Plataforma de la Fracción Octubre del PCE(r)

 

El texto que reproducimos a continuación se publicó en el número uno de La Gaceta , la nueva revista de la Fracción Octubre del PCE(r). Como podrá comprobar el lector, las posiciones políticas de estos camaradas supone un importante y esperanzador paso adelante en comparación con las que mantiene la Dirección de ese partido. Sin embargo, todavía conservan algunos puntos de vista que nos parecen erróneos y que sometemos a crítica en comentarios a pie de página. Dada la disposición de este grupo a tener en cuenta la opinión de otros comunistas y de las propias masas, así como su demostrada voluntad de rectificación, confiamos en que la presente discusión resulte fructífera para la causa de la revolución proletaria. La reacción oficial de los máximos dirigentes del PCE(r) ante el surgimiento de esta fracción -como cabía esperar de ellos- no desmereció el trato vejatorio que nos dispensaron a nosotros. [1]

 

«El marxismo exige de nosotros el análisis más exacto, objetivamente comprobable de la correlación de las clases y de las peculiaridades concretas de cada momento histórico. Nosotros, los bolcheviques, siempre hemos procurado ser fieles a esta exigencia, indiscutiblemente obligatoria desde el punto de vista de toda fundamentación científica de la política»

(Lenin, Cartas sobre táctica . Obras completas, vol. XXIV. 1917)

 

A modo de presentación

Nuestro Partido se encuentra inmerso en una profunda crisis que, en realidad, comenzó a gestarse hace ya mucho tiempo. Hasta el punto que para comprenderla bien hay que remontarse al periodo de la Reforma política del régimen. Uno de sus síntomas más visibles se puede observar históricamente en la progresiva pérdida de su influencia entre las masas obreras y populares. En cuanto a sus causas más inmediatas, éstas giran en torno a la no adaptación de nuestra táctica a la nueva etapa abierta a partir de la Transición , como consecuencia de no haber valorado esa operación política en todo su significado y alcance. Esto nos ha conducido (y nos conduce todavía) a cometer graves errores políticos que nos vienen (y siguen) impidiendo acumular fuerzas y ante los que todo intento de abordarlos para solucionarlos se ha visto cada vez más obstaculizado desde la Dirección. Todos estos errores, junto con las desviaciones ideológicas y limites teóricos que los inspiran, de seguir sin ser corregidos y superados, llevan al Partido a adoptar irremisiblemente una línea política general totalmente errónea que nos desvía de la Revolución Socialista.

Es en este contexto donde, a nuestro juicio, hay que situar el conflicto que ha surgido entre la Comisión Política y nosotros. Y es que dada la prolongada duración y dimensión de la crisis, ésta no podía dejar de tener serias consecuencias en la vida interna del Partido. La necesidad de justificar y defender a toda costa la línea política o táctica errónea ante cualquier balance crítico de nuestra experiencia, ha llevado al progresivo vaciamiento del centralismo democrático por parte de la Dirección y a obstaculizar la participación de todos los militantes en la elaboración de la línea y de su patrimonio teórico. Así no sólo no se ha promovido sino que se ha imposibilitado todo debate real en torno a los errores del Partido y, por tanto, la posibilidad de corregirlos. Lo que ha provocado anteriormente episodios muy parecidos al nuestro, si bien éstos no terminaron por manifestarse en toda su crudeza y gravedad.

No es extraño, pues, que ante estos precedentes y la agravación progresiva de la crisis, la Dirección no haya reparado en medios para sofocar nuestras divergencias políticas, ideológicas y de funcionamiento y ocultarlas a los militantes, empleando todo tipo de maniobras y presiones contra nosotros. Hasta el punto de situarnos fuera de la organización de forma arbitraria queriéndolo justificar con que "somos nosotros mismos los que nos hemos situado fuera". Con esta fórmula no sólo se nos ha impedido durante un largo período exponer nuestras divergencias y defenderlas, sino que, además, ha sido utilizada para establecer en torno a nosotros un "cordón sanitario", justificar ante la militancia todas las arbitrariedades que se han cometido y realizar impunemente una campaña de desprestigio contra nosotros. Y aunque aún no sabemos exactamente el alcance que ha tenido, ni conocemos en su totalidad los "argumentos" esgrimidos por la Dirección para justificar sus medidas, nos comprometemos a informar y documentar a la militancia y círculos próximos al Partido, por los canales más adecuados y seguros posibles, acerca de las circunstancias que han rodeado el grave conflicto orgánico que nos ha enfrentado con la Comisión Política. Con ello no hacemos más que defender y garantizar el derecho de todo militante a tener acceso contrastado al conocimiento de la seria decisión que hemos tenido que tomar: nuestra constitución en fracción de forma abierta y pública a pesar de que en todo momento hemos tratado de evitarlo para no romper la unidad del Partido y no dar bazas al enemigo.

A nadie se le puede escapar la gravedad que supone la formación de una fracción en el seno de un Partido al que todos consideramos como revolucionario. Pero aún menos se debe perder de vista que este recurso extraordinario es la única vía interna posible que queda en un partido comunista cuando se impide canalizar internamente la lucha ideológica por los cauces y procedimientos normales. La experiencia histórica del movimiento comunista internacional es clara a este respecto: cuando una Dirección no sólo hace dejación de su obligación de impulsar y dar libre curso al debate y a la lucha ideológica, sino que ahoga ésta, silencia los problemas y boicotea o distorsiona cualquier empeño en solucionarlos, los militantes de ese partido están plenamente justificados para romper la disciplina y formar una fracción como única posibilidad de dar a conocer sus propuestas al conjunto del partido.

Nuestra fracción nace, pues, con el propósito de impulsar la lucha para superar la crisis, sobre la que, ni mucho menos, pretendemos decir la última palabra, ni en cuanto a los problemas que atañe ni en cuanto a sus soluciones. Es más, debemos dejar claro que no todos nuestros planteamientos actuales se corresponden con los que hemos venido manteniendo en los últimos años, incluida la confianza en que la propia Dirección pudiera encauzar la solución de nuestros problemas. Así, nuestra toma de conciencia es resultado, primero, de una lucha contra diversas manifestaciones ligadas al trabajo práctico en las que considerábamos que no se aplicaban tanto los principios generales del comunismo como nuestra propia línea de Resistencia, para posteriormente ir profundizando en el origen teórico y político de los problemas a medida que se nos iba mostrando toda la amplitud de la crisis. Por todo esto, no consideramos nuestra Plataforma como definitivamente acabada, sino que está abierta , al igual que el debate, a la contribución de todos.

Las ventajas que se derivarán para el Partido y la causa del comunismo de este debate y de la rectificación de los errores compensarán con creces los daños que durante un tiempo provoque el enconamiento de la lucha ideológica interna, la incertidumbre creada y los intentos de nuestros enemigos por aprovecharse de nuestras disensiones.

Es duro para cada uno de nosotros y para el Partido en su conjunto tener que enfrentarse a una situación semejante, y reconocer haber seguido durante tanto tiempo un camino erróneo, una táctica política equivocada. Es todavía más duro tenerlo que reconocer después de tantos esfuerzos y luchas en la calle y en las cárceles, de tantos camaradas caídos, de tantos sacrificios. Pero mucho peor sería permitir que prosiga el proceso de lenta y gradual degradación y liquidación del Partido y de su línea revolucionaria que, pese a todo, consideramos que sigue siendo justa en un plano general.

Haber cometido errores es grave, pero, si reflexionamos sobre la situación por la que actualmente pasa el movimiento comunista internacional, es sin embargo natural. A fin de cuentas, la crisis del Partido, aunque no responda en primera instancia a las mismas causas ideológicas, no es más que un reflejo de la crisis internacional de nuestro movimiento a la que ningún partido comunista puede ser ajeno. Lo extraño sería, a la vista de esta última, que nos mantuviésemos inmunes a ella y que no hubiésemos cometido errores.

La seriedad de un partido comunista se mide ante todo por su capacidad para determinar y reconocer abiertamente sus errores, entrar en el fondo de sus verdaderas causas, analizar las circunstancias reales en las que se han producido y examinar atentamente los medios para corregirlos. Sólo así puede el Partido conquistar la confianza y el corazón de las masas, que es precisamente la fuente principal de la que emana su fuerza cuando se mantiene una táctica justa, o bien reconquistar esa confianza si la ha perdido a causa de sus errores. Ningún partido comunista está exento de cometerlos. Otros partidos comunistas también los han cometido y después los han corregido, como en su día ocurrió con el PCCH. “Hacía veinte años que llevábamos a cabo la revolución y todavía no sabíamos cómo hacerla. Hasta ahora hemos actuado a ciegas...”, decía Mao Tse-tung en 1945 (1) . Gracias a este reconocimiento, y como resultado de una aguda lucha ideológica interna, el PCCH fue capaz de corregir sus errores y llevar a las masas obreras y populares chinas a la victoria de la revolución. Esta experiencia de los comunistas chinos nos debe servir de ejemplo y a la vez de estimulo para encarar audazmente entre todos la solución de los problemas a los que nos enfrentamos.

Que también el Partido, debido a sus errores y pese a tener una línea general justa en lo fundamental, viene actuando a ciegas, es algo en lo que, desde luego, debemos asumir la parte de responsabilidad que nos cabe. Ya no sólo como militantes, sino, sobre todo, por el hecho de haber formado parte algunos de nosotros del Comité Central durante un tiempo y haber compartido en mayor o menor medida muchas de las concepciones que están en el origen de nuestros problemas. Esto explica el largo, azaroso y complejo proceso que hemos seguido antes de tomar conciencia sobre la entidad y gravedad de muchos de los errores que hemos cometido. En ello también ha contribuido que en nuestra propaganda sea normal encontrar ideas generales y ambiguas que dificultan ver su relación inmediata con desviaciones teóricas, o lo que es peor, expresadas de tal forma que de ellas se puedan extraer conclusiones contradictorias que dificultan hacer una crítica. Lo que nos hizo creer que nos encontrábamos, en todo caso, ante un simple problema de aplicación de la línea. De ahí que haya sido posteriormente cuando hemos reparado en la importancia de precisar al máximo la teoría para que líneas diferentes no puedan encontrar amparo bajo un mismo discurso. En cualquier caso, nuestro mismo proceso de toma de conciencia no ha estado exento de limitaciones y errores por nuestra parte, como lo pone de manifiesto que no hayamos sido plenamente conscientes de la profundidad de la crisis del Partido hasta fechas relativamente recientes y ya fruto de una reflexión y discusión colectivas, o que muchas veces nos hayamos dejado llevar al terreno de la conciliación.

