En febrero de 1956, se celebró el vigésimo congreso
del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). En el seno del movimiento
comunista internacional se le ha considerado tradicionalmente como el evento
que introdujo el punto de inflexión que daría lugar posteriormente a la crisis
general del marxismo-leninismo y de todo el movimiento comunista, provocando
con ella la división ideológica, política y organizativa que recorrerá todos
los destacamentos comunistas del mundo y cuyas consecuencias finales serán el
derrumbe definitivo del llamado campo del socialismo real.
Sin embargo, el XX Congreso no es la causa sino la
consecuencia de la crisis en que el marxismo-leninismo había entrado al ser
frenada la Revolución Proletaria Mundial en los años veinte y no conseguir
resolver los problemas con los que tropezó el paradigma revolucionario vigente
en la época ante las nuevas realidades a las que tuvo que hacer frente la Internacional
Comunista como vanguardia mundial del proletariado revolucionario. El
capitalismo superó su propia crisis internacional después de la Primera Guerra
Mundial, frenando con ello el proceso revolucionario iniciado en Octubre de
1917 y dejando a la recién creada URSS aislada. El marxismo-leninismo se
encontró en la práctica, de un lado, ante a la necesidad del repliegue y la
resistencia del movimiento comunista para evitar ser arrollado y, de otro, ante
la necesidad de resolver la nueva situación mediante planteamientos que
posibilitasen superar el estancamiento de la revolución en el punto en que las
tesis leninistas habían conseguido llevar al proletariado hasta ese momento.
La importancia del XX Congreso, después de 50 años,
reside en que sigue desvirtuando el necesario balance de la época e interfiere
en el análisis de todo el Primer Ciclo Revolucionario. Las incursiones sobre
las causas que permitieron el desenlace del XX Congreso, que aborda
prácticamente en solitario el Partido Comunista Chino, eran entonces y siguen
siendo hoy, claramente insuficientes. Retroceder a las causas interpela de
lleno el periodo de dirección del camarada Stalin y eso dificulta que sólo
prevalezca la verdad, pues cuestiona el proceder de los comunistas soviéticos
cuyas deficiencias y errores fueron la causa de la progresiva restauración
capitalista en la URSS. Ante esto, aún hay demasiados comunistas que se
conforman con las muchas veces superficiales y parciales explicaciones de la
época, y se aferran a periodos de fortaleza y aparente unidad ante la situación
desalentadora posterior. Sin embargo, la crisis del comunismo ya estaba en su
plenitud, aunque se respondía esquivando el enfrentamiento directo con ella.
Todo se gesta antes del XX Congreso. Todo contribuye a su preparación y
desenlace.
Hoy, con el ciclo revolucionario de Octubre
concluido, ya no cabe argüir, como se hiciera entonces, que la lucha contra el
revisionismo y la permanente amenaza imperialista obligasen a cerrar filas en
torno a Stalin, al pasado bolchevique y a las gestas patrias de liberación
durante la Segunda Guerra Mundial. Mucho menos que, por los mismos argumentos,
hubiera que cerrar filas precisamente detrás de los revisionistas soviéticos,
como así hicieron la mayor parte de los partidos comunistas. Hoy, podemos
abordar nuestro pasado, el pasado del movimiento comunista internacional, sin
apriorismos, buscando la verdad que nos sirva para seguir avanzando y situando
a cada acontecimiento y a cada uno de nuestros dirigentes y partidos en el lugar
que les corresponde. El porvenir del movimiento y la necesidad de su
Reconstitución así lo exigen.
El XX Congreso
El XX Congreso del PCUS abrirá al mundo entero y al
mismo movimiento comunista la crisis en la que éste último se encontraba desde
hacía mucho tiempo. Esta es su verdadera aportación positiva al desarrollo del
comunismo.
Dos documentos describen los rasgos principales que
dan carácter especial al XX Congreso. El primero y más importante es el Informe
General al Congreso de la actividad del Comité Central y el otro es el
llamado Informe secreto sobre Stalin. Ambos informes fueron presentados
por N. Kruschov, Secretario General del PCUS.
En el Informe General quedan ya expuestos,
desde un primer momento, el cambio de orientación que a partir de entonces iba
a representar el eje sobre el que giraría la nueva política del PCUS, tanto en
la propia Unión Soviética como a escala mundial y dentro del mismo movimiento
comunista internacional.
Dos ideas cardinales son expuestas ante los
delegados y los invitados de los partidos comunistas de todo el mundo que
estaban presentes: la necesidad de establecer una nueva manera de coexistencia
pacífica y la entronización de la existencia de diferentes e independientes
vías de acceso al socialismo según las características de cada país. Estas dos
nociones, perfectamente interrelacionadas entre sí, son las que tendrán una
mayor trascendencia para el futuro del comunismo a escala mundial.
