicial y merecedor de su destrucción: los camaradas de la periferia de la Organización resultan un lastre; el entorno personal de cada uno en su familia, su empresa, etc. es despreciablemente burgués; el movimiento de resistencia de los obreros también lo es y éstos no son más que mediocres que no pueden entender nada de sus verdaderos intereses o de la emancipación humana. Todo permanecerá así de inalterado hasta que completemos la forja de la inmarcesible luz de la ideología y de sus portadores.
Mientras: “Tomar la pastilla roja”[1], “quemar las naves”, “no digas que no puedes, di que no quieres”…
Primera
confrontación sobre el particular.
Saldo. Se mantiene la concepción pero se matiza así: sin práctica, no se puede asumir La exigencia de “revolucionar ya las conciencias” se rebaja hasta la de mostrar una superior actitud o disposición.
Por
lo difuso y subjetivo que esto comporta, no resolvemos el problema.
Cada uno entiende la actitud desde sus presupuestos y sólo van a fiscalizar la de los demás quienes de veras comulgan con esta concepción.
Observaciones:
1. No hay huellas de este problema en el pasado del movimiento comunista internacional ni en los clásicos. El centro de gravedad se situaba en la resultante colectiva y práctica de la colaboración de las conciencias individuales. Las sanciones individuales se reservaban para cosas realmente graves. Lo demás era combatido como voluntarismo e individualismo.
Es rotundamente mentira que la Nueva Orientación desprecie, en la manera en
que es relatado por el jefe de la LOD, a la militancia, su entorno y al
movimiento obrero. Esto no puede encontrarse en ningún documento del PCR hasta
hoy. Más bien afirmamos que hay un interés particular en caricaturizar la línea
del partido para así poder tener algún argumento para atacarla.
La Nueva Orientación tampoco dice que sin práctica se pueda asumir, ni que las conciencias deban de revolucionarizarse “ya”. Esto también es falso y forma parte de la deformación interesada de la línea del PCR para mejor agredirla. Además, no se produce en la organización ninguna rebaja en la exigencia de revolucionarización de las conciencias. Son precisamente los seguidores de la LOD los que exigen continuamente esa rebaja, y al pretender forzar su imposición y fracasar en ello provocarán la ruptura final de la organización. La Nueva Orientación reivindica la revolucionarización de las conciencias como una tarea fundamental. Efectivamente, recogemos la máxima de Lenin en La enfermedad infantil de “no digas que no puedes, di que no quieres”[2]. La LOD se olvida aquí, conscientemente, de la necesidad de forjar la vanguardia del proletariado, porque no quiere asumir la responsabilidad de serlo. La Nueva Orientación responde a este problema proponiendo la construcción de los instrumentos necesarios a la etapa en la que nos encontramos.
Además, este representante del oportunismo derechista, demostrando su verdadero talante liberal, pretende que en una organización marxista-leninista no sólo cada uno pueda entender la actitud desde sus propios presupuestos, o lo que es lo mismo, que cada uno entienda cualquier posición política o ideológica como mejor sepa y le parezca –ya que siempre están sujetas a la actitud de cada uno–, sino que, además, procura que no pueda existir fiscalización por parte del resto de la organización sobre la actitud de cada militante, ni, por consiguiente, sobre el comportamiento y las consecuencias que de esa actitud se deriven. De esto sí que no hay huellas en la rica historia del movimiento comunista internacional, más bien todo lo contrario: siempre ha existido un combate a muerte contra el liberalismo en el seno del Partido Comunista. Este planteamiento es la mejor prueba de la existencia de la presión que ejerce la aristocracia obrera sobre parte de los miembros del movimiento comunista. Dicho individuo en concreto, jefe de su fracción, no quiere luchar contra dicha influencia sino que se amolda a ella y pretende adecuar la organización revolucionaria a esa cómoda posición de casta aburguesada del proletariado, que es en el lodazal en el que se encuentra la mayoría de destacamentos que se autodefinen comunistas. Podemos congratularnos aquí de que, a pesar de todo, la línea proletaria estaba vigilante e incomodaba continua y oportunamente al talante liberal que domina a este elemento liquidacionista del partido.
La
manifestación del problema de la exigencia de autotransformación individual en
la tradición del movimiento comunista internacional ha existido siempre. Decir
que no existen huellas de ello en nuestro pasado como movimiento, ni incluso en
los clásicos, es cuando menos una enorme muestra de ignorancia. La historia
suele contemplar sólo las revoluciones en auge, nunca, o casi nunca, se hace
énfasis en los periodos previos, en los cuales una parte de la sociedad
(generalmente una parte culta, de clases bien situadas y sensibles a los
problemas de otras clases) va tomando conciencia de los antagonismos de clase y
pugna por transformar la sociedad asumiendo para ello la ideología de la clase
revolucionaria. Para nuestra clase el ejemplo más notable quizás sea el de Marx
y Engels, que abandonan su posición de clase burguesa para, no ya asumir, sino
formular la ideología de la clase revolucionaria de nuestra época, la ideología
del proletariado. Este proceso que realizan ambos revolucionarios lo reflejan
por escrito en su conocida obra La
ideología alemana, como ya el propio Marx señalara en el Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, refiriéndose a
esa obra entonces no publicada:
“Federico Engels, con el que yo mantenía un constante intercambio escrito de ideas desde la publicación de su genial bosquejo sobre la crítica de las categorías económicas (en los Deutsch-Französische Jahrbücher), había llegado por distinto camino (véase su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra) al mismo resultado que yo. Y cuando, en la primavera de 1845, se estableció también en Bruselas, acordamos elaborar en común la contraposición de nuestro punto de vista con el punto de vista ideológico de la filosofía alemana; en realidad, liquidar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. El propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía poshegeliana. El manuscrito dos gruesos volúmenes en octavo ya hacía mucho tiempo que había llegado a su sitio de publicación en Westfalia, cuando nos enteramos de que nuevas circunstancias imprevistas impedían su publicación. En vista de eso, entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias ideas, ya había sido logrado”[3].
Lo mismo hace Engels en la Nota preliminar de su archiconocida obra Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana[4].
Esto, en cuanto
a la actitud ideológica, en cuanto a la posibilidad de autotransformación
consciente; pero Marx y Engels –sobre todo el primero– son también ejemplo de
actitud vital coherente con los compromisos ideológicos adquiridos. El
sacrificio personal y la renuncia a prometedoras carreras y modos de vida
acomodaticios a cambio del exilio y la incertidumbre sobre la propia existencia
son propios de los grandes representantes del proletariado revolucionario, y de
todas las clases revolucionarias, a lo largo de la historia (Lenin, Stalin, Mao,
Che, Ho, etc.). Lo que se está negando, por tanto, es el rol de la voluntad
personal en la obra de transformación, la posibilidad individual de asumir
papeles que pongan en cuestión la determinación social que está en nuestro
origen, y, ante todo, el estudio como primer paso en esta obra, al someter a
crítica la vieja conciencia asumiendo la ideología revolucionaria por parte del
militante.
Por otro lado, es falso que el centro de gravedad se situase en la “resultante” de la “colaboración de las conciencias individuales” dentro del movimiento comunista internacional. La resultante colectiva siempre es el mínimo común denominador y, en la práctica, este planteamiento significa renunciar al papel de la vanguardia, en concreto, a igualar su influencia sobre las masas con la influencia que pudiera ejercer cualquier otro miembro de la clase. En su afán de defender su posición de clase burguesa en el seno del PCR, este individuo se ha visto en la obligación de tergiversar la historia del comunismo revolucionario. Gravísima ha sido pues su toma de posición, su actitud derrotista y su comportamiento liquidador.
2. Papel real de las condiciones objetivas respecto de la
conciencia y la disposición subjetiva:
Causa, en última instancia.
Limitan realmente (aunque también de manera elástica) las posibilidades del individuo.
Ofrecen posibilidad de su propia transformación en beneficio de lo que queremos, redundando esto a su vez en posibilidad de desarrollar más nuestra conciencia.
La
ideología no se puede asimilar a la fuerza, imponiéndola sino únicamente sobre
la base de la existencia y de la experiencia en mutua relación.
Aquí ya se atreve a mostrar por escrito su incapacidad y su renuncia, de
hecho, a hacer la revolución comunista. Es el espíritu de la derrota el que
sostiene políticamente a este líder de la LOD, la realidad que le circunda le
ha vencido. ¡O sea, que son las condiciones objetivas las que determinan la
conciencia de la vanguardia! Es escandaloso. Aquí no se trata del problema
filosófico relativo al principio materialista de que el mundo objetivo precede
a la conciencia, se trata de un problema político: del carácter de nuestra
decisión sobre la relación de la conciencia con la sociedad en el momento actual,
en la época del capitalismo y de la revolución proletaria. ¿Cómo pudo Marx no
sólo hacerse revolucionario, sino también dar origen a la ideología del
proletariado? ¿Por qué los más oprimidos no son los más revolucionarios
entonces? Sólo combatiendo la influencia de las condiciones objetivas, luchando
contra ella, empezando primero por tener conciencia de la necesidad de esa
lucha y actuando acto seguido en consecuencia, es como se abre el camino de la
propia autotransformación.
¿Y qué dice nuestro amigo de la ideología? Qué sólo se asimila sobre la base de la existencia, que reside a su vez sobre el contexto de la derrota que nos impone la actual coyuntura política (que es a lo que él reduce las “condiciones objetivas”), y por consiguiente, sobre la experiencia del derrotado, su experiencia.
La ideología, en primera instancia, se asimila estudiándola, y desde que el socialismo se hizo ciencia lo que hay que hacer es precisamente eso, estudiarlo, como ya dijera Engels[5]. El planteamiento del derrotismo rompe definitivamente con el estudio y la formación como principio de partida revolucionario, con la crítica revolucionaria como primer momento necesario de la revolución y, a la larga, con la tesis leninista de la teoría revolucionaria como condición de todo movimiento revolucionario. Desde luego, por sí solo, no es garantía de transformación de la conciencia. Puede ocurrir lo que al jefe sedicioso y a sus seguidores, que se saben los títulos de las obras de nuestros clásicos, y tal vez se las hayan leído, pero les ha aprovechado muy poco. Se trata de empirismo en estado puro, se trata de determinismo materialista vulgar, que en los hechos niega la voluntad del individuo en su propia transformación. Como ya hemos demostrado, el estudio presupone cumplir con tareas y objetivos y ha de acompañarse de un esfuerzo que los representantes de la LOD no están dispuestos a realizar.
3. Ni
las condiciones objetivas son todas desfavorables a la revolución ni los
posicionamientos subjetivos, aun los más brillantes, tienen garantizados a
priori su veracidad y eficacia transformadora.
Nosotros, en cambio, afirmamos que las condiciones objetivas de la
revolución están dadas, existen. Estamos hartos de oír que el capitalismo está
en crisis, que las diferencias entre el capital y el trabajo, entre norte y
sur, entre opresores y oprimidos no dejan de incrementarse. Estadísticamente
está archidemostrada esta tendencia, y sin embargo, no se abre ningún proceso
revolucionario. Esto es así porque es precisamente el factor subjetivo el que
falta, no se dan las condiciones subjetivas y éstas dependen en primera
instancia, no en última, de la conciencia y no de las condiciones materiales
objetivas. Además, es imprescindible que los posicionamientos subjetivos, para
demostrar incluso su brillantez, puedan aplicarse para así confrontarse con la
práctica social. Y esto último es lo que los miembros de la LOD han intentado
impedir obstaculizando la Nueva Orientación, porque tienen miedo a confrontarse
con la realidad social, pues eso les obligaría a enfrentarse con las
condiciones objetivas y no están dispuestos a renunciar a esa estabilidad que
les proporciona el estatus privilegiado que les brinda el primer mundo en el
que viven, incorporados a la casta reaccionaria que representa la aristocracia
obrera. Sin embargo, para atacar a la Nueva Orientación, la caricaturizan
haciendo referencia al supuesto desprecio hacia las condiciones objetivas
(entorno, movimiento obrero,...) que se deduciría de ella.
El marxismo enseña que la lucha entre ideas
(aspiraciones, anhelos, razonamientos,...) es el reflejo de que esa misma lucha
se libra (a veces sólo potencialmente) entre las clases, en el ser social, en
la realidad material.
El marxismo enseña que el grado de desarrollo alcanzado en cada momento por
la lucha de clases no limita ni encorseta la lucha de clases a ese grado. Este
grado puede actuar como un máximo, pero también como un mínimo. El grado máximo
que alcanza la contradicción social entre las clases es la revolución, y en el
capitalismo el grado máximo que alcanza la contradicción entre capital y
trabajo es la revolución proletaria, que es el listón que debe de servir
siempre de referencia a la vanguardia; es decir, el grado alcanzado
históricamente por la lucha de clases del proletariado (en concreto, la
Dictadura del Proletariado en la construcción del socialismo), combatiendo a
quienes pretendan poner un límite a esa lucha y a la perspectiva de esa lucha
en función del estado específico de las condiciones sociales impuestas por una
determinada coyuntura. En estos términos se comprenderá que la conciencia no
puede ser entendida sólo como “reflejo” del estado real de la lucha de clases
en cada determinado momento. Al contrario, la vanguardia puede estar por delante y poseer una perspectiva más
allá de la escala en que el proletariado está planteando realmente su lucha de
clase, como es el caso de la actualidad (aunque el estado en el que está la
vanguardia también es expresión de esa realidad); o bien, puede estar por detrás de las necesidades políticas
que plantea la clase obrera, como ocurrió, por ejemplo, en el 68. De lo que se
trata, en último término, es de determinar el punto de partida desde el que la
vanguardia debe dirigirse a las masas: “la realidad material” en la que éstas
libran su lucha en cada momento, con lo que supeditamos la política de la
vanguardia a la necesidades inmediatas de esas luchas, o, por el contrario, el
nivel máximo de transformación de “la realidad material” alcanzado por la lucha
de clases del proletariado como clase internacional, con lo que ponemos por
delante los principios y la política revolucionaria como los elementos de
nuestra labor política entre las masas. Es por esta razón que la Resolución del
Comité Central acusa a la LOD de vaciar de contenido el Balance de la
experiencia histórica de construcción del socialismo, reduciéndolo a puro
ejercicio académico, porque pierde todo su sentido si no es para definir
teórica y políticamente ese grado máximo alcanzado por la lucha de clase
proletaria como punto de partida de nuestra actividad. Para ir al movimiento
según se presenta “en la realidad”, sin la perspectiva de sobrepasar el marco
de ésta, no es precisa la experiencia de la lucha de clases del proletariado
internacional.
La lucha de ideas es el reflejo de la lucha de clases, pero esto no implica que esas ideas sean necesariamente las de las clases en contienda. De todas maneras, la fórmula empleada por el jefe oportunista trata de establecer un vínculo de dependencia y subordinación directo de la lucha de ideas con respecto a las condiciones materiales o con las clases en un mismo momento social. La realidad material permite siempre establecer una lucha de ideas que se desarrolle en una perspectiva más elevada y que tenga lugar durante todo el periodo de vigencia de las condiciones objetivas, como por otra parte demuestra en los hechos esta misma confrontación que está teniendo lugar entre el marxismo-leninismo y la LOD. No está de más aludir, con el fin de obtener una mayor perspectiva, a los tres periodos en que Lenin divide la historia de la socialdemocracia rusa, y resaltar la descripción del primero de ellos, respecto al cual se expresa así: “La socialdemocracia existía sin movimiento obrero y pasaba, como partido político, por el proceso de desarrollo intrauterino”[6].
El marxismo
enseña que el capitalismo engendra las condiciones materiales para su
revolucionarización.
El capitalismo sólo engendra las condiciones materiales, pero no garantiza
su revolucionarización. Ésta sólo se llevará a cabo si las condiciones
subjetivas pugnan en esa dirección y la llevan a efecto. Todo depende, pues, de
la lucha de clases, es decir, de los sujetos sociales que participan en ella.
De hecho, el capitalismo “engendra las condiciones materiales para su
revolucionarización”, cierto, pero también las condiciones para su
reestructuración, para la solución de sus crisis preservando las premisas de su
modo de producción. A distintas escalas, el monopolio no es más que la forma
estructural que halló el capital para resolver las contradicciones a que le
sometía la concurrencia; igualmente, el cambio del modelo de acumulación del
capitalismo tras la crisis de los 70 del siglo XX fue la respuesta al final del
ciclo de prosperidad de posguerra. En ambos casos, no fueron anónimas leyes
económicas las que recorrieron fatalmente un camino sin alternativa ya
preestablecido, fue la capacidad de la burguesía para adelantarse a la
revolución –o para neutralizarla– lo que jugó el papel principal en cada una de
esas tesituras. De la misma manera, y por el contrario, tanto la revolución de
1917 como las que siguen a la derrota nazi-fascista, son obra de la acción
consciente del proletariado, que fue capaz de aprovechar la debilidad del
enemigo provocada por la guerra imperialista, precisamente la forma que halló
el capital para superar su crisis de superproducción.
El marxismo enseña que el socialismo científico es la
expresión teórica posibilitada por aquellas condiciones materiales.
El marxismo no es esa teoría escurrida a la que hace referencia
continuamente este jefecillo del oportunismo ramplón y pusilánime. El marxismo
no es sólo la expresión teórica posibilitada por las condiciones materiales de
dominación de la burguesía, es muchísimo más, es la síntesis de todo el saber y
el conocimiento que la humanidad nos ha legado hasta nuestros días, es la
fusión de todo ese saber con la posición de clase que permite la actividad práctica
como actividad revolucionaria de emancipación. Ni mucho menos, el marxismo es
una teoría dependiente de las “condiciones materiales”, de “la realidad”
inmediata, sino que es la concepción del mundo que relaciona la actividad
consciente con las leyes objetivas del desarrollo de la materia. En este
sentido el marxismo es una cosmovisión que abarca absolutamente todos los
aspectos y niveles del desarrollo de la humanidad en su relación con el soporte
material en el que se desenvuelve. Los conocimientos del marxismo por parte de
este dirigente de la LOD son verdaderamente deficientes, y, a pesar de ello, se
atreve a presentar, en un alarde intelectualoide de argumentación, este
documento plagado de planteamientos y presupuestos anticomunistas, recurriendo
a su exigüe asunción del marxismo.
El marxismo
enseña que lo principal es intervenir sobre dichas condiciones materiales, por
poco que se manifiesten.
Llegados a este punto, se desenmascara por completo cuando asegura que lo
principal para el marxismo es actuar sobre las condiciones materiales, “por
poco que se manifiesten”. Esto es rotundamente falso, es practicismo y
tradeunionismo, es nuevamente un vaciado de contenido de la esencia del
marxismo. Se actúa cuando las condiciones materiales están maduras y los
hombres toman conciencia de la necesidad de transformarlas y emprenden el
camino en esa dirección. Lo cual no significa que no existan siempre motivos
para actuar ni modos de hacerlo. Pero esto no tiene nada que ver con lo que
aquí insinúa nuestro aspirante a funcionario sindical, para quien las
condiciones materiales sobre las que hay que actuar son siempre del mismo tipo
y se sitúan siempre en el mismo plano de la lucha económica de los obreros. Lo
correcto es que hay que actuar siempre en función de las necesidades de cada
etapa del proceso revolucionario y sobre los resortes que permitirán que vaya
avanzando. El cumplimiento de las tareas de cada etapa facilitará la maduración
de las condiciones para el salto en el proceso de desarrollo. Lo que demuestra
la Nueva Orientación es, precisamente, que en las actuales “condiciones
materiales” de la clase obrera, la vanguardia no puede ni debe intervenir sobre
el movimiento espontáneo de las masas, sobre el plano económico de su lucha de
clase, sino sobre el plano político y sobre todo ideológico, con el fin de
reconstituir los elementos que permitan a la clase obrera disponer de nuevo de
su partido revolucionario.
Hasta aquí, el texto que estamos criticando muestra perfectamente lo que puede aportar a nuestra causa la LOD. El fondo de esta línea ideológica, ajena al marxismo, rezuma por los cuatro costados determinismo zafio, fatalismo, ya que supuestamente en la materia residiría el devenir; materialismo vulgar porque en las condiciones objetivas recaería la dirección del proceso de desarrollo de la humanidad; empirismo ecléctico porque sólo de los acontecimientos prácticos que se suceden espontáneamente, ajenos al sujeto revolucionario, se obtienen las indicaciones para la acción, y sindicalismo porque sería el único terreno en el que podría realizarse dicha acción sin contravenir las reglas anteriores.
Lo que hace este individuo es buscar desesperadamente unas condiciones objetivas que le recuerden su concepción de la revolución (luchas callejeras, insurrecciones, conflictos laborales varios...) para sumarse a ellas, y así nunca ponerse a su cabeza, porque eso implicaría el reconocimiento de la revolución como un acto consciente de subversión de las condiciones objetivas cuya meta es su transformación dialéctica. Depender de las condiciones objetivas para dar cualquier paso, subordinarse a ellas, es renunciar a la revolución. Por el contrario el marxismo demuestra que es la ideología del proletariado porque es la guía para llevar hasta sus últimas consecuencias la revolución, para suprimir la contradicción y alcanzar la síntesis del desarrollo social, el Comunismo.
Por ejemplo: no
sólo neutralizar el ambiente hostil gracias a la comunitarización sino
emprender la transformación práctica de las relaciones familiares, ganando
apoyos y militantes para la causa.
En
definitiva, no se trata de negar absolutamente, sino de destruir a la vez que
se conserva para poder volver a negar (aufheben)
dialéctica.
Si aún al lector le quedaban dudas sobre la intencionalidad de este
representante de la LOD, con el ejemplo que expone nos saca definitivamente de
ellas. A este supuesto plan queda reducida su crítica, a la liquidación de la
militancia revolucionaria empantanándola en la tarea de transformar las
relaciones familiares, cuando lo que hay que hacer con la familia es abolirla,
esto es, negarla críticamente, como con todo vestigio de la sociedad clasista
de la cual ella es uno de sus más claros exponentes. ¿Dónde queda, pues, aquí
la crítica? Suponiendo que se emplee la palabra “transformación” en el sentido
de cambio y superación, debería de saber que el materialismo dialéctico enseña
que no se puede transformar una entidad en algo superior sin transformar las
condiciones en las cuales se desenvuelve. La transformación revolucionaria de
la familia sólo es posible en el camino hacia el Comunismo.