I

Quien conozca la vida de nuestro Partido o haya seguido su trayectoria, no ha podido dejar de percibir como mínimo que algo no marcha bien. Pero, a poco que ahondemos en buscar una explicación racional a ese algo que no marcha bien, es decir, a los problemas que encontramos, como el de nuestro progresivo aislamiento de los trabajadores, nos topamos enseguida con el subjetivismo de nuestros análisis sobre el nivel de conciencia de las masas y nuestro sectarismo. En este sentido, el Pleno de junio de 1997 supuso hasta cierto punto un salto significativo, sólo sea por el reconocimiento de algunos errores que veníamos cometiendo en nuestras apreciaciones acerca de la evolución de la situación política y el nivel de conciencia de los trabajadores, con respecto a nuestras relaciones con las masas u otras organizaciones o en relación a nuestro voluntarismo. Al menos, habíamos acabado con el método de simplemente referimos a haber cometido errores sin decir cuáles eran, o con eso de afirmar que «los que nos sucedan juzgarán, en todo caso, en qué nos hemos equivocado, ya que por nuestro parte no encontramos en la actuación que hemos seguido ningún error destacable que debamos rectificar o no hayamos rectificado» (2) . Sin embargo, al no entrar a fondo en las causas que los provoca, ni analizar las circunstancias reales que los favorecen ni poner los medios para evitarlos, nuestra "autocrítica", al ser timorata, confusa, embrollada y evasiva, se quedó en humo de pajas y no ha tenido apenas una traducción práctica. Tampoco en el IV Congreso entramos consecuentemente en el análisis de nuestros verdaderos errores, desarrollándose el mismo en un ambiente conciliador con declaraciones generales de intenciones y de principios. Este ambiente, más allá de la conciencia que tuviéramos, no contribuyó a sacar a la superficie las diferentes posiciones que se venían manifestando en torno a nuestros problemas. Por otro lado, con respecto a la "campaña de rectificación" iniciada antes del IV Congreso y que se dio por concluida a finales de 1999, tenemos que constatar que ningún error importante se ha rectificado y que los intentos de hacerlo se han traducido solamente en amagos. Así lo pone de manifiesto que sigamos tropezando en la misma piedra.

Un buen ejemplo de lo que decimos es el análisis del Partido sobre las últimas elecciones generales, en el que volvemos a caer en exageraciones desmedidas que ya parecían olvidadas. En el mismo, no sólo se afirma que «diez millones de trabajadores boicotearon al régimen» , confundiendo el boicot con la alta abstención habida y atribuyéndola al Partido, sino que llegamos a considerarla como una de nuestras «más importantes victorias», «corno la principal derrota que ha sufrido el régimen fascista español en muchos años» (3) . A la vista de estas y otras arremetidas de irrealismo y fantasía desbordante que se pueden ver últimamente en nuestra propaganda, es evidente que la Dirección ha optado, en una huida hacia delante, por encubrir los errores con bluffs y ampulosas frases muy "revolucionarias" (además de extremar como nunca el método de hablar de todo sin precisar nada) antes que encarar la rectificación a fondo de los mismos.

La misma Dirección confirma la situación de crisis cuando, al hacer el balance de los últimos veinte años transcurridos, sostiene que nuestra "victoria" sobre el régimen ha consistido en haber logrado sobrevivir y cuando reconoce que la "creciente influencia del partido entre las masas" no se traduce en organización, en acumulación de fuerzas revolucionarias. Casi todos los miembros del Partido admiten que los últimos veinte, años constituyen un período de debilitamiento y desgaste de nuestras fuerzas organizadas. Este es un hecho que nadie puede cuestionar, aunque, naturalmente, difieran las apreciaciones sobre el significado del mismo. La actual Dirección, contrariamente a nosotros que pensamos que nuestra debilidad y raquitismo se deben a la táctica errónea que hemos seguido en nuestra línea de Resistencia, ha tratado y trata de justificarlo con razonamientos que, como mostraremos, no resisten el análisis. Así, atribuye el origen de nuestro debilitamiento, sobre todo, a la represión, además de a otros factores internos o internacionales que, si bien contextúan el actual reflujo general del movimiento revolucionario en todos los frentes, no son suficientes para explicar el raquitismo orgánico del Partido ni. por supuesto, nuestra escasa influencia entre los trabajadores después de tantos años. Eso por no referirnos a otras "justificaciones" absurdas en las que se explica nuestro gran aislamiento de los trabajadores por el « hábito de permanecer largo tiempo aislados, sin apenas relaciones con la gente o incluso con la propia familia» (4) o a aquéllas en las que casi se les echa la culpa a las masa" por estar desorientadas y desanimadas y no habernos seguido (5) . Y en esto tampoco vale recurrir a comparaciones con respecto a la situación de debilidad en la que se encuentra actualmente el movimiento comunista internacional, sobre todo en los países imperialistas, donde la existencia de partidos comunistas y de organizaciones revolucionarias de masas brilla por su ausencia. En cualquier caso, lo que tendremos que hacer es preguntarnos por lo que hay de común entre nuestra crisis particular y la crisis internacional de nuestro movimiento.

La “justificación teórica”, por parte de la Dirección , de ese debilitamiento y raquitismo, en la que no faltan citas de los clásicos sacadas de todo contexto en las que ampararse, comporta la resignación ante el mismo y la renuncia a la acumulación de fuerzas revolucionarias como preparación necesaria de la revolución socialista. Sostener que nuestras fuerzas organizadas no pueden aumentar, que «no podemos ser muchos», que es imposible o casi la acumulación de fuerzas " revolucionaria" en tanto que la oligarquía financiera domine en nuestro país, equivale a eximirnos de analizar los problemas y establecer las tareas y la línea a seguir para acumular dichas fuerzas. Planteamientos como éstos nos llevan de hecho a dar la razón a los que sostienen que no es posible la revolución socialista en España ni en ningún otro país imperialista.

La idea de que no podemos acumular fuerzas, aunque ciertamente nunca la hemos expresado clara y abiertamente más que en relación con el trabajo abierto y legal, se desprende claramente de nuestras posiciones en torno a este problema. Ya desde los comienzos de la Reforma , comenzamos a mantener que las posibilidades de trabajo abierto o legal eran «tan escasas en nuestro país que apenas merece que nos detengamos en ellas» (6) y continuamos manteniéndolo posteriormente. Así, a finales de 1984, decíamos -en ¿A dónde ir, qué camino debemos tomar? - que la «falta de libertades auténticamente democráticas y el control policiaco que ejerce la oligarquía sobre la clase obrera y los pueblos de España, imposibilitan una acumulación de fuerzas revolucionarias a través de los procedimientos pacíficos y legales de lucha» (7) . Estos planteamientos contienen un grano de verdad, pero no toda la verdad. Efectivamente, ninguno de nosotros puede negar que exista y sigue existiendo en España una falta de libertades democráticas y un control policiaco, corno en cualquier país imperialista, al igual que es evidente que para, acumular fuerzas se hace necesario no sólo fortalecer la clandestinidad, sino también recurrir a métodos de lucha ilegales y a la violencia revolucionaria. Pero esto, así como que la acumulación de fuerzas sea más lenta en los períodos de reflujo, es una cosa y otra muy distinta negar de plano que exista en la práctica la posibilidad de acumular también fuerzas a través de procedimientos pacíficos y legales de lucha, aunque sean simplemente un medio auxiliar y secundario [2] . De ahí que por negarlo sólo pusiéramos el acento, de hecho, en la utilización de métodos y formas de organización clandestinos o ilegales y en el apoyo a la lucha armada. Y encima, como veremos, para imponer al régimen una especie de "ruptura", a partir de la cual pudiésemos llevar a cabo el trabajo abierto que siempre hemos estado aplazando. Por eso, de poco sirve que en ese u otros documentos se afirme que el Partido “no se ha atado las manos consagrando en su Programa ninguna forma exclusiva de lucha” y que "las admite todas: las legales y las clandestinas, las pacíficas y las armadas, o una combinación de ambas, con tal de hacer avanzar en todo momento la educación y organización política de las masas en la persecución de sus objetivos históricos” (8) si estos planteamientos generales justos no se aplican en la práctica de forma concreta .

A pesar de nuestras declaraciones en sentido contrario, las condiciones en las que debíamos realizar nuestra labor entre las masas eran, pese a la represión, bastante mejores que con respecto al final de la anterior etapa del régimen. Gracias, precisamente, al mayor "margen de libertad de acción" conquistado por la lucha revolucionaria de las masas obreras y populares y las acciones guerrilleras a partir de las nuevas condiciones creadas por la Reforma [3] . Unas condiciones, las del fascismo encubierto, en las que el mantenimiento y fortalecimiento de la clandestinidad y la resistencia armada acrecientan las posibilidades de hacer un trabajo abierto e incluso legal entre las masas, como lo pone de manifiesto la experiencia del MLNV y su flexible utilización de todas las formas y métodos de lucha y organización, y esto último, independientemente de que dicho movimiento no tenga el mismo carácter que el nuestro y de que sus objetivos políticos sean diferentes [4] . En cualquier caso, no tiene justificación no preguntarse, después de tantos años sin acumular fuerzas, si nuestra táctica es errónea, pues dicha acumulación incluso es posible en periodos de dura represión. Lo demuestra la historia del PCE antes de que fuera liquidado por el revisionismo y nuestra propia experiencia de la etapa franquista del régimen y de los años iniciales de la Reforma , en los que el Partido acumuló fuerzas revolucionarias.

Últimamente a todo este discurso justificativo sobre la imposibilidad de acumular fuerzas se le ha sumado el argumento de que nuestro aislamiento y debilidad orgánica se solucionarán tras el estallido de la guerra imperialista, la cual deberá supuestamente producir un vuelco en la situación política del país. Este vuelco, a la vista de esa presunta imposibilidad de acumular fuerzas previamente sin haber derrocado antes al régimen, tendría lugar, naturalmente, sin el concurso efectivo del Partido. Y sólo "por un milagro" sería favorable a la clase obrera y a las masas populares. La inconsistencia de esta argumentación se evidencia aún más cuando reparamos en que semejante tesis no tiene en cuenta para nada la experiencia histórica que demuestra la gran capacidad de maniobra de la que pueden disponer los imperialistas, en momentos de crisis aguda, para utilizar y movilizar de forma reaccionaria a las masas en ausencia de fuerzas comunistas suficientemente sólidas. Pero, en realidad, esta "vía pasiva" de espera del estallido de la guerra imperialista para acumular fuerzas no es sino la carta que la Dirección se ha sacado para no entrar a analizar críticamente a fondo esa "vía más activa" que hemos seguido desde hace tanto tiempo a fin de forzar en una negociación con el Gobierno una "ruptura" que nos hemos inventado como algo particularmente posible en España.

II

Todas nuestras concepciones erróneas sobre la acumulación de fuerzas y sus repercusiones negativas en nuestra actividad revolucionaria se derivan principalmente y en primera instancia de nuestra limitada caracterización de la Reforma [5] . Esta maniobra antidemocrática que no cambiaba la naturaleza fascista del régimen, ya que desde el fascismo y el monopolismo no puede haber un retorno al clásico parlamentarismo democrático-burgués, fue denunciada y combatida muy justamente por el Partido con todas sus fuerzas. Sin embargo, al sostener que la Reforma era la «continuación del franquismo sin Franco... bajo la falsificación del parlamentarismo» (9) , no supimos ver en ella, en todo su alcance, lo que comportaba de nuevo: la superación del franquismo y, por tanto, el cambio en las condiciones en las que debíamos desarrollar nuestra actividad política entre las masas. Y todo porque, durante demasiado tiempo, se ha venido dando entre nosotros mucha resistencia a tener en cuenta real y consecuentemente «que las tareas de la acción inmediata y directa se han modificado con mucha nitidez durante este período, en función de los cambios de la situación social y política concreta» (10) . Así, en nuestro caso, mantuvimos la táctica que se correspondía con el final de la etapa anterior y no pudimos aprovechar la situación revolucionaria que entonces se dio para que el régimen quedase lo más debilitado posible a fin de poderle hacer frente en adelante en las mejores condiciones. Esto favoreció que la gran burguesía pudiera contar con una mayor iniciativa, al no contrarrestar debidamente por nuestra parte, hasta donde era factible, las grandes posibilidades que de antemano se le ofrecían al régimen para conseguir sus objetivos. Desde luego, no podemos obviar que éste contaba con un gran margen de maniobra a nivel internacional, al tener el respaldo del campo imperialista y la disposición a apoyar la "democracia" por parte del revisionismo internacional: y que, por otro, disponía de bastante capacidad de maniobra a nivel interno, debido sobre todo a la juventud del Partido, a su inexperiencia y a sus propios límites. Límites que, entonces como hoy, tenían y tienen mucho que ver con la crisis del movimiento comunista internacional.