La justificación que se esgrime para adoptar la
política de la coexistencia pacífica residía en el peligro de guerra
mundial nuclear y en la posibilidad de que esto acarrease la destrucción de la
humanidad. Se trataba en el fondo de un chantaje a los pueblos del mundo pues,
en ese momento, sólo los EE.UU. y la URSS poseían el arma nuclear. Con esta
política, se buscaba obligar a los diferentes países a tomar posición en favor
de la URSS frente al tradicional intervencionismo del imperialismo y someterse
a la protección del paraguas nuclear soviético. Era un sistema del cual
se beneficiaban ambos bloques, el capitalista y el revisionista que había
reinstaurado el capitalismo. Ambos, en nombre de la paz, se encargarían de sus patios
traseros, estableciéndose un sistema de competencia entre imperialistas por
la dirección del mundo. Además, se argumentaba malintencionadamente, barajando
citas de Lenin sacadas de contexto, para hacer pasar esta nueva política como
continuadora de la política de coexistencia pacífica leninista.
Esta nueva política imponía a los distintos partidos
comunistas la propia búsqueda de una salida revolucionaria nacional sin
interferencias de otros Estados o partidos hermanos, lo cual era la
manera de evitar definitivamente la Reconstitución de la Internacional
Comunista y de renunciar por completo a la Revolución Proletaria Mundial. Se
institucionalizaba así, en el movimiento comunista, el policentrismo en lo
ideológico, dejando la política internacional en manos de la confrontación de
bloques, en donde sólo los que poseían el arma disuasoria tendrían algo que decir.
El revisionismo imperante en la mayoría de partidos
comunistas del mundo tuvo, con esto, vía libre para realizar abiertamente sus
programas de conciliación de clases. Sobre todo, los partidos de los países de
capitalismo desarrollado ¾con asentadas democracias
parlamentarias y una potente aristocracia obrera en gran parte encuadrada en
torno a los comunistas¾, se sumaron con entusiasmo
a esta política, mientras renegaban abiertamente de la vía de la violencia
revolucionaria para la toma del poder, a la que ya se había renunciado de
facto en los momentos finales de la guerra mundial, y acudirían
posteriormente a la lucha contra los camaradas chinos en defensa de la
dirección revisionista de la URSS. Además, la teorización de la posibilidad de
la vía pacífica al socialismo abrió la posibilidad de integración de las verdades
universales democrático-burguesas en el seno del marxismo, tales como los
denominados derechos humanos, las libertades individuales y el
parlamentarismo. Esto permitirá posteriormente todo tipo de tergiversaciones
del marxismo relacionadas con aspectos fundamentales de la doctrina, que serán
manipulados, bajo la coartada de la libertad de interpretación frente al
dogmatismo, para justificar en nombre de Marx y Lenin cualquier giro contrarrevolucionario.
El propio informe de Kruschev está lleno de llamadas a citas de los clásicos
del marxismo-leninismo para argumentar todos estos cambios. Una respuesta
apropiada pudo leerse unos pocos años después en la Proposición acerca de la
línea general del movimiento comunista internacional, redactada por
el Partido Comunista de China en 1963, como respuesta a los continuos ataques y
falsificaciones del PCUS y para resituar el estado en que se encontraba el
movimiento comunista.
El informe por el que ha pasado predominantemente a
la historia el XX Congreso es, sin embargo, el llamado Informe secreto sobre
Stalin. Los detalles sobre las vicisitudes históricas de su presentación y
secretismo pueden conseguirse en el documento de los camaradas chinos indicado
más arriba. Para nosotros, es importante destacar que, a pesar de coincidir en
el rechazo general del Informe con la mayoría de los grupos comunistas,
no coincidimos con muchos de ellos en las razones que esgrimen para criticarlo,
ni en la importancia que se le otorga, precisamente porque calla lo
trascendental. El Informe sobre Stalin no va al fondo del problema pues,
al igual que todo el XX Congreso, ancla sus raíces en las relaciones
político-sociales que fueron vertebrando el Estado soviético desde su
constitución y, sin embargo, las orillea intencionadamente. El Informe
relata las consecuencias del estalinismo sin entrar en las causas. El centro
del Informe, la crítica del culto a Stalin, fue una consecuencia, no la
causa. Lo que en realidad está ocurriendo en la URSS en ese momento, es que se
está produciendo una aguda lucha en el seno de la clase dominante en el que el
sector liberal burgués dirigido por Kruschev se enfrenta al sector más estalinista
que pretende proseguir la línea centralista-estatalista. El Informe
sirve para desmembrar al sector más conservador dentro del Estado y el Partido
soviéticos, y lo consigue. Las críticas, a partir de entonces, provendrán de
otros partidos. Es la batalla final que venía librándose en el seno de la clase
dominante soviética desde la muerte de Stalin. Además, sirve para que, salvo
los camaradas chinos, pocos vayan a las causas y, por el contrario, estén
distraídos en una defensa numantina de la figura del camarada Stalin, a la que
se acaba por atribuir cualquier éxito de la experiencia pasada de la
construcción del socialismo. Todavía hoy, en este 50 aniversario, pocos son los
que se atreven a intervenir abierta y críticamente sobre las causas del
estalinismo y su consumación en el revisionismo kruschoviano.