El cabecilla de la LOD está muy equivocado si pretende que la organización revolucionaria, en este caso el PCR, se dedique a resolver sus problemas de adecuación de sus relaciones familiares a la causa de la revolución. Pretende incorporar la familia a la revolución, en lugar de luchar por abolir la institución reaccionaria que representa la familia.
En el fondo, con este planteamiento, está manifestando un problema elemental debido a su incomprensión de la dialéctica materialista, a su incomprensión del concepto de lo concreto[7]. Para el marxismo, lo concreto no es lo individual aislado abstracto, sino la síntesis de múltiples determinaciones que forman parte del todo social dinámico. Poner el acento en la parte individual de la contradicción entre el ser y su entorno social, y no en la parte que determina dicho aspecto, que es ese todo social con las contradicciones que le son propias y en el que se desenvuelve el individuo, desvirtúa la comprensión del aspecto concreto, idealizándolo en la particularidad individual, absolutizándolo, magnificándolo y cayendo en la necesidad de extrapolarlo al resto de individuos. Es en ese momento, cuando parece que cada individuo manifiesta problemas diferentes con el entorno y que los resuelve de manera distinta, en que se tropieza en la lógica egoísta del individualismo dominante. Parece, entonces, que cada persona es un mundo y que no es posible la aplicación de principios que valgan para todos por igual. De ahí el rechazo frontal a toda fiscalización de lo individual por parte del colectivo al que se pertenece, en este caso el PCR. Esto es lisa y llanamente individualismo pequeñoburgués. O dicho de otro modo, los planos en que se desenvuelve el individuo tomado aisladamente y el plano de lo social que tiene en consideración a toda la población y sus relaciones sociales son distintos. El individuo se ve condicionado por muchos y variados aspectos que determinan su comportamiento, unos pasivos que van desde los hereditarios debidos a su biología a los sociales que le han venido dados desde su nacimiento, y otros activos con los que interviene en su propia conformación, como son todas las decisiones que va tomando desde ese mismo nacimiento. Como individuo social que es, nunca aislado por más individualista que pretenda ser, su transformación real sólo puede venir del plano de la contradicción situada en el ámbito social, que es el plano en el que se desarrolla la lucha de clases. Intervenir en esta lucha, con el lastre personal que supone el propio estado de cosas imperante, como militante revolucionario es algo que sólo puede evolucionar en el proceso de lucha en este ámbito concreto de lo social y no en la resolución de problemas específicos, siempre parcial –y por consiguiente no real– que ofrece la sociedad actual al individuo. Para el revolucionario, dejar que el entorno hostil de la sociedad burguesa condicione hasta el punto de coartar, limitar y confinar su propia actividad como ser conscientemente activo, en lugar de servir de acicate para entablar la lucha contra dicho estado de cosas, es el barómetro sobre el que se ve reflejado su verdadero carácter revolucionario. Este proceder demuestra la cortedad de miras, la sumisión completa al yugo al que nos pretende someter la sociedad burguesa. Es el espíritu del derrotado, de la autosumisión a los límites que la clase dominante nos impone incluso en nuestra individualidad más personal, condicionando negativamente con respecto a la causa todas nuestras decisiones, incluso las que nos otorga bajo su paraguas de falsa libertad. Es un balance muy pobre, para alguien que se pretende marxista-leninista, no saber lidiar con este problema, buscando que sea el partido el que se acomode a su problemática. ¡Valiente revolucionario! Es patético.
Así pues, el
grave trasfondo que aflora con este último párrafo que comentamos es la
incomprensión profunda y extremadamente interesada de la dialéctica. La
crítica, la negación, es radical porque tiene carácter absoluto en la
contradicción (la afirmación, la unidad en la contradicción, es relativa), pues
de lo que se trata es de suprimir y superar la vieja contradicción con una
nueva que representa la síntesis del desarrollo hasta sus últimas consecuencias
de la vieja. El proletariado como clase debe perecer junto al capital para dar
nacimiento a la sociedad sin clases, donde ya no existirá la contradicción de
clases y se dará el salto de la prehistoria a la historia de la humanidad, y
donde no se arrastrará del pasado ningún vestigio de la sociedad de clases en
general ni del ser proletario en particular, ninguna esencia obrera, pues eso implicaría la no-consumación, aún, de la
transformación revolucionaria de la sociedad, implicaría, todavía, la
existencia de las clases.
La esencia de la dialéctica la resume Engels en que “todo lo que existe merece perecer”[8]. Y no podemos privarnos de emplear las palabras del mismo Engels: “Ante esta filosofía [se refiere a la filosofía de Hegel] no existe nada definitivo, absoluto, sagrado; en todo pone de relieve su carácter perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior, cuyo mero reflejo en el cerebro pensante es esta misma filosofía. Cierto es que tiene también un lado conservador, en cuanto que reconoce la legitimidad de determinadas fases del conocimiento y de la sociedad para su época y bajo sus circunstancias; pero nada más. El conservadurismo de este modo de concebir es relativo; su carácter revolucionario es absoluto, es lo único absoluto que deja en pie”[9].
En nuestro caso, este pasaje se traduce en que es lógico que, en la época de la fase decadente y reaccionaria del capitalismo, la concepción conservadora también tenga sus adeptos dentro de las filas de la vanguardia comunista; pero incluso esta momentánea legitimidad está condenada a perecer. Por si aún no queda claro cuál es el significado de la dialéctica para el marxismo, recordamos el siguiente párrafo de Marx: “En su forma racional, la dialéctica es un escándalo y un horror para la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque en la comprensión positiva del estado de cosas existente también incluye la comprensión de su negación, de su necesaria caída, porque concibe toda forma devenida en el curso del movimiento, esto es, también en su aspecto transitorio, porque no se deja intimidar por nada, y porque en su esencia es crítica y revolucionaria”[10].
Lo que pretende
el jefe de la LOD es una actividad práctica sometida a la objetividad, sobre la
que la conciencia del hombre no pueda incidir por miedo a destruir lo objetivo,
lo dado, cuando precisamente de lo que se trata –como él mismo reconoce al
aceptar la XI tesis sobre Feuerbach de Marx– es de transformar el mundo, o sea,
transformar la realidad toda, la objetiva y la subjetiva. Además, como
discípulo de la peor corriente que gangrena al movimiento comunista, sigue con
el intento de crear un paraguas protector para sus afirmaciones teóricas sobre
la base de la tergiversación y la restricción del sentido de las afirmaciones
de los clásicos, a los que recurre con la misma alegría con la que acusa a la
línea marxista-leninista de idealista, en este caso intentando escamotear el
completo significado del vocablo alemán aufheben,
término hegeliano que encierra todas las connotaciones semánticas de la idea
dialéctica de síntesis o negación de la
negación. Dicho termino significa cancelar,
conservar y elevar. Su significado engloba las tres categorías, de ahí la
riqueza del término y de su utilización por parte de Marx y Engels a la hora de
la exposición de la dialéctica. Es evidente que a este personaje sólo le
interesa resaltar la acepción conservadora del término como buen representante
de la contrarrevolucionaria y reaccionaria aristocracia obrera. Por esta
razón, aborda el problema de las relaciones personales y familiares –como
bien señala la resolución del Comité Central– desde la metafísica de la
integración de lo viejo en lo nuevo, desde la “transformación” sin crítica
radical, sin negación, e independientemente del proceso revolucionario a escala
social. De aquí, sólo puede surgir una visión gradualista, evolucionista,
reformista del proceso político. Esta nueva doctrina revisionista se teoriza
inmediatamente en los términos siguientes:
4. La
autotransformación en todas sus etapas es indisociable de la transformación de las
relaciones sociales en que estamos inmersos.
“… la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales” (VI Tesis sobre Feuerbach. Marx).
Lo cual es rotundamente falso. Con esta sentencia lo que se hace, con un
juego de palabras antidialéctico, es imposibilitar de hecho la transformación
social, esto es, la revolución; ya que, como la autotransformación sólo puede
culminarse desde la imposición de las nuevas relaciones sociales, desde el
poder conquistado, y ya que es inevitable que el proceso de autotransformación
individual preceda lógicamente a la revolución (la conciencia dirige, de ahí la
existencia de vanguardia), la pretendida “indisociabilidad” entre
autotransformación y revolución social subordina de hecho a la vanguardia, esto
es, a la ideología, a la práctica reformista, puesto que sabemos que sin teoría
revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario, con lo cual la
práctica es imposible que sea transformadora. El marxismo enseña todo lo
contrario. En el acto de transformación social existe la voluntad de la
autotransformación revolucionaria del comunista. Primero se toma conciencia de
la necesidad de cambiar las relaciones sociales y luego se actúa en consecuencia.
La realidad social encorseta al individuo, al revolucionario, dificultando al
máximo la posibilidad de la lucha, por lo que es este individuo el que ha de
poner las bases de su propia voluntad autotransformadora para enfrentarse a su
entorno hostil, al statu quo
controlado por la ideología burguesa.
Con la revisión de este planteamiento, se está negando la posibilidad de la vanguardia y, con ello, al Partido Comunista sin más. Cuándo en el libro ¿Qué hacer? Lenin llama a sacar al obrero revolucionario de la fábrica y a convertirlo en comunista dentro del Partido, ya se están creando condiciones para la autotransformación de ese obrero, transformándose su vida sometida al capital en la del proletario revolucionario. Otra cosa supone que el acto de voluntad de emancipación de la condición social sea suprimido. En este caso, no sólo se niega el Partido, sino también los saltos cualitativos en aras de un evolucionismo determinista incruento. Siguiendo su razonamiento, ¿cómo se explica que existan distintas conciencias de clase y distintos niveles dentro de cada una de ellas? ¿Cómo pudo existir el mismísimo Lenin? En lo concreto, en la etapa de Reconstitución del Partido en que nos encontramos, nuestra autotransformación pasa por dar el salto hacia el compromiso por cumplir con las tareas de la primera fase de la Reconstitución. Estas tareas están definidas por la Nueva Orientación. La aplicación de la nueva doctrina de los liquidadores sobre la militancia a la carta, sobre la militancia precaria que elude el esfuerzo de la voluntad personal para adoptar la posición del revolucionario, condujo directamente al cuestionamiento fáctico de esas tareas, de la posibilidad de que pudieran ser realizadas. Los liquidadores comenzaron, así, a hablar de la necesidad de “asumir” esas tareas como condición para su cumplimiento, de la necesidad de un periodo de transición para su completa comprensión. Por increíble y absurdo que parezca, en esto consistió la sistematización del sabotaje de la línea proletaria después de la 6ª Conferencia del PCR. Por primera vez en la historia del comunismo, el cumplimiento de las tareas aprobadas debía esperar a que la pereza mental y espiritual de nuestros obreros acomodados –supuesta vanguardia– entendiese la necesidad de tener que alterar algo su modo de vida burgués en beneficio de la revolución.
Respecto a las líneas dedicadas a la VI tesis, con la que estamos completamente de acuerdo, afirmamos que ésta se refiere en esencia a lo que define a las masas, a la humanidad determinada por el conjunto de todas las relaciones sociales. Pero donde nosotros leemos todas las relaciones sociales[11], el autor sólo ve las relaciones de producción, las relaciones puramente económicas, cuando en realidad las relaciones sociales incluyen las relaciones políticas, las ideológicas y las culturales: todas ellas forman el conjunto y, como sabemos, no son iguales ni se manifiestan de igual modo, ni se influyen unas sobre otras siempre de la misma manera. Para nosotros, la esencia de la vanguardia, como parte destacada cualitativamente de las masas, sólo es comprensible si interpretamos “el conjunto de las relaciones sociales” no a la manera vulgar, economicista y mecanicista, sino como un conjunto heterogéneo de relaciones cuya influencia relativa varía en comparación con las masas. Así, éstas estarán determinadas mayormente por las relaciones sociales que giran alrededor de las condiciones de producción del trabajo asalariado, mientras que el proletariado revolucionario depende del estado de las relaciones políticas existentes entre las clases –la lucha de clases en general– y de las relaciones de todo tipo –pero, sobre todo, ideológicas y culturales– de la vanguardia con el conjunto del movimiento de masas. El carácter capitalista del “conjunto de relaciones sociales” es común para todos los sectores de la clase –de ahí lo correcto de la VI tesis de Marx–, pero de ahí no se colige que haya que remitirse al inframundo de la producción inmediata para iniciar la obra de transformación revolucionaria de todas “las relaciones sociales en que estamos inmersos”. Ésta es, en gran parte, una decisión política. Por tanto, depende del carácter de clase de la política que la inspire. El proletariado revolucionario niega que haya que realizar tal “inmersión” en el plano económico de las relaciones sociales, y afirma que es en el plano político –y en la actual etapa, en el plano ideológico– donde se encuentra el campo de batalla decisivo.
Si esta concepción metafísica de la autotransformación
o de la “revolución cultural” ha tomado cuerpo entre nosotros, se debe a que,
desde el principio de nuestra andadura, dimos por buena la consigna de “la
ideología al mando”, tergiversación de la de Mao: “la política al mando”.
Abrimos así nuestras puertas al idealismo filosófico.
Que la política que esté al mando debe ir guiada siempre por una ideología,
es lo que Mao presupone. El problema de emplear citas de los clásicos no está
en el hecho de emplearlas, sino en el de sacarlas de contexto con afán
manipulador y de desvío de la atención, siguiendo la mejor tradición
carrillista. Se intenta recurrir a los clásicos buscando apoyos supuestamente
incontestables para ideas y planteamientos preconcebidos a los cuales se quiere
negar interesadamente la posibilidad de cambio, variación o supresión, en caso
de ser erróneos. Es el intento de hacer pasar esos planteamientos por
auténticos y ortodoxos, cuando si por
algo se caracteriza el marxismo es por la crítica revolucionaria (que implica
heterodoxia[12]).
Este estilo indica, en los hechos, un desprecio supino no ya por la teoría y el
estudio científico y riguroso, sino también por la militancia revolucionaria,
por la clase y las masas a las que tanto se presume de tener en cuenta.
En este sentido
se encuadra el burdo intento de enfrentar política con ideología recurriendo a
Mao. Esta manipulación del contenido escrito y de la esencia del texto del
dirigente chino al que se hace referencia sin nombrar su título, esta supuesta
tergiversación que intenta imputar a la línea proletaria, es prueba del
comportamiento mezquino al que el revisionismo recurre regularmente para
oponerse a la fuerza creciente de la ideología marxista-leninista, en este caso
referida a la Nueva Orientación que abandera el PCR.
El escrito de Mao al que se hace referencia se titula Problemas de la guerra y de la estrategia (6 de noviembre de 1938), y la cita dice textualmente: “Ahora que la opresión del imperialismo japonés y la resistencia armada a escala nacional han empujado al pueblo trabajador a la arena de la guerra, los comunistas deben convertirse en los dirigentes políticamente más conscientes de esta guerra. Todos los comunistas tienen que comprender esta verdad ‘El Poder nace del fusil’. Nuestro principio es: el Partido manda al fusil, y jamás permitiremos que el fusil mande al Partido.” Y un poco más adelante: “Hoy podemos decir con seguridad que, en las luchas de los últimos diecisiete años, el Partido Comunista de China ha forjado no solamente una firme línea política marxista, sino también una firme línea militar marxista. Hemos aprendido a emplear el marxismo para solucionar tanto los problemas políticos como los de la guerra”[13]. Queda clarísimo, para Mao, el papel dirigente del marxismo, o sea, de la ideología sobre la política y sobre el fusil.
Los precedentes de esta “revolucionarización de las
conciencias” y de otras concepciones idealistas que se han ido desarrollando en
nuestras filas nada tienen que ver con la teoría y la práctica del
marxismo-leninismo y sí con la del mal llamado “marxismo occidental” en una de
sus vertientes.
Frente al ala revisionista de éste –la más conocida, la de la II Internacional, cientifista [sic], positivista, etc.– se formó una tendencia opuesta, aunque tan revisionista como la otra: los humanistas críticos.
Mencionaré algunas tesis de sus representantes intelectuales:
[Aquí sigue una exposición,
que no es producto del propio estudio, sino que está sacada a todas luces de
una enciclopedia o diccionario de filosofía, en que recoge las posiciones
resumidas de varios de los exponentes del llamado “marxismo occidental”. Nombra
a Bloch, Lukács, Korch, la Escuela de Francfort, con Adorno, Horkheimer, Fromm
y Marcusse, y, por último, a Gramsci. Se los ventila en menos de una página
mecanografiada. En su resumen destaca la preocupación general de la mayoría de
ellos por el papel del sujeto, así como la necesidad por parte de ellos de
recuperar la dimensión filosófica del marxismo.]
La
similitud con la Nueva Orientación –su teoría y su práctica– no se limita al
contenido sino también se extiende al contexto histórico: El reflujo de la
Revolución Proletaria Mundial durante los años 20: materia uniformemente
reaccionaria.
Detalle: Además, el pistoletazo de salida de estos planteamientos coincide con la muerte de Lenin.
El llamado “marxismo occidental” (que no es un movimiento homogéneo, sino
una denominación utilizada para englobar algo muy dispar, disperso, prolongado
en el tiempo y que casualmente va apareciendo en Europa occidental) surge como
reacción ante el frenazo del proceso revolucionario mundial en los años veinte.
Desde la reflexión intelectual, busca una salida al atolladero que se había
producido tras la derrota de la revolución. Sin embargo ésta no estaba vencida,
la URSS seguía su camino y la Internacional Comunista cerraba filas. Se
caracteriza por un pesimismo, exagerado a veces (“pesimista en el intelecto y optimista en la voluntad”, decía
Gramsci), que rechaza la práctica revolucionaria que había fracasado, salvo en
la Unión Soviética. Esta búsqueda intelectual lleva a refutar la componente
predominante de materialismo vulgar que guiaba la práctica real del movimiento
comunista y que se manifestaba, por una parte, en la inclinación cada vez
más escorada hacia el espontaneísmo, y por otra, en la adopción paulatina de
una concepción eclesiástica de la organización, asumiendo el papel de nueva
ortodoxia, representada por el PCUS y la Internacional Comunista.
La corriente de debate intelectual dentro del “marxismo occidental” manifestará un repunte en los años 60 y 70 del pasado siglo, provocado por la crisis general del movimiento comunista internacional debida a la renuncia de la mayoría de partidos comunistas a la revolución social, incluidos en ellos los partidos del campo socialista en Europa, a la Revolución Cultural Proletaria en China y al surgimiento de nuevas corrientes radicales en Occidente. El movimiento obrero se divide aquí entre una mayoría que defiende la integración en el capital y una minoría que busca la revolucionarización de las conciencias para desarrollar de nuevo la Revolución Proletaria Mundial. Tanto los que se centran en una vuelta al hegelianismo más puro y se vuelcan en el papel del sujeto, como los metodologistas estructuralistas que reducen la filosofía a un método de actuación humano, eluden concebir a la filosofía marxista como una concepción del mundo basada en la ciencia, lo que implica el proceso de conocimiento continuado de la materia sobre la que el hombre se desenvuelve y la interrelación correcta de éste para guiar su desarrollo en el sentido que marca objetivamente, esto es, el comunismo.
Hay que tener en cuenta que el PCR no se inventa ningún problema que no estuviese ya sobre la mesa de trabajo de las distintas corrientes vinculadas al proletariado durante el pasado ciclo, incluyendo al “marxismo occidental”, las cuales no eran otra cosa que la expresión de la búsqueda de soluciones a las cuestiones que el marxismo tenía planteadas en el orden del día. Lo que aleja definitivamente a la Nueva Orientación del denominado “marxismo occidental” es que aquélla resalta la necesidad de resolver los problemas teóricos para reflotar la ideología del proletariado y constituir el Partido como fusión entre ser y conciencia, mientras que el “marxismo occidental” centraba todo su posicionamiento en el aspecto filosófico, teórico, intelectual puro, negando el papel del Partido. La solución de los problemas del marxismo y de la revolución reside, por tanto, en la fusión del pensamiento proletario vivo con una práctica social y política. El Partido Comunista es el instrumento capaz de establecer ese vínculo entre teoría y práctica, por eso es el eje de toda la labor política. Esto jamás fue comprendido por los neomarxistas europeos, quienes trataron de resolver los problemas planteados en el plano de la teoría y se mostraron incapaces de darles una dimensión práctica.
Esta es la esencia de la diferencia entre lo que el PCR plantea y el “marxismo occidental”. El jefe derechista desconoce este extremo por lo que, fruto de su desprecio por el estudio y por negarse a la investigación teórica, opta por suplir su desconocimiento sobre el “marxismo occidental” acudiendo a los resúmenes de enciclopedia, con lo que el aspecto negativo principal que representa dicha corriente para el marxismo-leninismo no es recogido (al no recogerlo sus fuentes enciclopédicas burguesas). Y es que mientras el “marxismo occidental” acentúa el divorcio entre la teoría y la práctica, dejando sin objeto al término praxis revolucionaria, la Nueva Orientación pone el acento en la cuestión de la Reconstitución del Partido como eje de todo el trabajo práctico a realizar y, siguiendo al marxismo-leninismo, empezando desde lo más elevado, la elaboración teórica para la reconstitución ideológica del comunismo, hasta descender al movimiento de resistencia para la Reconstitución del Partido Comunista.
No atreverse a reconocer esta diferencia fundamental y definitiva, la incapacidad del “marxismo occidental” y de todas las corrientes del ciclo revolucionario pasado para solucionar la cuestión del divorcio entre teoría y práctica, cuestión que la Nueva Orientación resuelve satisfactoriamente, implica, no solamente mantenerse en el horizonte de estas caducas corrientes que arrastraron al movimiento comunista internacional a su derrota, sino también reconocer por omisión la insuficiente formación ideológica propia. Todo lo cual le sitúa como indigno miembro de la vanguardia proletaria, le incapacita para dirigir a la clase, y, lo que es aún peor, le convierte en elemento fatuo, cretino y sospechoso que sólo merece ser denunciado sin dilación ante el resto del movimiento comunista y a través de él a todo el proletariado.
Esta similitud
con el “neomarxismo” humanista o crítico y, a la vez, heterodoxo respecto del
m-l, me lleva a preguntarme:
1) ¿Se conocía la autoría de estas tesis?
2) Si es así, ¿por qué no se reconoció y se empezó estudiando las polémicas de entonces en cada bando (también las críticas de la Internacional Comunista y del PC(bolchevique)) antes de decidirse a adoptar parte de estas tesis?