Que el Partido no viese entonces lo que la Reforma aportaba de nuevo al régimen era un límite, pero no un grave error como lo fue después, sobre todo, a partir del comienzo de la década felipista. Pero más aún lo es hoy si encima añadimos la idea ilusoria de "la vuelta del régimen a los orígenes" . Es decir, la idea de que, al haber fracasado la Reforma por habérselo impedido el movimiento de resistencia, el régimen ha retomado a sus orígenes franquistas de la mano de los Aznar y compañía. Este planteamiento no responde a la realidad. Ni ha habido "retomo a los orígenes" porque la izquierda del régimen, de la que se ha servido y se sirve desde la Reforma para desviar a las masas de sus objetivos revolucionarios, esté hecha polvo, ni tampoco porque haya tenido que recurrir al terrorismo de Estado y a la guerra sucia. En el primer caso, porque el ocaso de la izquierda reformista se está generalizando a todos los países imperialistas debido a que la gran burguesía ni siquiera puede ya ofrecer reformas de peso a las masas. En cuanto al segundo, porque se olvida que la Reforma contenía como uno de sus presupuestos esenciales la guerra sucia, sin entrar en contradicción con sus propios fundamentos "democráticos". Basta con ver el hecho de que el momento más álgido de la guerra sucia en España no ha estado protagonizado, ni mucho menos, por los herederos directos del franquismo. Y es que por más tentador que resulte echar mano del recurso fácil del "'retorno a los orígenes" y de que "'vuelven los fascistas", en realidad, hay que ver la victoria electoral de los aznaristas como señal de la "normalidad democrática" que la Reforma ha aportado al régimen. Pensar, por el contrario, que solamente hoy la "izquierda" puede dar al régimen un marchamo "democrático" supone alimentar y caer en las ilusiones reformistas.

En realidad, esa "normalidad democrática" queda aún más reafirmada por las sucesivas victorias de la derecha desde el 96 que por la llegada del PSOE al Gobierno. Porque, si bien fue un paso adelante en el asentamiento de la Reforma que los espadones permitieran que la "izquierda" llegara a la Moncloa , aún más lo ha sido que las urnas respalden "democráticamente" las pretensiones "centristas" de la derecha más rancia: verse reconocida más por su respeto a la "democracia" y su pertenencia a la gran familia liberal europea que por su estigma franquista. Este logro, que a los Fraga y compañía tantos estériles esfuerzos les costó, los aznaristas no van a dilapidarlo tontamente. Basta recordar a grandes rasgos las maniobras que éstos tuvieron que hacer y a lo que tuvieron que recurrir para hacer creíbles sus propósitos de "regeneración democrática" y descabalgar de la Moncloa a sus rivales felipistas: desde dar pábulo a las conspiraciones republicanas de salón que se dieron y flirtear con las teorías de los plumíferos más "radicales" de El Mundo sobre la pretendida continuidad sociológica del franquismo que suponía el felipismo corrupto, hasta destapar calculadamente un poco las cloacas del Estado. Tampoco hay que olvidar las profesiones de fe constitucionalista que Aznar tuvo que hacer a los Anguita y compañía para que le ayudasen a completar la pinza contra los que, según ellos, habían puesto patas arriba el "Estado de derecho". Pero como estas y otras maniobras, suficientes para desplazar a los felipistas y arrebatar a ellos y a sus socios financieros el uso y disfrute de las arcas del Estado, no bastan para mantenerse en La Moncloa y llevar las riendas del "nuevo" Estado fascista, los aznaristas no van a dejar de seguir haciendo méritos "democráticos". Pues saben muy bien que su mayoría absoluta no tiene la consistencia, legitimidad y respaldo popular que tuvo la de sus contrincantes felipistas. Sólo hace falta ver las consignas "antifascistas" que están utilizando en sus intentos por movilizar de forma reaccionaria a las masas y la orientación "democrática" que preside la guerra sucia contra el MLNV y el movimiento de resistencia en general, para constatar la inconsistencia de toda pretensión de imputar al régimen una "vuelta a los orígenes" de la mano de los aznaristas. Y también para darnos cuenta que a la derechona, por la cuenta que le trae, le conviene más transgredir los "límites democráticos" siguiendo las más que suficientes normas europeas al uso sin necesidad de tener que remover la pesada losa del Valle de los Caídos.

Pero de los resultados de las últimas elecciones no sólo podemos extraer la confirmación de la homologación "democrática" de la derechona, como algo normalmente intercambiable con la "'izquierda antifranquista", sino además otras conclusiones bastante clarificadoras acerca del grado de estabilidad del régimen en su conjunto, de la evolución de la situación política y del seguimiento de las consignas lanzadas por el Partido para aislar a la gran burguesía y a sus aliados.

Un análisis detallado y objetivo de los resultados no indica precisamente que en España nos encontremos ante una situación de crisis aguda o revolucionaria como se podría deducir del hecho de que hubiese sido cierto, como ha sostenido el Partido, que las elecciones hubieran sido boicoteadas por diez millones de trabajadores en medio de un estado de excepción. Entre otras cosas, porque se confunde la alta abstención habida (30,02%), que en muchos casos no tiene el mismo carácter, con el boicot. Lo que significa identificar un comportamiento político más o menos espontáneo o semiespontáneo, en el que se plasma el descontento y rechazo, cuando no el hastío, de buena parte del electorado hacia la política anti-obrera y anti-popular de la "izquierda" con una actitud política consciente y frontal de los trabajadores contra el régimen, que sí mostraría ya que estamos ante una situación de crisis aguda o revolucionaria. En realidad, esa alta abstención, no mayor que la habida en los comicios electorales de 1979 (32,96%) y 1989 (30.26%), no refleja otra cosa que el mismo fenómeno que se está dando en los demás países imperialistas con sus respectivas peculiaridades y con mayor o menor resalte: la pérdida de influencia de los partidos "obreros ", "socialistas" o "comunistas" que la crisis ha dejado sin identidad y programa reformista, la progresiva desafección de las masas obreras y populares hacia ellos y la decreciente participación de los trabajadores, no sólo en las elecciones sino también en la actividad política general y, en definitiva, la crisis del sistema político burgués como consecuencia de la agravación de la crisis general del capitalismo y de todas sus contradicciones. Pero de ahí a afirmar que los «trabajadores de nuestro país han abandonado definitivamente el corsé ‘democrático'.... y se han situado fuera de los montajes e instituciones del régimen» (11) , hay todavía un largo trecho que recorrer. Esta apreciación no sólo se corresponde con una situación de crisis revolucionaria, que hoy por hoy no existe en nuestro país, sino que, si eso fuese cierto y la Dirección del Partido fuese consecuente con lo que dice, en vez de lanzar la consigna de «ir al encuentro de las masas» para ligarnos a ellas y romper nuestro aislamiento, orientarlas y organizarlas, debería llamar a los trabajadores a ¡preparar y organizar de inmediato una insurrección general! Cosa que sería un disparate, de ahí lo disparatado de esas conclusiones a las que se ha llegado. Por ello mismo nos cuesta trabajo pensar, más aún a la vista de esa teoría tan en boga ahora entre nosotros de la espera de la guerra imperialista, que la Dirección se pueda creer su propio análisis de las elecciones.

Con semejantes fantasías sobre el nivel de conciencia de los trabajadores es evidente que nos incapacitamos para aprovechar de forma revolucionaria los síntomas claros de que los apoyos e ilusiones que el régimen cosecha ya no son en modo alguno comparables con los que se dieron al comienzo de la restauración "democrática". La misma abstención habida y en especial la que proviene del importante número de anteriores votantes del PSOE y de IU (1.9 y 1,4 millones, respectivamente), que por primera vez desde 1982 ha perdido votos, lo pone de manifiesto. Esto muestra las posibilidades reales que existen, si utilizamos una táctica justa, para desplegar y desarrollar un amplio trabajo abierto entre las masas obreras y populares y acumular fuerzas. Pero para eso tendríamos que empezar por no confundir molinos de viento con gigantes. De otra forma, esos trabajadores, hoy desengañados y hastiados de los reformistas, nos verán como unos "iluminados" y podrán volver a dejarse llevar por los cantos de sirena de cualquiera de los partidos políticos burgueses, ya sean de "izquierda" o de derecha, o bien seguirse absteniendo, es decir, manteniendo una posición pasiva, semianarquista, que, a la postre, no favorece más que al régimen.

Para superar nuestras contorsiones y fantasías sobre la evolución de la situación política y del nivel de conciencia de los trabajadores debemos también abandonar nuestra visión particularista y esquemática del fascismo en España. Cosa que no podremos hacer en tanto no comprendamos las características del actual Estado imperialista y el sistema de ocultación de su naturaleza fascista. Para ello es preciso desarrollar consecuentemente las tesis de Lenin sobre el imperialismo y el militarismo y las tesis de Dimitrov sobre el fascismo, como también desarrollar, en la línea de lo apuntado en el artículo El fascismo, un fenómeno universal [6] que acompaña esta plataforma, algunos planteamientos que sobre el particular el Partido ya comenzó tempranamente a esbozar. En este sentido, nosotros mantenemos que la Reforma política no ha supuesto "la continuación del franquismo sin Franco" (por mucho que se le añada lo de encubierto bajo la falsificación del parlamentarismo), como viene sosteniendo el Partido, sino la homologación del régimen con el sistema de contrarrevolución preventiva que han adoptado todos los países imperialistas desde antes o después, según los casos, de la II Guerra Mundial. De ahí que no debamos considerar al sistema de fascismo encubierto que hay en España como una excepción o un caso particularísimo. Esta homologación perseguía así mismo tomar lo mejor del franquismo, el cual ha, hecho también aportaciones al fascismo universal.

Desde luego, difícilmente podremos valorar una operación política si no acertamos en identificar los objetivos que se han propuesto los que la han diseñado. Juzgar la Reforma por su calidad democrática real es un absurdo. Y sin embargo, hemos caído en este absurdo que ha supuesto nuestra manifestación más clara de subjetivismo en el análisis de la realidad política. Así, afirmar tan contundentemente que la Reforma ha fracasado nos ha llevado a negar la evidencia de que el régimen logró legitimarse ampliando su base social con el apoyo de los partidos de "izquierda", e incluso apuntarse tantos como los de privar al movimiento de resistencia del carácter de masas que tenía en el conjunto del Estado durante el final de la anterior etapa del régimen y movilizar de forma reaccionaria, en algunos momentos, a los sectores más atrasados de las masas populares en la lucha contra el "terrorismo" [7] .