Además de estas dos ideas principales, el Informe
plantea otras cuestiones que son el colofón de políticas anteriores y que serán
aprobadas también en el Congreso. Destaca el análisis de la etapa de
reconstrucción de la URSS después de la guerra mundial desde la perspectiva de
la superación de los índices de producción de antes de la guerra. El esfuerzo
de reconstrucción se había basado principalmente en cuatro puntos de apoyo: en
el desarrollo de las fuerzas productivas, el progreso tecnológico, la disciplina
laboral y el esfuerzo físico. Ahora, la necesidad anterior de una férrea
centralización para llevar a cabo el proceso reconstructor sobre la base de
esos cuatro pilares debía dar paso a una descentralización que a la vez
supusiera una desburocratización que liberase al pueblo soviético de esa
presión. En realidad la descentralización supondrá favorecer a la burguesía que
controla el aparato productivo, estableciéndose mecanismos de dirección y
gestión más acordes con los tradicionales objetivos de producción típicamente
capitalistas que ya se basaban, antes del XX Congreso, en el desarrollo de las
fuerzas productivas. Es por esto que el establecimiento de estas medidas, de
las cuales se daría cuenta en el Informe sobre las directrices para el VI
Plan quinquenal de desarrollo de la economía de la URSS, presentado por N.
Bulganin, no levantará, en un primer momento, especiales reticencias, ni dentro
del PCUS ni fuera, entre los demás partidos hermanos presentes; lo cual
indica que el déficit ideológico en que se encontraba el movimiento comunista
ya era bastante grande y la deriva economicista ocupaba el centro de las
preocupaciones en aras de la competencia con el capitalismo.
El Congreso introduce otras aportaciones que separan
aún más al PCUS y a la URSS del camino socialista. Desde sus inicios, la
construcción del socialismo se había encontrado con dificultades que forzaron
retrocesos necesarios pero asumidos y, en un principio, controlados, como fue
por ejemplo el establecimiento de la NEP o el recurso a los cuadros y técnicos
del antiguo régimen. Sin embargo, posteriores errores provocarán la desviación
de la atención sobre los verdaderos peligros de los enemigos internos, tanto
teóricos como prácticos, del desarrollo del socialismo y de su Estado de Dictadura
del Proletariado. Esto conducirá a una percepción inadecuada e incompleta de
dichos problemas y conllevará una relajación que impedirá el mantenimiento de
una adecuada vigilancia revolucionaria y la adopción de las medidas correctoras
adecuadas para cada situación y momento como modo de garantizar el progreso del
socialismo. Por lo tanto, estas aportaciones del XX Congreso representan la
confluencia de toda una progresiva deriva anterior que, a falta de los
mecanismos de respuesta basados en el marxismo-leninismo y que debieron
adoptarse en su día, tomarán en este Congreso el camino de la restauración
capitalista.
Se impone el precepto de la emulación socialista
como base de la competencia económica con los países capitalistas, queriendo
demostrar con ello la superioridad del socialismo, del cual se afirma que “no
conoce ni crisis ni conmociones”[1].
Pocos meses después, en el curso del mismo año, se produciría la crisis polaca
y la contrarrevolución húngara. Se llega incluso a afirmar que la principal tarea
de la teoría marxista estriba en resolver los problemas económicos y que, por
consiguiente, las actividades del Partido deben de estar ligadas a la actividad
económica para “la creación de la potente base material y técnica del
comunismo”[2].
El objetivo económico fundamental que se establece es el de “alcanzar y
sobrepasar en la producción por habitante a los países capitalistas más
desarrollados”[3].
Así pues, la URSS se encamina sola hacia el comunismo sobre la base de la
victoria económica sobre el capitalismo.
El Partido pasa a ejercer el control económico a
todos los niveles y el trabajador en aras de la competencia con el capitalismo
ha de hacer girar su vida en torno a las necesidades de la producción. Para
incentivar el trabajo individual e incrementar su productividad se establecen
medidas de estímulo basadas en la remuneración económica y se facilita su
fijación en el puesto de trabajo estableciendo sistemas de guarderías y
comedores de comida rápida[4].