3) Si es mera coincidencia, ¿por qué, de todos modos, nos lanzamos a tomar posición sobre cuestiones filosóficas cuando la generalidad de los camaradas no tienen más que una formación de carácter político? Así se corre el riesgo de que asientan porque les suena bien o por confianza en quien lo plantea, pero sin comprender realmente o, lo que es peor sin poder juzgar si la posición adoptada es justa o no. ¿Por qué al llegar a lo filosófico hemos roto con el método que adoptamos en nuestros inicios y que nos llevó a criticar el propósito de L. Comas y la OCA [Organización Comunista de Asturias] de elaborar unas tesis, un programa y unos estatutos antes de educarnos y cohesionarnos políticamente mediante un programa de formación en los clásicos del marxismo-leninismo?
Suponiendo que fuese cierta la existencia de alguna similitud entre la Nueva
Orientación y algunos de los planteamientos del “marxismo occidental”, y
suponiendo que el autor la tuviese identificada y que dicha similitud fuera
sustancialmente negativa o reprochable, la pregunta que surge inmediatamente es
¿por qué no fue capaz de encontrar el momento adecuado para exponerlo durante
los más de dos años de debates que dieron lugar a la Nueva Orientación?
Lo cierto es que la Nueva Orientación es fruto del Plan de Formación del partido, en el que no ha figurado nunca ningún texto perteneciente al “marxismo occidental”. La formación forma parte del Plan de Reconstitución desde el principio, y sus resultados, unidos al antagonismo de lo aprehendido con la práctica que veníamos realizando –completamente ajenos lo uno de lo otro–, y al posterior debate y enfrentamiento que se tradujo en la lucha entre las dos líneas antagónicas, permitieron la formulación de la Nueva Orientación.
Si reconocemos que las ideas son “reflejo” de la materia, el que la Nueva Orientación haya visto la luz se deberá lógicamente a que existe cierta base material para ello, ¿o resultará que ahora no es conveniente aplicar este principio?
En cualquier
caso, si en el plano conceptual la Nueva Orientación ha experimentado alguna
influencia, ésta no procede de ninguna de las corrientes del “marxismo
occidental”; puede compartir con éste, como decimos, problemáticas comunes en
cuyo origen se halla el fracaso de la revolución en Europa occidental, y no es
casual que se recuperen hoy, en cierta medida, ese tipo de problemáticas cuando
el fracaso de la revolución ha alcanzado escala universal. Lo cierto es,
también que, desde luego, en el terreno de las respuestas no hay ninguna
similitud. Pero si en el lenguaje o en los conceptos puede haber cierta
familiaridad (por ejemplo, con el concepto de praxis) es pura casualidad, o, simplemente, coincidencia natural
por recoger, después de todo, del mismo tronco común, que son los textos de los
clásicos, principalmente de Marx (textos que en gran parte eran desconocidos y
fueron publicándose por esa época, constituyendo autenticas revelaciones –tan
impresionantes que algunos, por sí solos, dieron nacimiento a varias de esas
corrientes del neomarxismo–, y que, hoy por hoy, son el principal puntal sobre
los que construir cualquier concepción del mundo revolucionaria). Pues bien, si
algo ha influido conceptualmente en la Nueva Orientación es la hermenéutica
marxiana, el estudio científico de los textos cuya evolución explica el proceso
de transformación intelectual que dio a luz la concepción materialista de la
historia. Es el estudio científico de la gestación del pensamiento proletario
en Marx –sobre todo con los trabajos de A. Cornu y sus continuadores– lo que ha
servido de apoyo para construir una interpretación del marxismo coherente
consigo mismo y fundada no en la fe ni en el dogma, ni en valores
trascendentales (humanismo) sino, como enseña el propio marxismo, en la
ciencia.
Pasemos página, puesto que hasta nuestro inquisidor reconoce que ha
podido tratarse de “mera coincidencia”. Pero, ¿por qué asumir colectivamente
semejante interpretación del marxismo a todas luces “heterodoxa respecto al
marxismo-leninismo”, como ha dicho antes y repetirá posteriormente? Pues en
primer lugar, porque lo que se insinúa que es la “ortodoxia” del
marxismo-leninismo –fundamentalmente la teoría y la práctica del PCUS y de la
III Internacional– es un discurso plagado de positivismo y de metafísica. Pero
éste ya es otro debate. En cualquier caso, el acto de afección pública que, en
este documento, realiza el jefe de nuestra LOD particular con respecto a unas
nuevas señas de identidad teórica –un supuesto “marxismo-leninismo ortodoxo”–,
nos permite, por un lado, adivinar que, para él, ya no existen problemas
teóricos para el movimiento revolucionario que no puedan resolverse sobre la
base de los fundamentos de este “marxismo-leninismo ortodoxo”, y que este es el
modo de justificar la necesidad y, al mismo tiempo, la posibilidad de pasar
inmediatamente al trabajo práctico entre las masas. Así elude la LOD la
cuestión de la Reconstitución ideológica del comunismo y de la lucha del
marxismo-leninismo por la hegemonía dentro del movimiento revolucionario. Y,
por otro lado, y ya que se trae a colación a Luis Comas, nos permite recordar
que este señor era un defensor acérrimo de la tesis del “marxismo-leninismo
ortodoxo” a principios de los noventa y deducir que, en este caso por el
contrario, el recurso del jefe de los oportunistas a esta vieja tesis no puede
ser casualidad. Comas había defendido más o menos la misma crítica hacia los
representantes del “marxismo occidental” –que él denominaba “socialismo
humanista”– que nos ha ofrecido su cabecilla en un artículo de finales de 1991,
publicado en la primavera de 1992, en el que decía que: “Hoy tenemos el deber de cambiar esta perturbación en la lucha obrera
–el ‘socialismo humanista’– recuperando la ortodoxia marxista-leninista,
realizando una ruptura radical con las concepciones burguesas que dominan hoy
en el movimiento obrero”. Luis Comas se separó de nosotros en la
Conferencia constituyente del partido y, después de un periplo de casi diez
años defendiendo la unidad comunista,
volvió, aunque su regreso dejó mucho que desear desde el punto de vista de la
autocrítica. De hecho, ahí lo tenemos con los renegados de la línea del partido
y de sus tesis principales, pocos meses después de haber perjurado que estaba
convencido de que la Tesis de
Reconstitución es la única salida valida para el movimiento comunista en la
actualidad. Pero lo que importa es que todo esto sólo sirve para darnos idea
cabal del grado de retroceso político alcanzado por la fracción liquidadora,
además de permitirnos vislumbrar el carácter de los términos políticos e
ideológicos sobre los que los líderes sediciosos han firmado su alianza.
En segundo lugar, era preciso asumir colectivamente aquella interpretación “heterodoxa respecto del marxismo-leninismo” porque había sido capaz de resolver, en la teoría y a la manera revolucionaria, las grandes cuestiones candentes del movimiento. Subordinar la asunción colectiva de esas tesis a su asunción individual significaría liquidar la vanguardia, subordinarla a lo más atrasado del movimiento, sustraerla precisamente de lo que es consustancial a su papel como vanguardia. Desde la tesis revisionista de la asunción de la mayoría como condición para la formulación de la teoría de vanguardia, jamás se hubiera escrito ni el Manifiesto Comunista, ni El Capital, ni el ¿Qué hacer?. Además, es un contrasentido paralizador (liquidacionista), pues la única manera de que las masas asuman y de que los individuos comprendan es que la vanguardia formule previamente sus propuestas teóricas o políticas. El motor del movimiento es la vanguardia y su lucha de dos líneas por que el resto de los sectores de la clase asuman las tesis correctas; el imperio de la mayoría, de la masa, de la democracia mal entendida, en este caso destruye el movimiento revolucionario porque supone la constante rebaja de la línea política y el sempiterno dominio de la política posible, ingrediente inseparable de la LOD.
Finalmente,
para terminar diremos que cuando los miembros del PCR decidimos romper con la
organización revisionista era porque ya teníamos línea general (el Documento Político General); y el
rechazo a “elaborar unas tesis, un programa y unos estatutos” en el plazo de un
año (propuesta por Comas) se debió no a lo que insidiosamente insinúa este
falsario de esperar a formarnos en la teoría antes de hacer política, sino a
una cuestión de método. De hecho, como decíamos, iniciábamos el Plan de
Reconstitución con unas bases políticas ya establecidas (las bases políticas de
ruptura con el revisionismo). Para nosotros, la construcción política era un
proceso que implicaba simultáneamente los planos teórico, organizativo y
práctico, no un simple acto convencional de acuerdo sobre determinadas formulas
políticas o el resultado simple de la investigación teórica (que era lo que
proponía Comas). En aquel proceso la formación jugaba un papel fundamental;
pero nunca frenó nuestro avance la espera al consentimiento colectivo para
formular y propagar las tesis que considerábamos correctas. Nuestro Comité
Central jugó en esto su papel de vanguardia en un esfuerzo continuado por
explicar fuera y dentro de la organización nuestra política de avanzada.
Resumiendo, se trata de que lo más elevado dirige y el resto se eleva para
alcanzar la posición de dirigente. Éste es el único camino aceptable.
4)
Y, por último, como diría Lenin, ¿quién será el juez? ¿Quién y cómo se
determinará la posición correcta y a quien le corresponde adoptarla?
El
marxismo sostiene que únicamente la práctica es el criterio decisivo de la
verdad. ¿Qué práctica, la de quién?
En las tesis sobre Feuerbach, Marx sostiene lo siguiente:
“Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la práctica, es un problema puramente escolástico”.
El
olvido de “que las circunstancias se hacen cambiar precisamente por los hombres
y que el propio educador necesita ser educado. Conduce pues forzosamente a la
división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la
sociedad”.
“La vida social es esencialmente práctica. Todos los misterios que descarrían de la teoría hacía el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica”
“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”
Como concluye Engels su “Ludwig Feuerbach...” el [ilegible] de toda la filosofía anterior no es otra filosofía sino el propio movimiento obrero.
Y una vez más hemos de afirmar que no es cierto que el
marxismo diga que “únicamente” la práctica –al menos como este revisionista la
entiende– es el criterio decisivo de la verdad. Retener esto es renunciar de un
plumazo a la dialéctica. Porque de dialéctica se trata cuando hablamos de
praxis, de fusión de la teoría, de la conciencia con el mundo. Para Marx,
práctica significa actividad consciente del sujeto sobre la realidad, actividad
subjetiva transformadora del mundo, no los resultados del movimiento objetivo
sobre los que se comprueban las ideas abstractas, que supondría reducir el
marxismo al simple pragmatismo empirista. Si hubiera que asumir esto,
deberíamos de renunciar ya a la revolución comunista, pues la práctica habría
demostrado con suficiente autoridad el fracaso de todos los intentos y ensayos
de revolucionarización del capitalismo acontecidos durante el Primer Ciclo
Revolucionario, y puesto que las masas, acomodadas en la explotación, han
desterrado de sus conciencias, por el momento, el objetivo de su liberación
como clase y el de toda la humanidad. Y a pesar de ello la vanguardia
ideológica existe y permanece fiel a la causa de la revolución. Porque no hemos
de olvidar que la última tesis, la XI, reclama transformar el mundo como
principal diferencia con respecto al ideal contemplativo, su transformación a
través de la práctica social, una práctica que ha de dirigirse a las leyes del
desarrollo de la materia social para revolucionarlas. Marx dice, realmente, que
la práctica es el escenario donde se demuestra la verdad de un pensamiento; no
dice –que es a donde quiere conducirnos este manipulador– que el pensamiento
sea producto inmediato de la actividad práctica. La producción teórica tiene
sus métodos y sus leyes y la verificación práctica es sólo un momento de esa
producción. En el estudio científico del capitalismo, Marx decía que “para el análisis de las formas económicas no
sirven ni el microscopio ni los reactivos químicos. Es la fuerza de abstracción
la que tiene que sustituir a ambos”[14].
Querer absolutizar el concepto de práctica eludiendo la connotación marxiana que la comprende como actividad subjetiva, más que como actividad abstracta ajena al sujeto[15], es desnaturalizar las Tesis sobre Feuerbach, es vaciarlas de contenido, rebajando una vez más el marxismo a puro pragmatismo. Este planteamiento está íntimamente relacionado con su obsesión por la búsqueda de unas condiciones objetivas que no sólo condicionen sino que determinen unilateralmente la conciencia, y por consiguiente limiten al máximo los modos de la práctica. En otras palabras, utiliza el término de práctica como sinónimo de movimiento objetivo de la materia al que habría que amoldarse. Y es que no tiene nada que ver esta absolutización con la definición marxista de que las condiciones materiales (económicas) de la vida del hombre son “en última instancia” las que determinan la marcha de los procesos ideológicos[16]. Lo que significa en la práctica que no son las únicas condicionantes de dichos procesos, porque intervienen además los aspectos políticos e ideológicos que son los decisivos a fin de cuentas, pues sí es un hecho que las condiciones materiales jamás han dirigido ni forzado ningún cambio: sólo representan el sustrato, la escena para la actividad subjetiva transformadora, donde se desarrollen los cambios de todo tipo que hagan que dichas condiciones materiales cambien a su vez.
Y si a alguien no le queda claro que la práctica desde el punto de vista marxiano no es otra cosa que práctica social y que práctica social también implica las relaciones políticas, remitimos a un estudio general de su obra y a este extracto en particular: “El hombre es, en el sentido más literal un animal político, no solamente un animal social, sino un animal que sólo puede individualizarse en la sociedad”[17].
El problema de
las tesis no está en ellas, que son correctas en general, sino en su mala
interpretación debida a una comprensión unilateral de las mismas, cuando no a
una voluntad manifiesta de manipulación y de desvío de la atención sobre la
verdadera y autentica base del pensamiento marxista. De ambas desviaciones
tenemos muestra en este texto que enmarca la LOD clarificadoramente.
Como siempre que no se encuentran argumentos se intenta caricaturizar en este caso el propio marxismo en una libre interpretación del texto de Engels, en cuyo final se dice real y textualmente: “El movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana”[18]. La interpretación libre de esta idea engelsiana, guiada por el subconsciente empirista y economicista de este personaje, le ha traicionado y revelado definitivamente una lectura que desea con vehemencia haber abolido la filosofía, o sea, la teoría, como si, por fin, ésta se hubiera introducido en el mismo movimiento obrero, desapareciendo en él y quedando ya solamente la práctica tout court. Se trata de una burda manipulación. Si esto ya se consiguió, según este apóstata del marxismo, en 1886, que es cuando está fechado el escrito de Engels, ¿cómo es que el movimiento obrero alemán nunca ha hecho la revolución? Y es que Engels habla de Alemania, no del movimiento obrero en general, y tampoco habla de la desaparición de la teoría en el movimiento obrero alemán.
Como no podemos considerar que sea un ingenuo iletrado incapaz de entender el castellano, decimos que tergiversa y traduce el texto de Engels intencionadamente para adecuarlo a su rechazo enfermizo de toda referencia a la conciencia, decretando la muerte de la filosofía cuando en realidad Engels sólo dice que la clase obrera alemana recoge el interés por la teoría abandonado por la burguesía a cambio del concepto de utilidad práctica. Estas son sus palabras: “Sólo en la clase obrera perdura sin decaer el interés teórico alemán”[19]. Lo mismo afirma Marx cuando dice que: “Un hombre que en lo económico representa el punto de vista burgués, el fabricante vienés señor Mayer, expuso certeramente en un folleto publicado durante la guerra franco-prusiana que la gran capacidad teórica, que pasa por ser el patrimonio alemán, ha abandonado totalmente a las clases presuntamente cultas de Alemania y renace, por el contrario, en su clase obrera”[20]. ¡La capacidad teórica renace en el movimiento obrero alemán! Y todo esto que tanto disgusta a nuestro farsante ocurría porque: “Las campanas tocaron a muerto por la economía burguesa científica. Ya no se trataba de si este o aquel teorema era verdadero, sino de si al capital le resultaba útil o perjudicial, cómodo o incomodo, de si contravenía o no las ordenes policiales. Los espadachines a sueldo sustituyeron a la investigación desinteresada, y la mala conciencia y las ruines intenciones de la apologética ocuparon el sitial de la investigación científica sin prejuicios.”[21] Y esto es precisamente lo que hace este miembro de la LOD, digno representante de la burguesía en las filas del proletariado: defender sus intereses de aristócrata obrero, convirtiéndose en plumífero de sus ruines intereses y combatiendo la línea proletaria con falseamientos y mentiras, con el fin de desterrar la incomodidad y los perjuicios que aquélla le causa a su mezquino bienestar burgués. Para el PCR es crucial que la teoría marxista-leninista renazca en la clase obrera.
Sin embargo, con la Nueva Orientación, hemos
desterrado o aplazado la posibilidad de praxis revolucionaria para cuando ya
esté plenamente constituido el Partido Para ello, hemos tenido que sostener que
Marx y Engels no llegaron a realizar praxis revolucionaria, pese a la evidencia
de que construyeron un primer Partido Comunista, dos internacionales y varios
partidos de masas y que algunas de estas organizaciones tomaron parte activa en
revoluciones entendidas en sentido estricto.
Claro que si Marx y Engels no realizaron praxis revolucionaria entonces, y ahora nosotros no podemos, ¿por qué nosotros no podemos desplegar una actividad tan multifacética como la de ellos?
Nuestros pretextos están aquí menos elaborados, pero señalamos que estamos en otra época –la del imperialismo, que el movimiento obrero se ha escindido en dos alas contrapuestas, que además es burgués por ser espontáneo, etc.
Para el marxismo, el concepto de praxis revolucionaria representa la fusión de la teoría y la
práctica políticas del proletariado. Ésta fusión es revolucionaria porque
supone un proceso de transformación social. Así que aquí se engloban dos
aspectos en este concepto: la fusión entre la ideología y las masas y la
transformación, la revolucionarización del estado social imperante, esto es, la
puesta en marcha de esas masas -organizadas ya en Partido- hacia la revolución y la toma del
poder.
A estas alturas
del análisis del texto ya podemos darnos cuenta de que si hay alguien que
tropieza una y otra vez en el idealismo es este lacayo de la objetividad
anclada en la sociedad burguesa. Pretender realizar, desde el estado de las
condiciones actuales en que se encuentra el movimiento comunista y el
movimiento obrero en general, una praxis revolucionaria, no es más que puro
aventurerismo político. Pero en el fondo sabemos que él no pretende esto, lo
que hace es, nuevamente, rebajar el concepto de praxis revolucionaria al de
cualquier tipo de práctica social. Para él cualquier huelga es praxis revolucionaria.
Sigue buscando la revolución y los factores para la revolución en las
condiciones materiales objetivas y en el espontaneísmo de las masas
(obrerismo).
Ya hemos demostrado que si algo concentra la preocupación de la Nueva Orientación, y una lectura atenta de la misma lo corrobora, es la búsqueda de la correcta relación entre la teoría y la práctica en cada etapa del camino por la Reconstitución del Partido, para realizar la actividad que mejor se adecúe a las necesidades del movimiento hacia el comunismo en cada momento. Así, nosotros afirmamos que ahora es imposible realizar praxis revolucionaria sin que exista Partido Comunista, sin la capacidad política del proletariado para actuar como clase revolucionaria a escala social. De ahí que las tareas a realizar sean las que marca el Plan de Reconstitución y no las que se propone más adelante en el texto.
Tergiversar la Nueva Orientación tras bien conocerla y después de haberla defendido es propio del filisteo. La LOD no quiere realizar praxis revolucionaria alguna, sólo pretende una práctica cómoda y amoldada a la realidad objetiva completamente desvinculada de la teoría-guía. Y es él mismo, con sus palabras y sus ejemplos, quien demuestra continuamente qué entiende por marxismo, y qué ha aprendido de él. Según este prestidigitador de las ideas, la praxis revolucionaria de Marx y Engels se reduce a su participación en la supuesta creación de una serie de organizaciones políticas del siglo XIX. Aquí demuestra, otra vez, su desconocimiento de la historia del movimiento obrero y del movimiento comunista o su mala fe, simplificando el concepto de praxis revolucionaria y reduciéndolo al plano meramente organizativista, y la actividad política de Marx y Engels a la creación de grupos y organizaciones obreras. Además, es falso que alguna de las organizaciones que se citan realizase praxis revolucionaria (dirigiera revoluciones); ni siquiera todas “tomaron parte activa en revoluciones”. Sólo podemos aceptar esto –y siendo muy generosos en la interpretación del sentido “tomar parte activa en revoluciones”– para la AIT respecto de la Comuna de París. Por el contrario, la Liga de los Comunistas no sólo no intervino en alguna revolución, sino que la revolución de 1848 supuso su liquidación como organización y como modelo organizativo del proletariado revolucionario. En una carta a Freiligrath de febrero de 1860, Marx escribe: “"Por lo que respecta al ‘partido’ en el sentido de tu carta [la Liga de los Comunistas como organización], no sé nada desde 1852. Si eres poeta, yo soy crítico, y ya estaba harto de las experiencias de 1845 hasta 1852". Para él [Marx] el partido, en el sentido "efímero" de una sociedad secreta o pública, había dejado de existir en 1852, y estaba convencido de que era más útil a la clase obrera con sus trabajos teóricos que militando en asociaciones, "cuyo tiempo ya ha pasado en el continente"”[22].
En efecto, tras las revoluciones del 48, Marx y Engels se retiran de la
actividad política práctica hasta 1864, cuando se funda la AIT. Durante más de
15 años, mantiene, naturalmente, contactos con el cartismo y los emigrados
políticos alemanes del exilio londinense, pero no pasan a formar parte orgánica
de sus asociaciones. Su actividad se centra, como dice Engels, “a partir de
La praxis revolucionaria es el proceso efectivo de transformación revolucionaria del mundo. Después de 1848, sólo hubo un episodio de estas dimensiones digno de reseñar en el continente, la Comuna de París. Descontamos la actividad ejercida por los partidos de masas de la II Internacional como praxis revolucionaria porque –insistimos en ello– negamos rotundamente la identificación de práctica revolucionaria y práctica sindical o parlamentaria. Consideramos que la lucha de clases del proletariado experimenta desarrollos y saltos cualitativos, y que la praxis revolucionaria es una forma superior –es la forma superior– de su práctica como clase (frente a las formas inferiores como el sindicalismo y el reformismo político). Respecto a la AIT, ésta no pudo influir de manera directa y decisiva en la gran experiencia revolucionaria de la época, la Comuna. De manera que tenemos a la práctica revolucionaria del proletariado separada de su teoría revolucionaria durante todo este periodo (también en el 48 francés Marx reconoce que el único legítimo representante del proletariado revolucionario parisino es Blanqui, no él mismo ni su Liga, que no juega ningún papel destacado[25]). En rigor, pues, no podemos hablar en ningún caso de praxis revolucionaria durante la vida de Marx y Engels, ya que la práctica revolucionaria del proletariado, cuando tuvo lugar, fue dirigida por teorías reformistas no proletarias (proudhonismo, socialismo doctrinario, Louis Blanc, Blanqui...). La verdadera praxis revolucionaria no comienza, realmente, hasta 1917, cuando la práctica política del proletariado se fusiona con su teoría revolucionaria.