Evidentemente, reconocer esta realidad no significa que la Reforma haya supuesto, como han pretendido los revisionistas y otros reformistas desde la Transición , la instauración de un sistema político democrático-burgués, pues éste ya ha sido enterrado para siempre hace ya mucho tiempo por la propia evolución histórica del capitalismo y la lucha de clases tanto a nivel internacional como de nuestro país. Sólo haciendo un balance objetivo de la Reforma , y no inventando lo que quisiéramos que fuera, haremos más creíble nuestra denuncia de los que engañaron y traicionaron a las masas. Y además aprovecharemos al máximo el hecho de que el régimen de la oligarquía no haya conseguido con dicha operación desactivar o liquidar el movimiento de resistencia organizado, encabezado por el Partido [8] ni ahogar o hacer capitular al Movimiento de Liberación Nacional de Euskal Herria. Esto ya de por sí supone una victoria de alcance estratégico, sobre todo si tenemos en cuenta la crisis del reformismo y la fragilidad relativa del marco político, económico y social en que se desenvuelve el régimen en el contexto general de la crisis capitalista. A fin de cuentas, la Reforma poco puede hacer por superar las debilidades que se derivan de ser España un país imperialista de segunda fila.

En esto último es en lo que tendremos que poner el acento ante los trabajadores. Y no liarlos más con historias como ésas que fundamentan el supuesto fracaso de la Reforma en que no se produjo la llamada "ruptura" como en Portugal y Grecia. Curiosamente, tal y como proponían los carrillistas y otros oportunistas llevados por el iluso deseo de establecer en España "un verdadero régimen democrático" sin acabar con el poder político y económico de las clases dominantes. Sólo hace falta ver las características de los regímenes que existen hoy en Grecia y Portugal para comprobar que no se diferencian básica y esencialmente en nada del de España. Prueba de que tanto esa supuesta "ruptura" como la Reforma no pretendían otra cosa que superar el fascismo abierto, siguiendo el ejemplo de otros países imperialistas. Pensar que ha sido y es posible obligar al régimen a llevar a cabo una "ruptura", además de engañarnos a nosotros mismos, nos lleva a sembrar ilusiones entre las masas y al reformismo. No hay más que recordar el Programa de los Cinco Puntos, con el que, superando a Carrillo y sus epígonos, nos planteamos imponer dentro del sistema, no ya la amnistía, sino también la depuración de los altos mandos del ejército y de otras instituciones represivas del Estado, la" libertades democráticas y hasta incluso ¡el reconocimiento del «derecho de las masas populares a recurrir a la violencia revolucionaria contra las arbitrariedades del Poder» ! (12) ; es decir, un programa de lucha por la implantación de un régimen democrático-burgués que ni siquiera en la época más "progresista" de la burguesía ha existido. Aquel programa, en suma, se planteaba que la gran burguesía, contrariamente a la corriente universal que predomina en los Estados imperialistas, renunciase incluso a mantener en España un régimen fascista encubierto.

Bien es verdad que tras el fracaso de ese y otros intentos de imponer un programa rupturista, nuestras pretensiones han sido más modestas. Pero en ellas sigue subyaciendo la misma visión reformista radical que afecta en mayor o menor medida a toda nuestra táctica. Una táctica que se apoya en la idea de que para realizar un trabajo abierto y legal -sin el cual difícilmente vamos a poder organizar y preparar a las masas para la lucha revolucionaria ni fortalecer la clandestinidad-, hace falta el consentimiento de la gran burguesía, del Gobierno o del Ministerio del Interior. Este planteamiento, por más que tratemos de justificarlo con nuestra ilusa pretensión de "imponerlo", con la necesidad de liberar los presos políticos y realizar un trabajo abierto, es francamente liquidacionista. Aún más lo revela el hecho de que para llevar a cabo esa labor basta con ponerse a ello y trabajar entre las masas, aprovechando todas las posibilidades que ya existen para conseguir imponer al régimen, por la vía de los hechos y mediante todas las formas de lucha (dando preeminencia a las más adecuadas en cada momento)[9] , un "margen de libertad acción" cada vez mayor. Al menos hasta que la lucha de clases llegue a tal extremo que salten por doquier las fronteras entre el terrorismo de Estado selectivo y el de masas. Pero para ese entonces ya nos encontraremos en vísperas de una verdadera guerra civil revolucionaria. En cualquier caso, lo que debe quedar claro es que ese "margen de libertad de acción" que se da en mayor o menor medida en todos los países imperialistas, como resultado de la lucha de clases, no tiene que ver con nada parecido a que las " libertades democráticas " (¡) " se pueden conseguir bajo el actual sistema " (13)[10] , y aún menos con que puedan ser recogidas en programas intermedios o sucedáneos como ésos que, al estilo del presentado en el Pleno de junio del 97 (14) , se nos siguen metiendo de matute bajo la consigna justa de reagrupar fuerzas.

Todos estos "programas", más o menos acabados, nos llevan directamente al revisionismo, es decir, a revisar la tesis del Partido, ya suficientemente precisada, de la incompatibilidad del imperialismo y del monopolismo con la democracia [11] . Pero, además, no darnos cuenta de la imposibilidad de materializar los planteamientos reformistas radicales o rupturistas que hemos estado impulsando, ha agravado el izquierdismo y alimentado el militarismo a los que desde un principio nos abocaba nuestra exagerada apreciación de que las masas, junto con las acciones guerrilleras, habían terminado por aislar al régimen y hacer fracasar la Reforma. Dicho izquierdismo -ahora podemos verlo mejor que antes- se ha circunscrito, efectivamente, a nuestra valoración del estado de ánimo y conciencia de las masas y a las formas y métodos de lucha impulsados. Pero, al fin y al cabo, ha sido un izquierdismo que encubría planteamientos programáticos no precisamente izquierdistas. No hay más que ver las posiciones "rupturistas" que hemos defendido: todas ellas parten de que son asumibles por la oligarquía; es decir, que parten del hecho de que son posibles las libertades democráticas sin destruir el aparato estatal del régimen.

Que toda esta táctica "rupturista" -base de nuestros planteamientos negociadores- no resiste la más mínima verificación práctica, es algo de lo que estamos convencidos que también la Dirección comparte con nosotros. De ahí que para aprobarse a sí misma, y en un arrebato de subjetivismo, ya bastante forzado, se haya inventado su particular prueba práctica: "el régimen ha retornado a los orígenes" con "la vuelta de los fascistas". Más allá de la incongruencia que supone sostener que vuelven los fascistas después de 20 años en que creíamos que no se habían ido, más allá de este "error de cálculo previsor", hay que reconocer que dicha "prueba práctica" era la única "salida" que le quedaba para no afrontar una autocrítica a fondo. Detengámonos por un momento en esta cuestión. En realidad, lo que la Dirección nos quiere meter es que la táctica que hemos venido siguiendo perseguía dos cosas: forzar a la oligarquía a negociar y acceder al cambio "rupturista" pendiente en España o bien, en su defecto, obligar al régimen a enrocarse en sus orígenes al objeto de que se ponga en evidencia ante los trabajadores lo fachas e intransigentes que son y que no han quedado colmadas sus aspiraciones democráticas. Así, las masas podrían recuperar los bríos de la Transición al salir del engaño. Con todo este malabarismo se pretende que, en cualquier caso, nuestra táctica sea justa porque, aunque no consiguiéramos lo primero, lograríamos lo segundo. Y para "demostrar" que el régimen se ha vuelto atrás, nada mejor que darnos también nosotros un buen baño de regreso a nuestros orígenes y recuperar nuestros mejores arrebatos de triunfalismo en la propaganda. De ahí que en los últimos números de Resistencia y Antorcha , se hayan dilapidado de un plumazo esfuerzos de años por rebajar nuestra tendencia a la exageración y a la ampulosidad “revolucionaria”.

Pero, además, lo del "retomo a los orígenes" no sólo justifica -aunque sea con "cierto" retraso- nuestra táctica del pasado, sino que le da patente de corso para lo que queda de futuro. Porque como decíamos en el IV Congreso después de la primera victoria pepista “ ... más tarde o más temprano tendrán que ceder (subrayado en el original)” y «cuanto más esperen, cuanto más tiempo tarden en decidirse, más caro les va a costar, ya que nuestro movimiento se sentirá más fuerte y, por consiguiente, mayores (¡) podrán ser también nuestras demandas v exigencias» . Todo esto después de declarar que la situación ha conducido al régimen a “finalmente (...) emprender una huida hacia atrás, a un regreso a los orígenes fascistas (subr. orig.) , prescindiendo de todas las máscaras y apariencias democráticas para actuar a cara de perro ”. Y, además, todo ello, antes de sentenciarnos de que « hemos de tener muy claro que mientras se mantenga en pie el sistema capitalista, a los fascistas siempre les quedará el recurso de 'volver sus orígenes' (subr. orig.) como "síntoma de que no se sienten muy seguros y de que quieren asustarnos » (15) . Así que los dos objetivos que nos hemos propuesto con nuestra táctica no se excluyen como posibilidad. Por tanto, aunque nunca se haya dado el primero de hacerlos negociar hasta el final, ambos objetivos son "eternamente" posibles y alternables. Y es así como nuestra táctica se "eterniza" como correcta, en pura lógica con que España será también "eternamente" un país particularmente fascista y no homologable al resto de países imperialistas. Al menos, hasta el advenimiento de la guerra imperialista que, entre otras cosas, además de facilitarnos el trabajo, nos sacará de paso del "eterno" lío en el que nos hemos metido y del que tanto vértigo nos da salir.

III

En un plano más general, todo este embrollo en el que estamos metidos responde al hecho de no comprender las transformaciones habidas desde hace años en los regímenes políticos de los países imperialistas encaminadas a contener y reprimir el movimiento revolucionario en "tiempos de paz". Estas transformaciones universales, que caracterizan el sistema de contrarrevolución preventiva o fascismo encubierto, no sólo no podían ser ajenas él la Reforma , sino que se impusieron a la herencia particular franquista. Así, por muchos obstáculos reales que opusieron algunos sectores "inmovilistas", la gran burguesía en su conjunto optó de forma estratégica por el sistema de contrarrevolución permanente que incorpora el 'juego democrático" como elemento constitutivo. Este sistema ha demostrado ser para el imperialismo mucho más eficaz y flexible que el fascismo abierto, difícil de mantener por mucho tiempo en un país capitalista desarrollado. Ya no sólo por la agudización extrema y permanente de las contradicciones políticas y sociales y la fragilidad congénita que ello provoca en él, como señalaba G. Dimitrov, sino también por las propias necesidades, incluso económicas, del imperialismo en las metrópolis. El fascismo encubierto presenta muchas más ventajas que el fascismo abierto, ya que ha perfeccionado tanto su potencialidad terrorista y contrarrevolucionaria como su capacidad de camuflaje y legitimación. Estas ventajas le permiten, por un lado, combinar de forma flexible el control y la represión de masas de "baja intensidad" con la represión implacable contra los revolucionarios, sin necesidad de recurrir a leyes o medidas excepcionales, salvo en situaciones de crisis aguda o revolucionaria y de guerra civil y. por otro, encubrir su naturaleza fascista a fin de negarse a sí mismo y disponer de un margen político de maniobra muy superior al del fascismo abierto. Pero el sistema de contrarrevolución preventiva también tiene sus puntos débiles , derivados de la propia necesidad del imperialismo de camuflar su naturaleza fascista, que pueden ser aprovechados por los partidos comunistas para ensanchar mediante la lucha "el margen de libertad de acción" de la actividad revolucionaria. En este asunto no caben equívocos. El aprovechamiento y ensanchamiento de este "margen" por parte del Partido, dada la utilización política del mismo por los monopolistas e imperialistas como tapadera de sus permanentes planes contrarrevolucionarios, sólo puede hacerse desde el mantenimiento y desarrollo de una organización clandestina cada vez más fuerte, experimentada y ramificada. Sólo así se podrá forzar al máximo posible un "margen" que no podemos, ni mucho menos, hacer depender solamente de las pretensiones camuf1adoras de la burguesía imperialista, sino sobre todo de la profundidad y amplitud de la lucha de clases. Profundidad y amplitud que, en cuanto a la responsabilidad que incumbe a la política del Partido, son resultado de la independencia de clase que es garantizada precisamente por la clandestinidad de la organización y por la adopción de una táctica justa que aprovecha al máximo el margen disponible en cada momento. Sólo así se podrá llevar a cabo la necesaria educación política de las masas. Cuestión que está ligada estrechamente a su práctica política y que no se desarrolla ni puede desarrollarse precisamente en el plano de la clandestinidad.