De hecho, se implanta el sistema burgués en las relaciones de producción para
someter a la clase obrera, individualizando a sus componentes en su relación
con los medios de producción y perpetuándose la división del trabajo mientras
se pospone indefinidamente la cuestión de su supresión.
La formación, la investigación y la ciencia se ligan
a los intereses de la producción y se establece la descentralización económica
por repúblicas y la autonomía financiera entre las empresas, que deberán, desde
ahora, guiarse por su cuenta de resultados y no por las necesidades reales de
la población.
Como se afirma que el socialismo ya se ha alcanzado
y que la alianza entre obreros y campesinos es indisoluble, el Estado de la
Dictadura del Proletariado es sustituido por el Estado de todo el pueblo.
Esto supone la abolición prematura de la lucha de clases en la URSS, que por
otra parte ya se había logrado en 1936, como el propio Kruschev recoge en su
informe:
“Es sabido que cuando se aprobó la nueva
Constitución de la URSS (en 1936), el sistema socialista había vencido y se
había consolidado ya en todas las ramas de la economía nacional. Eso quiere
decir que en nuestro país estaba ya, en lo esencial, edificada la sociedad
socialista, que desde entonces se desarrolla sobre la sólida base
inquebrantable de las relaciones de producción socialistas. Por ello, afirmar
que en nuestro país sólo se han construido los cimientos del socialismo
significaría desorientar a los comunistas y a todos los soviéticos en la
importantísima cuestión de las perspectivas del desarrollo de nuestro país.”[5]
Kruschev coincide aquí totalmente con Stalin en el
tema de la transición al comunismo. Se apoya en el pasado para afianzar el
presente e introducir las medidas que liberen las fuerzas reinstauradoras del
capitalismo.
Las continuas proclamas del informe sobre la
invencibilidad del socialismo, sobre su superioridad y la imposibilidad de la
restauración capitalista actuarán como cortina de humo que impedirá a la
mayoría de los comunistas ver la gravedad de la crisis del comunismo soviético
y por ende de todo el movimiento internacional. Sin embargo, aún podrá librarse
la última gran batalla contra el revisionismo gracias a la intervención del
Partido Comunista de China. Este alzará de nuevo la bandera roja del
marxismo-leninismo e impulsará la lucha durante dos décadas más. Con la derrota
del maoísmo en China la suerte del Primer Ciclo Revolucionario de la historia
estaba echada y pronto tocaría a su fin. Pero pasemos a las causas del XX
Congreso.
Antecedentes
que desembocan en el XX Congreso y necesidad del balance
El movimiento comunista internacional se encontraba
ya en una crisis profunda a mediados de los años 50. El fracaso de las
sucesivas intentonas por extender la Revolución Proletaria Mundial iniciada en
el 17 en Rusia provocó, como ya hemos dicho, un frenazo en las perspectivas
revolucionarias y confrontó al marxismo-leninismo con una nueva situación. La
respuesta que se dio en un principio para hacer frente al aislamiento en que
quedaba la URSS, se basó en la aplicación de la correcta teoría del
socialismo en un solo país. Pero pronto empezará una desviación lenta pero
inexorable que desembocará en las graves consecuencias para el socialismo que
todos conocemos. En la medida en que la desviación aumenta en todos los
terrenos, las respuestas parciales a lo que incorrectamente se percibe como
deficiencias o ataques externos, facilitarán que la burguesía tome el poder en
la dirección del Partido y el Estado soviéticos, sin que sea advertido
correctamente por nadie.
Las causas de esta desviación están en el propio
origen del bolchevismo y son lastres que provienen a su vez de los mismos
comienzos del marxismo y de la forma en que éste fue asimilado por la Segunda
Internacional. Estos lastres impondrán limitaciones a las premisas del Ciclo de
Octubre[6].