Insistimos en
que pretender realizar ahora una “actividad multifacética” como se propone, es
decir, abordar todas las formas y todos los escenarios de la lucha de clases
proletaria significa renunciar al partido de nuevo tipo leninista, significa no
tener en cuenta el estado objetivo de la sociedad, el estado real del
movimiento de trasformación revolucionaria, el estado del movimiento comunista
internacional y particularmente el estado del movimiento comunista en el Estado
español, renunciando así a la Reconstitución del Partido a través de la
distracción de recursos y fuerzas en tareas secundarias que no conducen a nada.
Para finalizar este punto, es el colmo que se pretenda negar la escisión del movimiento obrero en dos alas, la oportunista-revisionista, en la que él se encuadra definitivamente, y la revolucionaria, en la época del imperialismo y el carácter burgués del espontaneísmo del movimiento obrero. Es antileninismo en todas sus manifestaciones. Pero, naturalmente, la apostasía de esta tesis se hace tanto más necesaria por cuanto se quiere legitimar cualquier actividad hacia y dentro del movimiento obrero. El leninismo niega esto, niega la posibilidad de una conciencia obrera espontánea neutra, condición para la legitimación del trabajo práctico entre las masas sin que se estime pertinente la preparación previa de los instrumentos revolucionarios (teoría y Partido). Es de esta manera como la revolución puede ser asimilada a la huelga como formas equivalentes de la práctica. Esta visión, naturalmente, presupone, a su vez, que es el movimiento quien determina el carácter de nuestra práctica: en fase de flujo, nuestra práctica será revolucionaria; en fase de reflujo, será de resistencia. La revolución es, pues, un proceso objetivo que viene dado, y sobre el que el sujeto social sólo puede actuar, pero nunca iniciar. Como ha demostrado la historia del movimiento obrero, esta concepción tiene sólo dos salidas, las dos oportunistas: o se es optimista y se tiene fe en que la revolución estallará como un resorte mecánico con las crisis económicas (fatalismo revolucionario de la II y III Internacionales); o se es pesimista y se cree que el capitalismo es capaz de reconducir sus crisis, por lo que el estallido revolucionario no se producirá y la única solución es la política de reformas (Bernstein).
La Resolución del Comité Central critica esta operación de reduccionismo del marxismo-leninismo al sindicalismo y de la praxis revolucionaria a cualquier forma del trabajo de masas, reduccionismo que se basa en la lógica de la revolución como mecanismo espontáneo del proceso social. El retorno a este punto de vista, cuyo fracaso ha sido demostrado por la experiencia del Ciclo de Octubre, no es más que el reflejo, en los sectores oportunistas del movimiento obrero, del estado de postración del proletariado, cuyas escasas y limitadas luchas son valoradas de manera muy exagerada por esos sectores con el fin de justificar su labor tradeunionista funcional para el capital, de continuar instalados en el aparato burocrático sindical y de seguir ocultando a la vanguardia las verdaderas tareas que actualmente requiere la revolución.
Mientras la praxis revolucionaria nos está vetada, nos queda lo que llamarían los francfortianos la “teoría crítica”, la lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia teórica, un proceso de la teoría a la teoría sin pasar por ninguna verdadera práctica, o sea, la práctica-teórica de Althusser tan atacada por nosotros cuando la reivindicaba la OCA. Y ése es el medio para recuperar la Ideología de contaminaciones, como Idea absoluta llamada a reinar sobre la realidad objetiva y cuya realización ya no es el Estado como en Hegel sino el Partido Comunista.
El desarrollo de las cosas se produce porque existe
movimiento, característica básica de la materia. El movimiento lo genera la
lucha, y la lucha se produce porque hay contradicción. Sin lucha de contrarios
no puede haber movimiento, cambio, transformación, revolución. Como las ideas
son reflejo de la materia siempre,
por más –como decía Engels– “embrollada” e insondable que parezca dicha
relación[26],
la lucha de clases también se traduce en la esfera de las ideas en la forma
denominada lucha de dos líneas: la proletaria contra la burguesa. La Gran
Revolución Cultural Proletaria se escenificó sobre este terreno de la lucha
ideológica, teniendo como cuestiones fundamentales la del papel del sujeto
revolucionario en la construcción del socialismo, y la de cómo sacar a la luz
las contradicciones de clase que discurren subrepticiamente en las condiciones
de Dictadura del Proletariado, con el fin de desenmascarar a la línea
derechista, burguesa, emboscada bajo el ropaje maoísta. Basado en este
desarrollo dialéctico de toda realidad, el proceso de formación del Partido se
rige por la misma ley: es la lucha interna la que le permite avanzar y
fortalecerse[27].
Sólo puede ser derrotada la línea burguesa y oportunista si se entabla una
lucha resuelta contra ella que obliga a la línea correcta, la proletaria, a
templarse y estar a la altura de esta tarea. Y es que desarrollar la lucha de
líneas en el seno de la vanguardia ideológica es la tarea crucial en la
situación actual en que se encuentra el movimiento comunista internacional.
Recogiendo la línea argumental del texto revisionista que estamos comentando, a la inversa, nosotros afirmamos que el marxismo es también teoría crítica. Marx utiliza sistemáticamente la crítica en la mayor parte de sus escritos fundamentales, hasta el punto de usar el término para titular varias de sus obras[28]. Vimos más arriba, también, cómo el propio Marx se definía a sí mismo como “crítico”, y podemos afirmar, igualmente, que la obra a la que más esfuerzo dedicó en su vida, realmente su obra cumbre, no fue sino un ejercicio de crítica, de “teoría crítica” en estado puro (mejor podríamos decir, en su estadio superior: la crítica revolucionaria). Hablando de las intenciones de Lassalle de escribir una exposición de la economía política, escribía Marx a Engels, en 1858: “Aprenderá a sus expensas que llevar una ciencia mediante la crítica al punto en que pueda ser expuesta dialécticamente, es una cosa enteramente distinta de aplicar un sistema lógico abstracto, de confección, a vagas nociones de ese mismo sistema”[29]. La construcción de la concepción del mundo del proletariado, la exposición dialéctica del saber de la humanidad pasa por aplicar al conjunto de la ciencia el método crítico que Marx aplicó a la economía política burguesa. Hay, pues, faena en el campo de la lucha de clases teórica. Pero esta actividad no es para la Nueva Orientación una forma de práctica, la supuesta “práctica-teórica” althusseriana. Nuestro censor conoce la Nueva Orientación y sabe que lo que ésta propone nada tiene que ver con esto. Este tipo ha alcanzado el virtuosismo en el ejercicio de la demagogia y la manipulación. Para la Nueva Orientación, la crítica es necesaria y la lucha de clases teórica es el principal campo de actuación para la vanguardia en la actual etapa de la revolución; pero esta actividad no es, por sí sola, práctica (con lo que nos alejamos de Althusser), porque no tiene trascendencia social. Sin embargo, para la Nueva Orientación sí existe una forma de socialización de la lucha teórica, en otras palabras, existe una línea de masas para traducir el desarrollo teórico en movimiento práctico: se trata de la lucha de clases en el campo de la vanguardia teórica. Ésta es una de las grandes diferencias entre la línea marxista-leninista y la LOD: que, para ésta, sólo hay una práctica posible, la desarrollada entre las grandes masas de la clase, y una sola línea de masas, la que atiende a la organización y dirección de las luchas inmediatas de esas masas; es decir, sólo existe la línea de masas sindicalista, tradeunionista. Mientras que para la Nueva Orientación, cada fase del proceso revolucionario tiene sus tareas diferenciadas y una línea de masas propia que permite el crecimiento de la influencia de la vanguardia y el aumento de la base social en la que se va apoyando y desde la que va abordando las tareas subsiguientes. En resumen, ante la absolutización de la práctica como si sólo existiera una única y verdadera, la Nueva Orientación dice que existen varios tipos de práctica (todos ellos de carácter social, no formal, como en Althusser), y que cuando hablamos de la lucha de dos líneas, hablamos de la práctica propia de ese tipo de lucha, hablamos de la manera de construir vínculos orgánicos que se sostienen sobre vínculos ideológicos con el resto de la vanguardia teórica, con el fin de cumplir con las tareas de la fase actual de desarrollo, de la etapa actual de Reconstitución del Partido.
Para la línea
del PCR, esto es, para la Nueva Orientación, se afirma claramente que el
Partido es la fusión de la ideología revolucionaria con el movimiento obrero.
Nada está más alejado de la ideología marxista como la idea absoluta. Es más
bien la LOD la que quiere andar sobre una sola pierna rechazando como principio
la teoría y eternizando la fractura entre ésta y la práctica, para mantener al
movimiento alejado de ella, con lo que se retrasa eternamente con este proceder
su asimilación futura por parte de la clase y se niega de hecho para siempre la
Reconstitución del Partido. El PCR, lo que afirma es que lo que llamamos movimiento comunista no existe como tal,
si no es en la forma de grupos incomunicados entre sí por el excesivo
formalismo burocrático que subyace en la inmensa mayoría de relaciones
intergrupales, o enfrentados por visiones del marxismo-leninismo aparentemente
antagónicas unas de otras (en realidad, matices de una misma concepción de
fondo anclada en el pasado ciclo revolucionario). Por lo tanto lo que hay que
hacer es reconstituir dicho movimiento, en su conjunto, universalmente, y eso
incluye la ideología marxista-leninista. Este es el cometido de nuestro Plan,
que en el PCR seguimos aplicando a pesar del intento liquidador de la LOD. Y
una de las condiciones de este Plan es desarrollar la lucha, también de líneas,
para que el movimiento sea digno de llamarse así y salga del estado comatoso y
recurrente en el que se encuentra para ofrecer de nuevo algo sólido al
movimiento obrero.
Finalmente, con su mofa sobre nuestra supuesta visión hegeliana del Partido Comunista, el jefe renegado está reconociendo, implícitamente y una vez más, su rechazo al Plan de Reconstitución, es decir, al planteamiento del Partido Comunista como instrumento y objetivo estratégico inmediato e imprescindible para la revolución.
Hegel es uno de los pensadores menos conocidos, pero de los más recurridos por los neófitos de la filosofía cuando se trata de hacer sus primeros pinitos en el arte de la especulación. Ya a principios de los 90, un gris funcionario del Departamento de Estado, Francis Fukuyama, salía a la palestra con una interpretación seudohegeliana de los acontecimientos que rodearon a la caída del Muro: pretendidamente, el final de la historia. La sandez pronto se hizo evidente. Pero Hegel siempre está ahí, al alcance de los aprendices de filósofo, como nuestro crítico pedante, para engalanar ideas mediocres y lugares comunes. Tal vez pueda reprochársele a algunas corrientes del movimiento comunista internacional cierta desviación idealista, como, por ejemplo, algunos grupos maoístas que hablan de la “encarnación” de la verdad universal, el maoísmo (este es el caso del P. C. del Perú del Presidente Gonzalo, que ha influido en esto en casi todos los grupos maoístas del Estado español); pero no a la Nueva Orientación. Si el papel que juega el Partido Comunista en nuestra visión de la revolución es idealismo, idealista es Marx cuando describe el papel emancipatorio del proletariado como clase desde su posición superior y absoluta como clase explotada; y también lo es Lenin, cuando describe el papel del Estado de la Dictadura del Proletariado –en El Estado y la revolución, en La revolución proletaria y el renegado Kautsky, etc.– como cumbre de la lucha de clases proletaria. Pero no es así. Ni la clase obrera, ni su dictadura, ni su partido revolucionario son objetivaciones de la Idea, sino expresiones del desarrollo social y de la lucha de clases; ni tampoco tienen carácter absoluto pues, en todos los casos, están descritos los elementos internos y el proceso de su propia extinción. Sí es idealismo, en todo caso –y, además, no idealismo filosófico, sino fantasioso y mesiánico, religioso–, la creencia en un movimiento obrero revolucionario espontáneo, que tomará conciencia gracias al consejo aleccionador de unos visionarios que, de pronto, han aterrizado en la fábrica o en el sindicato para mostrarles la Verdad y el camino de su salvación.
Para apuntalar esa construcción apriorística,
idealista, hemos taponado convenientemente las posibles salidas hacia el
materialismo consecuente mediante contraposiciones absolutas, mistificaciones,
etc.:
Ya hemos visto la contraposición tajante entre el antes y el después de la reconstitución del Partido Comunista, para lo cual hemos tenido que contraponer de la misma manera a Marx respecto a Lenin.
La negación continua del leninismo se ve aquí confirmada. Se rechaza la
tesis del salto cualitativo que representa el leninismo con respecto al
marxismo. Se niega lo que no se comprende, esto es la dialéctica, y por eso se
ve el salto dialéctico entre dos elementos –que también es una contradicción–,
como una “contraposición”. Sin embargo, en lo que llevamos analizado del texto,
ya hemos visto varias veces cómo se niega el partido de nuevo tipo, por
ejemplo. Existe un salto cualitativo fundamental entre Marx y Lenin en este
punto que permitirá, frente a los defensores de la “ortodoxia” del marxismo de
la época, posibilitar la salida del pantano en que estaba atorado el movimiento
socialista. Esto es el abecé de la dialéctica y del marxismo-leninismo. Pero,
claro está, reconocer la diferencia fundamental entre la visión del Partido y
de la Revolución de Lenin con respecto a Marx y su aplicación consecuentemente
valiente en la época del imperialismo, le situaría demasiado decididamente
dentro del campo de la revolución. Que no se preocupe, nosotros lo aclaramos y
le situamos fuera de él. Desde el antileninismo no puede existir salida para el
movimiento comunista.
Ø
El llamado
sistema de contradicciones que rige la construcción del Partido Comunista [en la Nueva Orientación] se
resuelve o desarrolla como lo contrario de lo que es, como lo contrario de un
sistema: aparecen entonces en sucesión lógica, rígida y excluyente como
mediaciones. Además están en una concatenación imaginaria, especulativa pura.
En
la “Enfermedad infantil...” Lenin explica también la Dictadura del Proletariado
como un sistema de mediaciones o correas de transmisión entre la vanguardia y
las masas, pero lo trata como un verdadero sistema con mutua relación
simultánea entre sus partes.
El Plan de Reconstitución está construido como un sistema de contradicciones que la vanguardia debe ir resolviendo
sucesivamente. Entonces, la negación de este sistema, y en general de toda
sistematización (negación que aquí todavía no explicita, aunque sí lo hará más
adelante, como veremos), significa la negación del Plan y, en general, de todo
plan donde se traten de organizar lo máximo posible las tareas. La evolución en
nuestra concepción del Plan de Reconstitución consiste principalmente en esto,
en pasar de la simple enumeración de tareas de nuestra 1ª Conferencia, a su
organización sistemática según un orden de cumplimiento que obedece a una
especie de jerarquía de interrelación inspirada por la Tesis de Reconstitución y las fases del proceso tal y como hemos
terminado visualizándolo. El Plan es, pues, como todo plan, la proyección
apriorística, intelectual, de lo que se prevé que sea el proceso real. Nuestro
timorato de la práctica, de mentalidad estrecha, sólo acepta, como buen
empirista, sistemas realmente existentes, comprobables y
verificables por la experiencia inmediata. Reconoce únicamente modelos de
sistema como el que expuso Lenin en 1920 sobre la Dictadura del Proletariado,
donde, además, no hay proceso de integración consecutiva de los elementos, sino
integración simultánea de los mismos –lo que, por demás, parece favorecer su idea
del abordaje “multifacético” de todos los campos de la lucha de clases a la
vez. Evidentemente, Lenin, tras varios años de revolución, sistematiza la
experiencia del Estado soviético para beneficio del proletariado internacional,
lo cual está muy bien. Pero a nosotros también nos interesa la sistematización
teórica que del Estado de la Dictadura del Proletariado realiza Lenin antes de
que existiese realmente como experiencia práctica: el sistema de Dictadura del
Proletariado según es vislumbrado por el jefe bolchevique en El Estado y la revolución, en vísperas
de Octubre. Desde luego, aquí hay todo un plan, y bien ambicioso. No sólo prevé
las relaciones del proletariado revolucionario para la edificación de su
sistema de dominación sobre la base de los soviets,
sino que preestablece el proceso de su extinción. De toda esta prospección
“especulativa”, Lenin sólo podía contar, como único punto de partida real, con
el proletariado revolucionario, con nada más. Como sabemos, posteriormente
Lenin, su partido y el proletariado soviético avanzaron bastante en la
realización y cumplimiento de aquel plan. Nuestro Plan de Reconstitución es
también de estas características: sólo cuenta con un elemento realmente
existente de todo el sistema, la vanguardia marxista-leninista, que, igual que
el proletariado ruso en 1917, servirá de piedra fundamental sobre la que se
construya el edificio del partido revolucionario. Como Lenin no era un vulgar
empirista, sino un verdadero marxista, no sólo “especuló” sobre planes políticos
que facilitaran la comprensión de la naturaleza y del proceso de construcción
del Estado proletario, también planificó la constitución del partido de nuevo
tipo. En 1902, después de haber dejados asentados los principios ideológicos de
la construcción de la vanguardia en su ¿Qué
hacer?, planteó, en Carta a un
camarada, por primera vez los principios organizativos del partido
leninista. Esta Carta, naturalmente,
no era más que un plan en el que se “especulaba” sobre la futura relación
sistemática entre los aún inexistentes –pero sí “imaginados”– organismos del
Partido. En general, este plan fue realizado en sus líneas maestras y cumplió
con su cometido revolucionario.
Desde que la humanidad comenzó a producir sus condiciones de vida –si no antes–, ningún progreso ha tenido lugar sin la existencia previa de un plan, de la sistematización de un modus operandi. Nuestro crítico, en cambio, como empecinado empirista, niega de hecho la planificación en virtud de una presunta ley materialista según la cual “no se pueden desarrollar elementos teóricos cuando éstos no son actuales” (más adelante nos encontraremos con la frasecita); como mucho, pretende recuperar la idea primitiva de plan como listado de tareas, pero se muestra incapaz de definir las relaciones entre ellas. Como empecinado empirista, sufre de vértigo cuando la planificación pretende ir algo más allá, cuando trata de indagar algo más en el futuro. Sin embargo, la larga experiencia histórica del proletariado internacional y el grado alcanzado por su lucha de clases, nos permiten estar en condiciones para “imaginar” y “especular” con bastante certeza científica sobre los acontecimientos y el carácter tanto de nuestra actividad como de los procesos revolucionarios venideros. Como empecinado empirista, nuestro opositor cumple a la perfección la regla de su escuela de pensamiento, establecida por su máximo representante, David Hume, “según la cual no es racional pensar las percepciones, es decir, concluir de ellas lo universal y lo necesario”[30]. Para los marxistas, en cambio, la experiencia permite el conocimiento de las leyes que rigen el desarrollo de la materia y, en particular, las que ordenan la transformación social, en concreto, el paso del capitalismo al Comunismo. En esto radica uno de los valores fundamentales del Balance histórico del Primer Ciclo, y esto explica, también, porqué el empirismo filosófico termina obligando a los falsos revolucionarios a rechazar, en la práctica y en sus efectos de más largo alcance, la dedicación sistemática al estudio de esa experiencia. Sin embargo, es su conocimiento lo que nos permitirá extraer las leyes “universales y necesarias” de la revolución proletaria, en general, y de la construcción del Partido Comunista, en particular; y el conocimiento de estas leyes, por su parte, es lo que nos permitirá estar en disposición de elaborar planes y de sistematizar nuestra participación en el proceso revolucionario como sujeto social, como vanguardia, en función de la regularidad de determinados fenómenos y de las expectativas abiertas por la marcha real de los acontecimientos (que procurarán, a su vez, el permanente ajuste y rectificación de esos planes).
No es éste el
lugar para exponer y explicar el sistema de contradicciones (leyes extraídas
del estudio de la experiencia de construcción política del proletariado como
clase revolucionaria durante el Ciclo de Octubre) que está en la base del Plan
de Reconstitución que defiende la Nueva Orientación. En su próxima edición, LA
FORJA hará pública la táctica-plan del PCR para la recuperación del partido
revolucionario del proletariado. Será el momento en que el lector podrá
disponer de todos los elementos para juzgar por sí mismo sobre su idoneidad o
no. Por ahora, lo que nos interesa es dejar claro que la planificación del
trabajo político y la anticipación, a través de la proyección sistemática de
las tareas y de las etapas de los procesos en los que se va a aplicar ese
trabajo, es consustancial al marxismo e inseparable de su actividad práctica.
De hecho, negar la organización sistemática de las cosas no es sólo negar la
posibilidad de planificar la acción, sino también, por esto mismo, la
posibilidad de elevar la definición de esa actividad hasta el plano de la
estrategia, y, más allá, negar el papel de la teoría y la teoría misma. Tal vez
no por lo que se refiere a la escuela empirista, para cuyo escepticismo
gnoseológico resulta indiferente y superfluo –metafísico– la sistematización del conocimiento; pero sí por lo que
respecta al marxismo, que tiene vocación de cosmovisión, que aspira a organizar
el saber de manera sistemática –la única manera en que es posible–, pero no
monolítica, para dotar al proletariado de una concepción del mundo
independiente de la ideología burguesa. El cuestionamiento de esta posibilidad
–y de este objetivo como tarea política– coloca realmente a nuestro renegado,
precisamente, del lado de los “francfortianos” y demás corrientes del “marxismo
occidental”, clara y decididamente encuadrados en el campo de oposición a toda
pretensión sistematizadora del pensamiento marxista.