No ver el margen de trabajo abierto que se abría y, por el contrario, remitirnos a grandes, pero no por ello menos imposibles márgenes futuros, nos ha llevado a poner el acento en el apoyo a la lucha armada en base a la táctica de forzar al régimen a hacer concesiones. Pero lo grave es que los fracasos cosechados en este sentido nos han llevado, como reacción a nuestros errores izquierdistas y militaristas, a poner en cuestión de hecho tesis justas, como la del papel estratégico de la guerrilla urbana y la de que la lucha armada abren el camino al movimiento de resistencia popular. Esto es lo que se desprende claramente de afirmaciones explícitas como ésta: «el enfrentamiento frontal contra el terrorismo de Estado en las dos décadas últimas..., ha impedido en buena medida que pudiéramos contactar con la gran masa del proletariado de una forma real, física, inmediata» (16) . En planteamientos como éste difícilmente se puede dejar de ver una justificación del abandono de la lucha armada, muy acorde con el hecho de plantear en las últimas "negociaciones" la disolución de los GRAPO a cambio, entre otras cosas, de poder realizar una actividad partidista abierta entre las masas. Cuando en realidad, aprovechar y ensanchar el margen abierto en los sistemas de fascismo encubierto no entra en contradicción en ningún momento con la lucha armada, siempre que ésta no pierda de vista el carácter estratégico que la debe presidir y tenga muy en cuenta en cada momento el nivel de conciencia de las masas [12] . Por lo demás, esas hipotéticas posibilidades de trabajo abierto que se pudieran imponer no iban a dejar de estar condicionadas prácticamente por los mismos límites a los que está sujeto el trabajo abierto que se puede realizar bajo el sistema de fascismo encubierto adoptado en España por el régimen tras la Reforma. Por lo tanto, en este asunto, lo único que debe abandonar el Partido es la errónea táctica rupturista que ha orientado la lucha armada para de verdad afrontar en la práctica las tareas y planes acordes con el carácter estratégico que ésta debe tener para contribuir a los procesos revolucionarios en los países imperialistas. Pues lo que no puede suceder en ningún momento es que se confundan (y reduzcan) las tareas estratégicas de la lucha armada con las propias de la sección técnica de cualquier organización revolucionaria clandestina.

IV

Las repercusiones y consecuencias de esa visión particularista del fascismo en un país imperialista como España, aunque se disfrace con ropajes como el de "nuevo fascismo constitucional", afecta de lleno y en todos los planos, como estamos viendo, a la táctica y estrategia revolucionarias del proletariado y tienen, por tanto, alcance internacional.

Dado el carácter imperialista-monopolista de España, dicha táctica particular, expresada tanto en esas pretensiones "rupturistas" y en otras abiertamente reformistas, como a más largo plazo por el Programa Mínimo que defendemos, desvían al Partido de la revolución socialista, la única revolución pendiente en España. Es esa táctica particularista, basada en la existencia de un régimen fascista sui generis , la que nos ha llevado a defender de forma exclusiva para nuestro país la necesidad de una etapa revolucionaria intermedia o corta etapa de transición con el fin de acumular fuerzas. Bastaría preguntarse con qué fuerzas vamos a derrocar al Estado fascista si esa acumulación no se lleva a cabo antes, bajo el régimen actual, para darse cuenta de la falacia de semejantes ideas que sólo conducen a no preparar las condiciones subjetivas para la toma del poder por el proletariado y las masas populares. Otra cosa es el análisis de cómo la Revolución Socialista se puede abrir paso en los países imperialistas, de cómo sortear las dificultades específicas que en ellos se dan, de cómo debemos ligar nuestro proceso revolucionario, no ya sólo con los de nuestro entorno europeo sino con el avance de las luchas antiimperialistas en los países dependientes, y de cómo, en fin, se irá materializando progresivamente, tras la toma del poder por el proletariado, el conjunto del programa socialista, en función de la maduración de las condiciones internas e internacionales.

No haber enfocado todo esto desde la perspectiva universal de los países imperialistas nos aboca finalmente a rebajar incluso el Programa Mínimo, defendiendo, como acabamos de ver, la posibilidad de etapas o períodos muy democráticos antes incluso del derrocamiento de los monopolistas e imperialistas, por más que queramos encubrirlo con que eso sólo será posible en situaciones de crisis del régimen. Así, si bien no era tan grave decir, en 1975, que en "España no puede darse más que una forma más encubierta de régimen fascista o una verdadera democracia de tipo popular" y que no hay que descartar que se produzca una crisis que nos permita, durante un corto periodo, trabajar más abiertamente, fortalecemos, e incluso abrir una brecha aún más grande de esta manera" (17) , la cosa cambia cuando 25 años más tarde se insiste constantemente en que el régimen está. "instalado en una crisis permanente". Porque entonces se sientan las bases para condenar a España a ser permanentemente particular o diferente, en espera de la "lógicamente" siempre posible y siempre pendiente brecha democrática. Lo que nos lleva a no adoptar la estrategia revolucionaria común a todos los países imperialistas.

Tenemos, pues, que acabar con esta suerte de vía particular al socialismo. Por consiguiente, el objetivo estratégico del Partido, como en los demás países imperialistas, debe ser la conquista del poder por el proletariado y demás sectores populares, la expropiación de la oligarquía financiero-terrateniente y la implantación de una República

Socialista, sustentada en la creación de Consejos obreros y populares como base del nuevo Estado. Pero la lucha por este programa socialista no significa que renunciemos a imponer al régimen un mayor "margen de libertad de acción" ni a reagrupar fuerzas con otros sectores populares interesados en luchar contra la gran burguesía monopolista ni que abandonemos a su suerte la lucha de los trabajadores y masas populares por todo tipo de reivindicaciones tanto en el terreno político como económico o sindical. Entre ellas ocupa una plaza importante la lucha por el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas dentro del marco estatal español; cuestión que la burguesía nunca ha llegado a resolver en España y que habrá de ser acometida muy probablemente tras la conquista del poder por el proletariado.

Es claro que los comunistas difícilmente podremos avanzar de forma efectiva en la reagrupación de las fuerzas populares, si no somos capaces de dar pasos adelante en nuestra propia reagrupación y unidad y estrechar lazos con la clase obrera. Esto cobra cada vez más urgencia, en el contexto de reflujo en el que estamos, para poder hacer frente y contrarrestar la avalancha anticomunista y contrarrevolucionaria con que la burguesía imperialista persigue desmoralizar a los trabajadores y neutralizar todo intento de vinculación de la clase obrera a la causa del socialismo.

El Partido ha de impulsar y fomentar activamente en la práctica dicha reagrupación de fuerzas comunistas, siendo muy consciente de que aún queda bastante camino por recorrer en el propio proceso de reconstrucción del partido y aún más en nuestra consolidación como fuerza arraigada entre la clase obrera [13] . Si además partimos de reconocer que existe una gran dispersión y desorientación entre muchos obreros que se sienten comunistas o que están por un avance de éstos, entonces, no debemos de dudar en promover entre ellos formas organizativas amplias y flexibles, abiertas y legales, a fin de contribuir al proceso de unidad orgánica de lodos los comunistas.

Ya en un plano político más general, debemos impulsar la lucha por la liberación y mejora de las condiciones de detención de los presos políticos, así como denunciar los crímenes del Estado policial para desenmascarar el carácter esencialmente terrorista del régimen. Pero con respecto a estos asuntos no podemos fomentar ilusiones y separarlos de la cuestión del poder político. Aquí debemos ser claros: las máximas mejoras que se puedan ir consiguiendo sólo podrán ser conquistas coyunturales en el desarrollo inequívoco del proceso revolucionario y no fruto de la negociación de programas intermedios consentibles por la gran burguesía.

Debemos prestar una atención especial al apoyo de las luchas antiimperialistas como parte de la revolución mundial. Los comunistas debemos trabajar en las organizaciones y comités que surjan para tal fin, no simplemente para limitarnos a aportarles nuestra solidaridad, sino porque es fundamental para debilitar al imperialismo en las propias metrópolis y garantizar y consolidar así el avance de la Revolución Socialista Mundial [14] . Por tanto, debemos combatir la influencia pequeñoburguesa que se reduce a demandar la solidaridad para que los países dependientes salgan del subdesarrollo. Pero también los comunistas no podemos utilizar de forma sectaria el criterio de apoyar una u otra lucha anti-imperialista, dependiendo de si está o no dirigida por un partido comunista, o incluso por un partido comunista con el que no compartimos su línea. Con respecto a esta cuestión, no cabe que los comunistas apoyen luchas diversas en su país que debilitan al sistema, aunque éstas no estén lideradas por ellos, y no apliquen el mismo criterio para acumular fuerzas a nivel internacional que debiliten al imperialismo y hagan avanzar y consolidar la Revolución Socialista en todos los países.

En el terreno de las luchas reivindicativas económicas y sindicales consideramos que, como consecuencia de la quiebra de las bases sobre las que se sustentaba la política reformista debida a la crisis general, se abren buenas perspectivas para impulsar en ellas nuestra labor revolucionaria. Pero para llevar con éxito esta labor debemos tener en cuenta en todo momento que las consignas políticas revolucionarias sólo pueden tomar carácter de masas si estamos con éstas en las luchas que llevan a cabo. Y en ningún momento debemos ponernos límites preestablecidos ni sectarios para trabajar allí donde estén las masas e impulsar su educación política: ya sean organizaciones legales o semilegales, sindicales, clubes de todo tipo, ateneos, asociaciones juveniles, vecinales y culturales, etc. También debemos participar y apoyar tanto las luchas más radicales como las más pacíficas de los trabajadores, a fin de poder orientarlas y dirigirlas. Y siempre teniendo en cuenta el criterio de no arrastrarnos tras los elementos más atrasados, pero tampoco darles de lado, y menos aún, decretar que no existen o elevar artificialmente su nivel de conciencia. Si no tenemos en cuenta todo ello, dejaremos el campo libre a los revisionistas, reformistas y economicistas y, en definitiva, a la burguesía. En relación con esto, difícilmente podremos contrarrestar la influencia burguesa entre los trabajadores con concepciones equivocadas que estigmatizan de economicismo todo intento de desarrollar y aplicar la línea de masas como parte constituyente de nuestra labor revolucionaria. Concepciones que, en definitiva, no reparan en que, aunque las masas no elaboran las ideas políticas [15] , pues efectivamente les vienen "de fuera", sólo pueden asimilarlas a partir, mediante y al ritmo de la práctica de sus luchas. Por tanto, no debemos hacer dejación de nuestras responsabilidades en lo referente al plano reivindicativo ni permanecer a la espera de que las masas vengan a compartir con nosotros el plano político en el que nos movemos por el simple hecho de que tengamos razón.