Uno de los principales problemas que arrastra el
marxismo estriba en la dificultad en asumir la dialéctica materialista por
parte de sus continuadores, piedra de toque fundamental para separar el
marxismo de lo que no lo es. La fórmula dialéctica correcta uno se divide en
dos es la fórmula adecuada para cualquier entidad o categoría, y desde
luego también lo es para el marxismo. Esto significa que el marxismo, desde su
mismo origen, presenta dos aspectos opuestos en su propio seno. Lo que
consideramos correcto del marxismo, el marxismo propiamente dicho, avanza y se
desarrolla en lucha con lo incorrecto del marxismo, esto es, en lucha contra el
revisionismo. Pero todo el conjunto dinámico de lucha es lo que en realidad
conforma el marxismo como doctrina viva. Así pues, el revisionismo es la
componente antitética o negativa del marxismo, no proviene de fuera de él, no
es, como a veces se intenta explicar, una intromisión de la ideología burguesa
en su seno. La ideología burguesa puede entrometerse dentro del marxismo
siempre que la lucha entre los dos opuestos, marxistas ambos, se vea frenada y
no cumpla así su papel de sellar adecuadamente la unidad contradictoria que
forman. El revisionismo marxista es el que abre las puertas a la ideología
burguesa. Sólo la lucha entre ambos opuestos impide la entrada de la ideología
burguesa, pues permite la continua vigilancia revolucionaria y el desarrollo de
la contradicción entre marxismo y revisionismo.
Sin embargo, cuando dentro del movimiento comunista
se ha interpretado que el enemigo principal residía en cualquier caso fuera del
propio marxismo, fuera del propio movimiento, lo que se ha hecho es plantear
incorrectamente el proceso de la lucha, se ha dejado libre el componente
negativo del marxismo, por lo que éste ha podido desarrollarse sin el control
del polo positivo y, así, convertirse en puerta de entrada del enemigo en
cuanto la vigilancia revolucionaria marxista estaba distraída en batallas
secundarias. Esta visión de situar al enemigo en el exterior es la dominante en
el movimiento comunista, ha predominado durante todo el ciclo y predomina
todavía en los sectores más avanzados del movimiento comunista actual, como
ocurre entre los colectivos maoístas. Esta visión es la opuesta a la
dialéctica. Supone en realidad la aplicación de la fórmula idealista dos se
combinan en uno. Se cae de lleno en ella cuando se hace prevalecer la
componente unitaria frente a la del antagonismo en la pareja
unidad-contradicción, pues se relega a un segundo plano al antagonismo que es
sobre el que gira la lucha entre los contrarios, y la lucha es el motor del
desarrollo.
En la naturaleza del marxismo, como en la de
cualquier otra categoría, la unidad es una cualidad intrínseca de su existencia
porque es fruto de la esencia que representa la lucha de los contrarios que la
forman y lo que permite que la categoría se desarrolle. Luego la unidad ya está
ahí. La unidad siempre existe porque quien la garantiza es la lucha, pero la
lucha entre los contrarios de la misma categoría y no la lucha de uno de sus
componentes contra otra unidad de otra categoría diferente. Al enemigo, al
capitalismo y a su ideología burguesa, el marxismo ha de enfrentársele en lucha
entre sus propios contrarios. La unidad de la lucha entre marxismo y revisionismo
en el seno del marxismo-leninismo se enfrenta a su vez a la lucha de este
último con el capitalismo con el cual forma otra unidad ideológica de lucha que
representa la lucha de clases a todos los niveles, y que se extinguirá con la
desaparición de las clases y, por consiguiente, de la propia contradicción.
Entonces, es cuando aparecerá una nueva contradicción.
Así pues, la incorrecta comprensión y aplicación de
la dialéctica es el principal error en que incurrió el movimiento comunista, y
en especial la vanguardia bolchevique soviética que lo lideraba y que trajo
consigo unas consecuencias que adquirieron una gravedad tal que no sólo no
evitaron la restauración capitalista en la URSS, sino que en cierta medida la
propiciaron. La relación entre vanguardia y masas no será resuelta[7]
y la relación entre teoría y práctica se decantará hacia la supeditación de la
primera a las necesidades de la segunda, reducida ésta a la condición de
práctica económica. Las consecuencias que este proceder acarreará, por ejemplo,
en la investigación científica serán graves en algunos campos. La politización
de la propia ciencia la llevará a depender del voluntarismo de los planes
económicos del Partido, llegando a tachar de anticomunistas las leyes
científicas que advertían de la imposibilidad de aplicarlos. El caso más
extremo, aunque no el más significativo desde el punto de vista del
materialismo dialéctico, se produjo en el debate sobre la genética, que estuvo
más relacionado con los avatares sociales y políticos de la URSS que con
aspectos científicos. Éste debate terminó con la prohibición de las leyes de
Mendel por burguesas, lo que supuso un atraso de décadas al intentar aplicarlo
a la agricultura[8].
Los errores que, a nuestro entender, se producen
desde los primeros años del triunfo de la Revolución de Octubre pueden ser,
sólo hasta cierto punto, justificados por la situación en que se encontraba el
primer Estado proletario. Si, en algunos casos, la necesidad obliga a
concesiones de todo tipo, se hace aceptando que son concesiones y retrocesos y
no asimilándolos al proyecto de avance hacia el comunismo como partes positivas
sustanciales. Este es el caso de la NEP, por ejemplo. Sin embargo, en otros
aspectos, se produce una deriva que es avalada también por Lenin. Se pasa por
ejemplo de incidir en las relaciones sociales como motor de consolidación del
socialismo a incidir en las relaciones económicas[9].