Aunque es menos paradójico de lo que pudiera parecer en principio, obtenemos, como resultado del desenmascaramiento de la LOD, la confesión postrera de que ésta se encuentra más cómoda entre las filas del criticismo, de la “teoría crítica” del “marxismo occidental”, en el eterno debate entre método y sistema de la tradición marxista del pasado ciclo. Este permanente debate, por cierto, fue siempre bastante estéril por unilateral y dogmático. Normalmente, los contendientes se inclinaban por uno de los aspectos de la contradicción, manifestando su incapacidad para hallar la unidad de sus elementos. Exactamente lo mismo ocurre con nuestro pequeño filósofo, quien, por su poca pericia de pensador novato, ha terminado pasando –merced a un patinazo dialéctico, merced a su obstinación como “crítico” –del “marxismo ortodoxo” a la heterodoxia de la “teoría crítica” occidental. Desenmascarado de esta manera vergonzante, deberá abominar de aquella profesión de fe filosófica con la que iniciaba su alocución de filisteo ante nuestro Comité Central, y con la que nosotros comenzamos este extenso comentario: el “principio dialéctico de la concatenación universal” (Ver primer párrafo extractado del documento derechista). ¿Es, acaso, factible la tesis de la “concatenación universal” sin la idea de sistema? No, naturalmente. De manera natural, también, el documento oportunista y su autor han ido basculando, en la medida que avanzaban en sus argumentos y como es propio de su condición, de la “ortodoxia” más prosaica al revisionismo más descarado, terminando en cohabitación política –como ha sido tradicional entre todos los revisionistas– con el intelectualismo pequeñoburgués que tanto se dice despreciar. La crítica del marxismo como sistema ideológico conduce inevitablemente hasta el pantano del criticismo pequeñoburgués, hasta el pantano de la libertad de crítica, que aborrece ser encerrada en un sistema y prefiere la sociedad abierta de la república de las letras al totalitarismo de la Weltanschauung proletaria.
El marxismo-leninismo que inspira la Nueva Orientación defiende, por el contrario, que la ideología proletaria sólo puede desarrollarse desde la contradicción método-sistema, dialéctica-concepción del mundo (Weltanschauung). Esta contradicción permite la permanente revolucionarización del marxismo como ideología de clase y su constante transformación y actualización respecto a las necesidades e imperativos del movimiento intelectual (ciencia) y social. Por esta razón, es fácil comprender que el aspecto principal en esta contradicción recaiga sobre el método dialéctico, sobre la crítica omnímoda del mundo[31], que es como se refleja en la conciencia del proletariado la naturaleza revolucionaria de su práctica.
Todo esto, por supuesto, es
completamente ajeno a los adeptos de la LOD, quienes han renunciado a todo este
tipo de problemáticas, de las que, según su nuevo visionario, “no sacará
provecho el proletariado” –como dice más adelante. Y es que, en su obra
liquidacionista, los renegados han hecho retroceder al comunismo nuevamente
hasta la tan vieja como paupérrima idea que contempla al marxismo como simple
teoría política, después de que la Nueva Orientación hubiera conseguido
reubicarla –a pesar de ellos– en la posición que le corresponde como concepción
del mundo de la clase obrera (que es algo bien diferente de identificar al
marxismo únicamente con una filosofía, como pretende nuestro fracasado
diletante de nosotros). Con esta autolimitación, nuestros liquidadores intentan
cumplir con su trabajo de quintacolumnistas, desarmando al proletariado para su
lucha de clases ideológica, reduciéndola al plano económico y, como mucho, al
político (pero sólo como proyección de aquél, como política tradeunionista).
Ø El movimiento obrero espontáneo sólo nos merece desprecio, reproche y escisión como algo plenamente burgués. Sin embargo, en el “¿Qué hacer?”, Lenin afirma que “en el fondo, el ‘elemento espontáneo’ no es sino la forma embrionaria de lo consciente”, y toda la obra es un llamamiento contra el seguidísimo del movimiento espontáneo pero no para abandonar a éste a su suerte, para escindirnos de él, sino para imprimirle la conciencia que le falta para impulsar su desarrollo (y el del Partido).
El movimiento obrero espontáneo de masas no nos merece
desprecio, sino sus dirigentes, por pretender eternizar la falsa conciencia, la
conciencia burguesa del proletariado. Nos merecen reproche por ocultar al
proletariado el verdadero lugar en que se encuentra en las relaciones sociales,
obligándole a soportar la injusticia estoicamente, desviando su descontento por
los cauces establecidos como válvula de escape en virtud de una alianza con el
sistema. La escisión en consecuencia, se torna imprescindible para no ser
engullido por el sumidero que representa actualmente el magma espontaneísta en que se ahoga día a día el proletariado.
Como
vanguardia, no despreciamos a la clase obrera; la respetamos lo suficiente como
para ser conscientes de su capacidad de resistencia, de que, para iniciar su
lucha de clase, no necesita ser tutelada por nadie, y puede perfectamente
pelear por “su suerte” sin sentirse “abandonada” y sin la ayuda paternal de
ningún sabihondo que, en primer lugar, no le va a enseñar nada en materia de
organización de la lucha económica, y, en segundo lugar, le va a distanciar aún
más de la revolución con sus sermones alejados absolutamente de la realidad y
desvinculados completamente de sus requerimientos inmediatos. Con esta táctica,
lo que estos patanes van a “imprimir” en la conciencia de los obreros es mofa y
desprecio por la revolución.
El proletariado necesita a la vanguardia para salir del atolladero de la resistencia, para recibir la guía de la ideología traducida en programa político, para comprender la misión histórica de la liberación de la humanidad, para poder elevar su pensamiento y comprender la situación que ocupa en la sociedad y esgrimir sus razones ya transformada en clase para sí, en clase que se niega a sí misma, y no en clase que anhela mantener su condición de esclavitud asalariada, tan ensalzada por el victimismo obrerista tan en boga y al que se ha terminado sumando la fracción oportunista.
Y aquí sí que, una vez más, la desfachatez de este tergiversador nato, falsificador y farsante, alcanza sus niveles más demenciales. Es un despropósito total intentar pasar la obra de Lenin ¿Qué hacer? por absolutamente lo contrario de lo que representa. Este personaje no reconoce esta obra ni conoce el proceso histórico de gestación del leninismo. Pero ya estamos viendo que la historia no es su fuerte. Bueno, ni la historia, ni la dialéctica, ni la camaradería, ni la honradez, ni... Él sí se permite despreciar al proletariado y a los comunistas pensando que nos vamos a conformar con su resumen del ¿Qué hacer?, la obra por excelencia que rompe precisamente con todo culto al espontaneísmo, y donde la línea va desde lo más elevado, el partido comunista, en dirección de lo menos elevado, el movimiento espontáneo, llamando a la necesidad de la profesionalización de la organización de revolucionarios[32], a abandonar las tareas y los métodos artesanales y rutinarios de organización[33], etc.
La única cita,
si cabe, que podría mostrar para apuntalar su defensa del espontaneísmo es
sacada de contexto una vez más. Lenin, en este capítulo (se trata del primer
apartado del capítulo II dedicado al “comienzo
de la marcha ascensional espontánea”), explica el ascenso de las luchas
espontáneas de los obreros entre las décadas de los 60 y la de los 90 del siglo
XIX. Resalta cómo en esos 20 ó 30 años, las luchas pasan, de representar un
cierto despertar de las conciencias por desesperación y venganza, a representar
embriones de lucha de clases, sólo embriones.
En este sentido, Lenin inserta la frase citada. Pero lo mejor viene en la misma
página, a continuación mismo, donde se recoge el verdadero espíritu y contenido
del libro, radicalmente opuesto a lo que la LOD propone, sin imaginación
ninguna: “En sí, esas huelgas eran lucha
tradeunionista, no eran aún lucha socialdemócrata; señalaban el despertar del
antagonismo entre los obreros y los patronos, pero los obreros no tenían, ni
podían tener, la conciencia del antagonismo irreconciliable entre sus intereses
y todo el régimen político y social contemporáneo, es decir, no tenían
conciencia socialdemócrata. En este sentido, las huelgas de la última década
del siglo pasado, a pesar de que, en comparación con los "motines",
representaban un enorme progreso, seguían siendo un movimiento netamente
espontáneo.
Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser introducida desde fuera. La historia de todos los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas que han sido elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, por los intelectuales. Por su posición social, también los fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa”[34].
Y es rotundamente falso, además, que la obra de Lenin sitúe en un mismo nivel al Partido y al movimiento espontáneo, para que ambos reciban, no se sabe de qué entidad superior, la conciencia que les falta para impulsar su desarrollo. Muy al contrario, el Partido no se desarrolla “impulsando” el movimiento espontáneo sino negándolo, criticándolo y transformándolo en movimiento revolucionario, al elevarlo hasta la conciencia comunista. Y es la vanguardia la encargada de hacerlo. Lenin explica cómo, sacando a los obreros destacados de las fábricas y de las luchas prácticas, sindicalistas[35], para convertirlos en revolucionarios profesionales, o lo que es lo mismo, para dedicar su vida a la revolución, es como se construye esa vanguardia encargada de transformar el movimiento espontáneo de los obreros.
En 1903, Lenin
ya ha roto con el tradeunionismo. Lo que se debatía en 1902 en la
socialdemocracia rusa era qué llevar y hacia dónde llevar a las masas. Y para
refrescarle la memoria y animar a todo revolucionario consciente a una
relectura nuevamente asimiladora de las enseñanzas del ¿Qué hacer?, presentamos algunas citas extractadas del libro que
niegan de raíz el carácter del escrito del jefe de la LOD:
“Pero preguntará el lector ¿por qué el movimiento espontáneo, el movimiento por la línea de la menor resistencia, conduce precisamente a la supremacía de la ideología burguesa? Por la sencilla razón de que la ideología burguesa es mucho más antigua por su origen que la ideología socialista, porque su elaboración es más completa; porque posee medios de difusión incomparablemente más poderosos. (Frecuentemente se oye decir: la clase obrera tiende espontáneamente hacia el socialismo. Esto es completamente justo en el sentido de que la teoría socialista determina, más profunda y certeramente que ninguna otra, las causas de las calamidades que sufre la clase obrera, y precisamente por eso los obreros la asimilan con tanta facilidad, siempre que esta teoría no retroceda ante la espontaneidad, siempre que esta teoría someta a la espontaneidad.) Y cuanto más joven es el movimiento socialista en un país, tanto más enérgica debe ser, por lo mismo, la lucha contra toda tentativa de afianzar la ideología no-socialista, tanto más resueltamente se debe poner en guardia a los obreros contra los malos consejeros, que chillan contra "la exageración del elemento consciente", etc.”[36]
¿Será cierto que la lucha económica es, en general, “el medio que se puede aplicar con la mayor amplitud”[37] para incorporar a las masas a la lucha política? El mismo Lenin afirma que es falso por completo:
“Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica. Y, para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es mayor aún, debido a tres circunstancias que se olvidan con frecuencia, a saber: primeramente, por el hecho de que nuestro Partido sólo ha empezado a formarse, sólo ha empezado a elaborar su fisonomía, y dista mucho de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias del pensamiento revolucionario, que amenazan con desviar el movimiento del camino justo.
En segundo lugar, el movimiento socialdemócrata es,
por su propia naturaleza, internacional. Esto no sólo significa que debemos
combatir el chovinismo nacional. Esto significa también que el movimiento
incipiente en un país joven, únicamente puede desarrollarse con éxito a condición
de que haga suya la experiencia de otros países. Para ello, no basta conocer
simplemente esta experiencia o copiar simplemente las últimas resoluciones
adoptadas; para ello es necesario saber asumir una actitud crítica frente a
esta experiencia y comprobarla por sí mismo.
En tercer lugar, tareas nacionales como las que tiene planteadas la socialdemocracia rusa no las ha tenido planteadas aún ningún otro partido socialista del mundo. Más adelante, tendremos que hablar de los deberes políticos y de organización que nos impone esta tarea de liberar a todo el pueblo del yugo de la autocracia. Por el momento, no queremos más que indicar que sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia. Y para hacerse una idea siquiera sea un poco concreta de lo que esto significa, que el lector recuerde a los precursores de la socialdemocracia rusa, como Hertzen, Belinski, Chernishevski y a la brillante pléyade de revolucionarios de la década del 70; que piense en la importancia universal que la literatura rusa va adquiriendo ahora; que...¡pero basta también con lo indicado!”[38]
En este pasaje
se encuentra –para quien quiera cosecharla– la dulce mies de las enseñanzas de
esta magnífica obra de Lenin desde el punto de vista de nuestras tareas. Y
entre tanto sabor, nuestro palurdo recolector ha ido a cosechar el único fruto
amargo. Si quiere extraer tradeunionismo del ¿Qué hacer? y llevarlo bajo el brazo a sus reuniones de despacho
sindical, allá él; nosotros preferimos aplicar sus lecciones, sobre todo cuando
vienen a cuento. Primero, comprender que el marxismo-leninismo tiene que “haber ajustado sus cuentas con las otras
tendencias del pensamiento revolucionario, que amenazan con desviar el movimiento
del camino justo”. Esto es lo que la Nueva Orientación impone como gran
objetivo inmediato en la actividad de los comunistas: recuperar la hegemonía
ideológica del movimiento de vanguardia (de la vanguardia teórica o, en palabras de Lenin que indican lo mismo, “del pensamiento revolucionario”) para el
marxismo-leninismo. Esta reconquista de la posición de vanguardia del
movimiento revolucionario implica y acarrea la reconstitución ideológica del
comunismo. Por esta razón, es de la mayor importancia comprender la segunda
tarea que propone Lenin en este texto: el movimiento “únicamente puede desarrollarse con éxito a condición de que haga suya
la experiencia de otros países”. Para nosotros, esta apropiación no es sino el Balance histórico de la experiencia de
construcción del socialismo y de todo el Ciclo de Octubre en general. Esta
labor de puesta al día teórica es requisito imprescindible de la reconstitución
ideológica del proletariado y, por tanto, de la reconquista de su hegemonía en
el movimiento obrero. Como se ve, las tareas políticas de la vanguardia a
principios del siglo XXI son muy similares a las que tuvo que acometer a
principios del siglo XX (desde luego, todavía bastante alejadas del cultivo de
embriones de conciencia en las cabezas de los obreros, lo más parecido a “cultivar el grano en pequeños tiestos”,
como dice Lenin en este libro). Y no es casualidad, pues se trata de dos épocas
con muchas analogías históricas –y, por tanto, políticas–, ya que ambas se
sitúan en los prolegómenos de sendos ciclos revolucionarios.
Resumiendo, el
PCR no va a organizar el movimiento espontáneo, no es nuestra tarea como
revolucionarios en estas horas difíciles. Si los revisionistas quieren hacerlo,
que lo hagan y se sumen al mosaico de grupos que andan a la brega de fracaso en
fracaso desde hace décadas.
En cambio lo burgués lo hemos excluido arbitrariamente
(o reducido a una forma) del movimiento de las ideas en la vanguardia
ideológica y esto porque resulta que la intelectualidad de extracción u origen burgués
ha desertado de la revolución y que ahora toda esa vanguardia ideológica “somos
obreros”.
¿No será este fenómeno más cuantitativo que cualitativo vinculado a la derrota histórica sufrida por la clase obrera? Además el problema verdadero no es ése sino el de la posición social y su reflejo ideológico. Analizando la experiencia soviética, Mao señalaba que la identificación de los intelectuales con la revolución proletaria no se aseguraba por sus orígenes obreros o campesinos, si luego llevaban una existencia similar a la de los intelectuales burgueses.
Su completa incomprensión de la línea del PCR le hace expresarse sin ningún
sentido, sin relación alguna con lo que en teoría pretende criticar. La Nueva
Orientación lo que dice es lo siguiente:
“Efectivamente, en la fase de preparación del Ciclo de Octubre, la vanguardia ideológica del proletariado estuvo constituida principalmente por intelectuales de extracción social burguesa. Dominó el tipo de “ideólogos burgueses que se han elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico”[39] que describieron Marx y Engels en el Manifiesto comunista. Esta vanguardia ideológica asumió y elaboró el socialismo científico y el programa revolucionario y los llevó al movimiento obrero, fundiéndose con él en forma de organización revolucionaria. La táctica de construcción partidaria durante el Primer Ciclo Revolucionario estuvo determinada estrechamente por esta circunstancia histórica. Tanto las organizaciones de la clase obrera que protagonizaron el periodo de acumulación de fuerzas (partidos de la II Internacional) como el partido de nuevo tipo que protagonizó el asalto al poder se construyeron sobre esa misma premisa histórica, premisa que definió una táctica de construcción política (constitución del Partido) basada en la asociación de dos elementos plenamente configurados, pero en principio externos entre sí. Los manifiestos ideológicos y los programas políticos de los revolucionarios eran debatidos, redactados y proclamados por los círculos marxistas y acercados posteriormente a la clase en su movimiento espontáneo. Esta mecánica de fusión de factores políticos externos tenía la ventaja para el proletariado de que la teoría revolucionaria, como algo asumido y elaborado, formaba parte integrante de su movimiento ya desde el comienzo. El inconveniente, sin embargo, consistía en que la fusión como clase revolucionaria de esos dos factores ajenos cristalizaba sobre todo en forma de organización, de aparato político, mientras que el problema de la asunción colectiva de la teoría revolucionaria por parte de los sectores avanzados del movimiento obrero era abordado y resuelto de modo incompleto. Esto, naturalmente, supondrá el pago de un alto precio a largo plazo; pero, a la corta, la rápida implementación del movimiento revolucionario esclarecía cualquier duda, sobre todo cuando como en el caso del partido que abrió el Primer Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial, el partido bolchevique los acontecimientos históricos apremiaban rápido ascenso de la revolución democrática y del movimiento obrero de masas en Rusia y era preciso tomarles la delantera.
Terminado el Ciclo de Octubre, se nos plantea la pregunta: ¿goza la vanguardia actualmente, en el período preliminar al segundo ciclo revolucionario, de la misma posición de partida? La respuesta es negativa. En la actualidad y por la experiencia de las últimas décadas (sobre todo desde que terminó la última gran ofensiva proletaria, a finales de los 70), no existen sectores desclasados de la burguesía dispuestos a recoger el bagaje teórico del socialismo científico para aportarlo al movimiento obrero. Puede que se den casos aislados, individuos que sí estén dispuestos a cumplir ese papel, pero ya no se trata de un fenómeno social como ante el Primer Ciclo Revolucionario. Sin embargo, el problema de partida sí continúa siendo el mismo: la teoría revolucionaria, como suma del saber universal y de la síntesis de la experiencia de la lucha de clase del proletariado, no puede ser elaborada en el seno del movimiento obrero, sino fuera de él. Por tanto, sigue vigente el mecanismo de fusión de factores políticos externos que una vez transformó al proletariado en clase revolucionaria; pero, en la actualidad, el proletariado no domina esos factores: la deserción histórica de la Revolución del intelectual burgués le ha dejado huérfano del principal de ellos, la teoría de vanguardia. A la clase obrera se le plantea, pues, del modo más acuciante, un problema históricamente nuevo, que deberá afrontar y resolver con sus propias fuerzas y recursos, problema que consiste en suplir el papel de vanguardia ideológica que jugó en su día la intelectualidad burguesa. El obrero consciente de nuestros días debe elevarse hasta alcanzar la posición de depositario y guardián de la teoría, estudiando, elaborando y asimilando la ideología con el fin de cumplir con el primer requisito de la Revolución, su fusión con el movimiento práctico. Nuestra época se caracteriza al menos en los países imperialistas por que la mayoría de quienes luchan por la recuperación del objetivo del Comunismo y por la recomposición del movimiento revolucionario del proletariado son obreros, lo cual nos obliga a pensar que los nuevos procesos de construcción revolucionaria comportan para la clase obrera la carga añadida de sustituir a aquél que desde fuera le traía la ideología necesaria para su emancipación. Los sectores de avanzada del proletariado deberán, por tanto y consecuentemente con todo lo que ello implica desde el punto de vista de la labor política, cubrir la transición que le llevará a salirse del movimiento espontáneo de la clase y asimilar la ideología consumando la función de vanguardia ideológica (teórica) del viejo intelectual, para volver, luego, a fundirse con la clase como vanguardia revolucionaria efectiva. El proceso de Reconstitución del partido proletario debe dedicar una parte amplia de sus tareas a satisfacer los requisitos de esa transición, principalmente durante sus primeras etapas. En la nueva era revolucionaria que se abre, pues, la contradicción entre teoría y práctica se resuelve dentro del seno de la clase obrera tras un proceso de escisión-fusión con su vanguardia, proceso más largo (en lo político y también, con toda probabilidad, en lo temporal) que el de simple fusión del Primer Ciclo Revolucionario, pero que permitirá acometer los procesos de construcción del Partido y del Socialismo desde una visión más profunda y con mayores garantías de éxito”.
Esto respecto a
la “exclusión” de “lo burgués” del “movimiento de ideas en la vanguardia
ideológica”, en cuanto a lo que a sus miembros respecta; en cuanto a sus ideas,
a la ideología burguesa, la Nueva Orientación no dice que están excluidas del
movimiento de vanguardia, por mucho que éste esté formado por obreros en lo
fundamental. Sería más exacto decir que lo nutre, sobre todo, la aristocracia
obrera, al menos por ahora. De modo que la Nueva Orientación no niega la
ideología burguesa, sino que afirma su hegemonía actual. De ahí la necesidad
que impone de reconquistar esa hegemonía para el marxismo-leninismo. Otra
interpretación es absurda. En cuanto al “fenómeno” de deserción de la
intelectualidad burguesa de la revolución, y para aclarar en esto también
manipulaciones y tergiversaciones, continuamos citando la Nueva Orientación:
“Pero, insistimos, esto sigue siendo un espejismo: la causa de fondo consiste en que esos elementos de procedencia burguesa no es que no quieran, es que ya no pueden adoptar la posición de la vanguardia ideológica. Por esta razón, la contribución de la intelectualidad burguesa a la causa de la Revolución Proletaria se hará significar más en etapas posteriores a la Reconstitución del Partido Comunista y en tareas relacionadas con la aplicación y el desarrollo, en su sentido amplio, de su Línea y de su Programa (y menos en la elaboración original de ambos). Por esta razón, también, en coyunturas desfavorables se reduce o desaparece el goteo de elementos burgueses hacia el proletariado, porque aún no está desbrozado el campo en el que puedan germinar las semillas que quieran aportar en el arduo camino de la abolición de las clases”.