Lo anterior hay que tenerlo más presente si cabe en nuestra labor con los obreros, entre los que, tenemos que reconocer, hemos hecho dejación del trabajo sindical. Como no podía ser de otra manera, si reparamos en que no hemos tenido en cuenta los cambios que la nueva etapa del régimen ha traído en este terreno. Durante mucho tiempo nos hemos instalado en el discurso de que los trabajadores boicoteaban los sindicatos oficiales y que sólo la represión (incluida la laboral) les impedía estrechar más sus lazos con el Partido y, en general, seguir nuestras consignas y propuestas sindicales. Sin embargo, dicho discurso no ha calado verdaderamente en nadie.

Por nuestra parte, pensamos que es muy justa nuestra consigna general acerca de la necesidad de desarrollar la lucha sindical independiente de todo control policíaco y de las cúpulas mafiosas de los sindicatos. Pero de lo que se trata es de cómo llevar esa consigna general a la práctica, para lo que se exige no perder de vista las condiciones reales en las que tienen que desarrollar sus luchas los trabajadores. Lo que significa que no debemos obviar cómo se inician y se desarrollan realmente las luchas reivindicativas de los obreros y tener en cuenta que éstas en su inmensa mayoría pasan, por el momento, por las convocatorias del sindicalismo oficial y la utilización de los cauces legales. A partir de este reconocimiento, tenemos que defender entre los trabajadores más avanzados que sean flexibles para agruparse y relacionarse, sin sectarismos de ningún tipo, y fomentar entre todos los trabajadores la utilización de los nuevos métodos de lucha que cada vez se ven más favorecidos por el nuevo marco laboral y el desprestigio creciente del sindicalismo oficial.

Por lo demás, no es este el lugar de entrar en detalles sobre esta cuestión, en la que, en cualquier caso, lo que se debe promover es un vasto trabajo de recogida de experiencias y sistematización de enseñanzas, en el que es fundamental la aportación de los camaradas y simpatizantes que han venido desarrollando más en concreto esta labor.

 

V

 

Como al comienzo hemos indicado, la crisis del Partido está en relación con problemas ideológicos, los cuales están estrechamente ligados a diversas manifestaciones de subjetivismo, encontrándose entre ellas el dogmatismo. Éste se asienta en la incomprensión de la conexión existente entre los principios (su origen y desarrollo) y la necesidad del análisis concreto para ir avanzando tanto en él avance práctico del proceso revolucionario, como en el desarrollo de la teoría revolucionaria que lo debe guiar En este aspecto, está claro, que, en España, la Transición supuso un fenómeno suficientemente nuevo como para que, además de exigirnos una aplicación de los principios y tesis ya existentes de la teoría revolucionaria que más tenían que ver con los problemas prácticos a los que nos enfrentamos, nos plantease también la necesidad de contribuir al desarrollo de la teoría universal del fascismo en base a nuestra experiencia. Experiencia que, como luego se demostró, tenía unas consecuencias que iban más allá de nuestro país. Sin embargo, ya hemos visto que, aunque avanzamos algunas tesis en este terreno, no lo hicimos tan profunda y consecuentemente como era necesario para superar los límites que en este asunto heredamos del movimiento comunista internacional. De haberlo hecho hubiésemos contribuido a resolver los serios problemas a los que se enfrenta el renacimiento del movimiento comunista en los países imperialistas, y, muy particularmente, a resolver la principal (y complicada) tarea que actualmente tiene que acometer: la creación o reconstrucción de los respectivos partidos comunistas y la consiguiente adopción de una línea o táctica justa, acorde con la existencia de unos regímenes imperialistas de contrarrevolución permanente [16] .

Ahora bien, nosotros consideramos que nuestros problemas ideológicos no pueden ser caracterizados simplemente por el dogmatismo, sino que entran en un marco mucho más amplio de manifestaciones subjetivistas. Dadas las exigencias prácticas de nuestra actividad revolucionaria, el dogmatismo no podía dejar de estar acompañado por el empirismo (o practicismo) y el voluntarismo, que no tiene en cuenta la realidad para poder realizar las tareas y conseguir los objetivos que nos proponemos.

El dogmatismo supone inevitablemente la separación de la teoría de la práctica, lo que lleva a renunciar a la dirección de la lucha revolucionaria de las masas. Así, los dogmáticos, en vez de buscar la verdad partiendo de los hechos, se muestran seguros de su infalibilidad, se ensoberbecen, se refugian en una huera fraseología sobre los principios que dicen respetar y temen la crítica justa y la autocrítica como a la peste. En cuanto al empirismo o al practicismo, si bien se distingue del dogmatismo por ignoran en la práctica la necesidad de la teoría como guía de la acción revolucionaria y se refugia en su estrecha y limitada experiencia, comparte con él esencialmente el mismo modo de pensar. " Ambos -como decía Mao- separan la teoría marxista-leninista de la práctica (...), violan las enseñanzas del materialismo dialéctico e histórico y transforman las verdades parciales y relativas en verdades generales y absolutas; sus ideas no corresponden a la realidad objetiva en toda su amplitud" (18) .

En nuestro caso, tanto el dogmatismo como el empirismo han venido siendo tapados con teorizaciones no exentas de "originalidad", que sólo han pretendido justificar nuestros frecuentes bandazos y nuestra falta de un análisis preciso de la realidad que nos ahorre la comisión de errores evitables. Así, ante los problemas prácticos y retos que nos proponemos, en vez de afrontarlos estudiando la experiencia acumulada, nos hemos dedicado a menudo a especular acerca de la necesidad de la "aproximación a la solución de los problemas". Complementándolo, cuando hemos cometido errores, con esa ya vieja interpretación sofista de la dialéctica en la que "todo es positivo incluido lo negativo porque lleva íntimamente ligado lo positivo como su contrario necesario". Estas contorsiones, que ya en su momento no dudamos en calificar como "aproximatitis" y "dialectitis", son francamente una interpretación caricaturesca del proceso de conocimiento y de la dialéctica que no tiene nada que ver con ese innegable esfuerzo inicial en aplicar de forma original la teoría revolucionaria que efectivamente nos distinguió de las capillas más dogmáticas.

Será en los últimos tiempos, ante la prolongación de la crisis del Partido, cuando nuestro dogmatismo alcance cotas más altas, al refugiarnos en una huera fraseología sobre los principios. Esto se puede ver en el creciente "principismo" que últimamente rezuma nuestra propaganda. Y en esa actitud suficiente y prepotente de la que damos muestras; actitud que nos lleva a permanecer en el Olimpo de los principios, desde el cual nos bastamos para "asimilar la esencia" de los fenómenos sin necesidad de descender a las "menudencias" de la realidad concreta, y a arrogarnos al mismo tiempo el derecho de ir repartiendo por allí credenciales de marxismo a diestro y siniestro. Por nuestra parte, ya hemos manifestado que esta actitud pretende desviar la atención de nuestros errores y no busca, en realidad, otra cosa que cubrir nuestras carencias en la comprensión del socialismo científico.

Ha sido, sobre todo, en el Antorcha donde se ha pretendido justificar este "principismo" de última hora, en artículos como el de Lo universal y lo particular . Este artículo que, en principio se propone una crítica a la posición de Mao y sus eventuales consecuencias en el rumbo restauracionista tomado posteriormente en China, no sólo no aborda justamente esta crítica sino que expone tesis incorrectas en lo concerniente a la relación dialéctica entre lo «universal» y lo «particular». Así, no ve la relación de contenido existente entre ambos conceptos, ni cómo lo particular enriquece en contenido a lo universal a la vez que lo precisa. Esto, traducido al terreno de los principios, significa que no se tiene en cuenta el mecanismo por el cual los procesos prácticos paniculares desarrollan y precisan (y no sólo aplican) los principios y en general las tesis que conforman la teoría revolucionaria. Lo que, sobre todo, ha de tenerse en consideración cuando estamos ante procesos nuevos que cuentan con escasos precedentes. No comprender o reparar en esto significa no ya sólo no haber asimilado las aportaciones de Mao, sino tampoco las enseñanzas filosóficas de Lenin y las constantes recomendaciones de Engels sobre este particular.

Ese retroceso, al que desde la Dirección del Partido se nos quiere llevar, se ha culminado con el paso atrás que supone despreciar también los avances de Mao en el terreno de "la identidad y la lucha de contrarios". Esto se evidencia en el artículo "Sobre la identidad" , en el que no se tiene en cuenta la justa crítica de aquél a Stalin sobre este asunto y que nos conduce a posicionarnos en defensa de una relación mecánica y rígida entre los diferentes contrarios que conforman una unidad. Así, de un plumazo, nos olvidamos que "el uno se divide en dos" , del movimiento interno en cada «contrario» y de la interpenetración entre los mismos en función de la madurez global que alcanza la unidad a la que pertenecen y en la que mantienen su lucha. Todo este tema, incluido el de lo universal y lo particular, que ciertamente tiene mucho de abstracción filosófica, está, sin embargo, estrechamente relacionado con la comprensión de los problemas que han surgido en el desarrollo de la revolución mundial y en la construcción del socialismo. Porque poco se puede entender en este asunto si no avanzamos en la comprensión del proceso por el cual se puede reproducir el contrario (la burguesía) en una unidad concreta (un sistema o país socialista) donde se ha tenido que proceder a su liquidación. Pero para avanzar en esta cuestión no se puede prescindir de Mao, por más que éste, en su desarrollo de la teoría revolucionaria, dejara deslizar algunas expresiones poco rigurosas que se prestan a ser mal interpretadas o distorsionadas.

Para nosotros, todo este abandono de Mao junto con una defensa forzada de los errores y límites de Stalin aún nos deja en peores condiciones para estudiar los fenómenos nuevos y contribuir a esclarecer las causas que han producido la crisis de nuestro movimiento. Pues poca luz podremos ofrecer sobre esto si, basándonos en el hecho de que estamos todavía en la época del imperialismo y de la revolución proletaria, lo interpretamos esquemáticamente , como si ya fuese suficiente con lo dicho por Lenin y Stalin y no fuera necesario analizar la realidad concreta y enriquecer o precisar los principios en base a ella. También pensamos que, dado que esta arremetida dogmática que está protagonizando la Dirección afecta a asuntos que superan el marco de la revolución en nuestro país, la experiencia de la lucha contra nuestro dogmatismo puede ser de utilidad para combatir el revisionismo a nivel internacional. De, ahí que hayamos expresado nuestra firme convicción de que con respecto a la crisis internacional de nuestro movimiento, tarde o temprano, tendremos que afrontar la responsabilidad que el dogmatismo tiene históricamente ante los males causados por el revisionismo. Y es que no podemos soslayar que éste, como expresión ideológica más acabada de la penetración de la influencia burguesa en el movimiento obrero y comunista, encuentra un terreno abonado en las condiciones de bja o insuficiente comprensión del marxismo, en una interpretación de los principios que no explica la realidad, sino que la adapta a ellos; en fin, en una interpretación esquemática e idealizada de los principios que dificulta la necesaria maduración política tanto de la clase obrera como del propio Partido. En realidad, los dogmáticos no llevan a cabo la lucha contra la ideología burguesa desde las posiciones del socialismo científico, sino en base a adulteraciones del mismo.