Esto llevará a la introducción de la teoría de las fuerzas productivas y a la
separación del problema de la abolición de la propiedad privada, considerado
como problema estrictamente político, del de la división social del trabajo,
catalogado como asunto estrictamente económico[10].
Se establecerá así, una fase anterior de transición
hacia el socialismo. En esta nueva teoría de la transición al socialismo
se considera que las fuerzas productivas son el factor principal del desarrollo
social. La Dictadura del Proletariado cederá la dirección efectiva a la
técnica. Así, el desarrollo de las fuerzas productivas sería autónomo con respecto
a la dirección política. La Dictadura del Proletariado ya no sería la forma
política del socialismo sino que se convertiría así en la fase de preparación
de la liquidación de la lucha de clases bajo el socialismo, que se alcanzaría
teóricamente con la supresión de los explotadores. Esto traduce un déficit
dialéctico de gran trascendencia. Por el contrario, lo que define a la sociedad
de transición no es la forma económica dominante sino la naturaleza de clase de
la tendencia política dominante. Es la política quien dirige a la economía, la
economía no va por libre y menos ejerce el papel dirigente:
“La simplificación jurídico-formal de la
problemática de las relaciones sociales referida a la cuestión del capitalismo
de Estado y la obstaculización, de hecho, de su solución en términos marxistas,
desterró para siempre la posibilidad de comprender el carácter de los métodos
de organización de la producción a nivel de fábrica y sus implicaciones
sociales. En la Unión Soviética, desde los años 20, imperaba un sistema de
trabajo en las empresas ordenado en tres ejes. La dirección desde arriba, con
responsabilidad unipersonal para el director. Aunque se intentó implantar el
sistema de conferencias de producción para otorgar algún papel a la clase
obrera en la toma de decisiones de carácter general, apenas se obtuvieron
resultados. En cualquier caso, en esas conferencias, el obrero participaba en
tanto que obrero, desde su posición preestablecida en el proceso de producción,
y desde criterios ya establecidos previamente. De hecho, ese sistema sólo
servía para reproducir las condiciones que le mantenían en su posición como
pieza del engranaje productivo, sin posibilidad de actuar sobre él como sujeto
revolucionario. Es natural que las conferencias fueran un fracaso. En segundo
lugar, los objetivos de las empresas se orientaban por la cuenta de resultados
y por la productividad, lo que permitió la implantación de la jornada modelo
del capital, el trabajo a destajo. Finalmente, todo el entramado económico
funcionaba sobre la base del sistema de trabajo asalariado, que, como se sabe
desde Marx, es exponente de la existencia de la relación social capitalista.
Esta relación implica que los productores no son dueños de sus medios de
producción. En la URSS, nunca se superó este sistema de distribución, pero la
dirección del partido no se interrogó seriamente sobre el significado y las
implicaciones de este hecho. El espejismo de que todo se transformaba en
socialismo sólo con que fuera tocado por la varita mágica de las leyes del
Estado proletario, así lo hacía necesario.”[11]
Con Stalin en la dirección del Partido y el Estado
soviéticos, el frenazo a la Revolución Proletaria Mundial se transforma en
progresivo abandono y pasa a subordinarse a la suerte de la URSS. Bien pronto,
en 1925, durante el XIV Congreso del PCUS, la URSS pasa de ser una base de la
Revolución Proletaria Mundial a ser la base de esa misma revolución, lo
que de hecho implicaba la supeditación de la Revolución a la situación del
Estado soviético. De este planteamiento se pasará a la Gran Guerra Patria,
al pacto de Yalta y al reparto del mundo en áreas de influencia, que los
grandes partidos comunistas occidentales han de aceptar a pesar de tener al
pueblo en armas. Sólo queda un paso para acabar de institucionalizar la
política de bloques en el XX Congreso.
Los errores en la interpretación de la fase de
transición se agravarán. En ningún momento se modifica la novedosa teoría de
la transición al socialismo. En 1936, Stalin, en términos equivalentes a
los que usaría Kruschev veinte años después durante el XX Congreso, hablaba así
ante el VIII Congreso extraordinario de los Soviets de la URSS[12]:
“En lo que se refiere a la circulación de
mercancías en el país, los comerciantes y los especuladores han sido expulsados
completamente de este campo. Toda la circulación de mercancías se encuentra
ahora en manos del Estado, de las cooperativas y de los Koljoses. Ha surgido y
se ha desarrollado un nuevo comercio, el comercio soviético, comercio sin
especuladores, sin capitalistas”.