Y en ese movimiento puramente intelectual de la vanguardia teórica, hay mucho de burgués; es más, es burgués precisamente por ser puramente intelectual y de él no sacará provecho el proletariado. Nosotros mismos, en nuestra existencia económica, somos parte de la aristocracia obrera y, en nuestra existencia política, llevamos más de 10 años inmersos en la actividad intelectual exclusivamente. ¿Qué puede resultar de nosotros si seguimos por este camino?
Si en el anterior párrafo recuerda correctamente,
aunque sin venir a cuento (y más bien contraviniendo su tesis central basada en
el determinismo económico), que Mao señalaba que los orígenes obreros no
garantizan la identificación con la causa proletaria, ahora identifica
burguesía e intelectualidad defendiendo su indisociabilidad. Tropieza
nuevamente en la misma piedra, en el mecanicismo vulgar. Intenta con esto
degradar a la clase y confinarla a ser la base de la pirámide de la sociedad
clasista, subordinándola para siempre a la clase detentadora del saber, a la
ideología dominante de la burguesía. Esto se corresponde con su negativa a
reconocer la posibilidad de la existencia de una intelectualidad proletaria, no
por origen, pero sí por filiación, por conciencia y compromiso. Es
inexplicable. Ya hemos leído un pasaje del ¿Qué
hacer? un poco más arriba, donde Lenin explica claramente el origen de la
ideología del proletariado[40].
Recordamos también cómo Marx valoraba el esfuerzo intelectual en el Prólogo a la primera edición alemana de El Capital[41]. Si los clásicos del
marxismo-leninismo por ser intelectuales eran burgueses y por ser burgueses
sólo podían elaborar teoría burguesa, habrá que desechar el marxismo-leninismo,
como ha hecho, según esta lógica primaria, la LOD. Esta salida de tono total es
fruto de la animadversión enfermiza contra todo aspecto teórico o intelectual,
fruto de la propia autolimitación. Y esta limitación corrobora su falta de
voluntad por cumplir con las tareas ideológicas imprescindibles y necesarias
que demanda el estado real del movimiento comunista, por la renuncia explícita,
a fin de cuentas, a la Reconstitución del Partido Comunista.
Finalmente, es absolutamente falso que el PCR lleve “más de diez años inmerso en la actividad intelectual exclusivamente”. Esto querría este manipulador para justificar su ansiedad y su impaciencia por integrarse en el movimiento de masas y dejarse de pamplinas teóricas que, para su corto entendimiento, no sirven a los obreros. Bastarían cuatro cosillas de catecismo, y a correr... ¡hacia el sindicato! La verdad es que nuestra experiencia nos ha mostrado (y la Nueva Orientación es el resumen de lo que hemos aprendido en estos diez años) que el proletariado carece de cuadros revolucionarios, y que construirlos es algo más complicado y elevado que asistir a la escuela de la lucha de resistencia de las masas. En segundo lugar, como sí hemos realizado lo que comúnmente se entiende por práctica en este tiempo –por mucho que se pretenda también robarnos la memoria–, hemos llegado a comprender su inutilidad desde la perspectiva de la revolución si antes no se ha cumplido con otros condicionantes previos, principalmente de carácter teórico. Durante diez años, los mejores resultados han venido de la teoría, de nuestro trabajo ideológico de lucha de dos líneas –esfera mucho más productiva también desde el punto de vista del trabajo de masas y del reclutamiento–, mientras que el trabajo práctico tradicional ha sido estéril. La Nueva Orientación también recoge las conclusiones de este hecho. Sólo la traición y la intención conscientemente liquidadora puede ocultar estas verdades evidentes.
No existe un único enemigo: esa aristocracia obrera
derechista, que adula y sobre todo contiene el desarrollo del movimiento
espontáneo de los obreros y que revisa el marxismo con su objetivismo, su
determinismo absoluto, su positivismo, su materialismo vulgar disfraz de su
idealismo.
También hay otro enemigo: esa aristocracia obrera que se identifica con intelectualidad pequeño burguesa radicalizada, ultraizquierdista, que revisa el marxismo convirtiéndolo en sistema filosófico, en ideología con falsa conciencia, en definitiva, retrocediendo hacia Hegel, negando de hecho la ruptura de Marx y Engels con su conciencia filosófica anterior (juvenil).
En este punto, el oportunista maniobra para situarse en el centro político,
equidistante entre lo que serían las posiciones derechista e izquierdista
dentro del movimiento comunista. Pero vuelve a errar al situar a la
aristocracia obrera como generadora de ambas desviaciones. Se desenmascara a sí
mismo mostrando su profundo desconocimiento del proletariado y del resto de
clases trabajadoras, de la lucha entre ellas y contra la burguesía, de los
representantes de unas y de otras, y de los posicionamientos que abrazan todos
según sean sus intereses. Con respecto a esto último, la aristocracia obrera
representa a todo un sector nada desdeñable, cualitativa y numéricamente, del
proletariado, cuyo concurso necesita la clase dominante para seguir gobernando,
por lo que asume la cuota a pagar a cambio de su sumisión y participación en el
control y división del movimiento obrero. A dicho sector corresponde el
proletariado que goza de un mayor nivel de vida y estabilidad, así como de
derechos conquistados antaño y mantenidos hoy en día a cambio de su actuación
lacayuna. Es el sector de donde se nutren mayoritariamente los sindicatos más
subvencionados por el Estado, y cuya divisa es mantener su parte del pastel de
los beneficios que genera la explotación capitalista del mundo.
Salvo honrosas excepciones individuales, las condiciones de este sector de la clase obrera la hacen situarse en las posiciones más reaccionarias del proletariado, siempre defendiendo el statu quo a través del pacto con la patronal y el Estado. Y tanto es así que se trata de un sector tan conservador y celoso de sus prebendas que sólo recurre a la lucha cuando ve amenazada su parte de la cuota de ganancia arrebatada al resto del proletariado (recordar Sintel o, últimamente, Izar o las luchas de los años ochenta de la siderurgia). Jamás levantan la voz por un cambio social y son los mayores defensores del Estado del bienestar. Teniendo esto claro, de la aristocracia obrera nunca ha salido ni saldrá un posicionamiento que pueda acercarse al izquierdismo, ya que su ideología es siempre servilmente conservadora, y como sector homogéneo actúa corporativamente y está más que cualquier otro sector de las clases populares interesado en amparar su alianza de clase, haciendo valer su fuerza para mantener su cuota de poder. Porque, no lo olvidemos, la clase burguesa en decadencia ya hace tiempo que no puede mantener su hegemonía sin el apoyo decidido de esta parte del proletariado[42].
Es precisamente
en su caracterización de la aristocracia obrera como derechista cuando
demuestra que, en el fondo, el autor también se sitúa en ese mismo campo, pues
su crítica va dirigida a la necesidad de liberar el espontaneísmo obrero de la
contención a la que dicha aristocracia le somete. Respecto del resto de
críticas de índole filosófica que enumera, llevamos un buen tramo recorrido
sobre su escrito y hemos comprobado ya que adolece de todas ellas. Se propone,
en definitiva, que la tarea debería de ser liberar el espontaneísmo de los
obreros, cuando lo que hay que hacer es combatirlo como forma política del
movimiento obrero. Es por eso que afirmamos que él y la LOD que defiende se
corresponden completamente con la ideología dominante en el seno de la
aristocracia obrera.
En cuanto al ataque que nos dedica en el segundo párrafo del texto citado intentando acusarnos de ultraizquierdismo, se hace un lío monumental. Por su posición de clase y por la experiencia histórica, la aristocracia obrera nunca ha estado vinculada a la “intelectualidad pequeño burguesa radicalizada” (al menos en la época imperialista). Se trata, en general, de una alianza contra natura, un invento más de nuestro mediocre analista para denigrar al PCR y su línea proletaria.
Por lo que se refiere al supuesto retroceso de la Nueva Orientación hacia Hegel y su negación de “la ruptura de Marx y Engels con su conciencia filosófica anterior”, naturalmente, es una falsedad cargada de cinismo, sobre todo cuando, a renglón seguido –como comprobará el lector en los subsiguientes párrafos que vamos a citar–, se reconoce la necesidad de “devolver al marxismo-leninismo que hemos heredado su carácter dialéctico”. Parece una nueva abjuración de principios. Desde luego, los compromisos de este señor son cada vez de más corto vuelo. Y es que reclamar la devolución de la dialéctica para el marxismo-leninismo es tanto como dejar de lado ese “marxismo-leninismo ortodoxo”, poco antes tan solicitado, hinchado de metafísica y positivismo. La línea proletaria que sostiene la Nueva Orientación se apoya en el materialismo dialéctico y duda mucho de la validez de todo proyecto que crea poder “devolver” la dialéctica al marxismo como si se tratase de una simple operación de acoplamiento. No es válido, desde el principio, un discurso pretendidamente revolucionario fundado en el materialismo vulgar que quiera ser completado o mejorado agregándole la dialéctica. Esto es absurdo, y parece más bien una nueva concesión que viene a reconocer las bases doctrinales antimarxistas sobre las que se sostiene la LOD. En segundo lugar, el carácter materialista y dialéctico, marxista-leninista, de una línea política se demuestra aplicándolo en la práctica, no con declaraciones de intención. Y la Nueva Orientación ha demostrado ser capaz de dar respuestas nuevas a cuestiones originales de la revolución proletaria, mientras la LOD continúa empantanada en la indolencia inútil de las soluciones cliché de siempre, fracasadas hasta el aburrimiento. En tercer lugar, la vanguardia proletaria ya se ha puesto manos a la obra para recuperar el marxismo-leninismo genuino, de ahí que nos centremos en lo teórico, en la lucha de dos líneas ideológica, de ahí el Balance, de ahí la crítica del déficit dialéctico de todo el pensamiento anterior. Señalar esto nos reporta acusaciones como la de “retroceder hacia Hegel”. Pero, desde el punto de vista del pensamiento dialéctico, es difícil recurrir a alguien distinto que tenga la talla de Hegel. El materialismo dialéctico expuesto por Bujarin, Stalin, y la escolástica soviética es, ante todo, antidialéctico; y el esfuerzo de Mao por refrescar dialécticamente el marxismo-leninismo, aunque meritorio y recomendable para el estudio, adolece de importantes limitaciones. Hegel, como cumbre del pensar dialéctico, es, por tanto, una referencia irrenunciable como ayuda para la comprensión y la asunción del sustrato dialéctico del pensamiento marxista-leninista. El mismo Marx revelaba a su amigo, hablando de su economía:
“En el método del tratamiento, el hecho de que por mero accidente volviese a hojear la Lógica de Hegel, me ha sido de gran utilidad [...]. Si alguna vez llegara a haber tiempo par un trabajo tal, me gustaría muchísimo hacer accesible a la inteligencia humana común, en dos o tres pliegos de imprenta, lo que es racional en el método que descubrió Hegel, pero que al mismo tiempo está envuelto en misticismo”[43].
Pues bien, del
mismo modo que Hegel fue de utilidad para Marx, no nos cabe la menor duda de
que lo será también para quienes quieran asimilar la concepción materialista y
dialéctica del mundo.
En lo que concierne a la “ruptura” de Marx y Engels con el idealismo hegeliano[44], es la Nueva Orientación, precisamente, quien la explica de manera coherente. Lo que nuestra línea rechaza también es la ruptura epistemológica de Althusser, que es una vuelta al positivismo y una reducción cientista del marxismo. Para Althusser, el Marx maduro rompe con el joven Marx tanto en el plano de las preguntas como en el de las respuestas filosóficas. Para la Nueva Orientación esto no es así, porque la verdadera revolución teórica de Marx consistió en dar nuevas respuestas a las preguntas de siempre. En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels sintetizaron el significado profundo del Comunismo como objetivo histórico de la humanidad y como contrapunto de la sociedad de clases, ofreciéndonos la imagen de “una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”[45]. En esta famosa formulación, está recogido todo el espíritu de la Ilustración. El individuo como entidad libre e integral es la verdadera preocupación de fondo del pensamiento marxiano, el individuo que pueda desenvolver sus facultades sin trabas sociales de ningún tipo. En enfilar su crítica hacia éstas dedicó su obra crítica y su actividad revolucionaria; por eso, su obra aparenta ser ajena a lo individual, cuando en realidad es la emancipación del hombre, la preocupación por que lo individual pase a ser lo sustantivo, el verdadero motor de su pensamiento; por eso trastocó, revolucionó, el planteamiento de los viejos problemas y su solución; pero no se los inventó (en todo caso, los reinventó). Marx recoge la problemática del pensamiento occidental, que se remonta al menos hasta el humanismo renacentista (por no hablar del pensamiento clásico-helenístico que ponía al individuo en el centro de sus pesquisas, empezando por Epicuro, pionero del materialismo admirado por Marx), y ofrece una salida completamente innovadora ante las cuestiones contra las que se habían estrellado todas las escuelas anteriores. Y si alguien mantiene despejado y franco el puente entre Marx y la herencia filosófica anterior, ese alguien es Hegel.
En todo caso,
lo que la Nueva Orientación subraya es la importancia de un aspecto de la
ruptura del Marx marxista –comunista–
con respecto a “su conciencia filosófica anterior” que olvidan Althusser y los
interpretes positivistas de la evolución el pensamiento del maestro –a los que
parece que se han sumado nuestros oportunistas–, a saber, su ruptura ideológica
con la burguesía. Desde este punto de vista, lo que haya quedado en el
pensamiento de Marx y Engels como herencia de Hegel o de cualquier otro
filósofo, pierde relevancia. Insistir en ello supone, como ya supuso en la
época anterior, abrir falsas polémicas una vez más. Lo importante es comprender
el alcance intrínseco que comporta que la asunción de una doctrina conlleve un
compromiso de clase. Algo muy importante para la toma de conciencia por parte
de los miembros de la vanguardia.
Finalmente,
respecto del reproche de que la Nueva Orientación convierte al marxismo en
sistema filosófico (o en “totalidad filosófica”, como dirá más adelante), ya
adelantamos un poco más arriba que este señor terminaría declarando
abiertamente su oposición a toda visión sistemática del pensamiento proletario.
Allí también desarrollamos la crítica a este punto de vista unilateral y
dogmático del marxismo-leninismo, que niega su dimensión como concepción del
mundo construida sobre la sistematización crítica del saber como resultado particular
de la lucha de clases teórica del proletariado. Desde luego, como ya
insinuamos, ese punto de vista sí que es familiar al espíritu intelectual del
pequeñoburgués, para el cual el marco idóneo para la propuesta de las ideas no
será jamás ningún sistema teórico, sino el mercado. La libertad de crítica
burguesa, la concurrencia de las ideas, la libertad formal de pensamiento, que
odian los sistemas, procuran el cálido y cómodo cobijo del modo de vida y del
mundo burgueses a los nuevos “críticos” de la LOD, para su regocijo.
Es por esta razón que la Resolución del Comité Central señala que, tras el discurso aparentemente marxista-leninista, nuestra derecha trata, en realidad, de “fraguarse una identidad que le permitiera posteriormente ganarse el derecho a participar en el reparto del pastel del mercado reformista”. Una marca registrada más para concurrir en el mercado de la oferta política burguesa. De lo burgués a lo burgués, éste es todo el recorrido político que esta gente ofrece al proletariado.
Entre paréntesis, no rechazo cualquier pretensión de
devolver al marxismo-leninismo que hemos heredado su carácter dialéctico allí
donde no lo tuvo, pero sí la pretensión de restaurar una totalidad filosófica o
de desplazar la atención de la transformación material hacia la transformación
espiritual.
Por ejemplo, nuestros clásicos no definen el comunismo más allá que como abolición de las clases sociales y no definen tampoco el Partido Comunista más allá que como movimiento real del proletariado hacia el comunismo. Es lo más lejos que llegan porque desde el punto de vista materialista no se pueden desarrollar elementos teóricos cuando estos no son actuales, no se puede elucubrar sobre un futuro cuya base material haya cambiado del todo.
En cambio nosotros hemos afirmado que el comunismo
es la materia autoconsciente e incluso que el Partido Comunista es el ser
social autoconsciente en proceso de autotransformación con lo que perseguimos
la quimera del sistema hegeliano de que se identifiquen del todo ser y conciencia,
que desaparezca la contradicción y que, por tanto, finalice el movimiento de la
materia. Lo cual equivale a salvar la dialéctica matándola.
La primera cuestión que ha de ser resuelta por el movimiento comunista
internacional, esto es, por los partidarios del comunismo, es la de devolver al
marxismo-leninismo a la situación de teoría-guía, y para ello debe restaurar su
universalidad como concepción del mundo, o sea, debe reconstituir la ideología
proletaria. Esto significa que debe construirse como cosmovisión que vincule
ser y conciencia en una unidad indisoluble en movimiento y mutua
transformación. El PCR tiene el plan para llevar este objetivo a cabo en la
práctica.
En su desprecio continuo por lo “espiritual”, por la conciencia como guía de toda actividad, el portavoz oportunista demuestra su incapacidad para aportar nada útil al movimiento. Lo que el PCR afirma es que, primero, la vanguardia debe adoptar ideológicamente la posición de clase proletaria, debe transformar su conciencia para después fundirse con las masas y pasar a transformar materialmente el mundo mediante la revolución, como condición para la transformación espiritual general de la humanidad, que es el verdadero y último objetivo del marxismo como empresa emancipatoria (y no como la entiende la tradición revisionista, que reduce el marxismo al propósito de cambiar las bases materiales de la realidad, lo que significa desvirtuarlo, ya que este cometido es sólo un medio para fines más elevados). Los oportunistas del culto al espontaneísmo, enemigos de lo “espiritual”, están tan sometidos al peso de lo económico, que han terminado por olvidar y desechar el verdadero “espíritu” del marxismo y de la misión liberadora del proletariado. Es por esto que, como el mundo objetivo constituye para ellos el principio y el fin de todo, las masas se convierten en objeto permanente y en la cuna del permanente espontaneísmo que alimentará y justificará su quehacer sindicalista. La separación, también permanente, entre el sujeto (vanguardia) y el objeto (masas) será el corolario necesario de este punto de vista, el cual no contempla el retorno dialéctico de lo objetivo a lo subjetivo, la transformación de las masas en sujeto revolucionario. Y es que, para el marxismo-leninismo, la transformación espiritual de la vanguardia proletaria (algo de lo que nuestros revisionistas no quieren ni oír hablar) es condición para la transformación material de las masas de la clase obrera (que es el punto de partida y de destino de aquéllos, acongojados por aparentar ser materialistas consecuentes), base de la transformación espiritual de la humanidad en su conjunto (a donde no quieren llegar tampoco nuestros parásitos de la clase obrera, que han hecho de la eternización de las premisas del trabajo asalariado un modo de vida).
Respecto a esa supuesta ley materialista según la cual “no se pueden desarrollar elementos teóricos cuando no son actuales, no se puede elucubrar sobre un futuro cuya base material haya cambiado del todo”, ya hemos visto que es todo un monumento al mecanicismo y al materialismo metafísico cuando discutimos sobre la planificación y los sistemas. Ahora, se trata de aplicar el mismo principio vulgar a la imposible descripción del Comunismo “más allá que como abolición de las clases”. Pero precisamente esta última idea es la que da pie –y dio pie a los padres del socialismo científico– para las “elucubraciones”, por ejemplo, de Engels:
“En la sociedad comunista, donde los intereses de los individuos no son antagónicos, sino que se hallan asociados, desaparece la competencia. En esa sociedad, como de suyo se comprende, no hay ya margen para que tales o cuales clases se arruinen, ni en general para la existencia de clases, como son hoy los pobres y los ricos. Y, al desaparecer en la producción y distribución de los bienes necesarios para la vida, el fin individual de enriquecerse por su cuenta, desaparecen también por sí mismas las crisis de circulación. En la sociedad comunista no ofrecerá dificultad alguna conocer las exigencias de la producción y las del consumo. Sabiendo cuánto necesita por término medio el individuo, será fácil calcular lo que hace falta para satisfacer las necesidades de cierto número de ellos, y como la producción, en esa sociedad, no estará ya en manos de unos cuantos particulares dedicados a enriquecerse, sino en manos de la comunidad y de sus órganos de administración, resultará muy fácil regular la producción a tono de las necesidades. [...].
Pero, examinada la cosa en más detalle, vemos que no
se reducen a esos los beneficios de este tipo de organización, sino que se
extienden, además, a la eliminación de toda otra serie de inconvenientes, entre
los cuales me limitaré a señalar aquí algunos de índole económica. [...].
También esto [se refiere al aparato administrativo y judicial de la sociedad burguesa] se simplificará extraordinariamente en la sociedad comunista, y por muy peregrino que pueda esto parecer precisamente por la razón de que, es esta sociedad, la administración no deberá velar solamente por determinados aspectos de la vida social, sino por la vida social en su conjunto, en todas y cada una de sus actividades y manifestaciones”[46].
Y es que decir
que el Comunismo es la abolición de las clases es decirlo todo y no decir nada
al mismo tiempo. Desde luego, por una parte, con apuntarlo bastaría, porque
significa lo mismo que señalar que la base de la sociedad tal y como la
conocemos desaparecerá. Como, en efecto, no sabemos cuál será la base de la
futura comunidad humana que la sustituirá, entonces, podemos abstenernos de
aventurar nada más. Aún así, el propio Marx se atrevió a “elucubrar”, afirmando
que la cooperación o la igualdad real (guiada por el principio de a cada cual según sus necesidades) o,
como hemos visto anteriormente, el libre desenvolvimiento de cada uno, formarán
parte de los fundamentos de la sociedad futura. Pero concedamos al materialismo
estrecho –temeroso de leer las
tendencias objetivas que señala el desarrollo social, so pena de “especulación”
o “elucubración” metafísica, azote de empiristas– el no ir más allá del
significado general del término “abolición de las clases”. Lo que no podrá
impedirnos, sin embargo, es “elucubrar” sobre el sentido inmediato de esa
noción. ¡Y sobre esto sí que han “especulado” los marxistas, empezando por sus
precursores! Aquí hemos transcrito uno sólo de los muchos textos que Marx y
Engels dedicaron a la interpretación del significado inmediato del Comunismo o
del concepto “abolición de las clases”. En este sentido, cuando la Nueva
Orientación habla del comunismo como “la materia autoconsciente” no está más
que ofreciendo una interpretación más de ese concepto en el plano filosófico, en el nivel más elevado de
la teoría. Y no por esto se trata de un ejercicio mayor de “especulación” o
“elucubración” que los practicados por Marx, Engels, Lenin o Bebel sobre lo
mismo en los terrenos de la economía, la política o la familia.