Es claro que el dogmatismo cuando se enquista no puede traer nada bueno. Por tanto no caben complacencias por aquello de que es peor el revisionismo. Sólo hay que ver la experiencia para cerciorarse de que el dogmatismo, cuando no desaparece -porque también deja de existir él partido que lo padece-, termina por convertirse en revisionismo. Nada de extraño hay en esto, ya que, en definitiva, los dogmáticos revisan, objetivamente, la propia teoría marxista del conocimiento y con ello los principios. Y cuando la realidad les da de bruces, su propio esquematismo les aboca no al "complicado" y arduo proceso de revisar su propia concepción errónea acerca de la naturaleza de los principios, sino a tomar el camino más fácil: sostener que tal o cual principio ya no es válido, cayendo abiertamente en el revisionismo.

Por todo ello, y con respecto a la crisis del Partido, debemos tener en cuenta la experiencia histórica e internacional de nuestro movimiento, que muestra cómo el dogmatismo puede transformarse en revisionismo. Pero es que además, en nuestro caso, esta posible conversión no es simplemente una amenaza especulativa o hipotética. Pues en la crisis de nuestro Partido, si bien el reformismo y el revisionismo no aparecen tan claramente, no cabe duda de que vienen empujando fuerte para ocupar la "plaza de honor" que en el presente ocupan el dogmatismo y el subjetivismo como expresiones más claras de nuestras desviaciones. De aquí que debamos prestar desde ahora una gran atención a combatir el dogmatismo y otras manifestaciones subjetivistas como la mejor garantía para que el cáncer del reformismo y el revisionismo (más allá de sus ropajes) no lleven a cabo su labor liquidacionista en el Partido.

 

VI

 

Está más que demostrado que en lo relativo a la lucha para superar unos determinados problemas que afectan ampliamente al porvenir del movimiento comunista, el "simple" hecho de cómo llevar a cabo la lucha contra esas desviaciones marxistas se ha convertido a su vez en otro problema añadido con derivaciones en la vida interna de los partidos comunistas. Hasta el punto que tenemos que reconocer que no pocas veces dicho problema interno se ha convertido en el centro del debate con todo lo que conlleva de peligro y manifestaciones sectarios. Pero lo peor es que nos desvía de los problemas políticos e ideológicos que verdaderamente se plantean.

Desde muy atrás hasta hoy, el Partido no ha sido capaz de superar los límites y deficiencias que se han venido manifestando con demasiada frecuencia en él movimiento comunista internacional acerca de la concepción y aplicación del centralismo democrático, que reducen a éste simplemente a acatar la disciplina y las directrices de la Comisión Política. Esta práctica y las relaciones que lleva aparejadas obstaculizan la participación de cada militante en la elaboración de la línea y de su patrimonio teórico e impiden la corrección oportuna de los errores. De esta forma no sólo no se estimula y promueve un debate real, sino que se impide.

Esa concepción errónea sobre el centralismo democrático y sus consecuencias prácticas, unida a la concepción errónea que existe en el Partido sobre la unidad y la lucha ideológica, también han contribuido decisivamente a agravar la crisis, creando una situación de anormalidad orgánica que ha obstaculizado gravemente el proceso de elaboración y desarrollo colectivos de nuestra línea política. Este proceso requiere que se dé una situación en la que sé expresen abiertamente las divergencias, la discusión franca en base a argumentos teóricos y políticos y la verificación práctica. Es decir, una situación en la que, desde luego, hay que mantener una actitud muy diferente a la mostrada por el subjetivismo y el sectarismo que, como señala Mao, «tienen un miedo mortal a la refutación, son de una gran cobardía. y por eso, asumen una actitud presuntuosa para intimidar a la gente, calculando que con amenazas pueden reducirla al silencio ... » (19) . Estos métodos y actitudes, como el de lanzar campañas de desprestigio "personal", para obstaculizar o impedir que se planteen las divergencias y que la militancia las conozca, son impropios de un partido comunista.

Estos hábitos y concepciones sobre la interpretación y aplicación del centralismo democrático, a los que suelen ir unidos un funcionamiento personalista de la dirección, una visión "monolítica" de la unidad y una concepción errónea sobre la lucha ideológica, forman parte de la tradición revisionista. Pero lo que no se puede ya obviar es que el dogmatismo, so capa de marxismo, los ha introducido en los partidos comunistas, silenciando, por otra parte, las no pocas experiencias positivas acumuladas por el movimiento comunista internacional, entre ellas, las ensel1anza'i de Lenin en el POSDR.

En realidad, todas estas deficiencias y concepciones erróneas sobre el funcionamiento interno, son un reflejo en el Partido del atraso ideológico en el que se reproduce la ideología de la burguesía y las relaciones que ésta impone a las masas trabajadoras.

En nuestro caso, la lucha frontal contra el régimen y la necesidad de mantener a toda costa la clandestinidad, han sido utilizadas como pretextos para justificar nuestras deficiencias en el terreno del centralismo democrático. Esta dura realidad ha pesado en que se haya relajado entre la militancia la lucha contra la progresiva instalación de un ambiente responsable de que durante mucho tiempo las divergencias se hayan circunscrito a los aspectos más superficiales de nuestra actividad. Esto ha propiciado el relajamiento de la atención que debemos prestar al estudio y la investigación individual o colectivas que posibiliten ver más de lo que se ha visto. Y también a que, en diferentes grados. se tienda a la conciliación y a la pasividad como resultado de una falsa concepción de la unidad y de la seguridad del Partido. Estas erróneas concepciones nos han llevado a menudo a cometer el grave error de no expresar nuestros planteamientos y puntos de vista con el viejo "argumento" de no dar bazas al enemigo y que tanto daño ha hecho, ya no sólo en nuestro Partido, sino también en todo el movimiento comunista internacional. Sobre todo, por lo que representa de caldo de cultivo para el desarrollo del oportunismo. Que esta grave situación se viene dando entre nosotros lo demuestra el que finalmente nos hayamos tenido que ver obligados a formar la fracción como única solución para fomentar en el seno del Partido el debate y la lucha ideológicas, y a fin de rectificar realmente, sin ambigüedades y medias tinta", nuestros serios y graves errores.

 

****

 

Estarnos convencidos de que, ante la importancia, profundidad, alcance y carácter prolongado de la crisis de nuestro Partido, ésta sólo podrá superarse con una participación amplia y activa de los militantes, simpatizantes y trabajadores avanzados. Para ello, debemos desprendemos de la inercia y la resignación y afrontar seria y claramente la rectificación profunda (y lo más completa que nuestro grado de conocimiento nos permita) de nuestros errores, en relación estrecha con nuestro rearme ideológico . Sólo así podremos garantizar que el Partido cumpla ante la clase obrera y las masas populares con sus tareas revolucionarias y contribuya dentro de sus posibilidades a superar los errores y limites que están agravando el reflujo en el que se encuentra el Movimiento Comunista internacional.

Asimismo hacemos un llamamiento a todos aquéllos que se han alejado del Partido debido a nuestra táctica errónea, para que participen activamente en el debate, discutiendo y enriqueciendo la plataforma que presentamos.

Este debate amplio y abierto es condición indispensable para convocar, a la mayor brevedad posible, un Congreso extraordinario que extraiga las conclusiones del mismo y ratifique consecuentemente la rectificación de nuestros errores tácticos, programáticos y de funcionamiento interno.

Por lo demás, declaramos desde ahora que la Fracción respetará y asumirá las decisiones congresuales, incluida la valoración que se haga de la justeza o no de la iniciativa que hemos tomado para superar la crisis del Partido.

 

¡Unamos todos nuestros esfuerzos para superar la crisis del Partido!

¡Contribuyamos a superar la crisis del movimiento comunista internacional!

¡Viva el internacionalismo proletario!

 

NOTAS (del texto):

(1) Mao Tse-tung: Resolución sobre algunas cuestiones de la historia de nuestro Partido (20 de abril de 1945). Obras completas, vol. 10. Ediciones Rapporti Sociali.

(2) M.P. (Arenas): Informe Político del C.C. Presentado al III Congreso del Partido. Resistencia (especial), agosto 1993.

(3) Diez millones de trabajadores boicotean al régimen. Resistencia n°. 48, marzo 2000.

(4) M.P. (Arenas): Informe cit.

(5) Hablemos del Partido. Resistencia n° 50, junio 2000.

(6) M.P. (Arenas): Informe político del C. C. presentado al II Congreso del Partido. Bandera Roja nº. 25, julio de 1977.

(7) M.P. (Arenas): ¿A dónde ir; qué camino debemos tomar? (Informe presentado al C.C. del Partido, septiembre 1984).

(8) Ídem.

(9) M. Pérez (Arenas): El “Suarismo” y la crisis del reformismo. Bandera Roja nº. 28, octubre de 1977. Ver también Juan García Martín: Historia del PCE(r) y de los GRAPO . Editorial Contracanto.

(10) V.I. Lenin: Karl Marx y su doctrina. Obras escogidas, Editorial Progreso.

(11) “¡Viva la normalidad!”. Resistencia n°. 48

(12) Programa de los Cinco Puntos . 1978.

(13) No existe más alternativa que la lucha organizada de resistencia. Antorcha n°. 7, febrero 2000.

(14) En el camino del IV Congreso. Resistencia n°. 36, junio1997.

(15) M. Pérez (Arenas): Informe Político del C.C. Presentado al IV Congreso del Partido. Resistencia n° 41, septiembre 1998.

(16) L. Carmona: ¡Debemos ir a su encuentro! Resistencia nº. 47, enero 2000.

(17) M.P. (Arenas): El punto de viraje. Bandera Roja nº.5, noviembre 1975.

(18) Mao Tse-tung: op. cit.

(19) Mao Tse-tung: Contra el estilo de cliché del partido . Obras escogidas, t. III

 

NOTAS (de La Forja ):

[1] El Secretario General del PCE(r), M.P.M. (Arenas), se despacha contra los miembros de esta fracción con un folleto de cuatro cuartillas con el siguiente encabezamiento: "Contra el oportunismo y el fraccionalismo / Los oportunistas deben ser desenmascarados, expulsados del partido y denunciados como enemigos de clase". Después de unas consideraciones generales sobre el oportunismo y el fraccionalismo, aderezadas con citas de Lenin y Stalin, concluye: "... no vamos a entrar en ‘polémicas' ni en ningún tipo de 'debate' con los dos elementos que recientemente abandonaron nuestras filas para formar una 'fracción' y presentar una 'plataforma' con el pretexto de una supuesta 'crisis' en el Partido. En realidad, esos dos tipejos hace tiempo que fueron desenmascarados y aislados entre nosotros por su individualismo y su deshonestidad. (...) Desde luego, hay que tener la cara muy dura o ser un tarado mental para proponer un 'debate' sobre la base de una flamante 'plataforma' al poco tiempo de celebrarse el Congreso donde ni siquiera esbozaron una crítica. (...) no pueden utilizar más armas que la intriga, la tergiversación, la mentira y las provocaciones que acompañan a su 'plataforma trotsko-revisionista (...) tampoco ahora tienen ni la más mínima posibilidad de arrastrarnos a la charca donde siempre han estado metidos (...) Como auténticos truhanes (...) 'Plataforma' anti- marxista y anti-Partido (...) sus 'espíritus selectos' aún confían en la idiotez del género humano (...) que se hundan en sus propios excrementos".