Es, pues, un hecho la victoria completa del
sistema socialista en todas las esferas de la economía nacional.
¿Y qué significa esto?
Significa que la explotación del hombre por
el hombre ha sido suprimida, eliminada, y que la propiedad socialista sobre los
instrumentos y medios de producción se ha consolidado, como base inconmovible
de nuestra sociedad soviética.
Todos estos cambios en la esfera de la
economía nacional de la URSS han hecho que contemos ahora con una nueva
economía, la economía socialista, que no conoce las crisis ni el paro forzoso,
que no conoce la miseria ni la ruina y que ofrece a los ciudadanos plena
posibilidad de disfrutar una vida de bienestar y cultura.”
“Todas las clases explotadoras han sido pues
suprimidas”
“Por lo tanto, nuestra clase obrera no
solamente no está privada de los instrumentos y medios de producción, sino que,
por el contrario, los posee en común con todo el pueblo. Así, por esa razón y
por haber sido liquidada la clase de los capitalistas, queda descartada toda posibilidad
de explotación de la clase obrera.”
Como puede verse, el problema era ya grave en 1936.
No hubo contestación a tanta incongruencia. ¿Puede existir comercio sin
mercancías y mercancías sin propietarios de ellas? Además, los salarios
persisten y el dinero sigue existiendo como equivalente universal de
intercambio y la división del trabajo está lejos de disminuir. El Estado, las
cooperativas y los koljoses son los que ejercen aquí el papel de capitalistas,
comerciantes y burgueses.
¿Toda explotación suprimida? ¡¿Es el comunismo,
pues?! ¡Pero si aún hay Estado! ¿Dónde ha quedado aquí la teoría marxista sobre
el Estado como institución de represión de unas clases contra otras? La
victoria completa del socialismo no era tal, como se vio en un par de decenios.
Ya no hay explotación del hombre por el hombre,
luego no hay explotación de ningún tipo, no hay tampoco clases explotadoras.
Sin embargo, sí hay clases explotadas, aunque ya no lo sean tal cual porque se
niega que haya explotación. Es un galimatías sofístico claramente no marxista.
Es un embrollo que no tiene sentido y que sólo sirve para desorientar a los
comunistas, cuya falta de reacción demuestra que ya no estaban en posesión de
aspectos fundamentales del marxismo-leninismo.
Esta aplicación errónea de la teoría sobre el
periodo de transición y la continua consigna de la invencibilidad del
socialismo, proclamada con entusiasmo durante decenios, no han hecho más que
desarmar al comunismo y separarlo de la aplicación de la ideología
marxista-leninista, que iba poco a poco esclerotizándose y siendo sustituida
por dogmas, citas y manuales de interpretación. Se empieza con la historia del
Partido Bolchevique y se termina con manuales de economía, política e historia
para formar cuadros en el XX Congreso.
Luego vendrían las purgas, que eran palos de ciego,
confundiendo enemigos que aparecían de cualquier parte y con cualquier
argumentación y que consiguieron el efecto contrario, enmascarar la lucha de
clases, desarmar al comunismo y preparar el terreno a la toma del poder por
parte de la camarilla kruschovista que, como se pudo comprobar, controlaba ya
el aparato del Estado y el Partido a la muerte de Stalin, gracias a lo cual
pudo usurpar incruentamente la dirección. Mientras todo esto sucedía, las masas
y las bases del Partido permanecieron ajenas al proceso, que era el lugar que
llevaban ocupando desde hacía mucho tiempo. Simplemente dejaron que la clase
dirigente resolviera sus problemas aceptando el resultado final.
Por todo lo expuesto, no podemos compartir con los
camaradas chinos la siguiente afirmación sobre el papel de Stalin:
“Comparados sus méritos y sus errores, pesan
más los primeros que los últimos. Las acciones principales de su vida son
acertadas, y sus errores son de segundo orden.” [13]
Esto no es así porque son precisamente esos errores
los que abrieron la puerta a la reinstauración del capitalismo en la URSS. La
entidad de estos errores ha sido, en verdad, muy superior y han acabado por
eclipsar a los aciertos. No podemos seguir manteniendo esta manera de analizar
las cosas. Queremos que el comunismo resurja y avance. No queremos proteger
nuestro pasado o una parte de él. El éxito futuro, que no está asegurado en
ningún caso y depende de nosotros exclusivamente, los comunistas, es el que situará
toda la historia de la revolución en el lugar que le corresponde y a sus
protagonistas con ella.