Lo mismo cabe decir respecto al Partido Comunista. Remitimos al lector, una vez más, a la próxima publicación de LA FORJA, cuando estará en condiciones de estudiar y comprender completamente la Nueva Orientación, así como las bases ajenas al marxismo desde las que nuestros oportunistas elaboran y dirigen sus flébiles críticas.
Es en este último párrafo de este extracto cuando, a propósito de su monocorde crítica a una de nuestras formulaciones sobre el Partido –demasiado compleja para mentes ajenas a la dialéctica–, aparece claramente ante los ojos la naturaleza idealista de los fundamentos teóricos que alimentan la LOD y explican la deriva liquidacionista de sus últimos adeptos. El estruendo provocado por la caída en cascada de todo el andamiaje de preceptos elementales del pensamiento marxista ha puesto en evidencia, aquí, la torpeza de nuestro escolático en su incursión de profano por los escenarios domésticos del materialismo dialéctico. En primer lugar, afirmar que la identificación entre ser y conciencia es una “quimera” es la forma ingenua mediante la que un metafísico se confiesa. El principio particular de la unidad ser-conciencia no es sino el modo concreto como se expresa el principio dialéctico general de la unidad de los contrarios, de manera específica, durante la fase social del desarrollo de la materia. Manifestarse abiertamente a favor de la posición teórica que defiende la relación externa, separada, de esos dos elementos, significa directamente decantarse por el principio metafísico del dos hacen uno –como denuncia acertadamente la Resolución del Comité Central. La “identificación”, la unidad de los contrarios, no supone la “desaparición de la contradicción”, sino que es el fundamento dialéctico de su existencia y el punto de partida del desarrollo, del “movimiento” (que no su motor, que sería la lucha de contrarios), de todo lo real, en absoluto su “finalización”. Los renegados del marxismo demuestran, con esto, que han sido capaces de llegar hasta el final en su labor liquidadora: refutar el principio dialéctico de la unidad de los contrarios y pasarse al campo de la lógica formal, con sus leyes de identidad (A es A) y de contradicción (A ≠ no A). Como se sabe, ésta es la concepción eleática, la lógica formal, la lógica del ser que niega el devenir, la lógica del statu quo, en el que se cobijan nuestros obreros bien pagados y sus representantes de toda laña.
El marxismo ensaña que, en la contradicción ser-conciencia, la materia social, el primero de sus elementos, constituye el aspecto principal; y la resolución del Comité Central añade que, en la época de la última revolución social, en la época de la revolución comunista que terminará con la sociedad de clases –o, dicho en los términos filosóficos que tanto repelen a nuestro sicofante, en la era en la que la materia adquiere autoconciencia–, la cuestión cardinal consiste en que el aspecto principal pase a ser jugado por la conciencia. Así, la humanidad consciente pasará a ser, con el Comunismo, la protagonista de la historia y de su destino, una vez superada la determinación material, el estado de necesidad al que ha estado y aún está sometida. En esta dialéctica consiste el fundamento del movimiento social en su última fase; y como resultado de ella, el Partido Comunista es la primera forma social que adquiere el proceso de predominio de lo consciente sobre la determinación social. Esta dialéctica presupone la unidad de la identidad, la “identificación del todo” entre ser (movimiento social) y conciencia (proletariado revolucionario), también, incluso, en el actual estado de cosas, con la diferencia de que, en éste, predomina la necesidad del movimiento social, con su imponente espontaneidad (o sea, la reproducción de las leyes del capital y su superestructura de dominación), sobre lo consciente.
En segundo lugar, si la lógica eleática conduce a nuestro sofista hacia la visión metafísica y dogmática, su ontología le lleva, irremediablemente, hasta el principio estatista y la perspectiva eterna de las cosas. Sólo así puede insinuar, sin ruborizarse lo más mínimo, que la contradicción ser-conciencia es eterna (pues nada más puede deducirse de la afirmación de que su desaparición supondría la finalización del movimiento de la materia). En consecuencia, se ve esta contradicción como el modo único y permanente del movimiento de la materia, mientras que el marxismo-leninismo explica que sólo se trata de la base dialéctica de una forma especial y específica de su movimiento, la forma social –que se manifiesta en lo concreto como lucha de clases–, la cual se diferencia específicamente de otras formas de su movimiento: física, química, biológica, etc. (para cuyo desenvolvimiento, por cierto, no juega ningún papel la conciencia). Para el marxismo-leninismo, el estadio superior de movimiento de la materia es el Comunismo, como forma resultante de la solución de las contradicciones de su fase precedente, la forma social. Esta tesis es negada por nuestros metafísicos, que nos acusan de especular sólo porque llevamos lo más lejos posible la lógica del materialismo dialéctico, respetando su coherencia interna. Sin embargo, no hay mayor ejercicio de especulación que coquetear con el idealismo religioso, implícito en la tesis de la eternidad de la conciencia. El materialismo dialéctico defiende el principio de eternidad de la materia –pero no el de sus formas de movimiento–, mas en absoluto la eternidad de la conciencia. Ésta sólo aparece –como atributo de la materia– como producto del cerebro humano, hace, como mucho, un millón de años. La tesis de la coeternidad de la conciencia conlleva la idea de dios, la idea de una conciencia preexistente (a la conciencia humana), base del pensamiento religioso. Y como nuestro espontáneo de la filosofía ha negado la identidad entre ser y conciencia entre sus premisas teóricas, decantándose por contemplarlos separadamente, se aleja con esta elección de la corriente del pensamiento religioso menos nefasta, el panteísmo, para meterse de lleno, él solito, en el callejón sin salida del dios creador, donde ya sólo le queda optar entre el deísmo y el teísmo. ¡Menudo prodigio! Hasta ahora, nunca se había dado el caso de que un liquidador se esmerase tanto que fuera capaz de saltar de la escolástica soviética a la escolástica tomista en media docena de páginas. ¡Menos mal, por el bien de la clase obrera, que estos señores han prometido no “especular”, no dedicarse a la teoría! Los trabajadores se lo agradeceremos, desde luego.
Nos estamos
ahogando en menudencias como la de la “revolucionarización de las conciencias o
de las actitudes”, por la propia estrechez de nuestra actividad, por su
concentración en un solo punto. Nos precipitamos hacia el modelo de la secta de
intelectuales filosofantes, hacia el “monasterio rojo” que va dando lecciones
desde fuera.
Sólo quienes hemos sufrido a este individuo podemos comprender cuánto
cinismo encierran sus reproches. Alguien cuya aportación militante ha ido
decreciendo de manera notable a lo largo de los años –posponiendo y relegando
cada vez más los compromisos políticos para atender los privados en el espíritu
burgués más declarado– tiene el descaro de presentarse ahora con una falsa
propuesta “multifacética”, acusando a la Nueva Orientación de “estrechez” por
centrarse en la ideología, y descubriéndonos
que el problema de la “revolucionarización de las conciencias o de las
actitudes” es un quítame allá esas pajas
que no tiene nada que ver con la construcción de la vanguardia y que se
resuelve por sí misma: no desde la voluntad y el compromiso militante, sino
desde la “inmersión” en la práctica y la estulticia del modo de vida burgués y
las formas burguesas de lucha de clases. Este aplicado aprendiz de serio funcionario sindical huye de todo
lo que pueda parecer demasiado radical, políticamente incorrecto ante la
mentalidad burguesa del obrero medio; por eso, rechaza la imagen manipulada del
círculo revolucionario como “secta de intelectuales filosofantes”. Él, desde
luego, no va a “filosofar” nada, porque es incapaz de tener una idea propia.
Como obrero-masa privilegiado que es, se dedicará a hablar de actividad amplia
sin “estrechez”, sin que esto signifique otra cosa que –como confesará más
adelante– “la fusión con el movimiento obrero en sus más variadas
manifestaciones”; o sea, en todo (?) su amplio abanico de luchas parciales.
¡Adiós al resto de los campos de la lucha de clases! Propondrá, en este
ejercicio magistral de cinismo, participar en todos éstos, pero, ¿cómo,
absorbidos por los deberes privados y la lucha económica de los obreros? Fácil,
proyectando ésta en política, con lo que ya tenemos lo inevitable: la política
liberal del partido obrero, el reformismo y el cretinismo parlamentario. Con
este equipaje, desde luego, nunca será sospechoso de “monje rojo”, pero sí
terminará “dando lecciones desde fuera” a los obreros acerca de lo que es mejor
para ellos con el fin de no ser despedidos, educándoles en la comunidad de
intereses con la empresa y rasgándose las vestiduras cuando alguien hable a los
trabajadores de la revolución, porque
–según su nueva doctrina materialista vulgar y amplia de miras– “desde el punto de vista materialista no se pueden
desarrollar elementos teóricos cuando éstos no son actuales, no se puede
elucubrar sobre un futuro cuya base material haya cambiado del todo”.
Desde las batallas en la vieja organización
revisionista hemos progresado en el campo teórico pero nos hemos separado más y
más del movimiento obrero, de la práctica en él. Por una parte esto le impide
contrarrestar la influencia corruptora de la burguesía y de sus agentes
oportunistas, quedando estancado por falta de que le aportemos los elementos de
conciencia que le permitan despegar.
Es cierto. Después de la 5ª Conferencia del PCR, nos
aplicamos a realizar un trabajo apegado al movimiento obrero que en breve
espacio de tiempo, menos de dos años, se tornó en paralización de la
organización, mientras proseguíamos con las tareas de formación e
investigación, completamente desvinculadas de dicha práctica entre las masas.
Fruto de la reflexión sobre este fracaso y del posterior debate que culminó con
la 6ª Conferencia y la elaboración de la Nueva Orientación, decidimos,
efectivamente, separarnos, escindirnos
del movimiento obrero real, después de haber comprendido la necesidad de
conquistar previamente ciertos instrumentos antes de conquistar a las masas, en
cuyo seno no los podíamos encontrar. Lo que hemos hecho, al mismo tiempo, es
romper decididamente con el revisionismo oportunista que controla todos los
resortes del movimiento, independizarnos como destacamento proletario de
vanguardia de nuestro medio natural
con el fin de adoptar la perspectiva suficiente para comprender mejor la
esencia del proceso revolucionario. De otra manera, seguir el camino que
habíamos tomado después de la 5ª Conferencia nos llevaba, fruto del bagaje que
arrastramos tras la derrota del marxismo-leninismo –que le imposibilita para
servir como ideología-guía capaz de aportar las soluciones que necesita el
proletariado–, a la incapacidad y el estancamiento, convirtiéndonos en un grupo
más, con las mismas propuestas de fondo que cualquier otro en el mercado del
servilismo hacia los intereses inmediatos –esto es, económicos– de la clase
obrera. Esas propuestas, dada la imposibilidad teórica de traducir las
necesidades inmediatas en las tareas revolucionarias de la clase, no servirían
para nada, y éste fue el eco que obtuvimos en esa experiencia en el seno del
proletariado: ninguno. Y es precisamente porque no tenemos nada que llevarles,
por lo que no debemos ir, pues la tarea es otra, la de reconstituir la
ideología del proletariado. Y ésta, como demuestra Lenin en su obra ¿Qué hacer?[47], sólo puede provenir de fuera del
movimiento obrero espontáneo. De ahí que la Nueva Orientación proponga el
proceso de escisión-fusión, según el
cual, primero nos escindimos para realizar la tarea de la reconstitución
ideológica, imprescindible para poder fusionarnos, después, con el movimiento
obrero para reconstituir el Partido.
Pero, para la
LOD, la tarea de los marxistas-leninistas es la de contrarrestar la influencia
corruptora de la burguesía para que el movimiento obrero espontáneo “despegue”,
se libere. Esto, una vez más, es rebajar el marxismo hasta el tradeunionismo,
situarlo a la cola del movimiento y alejarlo de su vanguardia. El PCR defiende
que el movimiento obrero sólo puede elevarse, “despegar” a condición de ser
revolucionado, transformado en movimiento revolucionario desde la crítica y el
trabajo de masas comunista. Pero, ahora, la vanguardia comunista pierde el
tiempo si se dirige al movimiento espontáneo sin tener programa revolucionario
que llevar, sin programa donde se traduzcan las necesidades inmediatas de la
clase en tareas revolucionarias.
Respecto al temor sacerdotal por la “heterodoxia” doctrinal, recordaremos que, a lo largo de la historia del marxismo-leninismo, no es precisamente la ortodoxia la que ha hecho avanzar la causa del comunismo. Por el contrario, la “heterodoxia” es condición intrínseca a la ideología del proletariado, pues, como dialéctica que es, sólo se desarrolla revolucionarizándose. Todos los grandes obispos de la ortodoxia han sabido dar alas al desastre. Algunos, como Plejánov o Kautsky, no lo consiguieron porque tenían enfrente a revolucionarios tan “heterodoxos” como Lenin. Otros, como Togliatti, Thorez, Dimitrov o Khruschev (y en gran parte Stalin), sí que consiguieron en nombre de la ortodoxia introducir el cáncer del revisionismo, de tal manera que aún hoy pasan por revolucionarias muchas concepciones que, por repetirse durante décadas como principios marxistas, nos han llevado a la gran derrota del Primer Ciclo Revolucionario.
Y si se busca también en nuestros clásicos situaciones en que ha sido necesaria la escisión del movimiento para centrarse en el estudio y la elaboración teórica, he aquí uno de tantos ejemplos: “Tras la derrota de la revolución de 1848-1849 llegó un momento en que se hizo cada vez más imposible influir sobre Alemania desde el extranjero, y entonces nuestro partido abandonó a los demócratas vulgares el campo de los líos entre los emigrados, única actividad posible en tales momentos. Mientras aquellos daban rienda suelta a sus querellas, arañándose hoy para abrazarse mañana, y al día siguiente volver a lavar delante de todo el mundo sus trapos sucios; mientras recorrían toda América mendigando, para armar en seguida un nuevo escándalo por el reparto del puñado de monedas reunido, nuestro partido se alegraba de encontrar otra vez un poco de sosiego para el estudio. Llevaba a los demás la gran ventaja de tener por base teórica una nueva concepción científica del mundo, cuya elaboración le daba bastante que hacer, razón suficiente, ya de suyo, para que no pudiese caer nunca tan bajo como los ‘grandes hombres’ de la emigración. El primer fruto de estos estudios es el libro que tenemos delante”[48].
Examinando en
su conjunto nuestra trayectoria con la del resto del movimiento
anti-revisionista, la constatación de la derrota del marxismo-leninismo en los
Partidos Comunistas debía conducirnos forzosamente por derroteros ideologístas.
Algunos
no tardaron en rehuir la dificultad replegándose hacia posiciones
espontaneístas, oportunistas, y otros seguimos ascendiendo por el nuevo camino.
Pero ahora estamos en una encrucijada. No es que debamos abandonar la actividad más abstracta, pero ésta, en su soledad nos aparta del objetivo.
Estamos en una situación comparable a la que hace más de 10 años nos llevó a romper organizativamente con el revisionismo a pesar del potencial positivo que aun gravita en torno a él y que, desde nuestra independencia orgánica, hemos demostrado que podíamos atender y acercar a nosotros.
El desparpajo de este señor adquiere ya tintes
rocambolescos que delatan su trayectoria política de advenedizo nostálgico del
revisionismo, al que pretende legitimar dentro del campo revolucionario,
seguramente por el resquemor que le produce la tesis leninista de la ruptura
histórica del proletariado en dos alas, una oportunista y otra revolucionaria.
Con ello, confiesa, públicamente su deseo de seguir permaneciendo y medrando en
el campo del oportunismo, en el ala derecha del movimiento obrero. No es
casual, pues, que dedique alabanzas al “potencial positivo que aún gravita en
torno” al revisionismo. Para el PCR, sin embargo, el potencial del revisionismo
radica en su contrario, en su negación. El potencial aumenta en sentido
inversamente proporcional al posicionamiento revisionista. No es la
independencia orgánica, sino la ideológica la que nos garantiza el efecto de polo
antagónico al revisionismo. La organicidad jamás ha garantizado dicha
independencia, y eso ya quedó demostrado al analizar las posiciones de los
diferentes agrupamientos que se reclaman del marxismo-leninismo en el Estado
español en números anteriores de LA FORJA[49]. Efectivamente, la derrota del
proletariado del primer ciclo revolucionario condiciona muy mucho la situación
actual y constituye el contexto adecuado para que los sectores más vacilantes y
atrasados del movimiento experimenten el pánico de la soledad, el temor a
sentirse aislados, separados de la manada
en su discurrir cotidiano, aunque las tareas políticas del día lo exijan; esos
sectores sin el temple necesario para recoger el testigo de la responsabilidad
de cumplir el papel de vanguardia, se esconden entre las masas y se escudan en
discursos obreristas, inútiles para la clase obrera, por muy cargados que estén
de servil adulación, como el de que no se puede “construir la ideología
proletaria sin el proletariado”. A lo que el marxismo-leninismo responde que es
falso: no se puede construir la ideología proletaria ¡¡sin la lucha de clase revolucionaria del proletariado!!
Hemos tenido, una vez más, que romper con el revisionismo, esta vez en nuestro partido, como ya hicimos hace más de diez años. En la época del imperialismo es inadmisible la pertenencia de la vanguardia y de la aristocracia obrera a una misma organización comunista. Lenin lo expresaba rotundamente: “La época imperialista no tolera la coexistencia en un mismo partido de los elementos de vanguardia del proletariado revolucionario y la aristocracia semipequeñoburguesa de la clase obrera, que se beneficia con las migajas de los privilegios proporcionados por la condición ‘dominante’ de ‘su’ nación. La vieja teoría de que el oportunismo es un ‘matiz legítimo’ dentro de un partido único y ajeno a los extremismos se ha convertido hoy en día en el engaño más grande de la clase obrera, en el mayor obstáculo para el movimiento obrero”[50].
Hay que
recuperar como gran decisión filosófica, como imperativo categórico del
marxismo, la praxis revolucionaria; avanzar hacia nuestra fusión con el
movimiento obrero, manteniendo la actividad teórica pero participando de ella a
la clase mediante la propaganda y subordinándola a las necesidades de su
desarrollo revolucionario; enfocar como objetivo de la línea de masas a la
vanguardia proletaria en su conjunto (la vanguardia práctica elevará así su
conciencia espontánea hacia el comunismo mientras que la vanguardia teórica
afianzará el carácter proletario de sus concepciones al vincularlas en todo lo
posible con la práctica social de nuestra clase); y desplegar en definitiva, la
lucha de clases en sus tres planos a la vez, como propugnara Engels y cita
Lenin en “¿Qué hacer?”:
“Por primera vez desde que existe el movimiento obrero, la lucha se desarrolla en forma metódica en sus tres direcciones concertadas, relacionadas entre sí: teórica, política y económico-práctica (resistencia a los capitalistas). En este ataque concéntrico, por decirlo así, reside precisamente la fuerza y la invencibilidad del movimiento alemán”.
En el recorrido de todo su documento, hemos comprobado el continuo
reduccionismo sindicalista que sufre el concepto de práctica social en manos de este tahúr del juego político. Así que,
para terminar con un digno colofón el sepelio del marxismo al que hemos
asistido a lo largo de sus parágrafos, graba en la cinta que envuelve la corona
funeraria que la praxis revolucionaria es la subordinación de la teoría y la
propaganda comunistas a las necesidades del “desarrollo revolucionario” del
movimiento obrero. Este “desarrollo” sólo se puede entender desde la doctrina –su doctrina– de la “elevación” de la
conciencia espontánea hacia el comunismo. Por lo que obtenemos, en
consecuencia, que el comunismo se subordina a las necesidades del desarrollo de
la conciencia espontánea, lo cual es lo mismo que liquidarlo como teoría de
vanguardia. El imperativo categórico marxista pasa a ser la práctica de resistencia.
Naturalmente, a estas alturas, no nos inmuta tamaña transgresión revisionista.
Esta táctica se resume en la consigna de “avanzar hacia la fusión con el movimiento obrero”, con el objetivo de la vanguardia “en su conjunto”; es decir, tomando indistintamente, y reduciéndolos a uno, los dos sectores de la clase que diferencia la Nueva Orientación: vanguardia teórica y vanguardia práctica. En el momento actual, esto es lo mismo que meter en el mismo saco los problemas teóricos y generales de la revolución proletaria y los problemas prácticos e inmediatos de la resistencia obrera; en otras palabras, es lo mismo, en los hechos, que renunciar a los primeros y sumergirse de lleno en los últimos. Es la forma directa de liquidar el objetivo de restitución del marxismo-leninismo como teoría de vanguardia. Esta táctica está desgranada como plan de tareas políticas en el último parágrafo del documento de la LOD que vamos a transcribir a continuación. En él, como se verá, se apuesta por atacar todos los ámbitos de la lucha de clases al mismo tiempo; se termina derivando en el absurdo de proponer llevar a cabo, de manera simultánea, la lucha contra la burguesía y la preparación de esta lucha, y también, la “elevación revolucionaria” de las masas o de su vanguardia práctica a la vez que se busca un discurso revolucionario del que se carece. Mayor improvisación es inconcebible, mayor homenaje a la espontaneidad, impensable.
Desde el punto de vista de la táctica, puede resumirse la experiencia del PCR en dos pasos. Primero, nos preguntamos con qué ir al movimiento obrero. En este primer gran debate –en torno a la constitución de nuestra organización y la definición de sus objetivos inmediatos– triunfó la línea “ideologista”, la única que podía dotar de una base revolucionaria a todo proyecto comunista, frente a la línea politicista; quienes queríamos empezar por la teoría sobre los que apostaban directamente por la política. En un segundo momento –el debate sobre la Nueva Orientación– la pregunta que nos surgió fue, una vez que habíamos resuelto en parte la cuestión ideológica en cuanto al método y a la conquista de algunas bases sólidas (primeras conclusiones del estudio de la experiencia del Ciclo de Octubre y línea política general), la de cómo ir al movimiento obrero. Es en este momento cuando surge la escisión entre quienes continuamos manteniendo la línea de construcción política desde la ideología como guía con todas sus consecuencias, y quienes se asustaron por las implicaciones de este proceder y rectificaron, pretendiendo retroceder hasta el primer momento anterior; pero como esto es imposible, porque permanecer eternamente en el con qué, cuando la experiencia ya ha demostrado lo que resulta de partir coherentemente de la ideología, del plano teórico de la lucha de clases (la Nueva Orientación), hubieron de retroceder aún más, hasta el oportunismo politicista, hasta el terreno de los derrotados en el primer debate, hasta el campo de los que respondieron y responden a la pregunta sobre el con qué, con nada (que no sea sindicalismo político o puro dogmatismo). No es de extrañar, pues, que ahora se hayan reencontrado el jefe derrotado por el PCR y el jefe renegado del PCR, y hayan constituido una nueva alianza sobre la base de la nada política, sobre la ausencia de línea y el absoluto vacío del debate político permanente.