Con la misma fecha, el n° 51 de Resistencia , en sus páginas 43 y 44, publica un comunicado suscrito por el C.C. del PCE(r), breve en su extensión pero denso en descalificaciones: "¡Alerta frente a la provocación! ...la conducta indigna y la labor de zapa e intriga que han estado realizando entre nosotros dos elementos que finalmente se han revelado como unos provocadores . (...) estos quintacolumnistas (...) Ahora nos llegan noticias de que se están dedicando a realizar llamadas telefónicas al trabajo de algunos militantes, con el único objeto de comprometerles y de alertar al mismo tiempo a la policía política de su verdadera labor de soplones y esquiroles. (…) un libelo indecente ( La Gaceta ) (...) su verdadera catadura anticomunista (...) estos dos tipejos (...) carácter contrarrevolucionario de estos dos aventureros (...) han rebasado todos los límites para ir a caer en la charca de la provocación del más puro estilo trotskista. Es claro a todas luces que no les vamos a permitir ir muy lejos por ese camino, del mismo modo que no vamos a gastar ni un minuto de nuestro tiempo de contestar o 'rebatir' la basura pseudo política que están publicando; no le vamos a dar ninguna cancha a su verborrea malintencionada. El Partido, el conjunto de sus militantes con su Dirección al frente, también en esta ocasión, sabrán cumplir con su deber para impedir que tales elementos utilicen nuestro nombre, nuestra historia y nuestra bandera contra la causa obrera y popular. ¡Mantengámonos alerta y preparados para darles la respuesta que merecen!"

¿Se puede confiar la dirección de la Revolución Comunista -que habrá de elevar a la humanidad por encima de toda la inmundicia de las sociedades de c1ases- a quienes rebajan con ostentación la lucha política hasta las formas propias del lumpen mafioso?

[2] El recurso a métodos de lucha ilegales y a la violencia revolucionaria para acumular fuerzas en la situación actual debe tener un carácter muy definido y cauteloso. En primer lugar, debe ir precedido de un intenso y paciente trabajo educativo (agitación y propaganda) que vuelva legítima la violencia revolucionaria a los ojos de la mayoría de los trabajadores. Esto exige, a su vez, explicar todas las expresiones de violencia contra el pueblo que conlleva el capitalismo, así como incorporar a masas crecientes a la lucha intransigente por sus intereses legítimos. lo que les hará sentir la violencia burguesa en sus propias carnes. Sólo a partir de estos logros tendrá sentido valorar si el recurso a algún tipo de actividad armada nos acerca al objetivo principal que es la conquista del Poder político por la clase obrera. Mientras, la práctica o el estímulo de la lucha armada por el partido no es que deba considerarse algo secundario, sino que debe desaconsejarse (a no ser la que desplieguen las masas básicas en su movimiento reivindicativo, de la cual procuraremos aprender al tiempo que intentaremos encauzar como parte del movimiento revolucionario de clase por el socialismo).

[3] Si albergamos serias dudas de quelas "acciones guerrilleras" hubieran contribuido a ensanchar el "margen de libertad de acción" durante la transición "democrática" española, de lo que estamos plenamente convencidos es de que, entonces, no hubo lucha revolucionaria y menos de masas, y sí, en cambio, hubo lucha democrática de masas, y esto, por la sencilla razón de que la revolución ya sólo puede tener carácter proletario-socialista, y no fue el caso.

[4] Nosotros opinamos precisamente lo contrario, incluso en relación con el MLNV. Su carácter de masas no viene favorecido sino perjudicado por las acciones armadas puntuales de ETA, si bien es cierto que su eficacia aparenta más de lo que realmente es cuando se la compara con el capitulacionismo de la "izquierda" españo1a (en el país de los ciegos, el tuerto es el rey). Además, los etarras no han sido tan necios como para despreciar la utilidad de organizar los movimientos populares sobre la base de su nivel espontáneo de conciencia (sindicalista, anti-represivo, ecologista, feminista,.... y sobre todo, nacional, algo muy extendido sobre todo a consecuencia de la opresión imperialista española que se exacerbo durante el franquismo) para respaldar su acción protagonista y suplantadora de las masas. Otro gallo cantaría -y mucho más alto- si todo el esfuerzo en recursos humanos y materiales que ETA dedica hoy a la lucha, armada terrorista, lo destinase a desencadenar plenamente la movilización de las masas por sus intereses de carácter democrático (nacional) y socialista, mediante demostraciones huelgas políticas, etc., enfiladas hacia una insurrección armada del pueblo. Pero, entonces, ya no sería ETA lo que es -un partido nacionalista pequeñoburgués-, sino un Partido Comunista proletario. Como no lo es, los proletarios vascos (con los españoles) sufren la prolongación de un conflicto cuya salida no deberían confiar a ningún sector burgués, sino a sus propias fuerzas, impulsando la Reconstitución del Partido Comunista.

[5] Lo que estos camaradas todavía no alcanzan a comprender es que, antes de este error y como dogma "original", está la adopción del punto de vista terrorista, es decir, el de la lucha armada de la vanguardia que se adelanta y se contrapone a la voluntad de las masas.

[6] Tanto la dirección del PCE(r) como la Fracción Octubre caracterizan como fascista al Estado españo1 actual. Lo que les diferencia es que los primeros siguen viendo en él unas peculiaridades cualitativamente importantes que le distinguen de otros Estados imperialistas -lo que llaman "la continuidad del franquismo sin Franco"-: en cambio, los segundos consideran que la Reforma o Transición homologó la superestructura política de España con la del resto de potencias, esto es, como "fascismo encubierto". Desde luego que nos parece más coherente con la realidad esta última postura (sin negar las peculiaridades propias de nuestro país), pero seguimos pensando que es una equivocación reducir toda posibilidad de existencia del Estado monopolista a su forma fascista, porque 1°) predispone al proletariado para que desaproveche las posibilidades legales actuales y para que se vea sorprendido y desarmado ante la "vuelta de tuerca" reaccionaria que todavía no se ha producido; 2°) lleva implícita cierta idealización de la democracia, cierta disolución de su carácter de clase, lo que perjudica la preparación de nuestra clase para la Revolución Comunista ; y 3°) los comunistas tenemos que ser rigurosos en la terminología, como exige la ciencia, y el fascismo engloba unas características que lo diferencian de otras formas del Estado capitalista contemporáneo.

[7] Si el terrorismo, entre comillas, provoca el rechazo de amplísimos sectores de las masas populares y es incapaz de sacarlas de su atraso, ¿no será más conveniente cambiar a una táctica que sí consiga elevarlas, en vez de echarlas en brazos de la reacción?

[8] ¿Existe tal movimiento de resistencia organizado, encabezado por el PCE(r), o es ésta otra exageración parecida a las que ya están denunciando los camaradas de la Fracción Octubre ?

[9] Es evidente que no es adecuado practicar todas las formas de lucha en cada momento, sino solamente las que convenga a la causa comunista, renunciando a aquellas que resulten dañinas hasta que las circunstancias objetivas y subjetivas se modifiquen al punto de volverlas beneficiosas.

[10] Desde luego que, bajo el capitalismo, no pueden conquistarse "los derechos y libertades", corno tal, para la clase obrera. Pero se pueden conseguir ciertas "libertades democráticas" para nuestra clase (en parte. ya las conseguimos y todavía se conservan), pero, eso sí, sólo como pequeña parte de un todo que no puede dejar de ser una dictadura de la burguesía. Por muy democrático que sea el capitalismo, nunca podrá serlo para el proletariado, a fin de cuentas.

[11] El capitalismo, en cualquiera de las etapas de su existencia, es incompatible con la democracia para los explotados , en última instancia. Sólo puede proporcionar democracia a la burguesía y a sus aliados -las clases propietarias de toda índole-, y éstos pueden incluir circunstancialmente a las masas obreras mientras no actúen consecuentemente con sus intereses fundamentales de clase . El imperialismo no implica la anulación de toda democracia, sino "solamente" la restricción de esa democracia capitalista que queda subordinada ahora a la salvaguarda de los intereses de la fracción monopolista de la burguesía.

[12] No sabemos si estos camaradas comparten con la dirección del PCE(r) la identificación del "carácter estratégico de la lucha armada" con su carácter permanente. En ese caso, les preguntaríamos: ¿qué hacer si la lucha armada no se corresponde con el nivel de conciencia de las masas, y la elevación de éste no sólo exige volcarse en tareas previas, sino que se ve perjudicada por las actividades armadas?

[13] Estaremos plenamente de acuerdo con esta observación, siempre que los camaradas entiendan que el Partido Comunista no se puede considerar reconstruido (o, mejor dicho, reconstituido) si no se ha consolidado ya como fuerza arraigada entre la clase obrera.

[14] Creemos importante añadir aquí los siguientes matices. En primer lugar, sería más correcto decir que las luchas antiimperialistas contribuyen, en general. a la revolución mundial, pero que son parte de ésta sensu stricto únicamente las revoluciones socialistas proletarias en los países imperialistas y las verdaderas revoluciones democrático-nacionales dirigidas por la clase obrera (de "Nueva Democracia") en los países oprimidos. En segundo lugar, aunque sea muy importante aportar la solidaridad de los comunistas españoles a las luchas antiimperialistas en el mundo, no lo es menos priorizar las más consecuentes y criticar todas las desviaciones de la causa proletaria, educando así a nuestra clase y fortaleciéndola frente a la influencia y la hegemonía actual de los aliados pequeñoburgueses. Por último y consecuentemente con lo anterior, lo que debilitará eficazmente al imperialismo en las propias metrópolis no será cualquier tipo de resistencia solidaria o altruista sino la que se derive, como subproducto, de la preparación de la revolución socialista aquí, enfocada como parte y base de apoyo de la Revolución Proletaria Mundial.

[15] En realidad, lo que las masas no pueden elaborar en su movimiento espontáneo son las ideas socialistas, por cuanto el desarrollo social posterior al capitalismo sólo puede ser producto de una conciencia forjada sobre el acervo cultural acumulado por la humanidad a lo largo de la historia, y las masas revolucionarias, son predominantemente los oprimidos también en lo intelectual. Pero, sí que pueden elaborar ideas políticas, sólo que no podrán trascender de la ideología burguesa dominante. Así pues, no es necesario aportarles desde fuera las ideas antifascistas puesto que éstas surgirán espontáneamente en su lucha, y lo hacen en la medida en que la realidad las hace necesarias; lo que habrá que transmitirles es que sólo la Revolución Socialista Proletaria es verdadera solución frente a cualquier forma de dictadura burguesa.

[16] Compartimos con estos camaradas que una de las características del fascismo ha sido históricamente la de actuar como contrarrevolución preventiva. Otra cosa es eso de la "contrarrevolución permanente". En su sentido más estricto, este concepto estaría fuera de lugar actualmente en España o en países de su entorno, ya que el imperialismo no tiene que hacer frente a ninguna revolución siquiera mínimamente madura. Y. en su sentido más lato, si exceptuamos a los Estados burgueses en sus inicios, cuando predominaba la lucha contra las reminiscencias medievales, así como los semi-Estados proletarios (Comuna de París. URSS, China, etc.), todos los Estados tienen como misión combatir y prevenir y prevenir revoluciones sociales: por eso, la "contrarrevolución permanente" no sería ninguna particularidad especial de los regímenes imperialistas