A finales de la etapa estalinista el movimiento
comunista se encontraba en plena crisis internacional, justo cuando la
situación objetiva parecía acompañar, con el establecimiento de las democracias
populares en el Este de Europa y con el triunfo de la revolución china, que
sacarán del aislamiento a la URSS. Los hechos que expresan esta crisis son: la
consolidación del capitalismo de Estado en la URSS en los años treinta,
confundida como consolidación del socialismo; la asimilación del Ejército Rojo
a un ejército de estilo burgués en plena guerra mundial, junto a la concesión a
los aliados de la disolución de la Internacional Comunista; la supeditación de
la revolución mundial al interés estratégico nacional de la URSS; en Occidente
se pospone la revolución sine die; las guerrillas entregan las armas
mientras se abandona a sus propias fuerzas a los camaradas griegos; la ruptura
con los comunistas yugoeslavos, el fracaso y disolución de la Kominform; las
revoluciones que avanzan en el Tercer Mundo, como la china, varían el patrón
bolchevique, etc. Por último, las crisis de Polonia, y sobre todo de Hungría en
1956, demostraron que, en lo social y económico, las democracias populares no
existían como tales si no era por la ocupación soviética y que el bienestar
socialista que exportaba la URSS no era tal.
El Partido Comunista de China será el primero en
efectuar la crítica desde posiciones revolucionarias. Sin embargo, el
enfrentamiento se mantendrá entre bambalinas hasta 1959 en aras de no favorecer
los ataques del imperialismo y por la búsqueda de la recomposición de la unidad
y del prestigio de la URSS después de los cambios aventurados en el XX Congreso[14].
Es gracias a los camaradas chinos que el
marxismo-leninismo se reactiva y vuelve a restablecerse como guía
emancipatoria, pero después del fracaso final de la revolución cultural y del
colapso total del revisionismo en el mundo, tanto en los países del campo socialista
como en los partidos comunistas del campo capitalista, el movimiento comunista
internacional está obligado a repensar su historia a la luz del
marxismo-leninismo.
El estalinismo se convirtió
en un freno para el socialismo, el maoísmo, por el contrario sacó
momentáneamente al marxismo de ese atolladero sin acabar de culminar la tarea.
Ahora, ya no hay excusas para abordar abiertamente y sin apriorismos la tarea
de esclarecer con un balance integral todo el periodo de la experiencia
revolucionaria que ha supuesto el Ciclo de Octubre. No hay que defender
acríticamente un pasado que ha posibilitado la derrota en la que el comunismo
se encuentra. La única salida para nuestro pasado reside en nuestra capacidad
de analizarlo a la luz del marxismo-leninismo. La izquierda del movimiento
comunista internacional tiene como deber retomar la valentía y determinación de
los camaradas chinos, como ya en su día hicieran los bolcheviques frente a la
dogmatización revisionista de la Segunda Internacional, y zafarse de los
prejuicios de décadas en que se asumieron como marxistas ideas que no lo eran y
hacer balance de todo el ciclo. Sin pasar por ello no podrá existir
Reconstitución ideológica y política del comunismo.
Khronos
Notas:
[1] « XXe Congrès du PCUS ». Les cahiers
du communisme, s/n, 1956; pág. 22 (recopilación de documentos).
[2] Ibídem, pág. 114.
[3] Ibídem, pág. 51.
[4] Ibídem, pág. 78.
[5] Ibídem, pág. 115.
[6] Para tener una completa argumentación de estos antecedentes a través de una visión cronológica remitimos al lector al documento publicado por el Colectivo Fénix: Stalin. Del marxismo al revisionismo, que publicamos íntegro en LA FORJA, nº 28. Se trata de un documento que introduce una visión de conjunto sobre las carencias y limitaciones del marxismo-leninismo y sobre la experiencia de la revolución socialista en la URSS con una clara voluntad de aportar al balance general del periodo para reconstituir el comunismo.
[7] Ibídem, pág. 26.
[8] Graham, Loren R.: Ciencia y filosofía en la Unión Soviética. Siglo XXI editores. Madrid, 1976; pág. 8 y ss.
[9] Colectivo Fénix: Stalin. Del marxismo al revisionismo, LA FORJA, nº 28, pág. 37.
[10] Ibídem, pág. 37 y 38.
[11] Ibídem, pág. 48, nota 27.
[12] Stalin, J.: Cuestiones del Leninismo. Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín, 1977; pág. 811.
[13] Partido Comunista de China: “Sobre el problema de Stalin”, en Polémica acerca de la línea general del movimiento comunista internacional. Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín, 1965; pág. 129.
[14] Baby, Jean: Los orígenes de la controversia Chino-Soviética. Emiliano Escolar editor. Madrid, 1976; pág. 25.