Pero terminemos con el párrafo que nos ocupa. Nuestro sacerdote “ortodoxo” lo finaliza leyéndonos, con el espíritu talmúdico de quien cree ofrecer la palabra sagrada, un texto entresacado del ¿Qué hacer?, para brindarnos, con ello, una nueva demostración de manipulación y descontextualización (¿por qué enfermiza obsesión se empecinará este hombre en demostrar con el ¿Qué hacer? lo contrario de lo que defiende el ¿Qué hacer?). Se trata de una cita de otra mayor que Lenin recoge del Prefacio de Engels a la tercera edición de La guerra campesina en Alemania (1875), con el fin de demostrar, precisamente, lo contrario de lo que pretende nuestro impostor; y no sólo por lo que se refiere a la defensa de la participación omnímoda de la vanguardia en la actual lucha de clases, sino también, como veremos, acerca de otros temas tocados con anterioridad. Pero pasemos a la cita que recoge Lenin en su totalidad y deshagamos el entuerto de la insidia:
“Los obreros alemanes tienen dos ventajas esenciales sobre los obreros del resto de Europa: La primera es que pertenecen al pueblo más teórico de Europa y han conservado en sí este sentido teórico, casi completamente perdido por las clases llamadas ‘cultas’ de Alemania. Sin la filosofía alemana que le ha precedido, sobre todo sin la filosofía de Hegel, jamás se habría creado el socialismo científico alemán, el único socialismo científico que ha existido alguna vez. De haber carecido los obreros de sentido teórico, este socialismo científico nunca hubiera sido, en la medida que lo es hoy, carne de su carne y sangre de su sangre. Y demuestran cuán inmensa es dicha ventaja, de un lado, la indiferencia por toda teoría, que es una de las causas principales de que el movimiento obrero inglés avance con tanta lentitud, a pesar de la excelente organización de algunos oficios, y, de otro, el desconcierto y la confusión sembrados por el proudhonismo, en su forma primitiva, entre los franceses y los belgas, y, en la forma caricaturesca que le ha dado Bakunin, entre los españoles y los italianos.
La segunda ventaja consiste en que los alemanes han
sido casi los últimos en incorporarse al movimiento obrero. Así como el
socialismo teórico alemán jamás olvidará que se sostiene sobre los hombros de
Saint Simon, Fourier y Owen [...], el movimiento obrero práctico alemán nunca
debe olvidar que se ha desarrollado sobre los hombros del movimiento inglés y
francés, que ha tenido la posibilidad de sacar simplemente partido de su
experiencia costosa, de evitar en el presente los errores que entonces no había
sido posible evitar en la mayoría de los casos. ¿Dónde estaríamos ahora sin el
precedente de las tradeuniones inglesas y de la lucha política de los obreros
franceses, sin ese impulso colosal que ha dado particularmente la Comuna de
París?
Hay que hacer justicia a los obreros alemanes por haber aprovechado con rara inteligencia las ventajas de su situación. Por primera vez desde que existe el movimiento obrero, la lucha se desarrolla en forma metódica en sus tres direcciones concertadas y relacionadas entre sí: teórica, política y económico-práctica (resistencia a los capitalistas). En este ataque concéntrico, por decirlo así, reside precisamente la fuerza y la invencibilidad del movimiento alemán.
Esta situación ventajosa, por una parte, y, por otra, las peculiaridades insulares del movimiento inglés y la represión violenta del francés, hacen que los obreros alemanes se encuentren ahora a la cabeza de la lucha proletaria. No es posible pronosticar cuánto tiempo les permitirán los acontecimientos ocupar este puesto de honor. Pero, mientras lo sigan ocupando, es de esperar que cumplirán como es debido las obligaciones que les impone. Para esto, tendrán que redoblar sus esfuerzos en todos los aspectos de la lucha y de la agitación. Sobre todo los jefes deberán instruirse cada vez más en todas las cuestiones teóricas, desembarazarse cada vez más de la influencia de la fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie”[51].
No nos detendremos en indagar porqué nuestro obispo de la “práctica como criterio de la verdad” recoge como prueba a su favor, de todo el texto citado por Lenin, lo que la historia ha demostrado como erróneo. Pero porque nos tropecemos con una incongruencia más, a estas alturas, no nos vamos a sorprender. Sabemos, además, que el renegado y sus acólitos han renunciado al Balance histórico y, por tanto, a averiguar porqué el movimiento obrero alemán fue finalmente vencido, y que ahora se conforman con consagrar los textos clásicos, aceptándolos como absoluta verdad mosaica. Después de todo, si la conciencia es eterna, también lo serán el verbo y la palabra escrita... Sin embargo, sí queremos aprovechar la ocasión para reiterar, con el apoyo de la opinión acreditada de Engels, la falsedad de la tesis revisionista de la ruptura del pensamiento marxiano, el socialismo científico, con Hegel, y reivindicar la continuidad fundamental entre ambos. También queremos aportar, como testimonio, el juicio de Engels en el debate sobre la relación entre “toda la filosofía anterior” y la aparición del movimiento obrero[52], que, según nuestro sicofante, no es otro modus cogitandi, otro pensamiento, otra concepción del mundo correspondiente a la nueva clase emergente, sino que es ésta misma clase en su movimiento práctico, y que, como mucho, elabora una conciencia como reflejo llano y directo de ese movimiento. Según Engels, sin embargo, lo que hereda el movimiento obrero alemán es el “sentido teórico” del pensamiento anterior –sobre todo “la filosofía de Hegel”–, sin el cual “jamás se habría creado” –desde ese “sentido teórico” de la clase obrera y no desde su movimiento práctico– una nueva forma de pensamiento, el socialismo científico.
Lo importante,
empero, de trasladar aquí la casi totalidad del texto engelsiano citado por
Lenin radica en que, ciertamente, refuta aquello que, manipulándolo, ha querido
demostrar el vicario de la “ortodoxia” entre la vanguardia: que la táctica
proletaria correcta es siempre (¡otra vez que nos topamos con la verdad
eterna!) la lucha simultánea “en sus tres direcciones concertadas”. Cuando lo
que nos está diciendo Engels, precisamente, es que esto sólo es posible a
condición de que se cumplan una serie de requisitos. En el análisis del teutón,
la situación privilegiada del movimiento obrero alemán es un resultado, no un
punto de partida. Es la experiencia práctica del proletariado internacional,
junto con la propia experiencia teórica en Alemania, lo que pone al
proletariado alemán en la situación de disponer de todas las armas para
enfrentarse con ciertas garantías de éxito a la burguesía. La lección es clara:
en su lucha de clases, el proletariado debe atravesar un periodo de preparación
de las condiciones que le permitan transformar su lucha de clase en una guerra
de clase total contra el capital. En la época de Engels, estos requisitos eran,
en cierto modo, conquistas espontáneas, y, por tanto, incompletas, de las que
apenas si se tomaba conciencia a
posteriori. Pero el desarrollo de la lucha de clases proletaria nos permite
–nos exige–, ahora, estar en condiciones de realizar un análisis científico del
carácter de las premisas necesarias para la construcción del movimiento obrero
revolucionario, para disponer conscientemente los medios e instrumentos
necesarios que hagan posible su cumplimiento lo antes posible. La Nueva
Orientación es, precisamente, el análisis de esos requisitos y el plan de
tareas para su cumplimiento. Se comprenderá, entonces, que su subversión supone
la condena del proletariado a una lucha en demasiados campos de batalla para la
que carece de fuerzas, y, en consecuencia, su suicidio político. La liquidación
de la Nueva Orientación es, por tanto, la liquidación del proletariado como
clase revolucionaria. Es más, el dominio del oportunismo (de derecha) en el
movimiento obrero está conduciendo –si no se ha consumado ya– a la liquidación
del proletariado como tal clase (como clase en
sí).
La segunda lección a extraer del texto engelsiano se refiere a una cuestión íntimamente ligada –por el propio Engels– con el problema de las premisas para la lucha de clases omnímoda del proletariado, y que, no por casualidad, sino por esto mismo, entronca directamente con uno de los pilares de la Nueva Orientación: la construcción de cuadros dirigentes de la lucha de clases revolucionaria del proletariado. Para la Nueva Orientación, esta labor está estrechamente relacionada con la lucha de dos líneas por la conquista de la hegemonía ideológica del marxismo-leninismo en el seno de la vanguardia. Pero, por ahora, lo importante es subrayar lo que se desprende de la palabras de Engels, a saber, que sin la instrucción en la teoría, sin el permanente contacto de los jefes del proletariado con las cuestiones teóricas, no habrá política de vanguardia posible, no habrá capacidad de dirección estratégica, en todas sus “direcciones concertadas”, de la lucha de clases proletaria. Para ello, para estar en todo momento a la altura de los acontecimientos, esos jefes deben conocer el marxismo, haberlo asimilado en su espíritu –no limitándose a aprender su letra–, deben saber “desembarazarse cada vez más de la influencia de la fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo”. Nuestros renegados deberían tomar nota y desembarazarse de la vieja fraseología, de su “marxismo-leninismo ortodoxo”, producto “de la vieja concepción del mundo” revolucionaria, del ya caduco paradigma revolucionario del Ciclo de Octubre, del que no terminan de desprenderse, y asumir la tarea de la reconstitución de la teoría de vanguardia que sirva de ariete para iniciar un nuevo ciclo revolucionario.
¿Significa esta rectificación que propongo, que no han
servido de nada todos estos años de creciente idealismo, incluida la Nueva
Orientación? Lejos de ello, nos han proporcionado los conocimientos políticos
fundamentales, la comprensión de cuál es la verdadera posición
marxista-leninista y el conocimiento de nuestro enemigo de clase en dos de sus
expresiones más refinadas que el patrón y el Estado.
Desde esta posición, saquemos pues todo su jugo a lo
experimentado en dicha etapa por parte de todo el movimiento marxista-leninista
y, con este balance, preparemos la fusión con el movimiento obrero en sus más
variadas manifestaciones, a la vez que proseguimos la tareas teóricas: estudio
de los clásicos, balance de la experiencia histórica, aprendizaje de las
ciencias, especulación filosófica, etc.
Este parágrafo
nos brinda, para finalizar y a modo de despedida, la última perla artificial de
la factoría de este fabricante de infamias y desprestigio para el comunismo.
Este manipulador ha basado casi todo su alegato en la unidad de la conciencia
de las masas de la clase obrera, de su homogeneidad ideológica y de algo así
como una independencia espontánea de esa conciencia, a la vez que rechazaba la
tesis leninista de la división del movimiento obrero en dos alas, con el fin de
justificar el inmediato paso al trabajo entre las grandes masas, sin la
necesidad de un deslindamiento ideológico previo con el oportunismo y el
revisionismo. La sorpresa viene ahora: no son las masas las que están divididas,
¡sino la aristocracia obrera!, cuyas dos alas se unen al patrón y al Estado
para oprimir a las masas obreras, amorfas y homogéneas, con las que ya se
habrán “fusionado” estos maestros del insulto a la inteligencia ajena. ¡Que se
trague esta píldora quien pueda!
Finalmente, ya hemos realizado la crítica del falso plan, de carácter
holístico, que merecería ser catalogado como puro aventurerismo si no fuera
porque sabemos que sólo es una demostración aparentemente izquierdista para
ocultar una práctica derechista. Aquí también, como decía Mao, la izquierda y
la derecha se juntan, demuestran ser las dos caras de las misma moneda. En
cualquier caso, lo importante es que se trata de un plan que obedece al tipo
menchevique de la táctica-proceso,
donde la teoría no será más que el producto de la teorización de la necesidad
de las luchas concretas. El marxismo-leninismo estará cada vez más al servicio
del movimiento, en su retaguardia; el movimiento terminará siéndolo todo, el
objetivo, nada. Es la vieja y ya centenaria historia del oportunismo y del
revisionismo. ¿Qué puede ofrecer al proletariado este aborto prematuro de
pretendiente político? Nada nuevo: más oportunismo, más traición... más de lo
mismo.
[2] LENIN,
V.I.: La enfermedad infantil del
izquierdismo en el comunismo. Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín,
1975; pág. 104.
[3]MARX, K.: Contribución
a la crítica de la economía política. Editorial Progreso. Moscú, 1989; pág.
8.
[4]ENGELS, F.: Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.
Editorial Progreso. Moscú, 1980; pág. 5.
[5]Ver infra,
págs. 86 y 87.
[6]LENIN, V.I.: Obras Completas. Editorial Progreso. Moscú, 1981. 5ª edición. Tomo
6; pág. 197.
[7]MARX, K.: Introducción
general a la crítica de la economía política / 1857. Editorial Siglo XXI.
México, 1982; pág.51.
[8]ENGELS, F.: Op.
cit., pág. 9.
[9]Ibídem,
pág.10.
[10]MARX, K.:
Epílogo a la segunda edición alemana
de El Capital. Editorial Akal.
Madrid, 1976. Libro Primero, tomo I; pág. 30.
[11]“Este socialismo [se refiere al “socialismo revolucionario” encarnado,
según Marx, por Blanqui en los acontecimientos revolucionarios del 48 parisino]
es la declaración de la revolución permanente,
de la dictadura de clase del
proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión
de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión
de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de
producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas
relaciones sociales.” (Marx, K.: Las
luchas de clases en Francia de
[12]Ver supra,
pág. 36.
[13]MAO TSE-TUNG: Obras Escogidas. Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín, 1976.
Tomo II, pág. 232 y 234.
[14]MARX, K.: El Capital. Libro
Primero, tomo I; pág.16.
[15]La I tesis sobre Feuerbach comienza así: “La
falla fundamental de todo el materialismo precedente (incluyendo el de
Feuerbach) reside en que sólo capta la cosa (Gegenstand), la realidad, lo sensible, bajo la forma del objeto (Objekt) o de la contemplación (Anschauung),
no como actividad humana sensorial,
como práctica; no de un modo subjetivo” (MARX, K.: La cuestión judía (y otros escritos). Editorial Planeta-Agostini.
Barcelona, 1992; pág. 229). No es casualidad que nuestro revisionista haya
dejado de lado, en su repaso del resumen de la posición de Marx frente a
Feuerbach, esta tesis fundamental, porque es la que da la clave para la lectura
de las siguientes en el verdadero sentido marxista y no en el del vulgar
empirismo o materialismo burgués.
[16]“Según
la concepción materialista de la historia, el elemento determinante de la
historia es en última instancia la
producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado
nunca otra cosa que esto; por consiguiente, si alguien lo tergiversa
transformándolo en la afirmación de que el elemento económico es lo único determinante, lo transforma en una
frase sin sentido, abstracta y absurda. La situación económica es la base, pero
en el curso del desarrollo histórico de la lucha, ejercen influencia también, y
en muchos casos prevalecen en la determinación de su forma, diversos elementos de la superestructura: formas políticas
de la lucha de clases y sus resultados, es decir, las Constituciones impuestas
por la clase triunfante después de su victoria, etc., las formas jurídicas, e
incluso el reflejo de todas estas batallas reales en el cerebro de quienes
participaron en ellas, las teorías políticas, jurídicas y filosóficas, las
convicciones religiosas y su evolución posterior, hasta convertirse en un
sistema de dogmas. Hay una interacción de todos esos elementos, dentro de la
interminable multitud de accidentes
(es decir, de cosas y hechos cuyo vínculo interno es tan lejano o tan imposible
de demostrar que los consideramos como inexistentes y que podemos despreciarlos),
el movimiento económico termina por hacerse valer como necesario. Si no fuese
así, la aplicación de la teoría a cualquier periodo de la historia que se elija
sería más fácil que la solución de una simple ecuación de primer grado.” (MARX,
K. y ENGELS, F.: Correspondencia.
Editorial Cartago. Buenos Aires, 1973; pág. 379 y 380 –Carta de Engels a J.
Bloch del 21 de septiembre de 1890). Aconsejamos, pues, a nuestro interlocutor,
que continúe estudiando marxismo para poder resolver en el futuro cosas más complejas
que la ecuación de primer grado; mientras tanto, abstenerse de incursiones
demasiado profundas en la teoría.
[17]MARX, K.: Introducción
general a la crítica de la economía política, pág. 34.
[18]ENGELS, F.: Op. cit., Pág. 53.
[19]Ibídem, pág. 52.
[20]MARX, K.: Introducción
general a la crítica de la economía política, pág.75.
[21]Ibídem, pág. 77.
[22]Cf.
RUBEL, M.: Crónica de Marx. Datos sobre
su vida y su obra. Editorial Anagrama. Barcelona, 1972; pág. 78.
[23]ENGELS, F.: Introducción a la edición de 1895 de MARX, K.: La lucha de clases en Francia, pág. 79.
[24]Cf. RUBEL, M.: Op. cit., pág. 65.
[25]“(…) mientras que la lucha de los distintos jefes socialistas entre sí pone de manifiesto que cada uno de los llamados sistemas se aferra pretenciosamente a uno de los puntos de transición de la transformación social, contraponiéndolo a los otros, el proletariado va agrupándose más en torno al socialismo revolucionario, en torno al comunismo que la misma burguesía ha bautizado con el nombre de Blanqui” (MARX, K.: La lucha de clases, págs. 207 y 208).
“Como es sabido, el único resultado
del 15 de mayo, fue alejar de la escena pública durante todo el ciclo que
examinamos a Blanqui y sus camaradas, es decir, a los verdaderos jefes del
partido proletario” (MARX, K.: El
dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Editorial Espasa-Calpe. Barcelona,
1985; pág. 249).
[26]ENGELS,
F.: Op. cit., pág. 48.
[27]“Parece que todo partido obrero de un país grande sólo pueda desenvolverse a
través de la lucha interna, y esto se funda en las leyes del desarrollo
dialéctico en general.” (MARX, K. y ENGELS, F.: Op. cit., pág. 311 –Carta de Engels a Berstein, del 20 de octubre
de 1888).
[28]Efectivamente, no sólo gran parte de la obra
de Marx, publicada y póstuma, es un monumento a la crítica permanente (La ideología alemana, Miseria de la filosofía, la Crítica del Programa de Gotha, etc. son
trabajos de negación, de oposición a
otros, de deslindamiento teórico), sino que, en muchas ocasiones, ese propósito
se hace intencionadamente expreso: Introducción
a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel; La sagrada familia se subtitula crítica
de la crítica crítica; Contribución a
la crítica de la economía política; El
Capital se subtitula crítica de la
economía política, etc.
[29]Ibídem, pág. 93.
[30]HEGEL, G. W. F.: Lógica. Editorial Ricardo Aguilera. Madrid, 1971; pág. 87 (§ 50).
[31]Ver supra,
pág. 55.
[32]LENIN, V.
[33]Ibídem, pág. 122.
[34]Ibíd., pág. 32.
[35]Ibíd., pág. 131.
[36]Ibíd., pág. 44.
[37]Ibíd., pág. 62.
[38]Ibíd., pág. 26.
[39]MARX, K. y ENGELS, F.: Obras escogidas. Madrid, 1975. Tomo 1, pág. 32.
[40]Ver supra,
pág. 63.
[41]Ver supra, pág. 47.
[42]Lenin, describiendo a la aristocracia obrera:
“Pues éstos son los verdaderos agentes de
la burguesía en el seno del movimiento obrero,
los lugartenientes obreros de la clase capitalista (labour lieutenants of the capitalist class), los verdaderos
portadores del reformismo y del chovinismo. En la guerra civil entre el
proletariado y la burguesía se ponen inevitablemente, en número no
despreciable, al lado de la burguesía, al lado de los ‘versalleses’ contra los
‘comuneros’” (LENIN, V.I.: Prólogo a
las ediciones francesa y alemana de El
imperialismo fase superior del capitalismo. Ediciones en lenguas
extranjeras. Pekín, 1975; pág. 10).
[43]MARX, K. y ENGELS, F.: Op. cit., pág. 91.
[44]La carta citada antes databa de 1858, antes
de la publicación de El Capital;
veamos qué opinaba Marx, quince años después, con su magna obra en manos del
público, sobre su relación con Hegel: “Hace casi treinta años sometí a crítica
el aspecto mistificador de la dialéctica hegeliana, en tiempos en que todavía
estaba de moda. Pero precisamente cuando trabajaba en la preparación del primer
tomo de El capital, los irascibles,
presuntuosos y mediocres epígonos que llevan hoy la voz cantante en la Alemania
culta, dieron en tratar a Hegel como el bueno de Moses Mendelssohn trataba a
Spinoza en tiempos de Lessing: como un ‘perro muerto’. Me declaré abiertamente,
pues, discípulo de aquel gran pensador, y llegué incluso a coquetear aquí y
allá, en el capítulo acerca de la teoría del valor, con el modo de expresión
que le es peculiar. La mistificación que sufre la dialéctica en manos de Hegel,
en modo alguno obsta para que haya sido él quien, por vez primera, expuso de
manera amplia y consciente las formas generales del movimiento de aquélla. En
él la dialéctica está puesta al revés. Es necesario darle la vuelta, para
descubrir así el núcleo racional que se oculta bajo su envoltura mística.”
(MARX, K.: Introducción general a la
crítica de la economía política, págs., 81 y 82).
[45]MARX, K. y ENGELS, F.: Manifiesto del Partido Comunista. Editorial Progreso. Moscú, 1981;
pág. 54.
[46]ENGELS, F.: Dos discursos sobre el comunismo, en TURIA, J. (comp.): Temática del marxismo. Editorial Cinc
d’Oros. Barcelona, 1977. Tomo I, pág.
454.
[47]Ver LENIN, V. I.: O.C., t. 6, pág. 32.
[48]ENGELS,
F.: La contribución a la crítica de la
economía política de Karl Marx, en MARX, K.: Introducción general a la crítica de la economía política, pág.101.
[49]Ver, entre otros, los siguientes números de
LA FORJA: 5, 7, 12, 15 y 18.
[50]LENIN, V.
[51]LENIN,
V.
[52]Ver supra,
pág. 49.